Toda pieza artística que nos ofrece ese conjunto amorfo-musical llamado “Babasónicos”, supone un preciso diagnóstico del panorama cultural en el que se inserta su música. Posición periférica mediante, las sutilezas con que Dárgelos y sus secuaces captan la escena e intervienen en la misma, aparece como una constante en su producción: la parodia, la risa o el cinismo, confluyen en la capacidad para interpretar los caracteres solicitados por el medio y, al mismo tiempo, mantenerse distantes en esa aparente proximidad. Una subversión inmanente que no necesita resortes distintos de aquellos ofrecidos por la misma industria cultural que se disponen a impugnar.
Esta tendencia paródica y disruptiva fue acentuada por el grupo en sus dos últimas producciones: el camino iniciado con Discutible encuentra la confirmación de su sendero en el recientemente aparecido Trinchera. Allí se corroboran las sospechas de sus oyentes: Babasónicos ha decidido asesinar la canción del siglo XX. El panorama cultural de la música argentina es caprichosamente claro al respecto –por lo menos si nos atenemos a ese conjunto de bordes difusos denominado “Rock”-. Existen, al menos, tres tendencias que transitan caudalosas por afluentes diversos.
En primer lugar, Los nostálgicos del porvenir: son aquellos artistas musicales que desfilan por los dispositivos mediáticos sin presentar novedad alguna respecto del formato-canción tradicional. Insisten en fórmulas trilladas reproductoras del hedonismo depresivo que caracteriza nuestra época, partiendo –en el mejor de los casos- desde evocaciones y homenajes, hasta llegar –en el extremo límite de su nostalgia- al simple y llano hurto.
En segundo lugar, tenemos a Los costureros de la ruptura: este segmento resulta más difícil de clasificar, puesto que su aparición constituye necesariamente una herida a eso que llamo de forma maliciosa “la canción del siglo XX”. No obstante, el corte se presenta con sus puntos de sutura. Representa un malestar enmendado, una cicatrización automática en donde el puñal porta el hilo de sutura quirúrgica. Sus intérpretes pertenecen a una joven y nueva generación, extremadamente talentosa y aparentemente disruptiva. Envasados en un frasco transparente de rebeldía, no contienen más que prescripciones predecibles acerca de una moral bien-pensante, corregida en cada instante por los censores de un progresismo cool e ilustrado. El monstruo cultural de la industria musical los acoge sin mayores inconvenientes, procesándolos previamente para tornar inofensivo su arsenal de rimas precipitadas con hedor a mercancía.
Por último, están Los sicarios de la canción pretérita: productores de sonidos y conceptos disruptivos para la temporalidad cotidiana, se presentan como la cara opuesta de la nostalgia. No se trata de un sub género progresivo (ya existente en la canción del siglo XX), sostenido en demostraciones de virtuosismo para la ejecución del instrumento de turno. Su novedad radica en otro lugar e implica una suspensión estética del oyente frente a la primera escucha: antes de poder enunciar el agrado o el disgusto en el enfrentamiento con este particular formato de canción, se erige un interrogante anterior y fundante “¿qué es esto?”. No se trata de la novedad por la novedad -recurso harto utilizado por las astucias del mercado-. Tampoco se trata de impugnar críticamente la canción del siglo XX por una idea ingenua de progreso, o por el afán de sepultar un pasado que oprime al cerebro de los vivos. La canción del siglo pasado puede ser también un espacio acogedor al que se retorna como animal oyente. En todo caso, el carácter intempestivo de este sepelio de la canción pretérita responde a dos movimientos puntuales, que impactan corporalmente y que aparecen obturados por los formatos más tradicionales: incomodidad y apertura.
Babasónicos quizás sea uno de los mejores exponentes de este movimiento homicida. La particularidad que deposita al grupo en una posición jerárquica dentro del conjunto, reside en el carácter reflexivo de su movimiento. A diferencia de otros artistas atravesados por este paulatino abandono de la canción del siglo pasado, existe en el delito babasónico una clara conciencia de los postulados que guían su propuesta estética. Mientras otros “lo hacen, pero no lo saben”, el grupo liderado por Dárgelos hace uso de las plataformas tradicionales para poner en juego un manifiesto artístico. La lucidez se entrelaza con la provocación, dejando entrever los pálpitos que guían su itinerario musical.
En este último “disco”, Babasónicos solicita a sus oyentes las únicas 2 cosas que no tienen: tiempo y silencio. Existe un trabajo de las voces, un carácter difuso de las líricas y segmentos sigilosos en las canciones, que requieren un tipo de atención auditiva totalmente ajena a nuestras lógicas cotidianas donde se ve, pero no se mira. El descubrimiento de la propuesta babasónica deja entrever una disposición del sonido que se encuentra en las antípodas del formato radial como telón de fondo, donde el espacio se llena compulsivamente de ruido por el mero hecho de llenarlo (como cuando nos incomoda la presencia ajena en el ascensor y nos vemos compelidos a realizar algún comentario sobre el clima para que no nos devore el silencio). Babasónicos gesta un modelo de canción que tensiona nuestros estándares hiper-productivistas: para disfrutar sinceramente de su propuesta, seguramente debamos dejar de hacer otras cosas.
La cronología de Trinchera presenta una sucesión peculiar: el comienzo del álbum opera con la lógica del infiltrado para establecer las coordenadas de la crítica. A diferencia de su antecesor Discutible (donde la ruptura con la canción tradicional se expresaba desde el origen), la apertura de Trinchera pareciera enfrentarnos con una tipología musical familiar y conocida. El inicio funciona como un señuelo, una canción-anzuelo para cooptar oyentes desprevenidos. La ruptura inicial solo tiene un carácter conceptual, camuflado en tópicos que parecen clásicos, pero que no lo son: aparece una crítica al amor esterilizado de la moralina progresista, para recordarnos que “los bordes del corazón se dibujan, así como se borran”. Este comienzo almibarado, posee dos asuntos centrales: la muerte y el sexo. Contexto pandémico de por medio, ya no tracciona la metáfora del orgasmo como una Petit mort; la vinculación aparece desnuda en inesperados portavoces: desde nuestras trincheras hogareñas asistimos a una distopía televisada, en donde un contabilizador de muertes y contagios, se entremezclaba con ministros conservadores recomendando los intercambios sexuales a través de la virtualidad como una forma de cuidarnos. Casi sin darnos cuenta, la masturbación se convirtió en un elemento de supervivencia para la política de Estado.
La verdadera ruptura en la propuesta artística de Babasónicos se inicia con la cuarta canción del álbum titulada “Vacío”. Abandonar toda esperanza de predictibilidad quienes aquí entran. Cada canción va a presentar de ahora en más un camino sinuoso, irregular y errático. Elementos dispersos se conjugan en una propuesta novedosa: la muerte sigue anclada como tópico central de líricas elaboradas durante la extemporánea pandemia; se postula una izquierda noctámbula; se emplean palabras que todos usan, pero nadie siente suyas; y se despilfarra capital afectivo para que nadie se lo apropie.
La crítica babasónica posee también la peculiaridad de no proponer una exterioridad para ser efectuada. Se perturba la tiranía algorítmica sostenida por “Despotify” o “Yotetube”, con el logo de uno de los principales sellos discográficos pegado en la solapa del “disco”. No le interesa proclamar una supuesta independencia confundida con aires de superioridad; la palabra se erige en un universo centrífugo, donde todo en última instancia nos lleva al “acepto todo” de Google. La propuesta parece más decorosa y no por eso menos valiosa: en medio del “tsunami de mierda”, cavar una trinchera.