I.El neoliberalismo avanza como un monstruo gigante y descerebrado, avanza y sigue destruyendo todo a su paso. No podemos pararlo porque estamos encerrados y le hacemos el juego a cada paso, cada quien en su pequeño círculo, comunidad, clan o tribu de pertenencia, implementado estrategias mínimas de supervivencia y desconfiando de los demás. ¿Qué nos falta para encontrarnos, para unirnos, para enfrentar al monstruo o dejarlo caer, en lugar de alimentarlo constantemente con miedos y prejuicios? ¿Mística, épica, un/a líder fuerte y decidido/a que interpele el sentido de lo no dicho aún? ¿Un cónclave de sabios y caciques, madres y abuelas que reagrupen las fuerzas? Puede ser, quizás haga falta todo eso y más, pero sobre todo hace falta, pienso, un nuevo concepto de lo político. Un concepto de lo político que piense la articulación desde la lógica del no-todo y el goce femenino. Un modo de articular las diferencias, sin excepciones ni totalizaciones, pero bien anudadas, bien tejidas las diferencias, para que el inveterado monstruo caiga por su propio peso. En consecuencia, estoy escribiendo un texto monstruoso, mutante, feminista y algo más, que desea producir ese otro concepto de lo político. Además me divierto mucho al escribirlo, indudablemente hay un goce ahí, por algún lado, deslocalizado, que me permite jugar entre instancias formales y circuitos de legitimación para hacerles trampa: hacer pasar de contrabando otra cosa, encriptar y desencriptar, jugar el juego de la lengua, los dispositivos y las prácticas. Solo la escritura podría habilitarme semejante cosa.
II Pero no solo son las condiciones de producción las que hay que cambiar, bajo los movimientos políticos en curso, sino los modos de circulación y recepción de los pensamientos y escrituras que se generan. Doy un ejemplo. Un amigo me manda un escrito muy bueno, sobre las condiciones subjetivas en el neoliberalismo, donde cita un trabajo que escribí hace tiempo; no sé si le aporto mucho en realidad pero le agradezco el gesto. Recuerdo también a otro amigo, hace varios años, atribuyéndome la autoría de una idea nodal ante su maestro de prestigio internacional (Laclau), en un Workshop, cuando yo era un absoluto desconocido. Más acá de la justeza o no de ciertas situaciones, es indudable que a todes nos gusta el reconocimiento. El yo, el narcisismo, la especularidad son irreductibles. No tiene sentido denostarlos o querer superarlos porque forman parte de nuestra naturaleza humana y social, tanto como el ser “seres hablantes, mortales y sexuados”. No es culpa de las nuevas tecnologías, la necesidad de reconocimiento es intrínseca y ancestral. El asunto es poner cada cosa en su lugar, encontrar el ajuste más económico a los registros de la experiencia: imaginario, simbólico, real. Reducir el daño y el sufrimiento en vano. Es cuestión de análisis y luego de escritura. Las escrituras se comunican desde su singularidad-plural, se entreveran los nombres propios como constelaciones; no vale la pena forzar las cosas, ni las palabras, ni las citas. Si bien muchas veces me suelo preguntar por qué tal o cual no me cita ni me nombra, si conoce mi trabajo, etc., lo sé por experiencia propia: a veces no es cuestión de relaciones de poder y mero prestigio, también prima el olvido, cuando la identificación o la proximidad son fuertes, o cuando la ambivalencia afectiva impide reconocer en el otro lo que se cree propio, etc. En cualquier caso, vale la pena decirlo, exponerlo con honestidad y apertura, sin cálculo ni estrategia, porque entre amigos o aliados no puede primar la lógica de destrucción del enemigo. Somos responsables por reponer las mallas de lo imaginario, lo simbólico y lo real en la escena pública que el neoliberalismo destruye y los pequeños circuitos de supervivencia deniegan obstinadamente.
III. A veces siento que nos empatanamos demasiado con ciertos conceptos, como “lucha de clases”, “poder” o “goce”; conceptos que parecen explicarlo todo en última instancia (o en primeras nupcias). Y sin embargo, al repetirlos y repetirlos, no hacemos más que aumentar el pantano en que nos encontramos metidos. Como si fuésemos el Barón de Münchhausen y quisiéramos sacarnos de allí por nuestros propios cabellos. Hace falta otra cosa que la explicación redundante; necesitamos prácticas efectivas y variables: éticas, políticas y epistémicas. Realizar otros movimientos, decursos y rodeos, inventar o forjar nuevos conceptos. Incluso practicar una escritura que nos saque de nosotros mismos, del pantano y del marco simbólico en que nos hundimos sin cesar, junto a él y sus inconsistencias. En definitiva, una escritura que nos constituya a nosotros mismos en otra escena. Hay algo del difícil concepto de lo genérico que trabaja Badiou que me resulta familiar en ese extraño sentido: lo absolutamente cualquiera. Pienso en esa suerte de coleccionismo desprolijo que practicaba mi viejo, tempranamenente objetado por mí según me contaron luego. Salíamos a dar vueltas por la plaza Colón o alguna otra plaza y mi viejo juntaba piñas en el cochecito, cuando se quería acordar yo las había tirado a todas. Si bien no llegó a ser tan grave como en los casos patológicos de amontonamiento descomunal, siempre hubo en su casa lugares donde se acumulaban objetos sin uso. También se acumulaban personas en reuniones interminables, o caían a toda hora de manera imprevista. Jamás fui demasiado afecto a los objetos y a las reuniones prologadas, creo que solo los libros han llegado a incrustarse en la materialidad del espacio que habito; o me han permitido crear ese espacio que llamo casa. Sí, recuerdo ahora con más agrado aquella vez que nos volvimos del primer viaje al mar con bolsas de arpillera repletas de caracoles, almejas y conchillas. ¿Dónde habrán quedado? Quizás algún resto de esos objetos perdidos -no toda reunión era mala, por lo visto- motiva el impulso de escritura y el amor por los libros que hacen que la gente se junte, cada tanto.
IV Se me podrá objetar que apele a cuestiones demasiado subjetivas para exponer conceptos que no las solicitarían en principio. Pero no es por casualidad ni capricho, el estilo de escritura que cultivo. Parte de un diagnóstico de los malestares de nuestra época, las imposibilidades de conexión y el aplanamiento discursivo que supone la división de esferas en la sociedad. Que no asume la división de y en el sujeto, su impureza ligada a la verdad. En el célebre caso de extorsión que involucra toda una trama de complicidades entre la Justicia, los medios y la política, parece que D’Alessio le habría dicho justamente a Etchebest: “la verdad es subjetiva”. Alto vuelo filosófico el del canalla. Supongamos que es cierto y hagamos el siguiente ejercicio teórico, en lugar de condenar el posmodernismo banal, el subjetivismo y el pensamiento francés in toto. Etchebest le podría haber respondido: “sí, la verdad es subjetiva y vos sos un hijo de yuta” (lo cual debe ser literalmente cierto). Pero si hubiese leído a Badiou, quizás podría haber sofisticado la respuesta. Le habría dicho entonces: “sí, la verdad es en parte subjetiva, pero hay distintos modos de ser sujeto y responder por la verdad; tipos como vos son operadores oscuros de la verdad, de cuyo acontecimiento ustedes no quieren saber nada, por eso los motiva el odio y la destrucción, la avaricia y la canallada sin límites; mientras que hay otros sujetos cómplices de la verdad que se hacen los boludos y miran para otro lado, porque deniegan el acontecimiento, le restan importancia, y solo piensan en contabilizar ganancias según una lógica meritocrática que nos conduce a la autodestrucción; por último, hay sujetos fieles a la verdad, de la cual no creen saber nada porque es genérica, no puede dar lugar a la estafa ni al cálculo de valores, no excluye a nadie y se activa en un acontecimiento cuyas consecuencias se trata de seguir rigurosamente. A elles me confío ahora”. Suponiendo que hubiese podido articular semejante respuesta teórica, la verdad es que muchos sujetos se sienten estafados y desamparados ante el macrismo porque no encontraron el acontecimiento político y los nombres propios en que esa verdad genérica se verifica y fortalece (aún en la extrema debilidad). Para muchos de nosotres el acontecimiento habrá sido el kirchnerismo y sus modos inevitablemente fallidos y parciales de dar lugar a la verdad genérica que somos. Si volvemos a gobernar tendremos que transmitir rigurosamente los conceptos necesarios y practicar la teoría de un modo que no dé lugar a especulaciones vanas. Materialismo a todo nivel, incluso y sobre todo en las subjetividades implicadas.
V Por último, la inflación presente afecta sin dudas a las subjetividades implicadas. La inflación económica y la inflación narcisista, ambas están hechas para las heridas. Por eso pienso que necesitamos, inlecutablemente, recuperar un pensamiento genérico del Estado que descomprima las cosas, las palabras y las diferencias. “La inflación es la demostración de la incapacidad para gobernar”, dijo Macri. Al contrario, “la inclusión es la muestra palmaria de la capacidad para gobernar”, decimos nosotros. La inclusión genérica es lo que hace un Estado popular, nacional, democrático y feminista que no consiente las distinciones entre clases, razas y géneros como operadores fundamentales del reparto, porque piensa en el conjunto y su trama. La lógica política no puede subordinarse a otras lógicas. Es lo que muchos que votaron no entendieron. Pero quizás ahora esa verdad genérica muestre su fuerza ineluctable, aunque sea un momento de extrema vulnerabilidad para todes -o justamente por eso.
Roque Farrán, Córdoba, 17 de abril de 2019.