Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados.
Roberto Arlt, «Prólogo» a Los lanzallamas
- Hay que ser poco inteligente, bastante obvio, hay que posar de pobre y hacerlo mal, como si se montara una falsa oposición, letrado/iletrado, que hace aguas por todas partes, para comenzar con tal epígrafe de Arlt una serie de notas sobre Chitarroni y su Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa. Por suerte esto no es un autoexamen. Simplemente son notas de lectura. Quizás ni eso. Notas sobre un libro, nada más.
- Ni una pizca de plebeyismo en la novela inconclusa. Se agradece.
- Porque no es por los bordados donde pasa el libro, sino por los desbordes. Los hilos sueltos o los flecos que en otra época podrían haber estado de moda. La vestimenta es parte del texto, también las maneras de fumar en el salón literario. En Chitarroni, los desbordes no son briosos. Casi relajados, sin prisa ni intención. De paseante. No los de un cross a la mandíbula.
- Borges afirmó: «Presuponer que toda recombinación de elementos es obligatoriamente inferior a su original, es presuponer que el borrador 9 es obligatoriamente inferior al borrador H —ya que no puede haber sino borradores. El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio.»
- Chitarroni no es un tipo religioso, definitivamente no lo es. Con lo cual uno está tentado en caer en esa pregunta indecente, la retórica, y preguntarse «¿qué novela no es inconclusa?»
- Pero el autor, sin religión —no religa—, sí parece ejercer un cansancio elegante. El de quien ve lo inconcluso como definición. Me acuerdo ahora, por conexión insólita, la frase final de Daniel Guebel sobre Héctor Libertella: «la perfección de lo inconcluso» (se lee en Mis escritores muertos). Chitarroni corresponde: «Y sigamos aspirando —como Duchamp, como Leonardo— al borrador, al borrador definitivo» (p. 208)
- Hay que seguir aspirando.
- El borde se pliega y deshace: todo texto es definitivo en su inconclusión.
- Dado que estoy escribiendo un libro sobre Wilcock, leo a Chitarroni en la lectura iniciática que largó sobre una de las mitologías más estrictas de la literatura argentina. La de un Juan Rodolfo quen se exilia y escribe afuera de la lengua nacional. «Los herederos pobres de Sur», larga el autor de Peripecias del no en aquel mítico artículo en el N° 3 de Sitio —la revista que recuperó a Wilcock para la delgada década de los 80. «Sur» es ahí la revista de Victoria Ocampo y tantos más, pero suena más allá de ese referente. Los herederos pobres: ¿aristocracia que compensa su pobreza del culo del mundo con ironías de otra locación?
- «¿qué tiene que hacer Wilcock no sólo en el reiterado espacio de SITIO, donde cabría la justificación ya que somos —han dicho— los herederos pobres de Sur, sino, ay, en el panorama actual que observamos los que nos ocupamos de estas cosas?», es la retórica completa de la cita.
- La sutileza de la ironía consiste en poner en boca de los detractores las propias ridiculeces.
- «Chitarroni, uno de los grandes ironistas contemporáneos en lengua española», dice la contratapa de la edición española de Firmamento de 2022. La argentina es de 2006 y salió por Interzona. La novela se cierra marcando el período de redacción con las fechas 1997-2003.
- Una sutileza todavía mayor del ironista es quedarse, y dejar a los detractores, sin referente: ironías de nada. Hilos sueltos. Trama ausente. Libro descosido y cosas al estilo. Etcétera. Un «etcétera» pronunciado en tono irónico, casi con un suspiro de jazmín.
- Laiseca responde desde Los sorias: «Ese etcétera que todos pronuncian sin ver su interior, sellado con planchas de plomo, inatravesable por los rayos acásicos, indescifrable.»
- El problema de los grandes ironistas es que cuando los leés, te dejan en pose de ironista. Y ahí entraste a la trampa. La mejor manera de desactivar una ironía es tomarla al pie de la letra. Tomarla en serio. Probemos.
- ¿Herederos pobres? Pág. 164: «Vimos los ojos serios de un niño grande que sonreía mostrando encías sin dientes y una canasta vacía. Luini comentó cuánto más variada y lujosa es la pobreza que la riqueza, distinta y peculiar en cualquier sitio, mientras la primera se imita a sí misma a partir de unos pocos honestos y precursados modelos. Dio ejemplos, para colmo (el castillo, el museo, el oasis)…»
- En la contratapa, se lee también: «Peripecias del no es la resistencia última de un escritor a la desaparición de lo que considera literatura. (…) Chitarroni escribe tocando el límite extremo, exterior, extemporáneo, de la ficción» La firma es de Beatriz Sarlo, el lugar de la cita extraída es Punto de vista.
- Revistas argentinas: también de eso va la novela inconclusa.
- Se podría leer Peripecias del no a contrapelo de Black out, de María Moreno. Y después esperar, solamente para ver qué pasa.
- Vale la observación de Freud a Fliess: el castigo de quien escribe es tener que leer. De manera invertida, dado que la escritura y la lectura son actividades reversibles, se podría sugerir que el castigo de quien lee es tener que escribir. Chitarroni parece estar ahí. Desganado, por exceso de lectura. Y también sus ironías pueden entronarse ahí mismo, como quien se ironiza a sí por tener que escribir de tanto leer.
- Hay tres movimientos generales: jugar al malentendido en una alusión permanente a sobreentendidos (para reírse del common reader); abundar en nombres, seudónimos y anagramas de autor que se sustraen a todo entendimiento (para reírse de los lectores entendidos); sustraer todo eso a la legibilidad y dejar al afán de cotillas sin su alimento diario (acá ya nadie ríe o quizás lo hace solamente un texto ilegible, como si la literatura fuera la posibilidad anónima de carcajear sobre las miserias del campo literario, local y global, del autor y de la obra, de los amigos y de los socios de un negocio de no muy alto rédito).
- ¿Era necesario, entonces, aclarar el chiste? Pág. 233: «No hay núcleo narrativo en estos relatos breves, hay un destello informativo, referencial o alusivo, sólo eso. Y es que no se trata de una novela fácil. Y más no se puede simplificar (sin que cambie de naturaleza).»
- Chitarroni publica en 1995 otro breve texto sobre Wilcock. «Rodolfo Sexto» lo titula y relata un encuentro de N. U. con Wilcock. «N. U. (el secreto de su identidad es de wilcockiana importancia) lo conoció en el exilio, fuera de casa.» Siendo el responsable directo de la edición de los libros en Argentina, que aún no se habían traducido al español, uno hubiera esperado encontrar el qué de ese encuentro. No. La demanda queda frustrada.
- El N. U. de aquel artículo, después de leer Peripecias del no, evidentemente es Nicasio Urlihrt, legible anagrama de Luis Chitarroni, que fluctúa sin cesar en la novela inconclusa. Lo que ese anagrama de autor desea del argentino exiliado es precisamente una anécdota. «¿Quién era yo? Cualquiera tratando de seguir el ritmo de su paso a sus espaldas. Yo no sabía qué pedirle, aunque él supiera. Sí: una anécdota.» Y es precisamente la anécdota lo que se elide en la narración de ese mítico encuentro.
- Patricio Pron aclara en el Prólogo de la edición española respecto a la revista literaria que parece aglutinar los trazos sueltos y repetidos de la novela: «Ágrafa es, por supuesto, Babel, la revista que Chitarroni creó junto a Daniel Guebel, Sergio Bizzio, Alan Pauls, Sergio Chejfec y Martín Caparrós. […] Pero el libro no es una historia de esa revista, sino más bien un ejercicio sistemático de ocultamiento de esa historia».
- Ocultar la historia, evadir la anécdota, vaciarla en su proliferación de nombres, vaguedades, juegos y algunas cosas más. Como se ironiza en más de un momento, cosa de «escritores sin historias». O más bien de escritores que ocultan historias.
- Héctor Libertella sugiere en más de una ocasión, Apócrifo significa «yo oculto». Sería una forma de leer a Chitarroni. Tramarlo como su propio apócrifo, una literatura del yo oculto (historias).
- Pero las historias, lamentablemente, no tienen fin. Esa es la marca tragicómica que habría que leer post-Babel.
- Volver a la fuerza del mito como motor negro de la cadena de historias y sus desbordes. El yo ya fue. La mitología vence. Se cierran los noventa y renacen los miticistas recargados de aventuras. Hay siglo XXI y eso es un hecho inquietante. Con la nostalgia no alcanza.
- Querido Maestro: tache con una estilográfica la nota anterior.