Una lectura posible de los libros de Ricardo Piglia (así como también de sus artículos, clases, manifiesto y ensayos) es la de la escritura como intervención. Una suerte happening que, de ser leído a través de los dispositivos de narración que pone a funcionar, cristaliza una política literaria en el sentido más fuerte.
Es el caso de Nombre falso, publicado por primera vez en 1975 por Siglo XXI. Allí se ven guiños por todos lados a su propia idea de literatura. En primer lugar el título. Nombre falso hace referencia a algo que se puede decir que inventó Borges, pero el primero en verlo fue Piglia y es lo que llama la ficción del nombre. En una conversación en 2010 con Paul Firbas, Pedro Meira Monteiro y Fermín A. Rodríguez (La forma inicial, Eterna Cadencia, 2015), Piglia cuenta que siempre le interesó –en Borges- lo que llama la ficción del nombre. El acceso a otra identidad y un disfraz con el peso propio de su historia. El nombre no sería sólo una marca del sujeto sino que sería la cifra de una historia que está inscripta, dice Piglia. En sus clases de la TV Pública, señala esto en relación a la ficción del nombre en la zona del culto al coraje. Es el caso del bibliotecario Dahlmann, en el cuento El sur de Borges, a quien provocan de distintas formas pero cuando lo nombran tiene que salir al entrevero contra el cuchillero del almacén de la Pampa.
“Sólo se pierde lo que no se ha tenido” es el epígrafe del libro en cuestión y lo atribuye a Roberto Arlt. Es una de las citas más famosas de Borges, que pertenece al ensayo de 1947 Nueva refutación del tiempo. Es una intervención como otras que hizo en este sentido. Por ejemplo al pararse en Macedonio Fernández, sacándolo del lugar que le atribuyó Borges (la de un Sócrates de pensiones porteñas, un narrador oral cuya importancia residía en sus dichos y su presencia) y colocándolo en el medio de las dos poéticas argentinas más importantes del siglo XX. Piglia saca de escena al Macedonio, digamos, borgeano, oral y pone al que escribe ligado a la ficción paranoica (Museo de la novela de la Eterna), de la cual Arlt sería el máximo cultor (Los siete locos)
La intervención pigliana, como la borgeana, es, entre otras cosas, pero fundamentalmente, una relectura de la tradición. Entendiendo la tradición como la libertad de moverse en los márgenes de una cultura central, como dice Borges en El escritor argentino y la tradición. La libertad de Sarmiento, por ejemplo, de atribuir falsamente “las ideas no se matan” (que es de un autor francés) a otro autor, es decir, una cita falsa (¡un nombre falso!) como comienzo de la literatura argentina (señalado en Respiración Artificial). Se podrían sumar las malas traducciones leídas por Arlt y las malas lecturas de Borges, que a todo le otorga el carácter de literatura fantástica, sea Hegel o Georg Cantor.
Piglia declara que Macedonio es el mejor escritor del siglo XX y lo posiciona como cultor de la “novela futura”, hecha de prólogos: literatura conceptual. Que es algo que ya estaba en el Monsieur Teste, de Valéry. Y por su parte, como es sabido, a Borges lo manda a disputar con Sarmiento el siglo XIX. Es decir, interviene fuertemente sobre la tradición y sobre la realidad. Por algo en la colección de Historia de literatura argentina, dirigida por Noé Jitrik, Macedonio Fernández completó un tomo y Borges no.
En la edición última de Anagrama, Piglia cambió Las actas del juicio (cuento que imagina un juicio al posible asesino de Urquiza y que fue publicado en el primer libro del autor, La invasión, de 1967) por El relato de la loca y el crimen (con el cual ganó un concurso en el que participaba Borges como uno de los jurados). En este último aparece el conocido Emilio Renzi, periodista del diario El mundo, y pretende resolver el crimen de una prostituta mediante la lingüística a partir de las declaraciones de una mujer psicótica que habría presenciado el crimen pero cuyas declaraciones son puro desvarío. Otro movimiento borgiano se advierte en el cuento mencionado y la novela corta con la que finaliza el libro. En “Las ruinas circulares” se lee “(…) Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera (sin apartar, probablemente sin sentir) las cortaderas que…”. Y en la traducción que hace Borges de Las palmeras salvajes, de Faulkner, dice: “Pero él la sostenía, jadeando, sollozando, y volvía a repechar la pendiente fangosa”. Piglia, por su parte ejecuta en “Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo” y en Homenaje a Roberto Arlt dice “Gordo, jadeante, el traje de filafil verde nilo manchado con café, ceniza y rouge”.
El prólogo de Nombre Falso es otro espacio de ejercicio borgeano. En la segunda parte de Ficciones (titulada Artificios) se caracteriza sucintamente los cuentos que suceden al prólogo. Allí Borges dice “De El Sur, que es acaso mi mejor cuento, básteme prevenir que es posible leerlo como directa narración de hechos novelescos y también de otro modo”. Y Piglia en su nota preliminar, en referencia a la novela corta (que finaliza la obra como El sur en Ficciones) dice “a veces pienso que es lo mejor que he escrito nunca. Tal vez pienso así porque lo escribí con la certeza de que por primera vez había logrado percibir lo que realmente se percibía del otro lado de la ventana”. Las dos obras finalizan con la percepción de los autores de haber escrito su mejor relato.
Si se permite una arbitrariedad, Nombre falso podría ser ubicado en diálogo primero con Sombras suele vestir de José Bianco, de 1941 y con Hombre en la orilla de Miguel Briante, que es de 1968. Una nouvelle, quizás muy corta para publicarse sola, completada por relatos breves igual de buenos y que Piglia recuperó en 2013 para su colección Serie del Recienvenido, de Fondo de Cultura Económica.
En definitiva, a diferencia de sus contemporáneos preferidos (Saer, Puig, Walsh) que ampliaron el campo de batalla de la literatura empleando materiales distintos a los de Borges, Piglia se mete a fondo con estos dispositivos para, en este caso, homenajear a Arlt.