I. Ideología. Nos hemos acostumbrado a tomar la ideología como si fuese una mala palabra: si alguien está en la ideología está en el error. Sin embargo, la ideología es irreductible y lo importante es entender, en todo caso, cómo funciona: sus mecanismos típicos, sus aspectos reproductivos y transformadores, para ejercer una crítica que sea inmanente a la misma práctica ideológica. Necesitamos de la ideología para producir cohesión, unidad, convicciones, ficciones útiles, que, si seguimos el clásico planteo althusseriano, se articulan en sus tres aspectos principales: la interpelación, el reconocimiento y la materialidad de sus rituales; con la formación política y científica, o con las demás prácticas no basta. Eso que en algún momento se llamó “épica” o “mística”, durante el kirchnerismo, es la ideología y resulta imprescindible, pero tenemos que entender la materialidad de la ideología y que “no todo es ideología”, o, lo que es lo mismo: la ideología es no-toda. Pues es necesario entender cómo se entrelaza con las otras prácticas: el psicoanálisis, la política, la ciencia, la filosofía, el arte, etc. Todos los practicantes necesitamos de una ideología común, llámese ideología de género, feminista, populista, comunista o plebeya, desde la cual dar batalla también a esas necedades derechosas y fascistas que suelen arreciar desde los medios de comunicación y sus ideólogos; no podemos combatirlos solo invocando la racionalidad de un saber científico, o una ética del cuidado de sí, nuestra eficacia se juega en el entrelazamiento tópico entre esas prácticas y la ideología; la práctica ideológica guarda su especificidad y eficacia, sobre todo si es materialista y está advertida del resto.
II. Cuerpo. Más que poner el cuerpo, yo digo hacer un cuerpo; un cuerpo se hace de gestos materiales, sensibles y valientes; siempre ha sido así. Un cuerpo, individual o colectivo, se va haciendo de repeticiones, hábitos y variaciones, hasta que adviene la idea del conjunto corporal, que encarna e incide en él como acontecimiento de superficie o pliegue que le da toda su potencia de invención, toda la flexibilidad y justeza necesarias para enfrentar lo que advenga; incluso si lo que llega de manera imprevista es su disolución, pues no habrá sido en vano. No habrá sido en vano, si se da batalla hasta el final, porque de ello quedarán huellas o ideas que retomarán otros cuerpos para hacer los suyos (para hacerlas suyas, también, a las ideas, y para hacer de las suyas cuando les toque en suerte).
III. Composiciones. ¿Por qué no nos encontramos más a menudo? ¿Por qué no componemos más y mejor? ¿Por qué nos cuesta tanto articular, potenciar, unirnos? Hay una especie de debilidad mental generalizada que se ajusta perfectamente a la lógica del valor y la especulación, atraviesa las relaciones sociales de cabo a rabo, en todos los sentidos, clases y niveles. La crítica del valor hay que hacerla caso por caso, emprenderla cada vez, porque somos seres idiotizados por la puesta en valor de todo. Hasta de los saberes. Por eso insisto en un pensamiento materialista de las prácticas, invaluables, genéricas y generosas (incluida la práctica teórica); apuesto a desarrollar métodos de pensamiento combinados y ejercitarnos en un uso libre de autores y tradiciones. No sé si se entiende, pero creo que de la insistencia sostenida y de fracasar una y otra vez en la interpelación, algo va precipitando.
IV. Materialismo. El materialismo que deseo sostener es un materialismo de las prácticas concretas; de las prácticas cuales sean, sin privilegios, jerarquías ni exclusiones: prácticas ideológicas, éticas, políticas, científicas, artísticas, teóricas, etc. Pensar las prácticas en su especificidad o singularidad, en su apertura e indeterminación características, así como su conexión y entrelazamiento tópico con otras prácticas, es decir, su eficacia diferencial y sobredeterminación coyuntural. Lo atendible de una práctica es aquello que permite transformar a los objetos y sujetos involucrados, no sus valoraciones a priori, esquemas tipificados, protocolos o cosmovisiones acabadas (filosofía espontánea de todo practicante). De allí que el simbolismo, la efectividad simbólica, las performances, los ejercicios espirituales, entre otras rarezas, también puedan ser incluidos y pensados rigurosamente desde una perspectiva materialista consecuente.
V. Entrelazamiento. No me parece que lo más interesante del psicoanálisis sea el aporte teórico que éste pueda hacer al entendimiento común de otros procesos y prácticas materiales; por ejemplo: la política. Más allá de ciertas generalidades o generalizaciones vacuas que de todos modos ya son parte de la cultura en sentido amplio y casi todos conocemos (Psicología de las masas y análisis del yo, el discurso capitalista, el goce, etc.), considero que el principal aporte del psicoanálisis al campodel pensamiento actual pasa más bien por su práctica concreta. En ese sentido, habría que recomendarlo o incluirlo en la formación de ciudadanos y militantes por igual, según su deseo, y entender en cualquier caso cómo se vincula desde su singularidad con las demás prácticas: su eficacia propia. Allí, es la filosofía quien presta sus servicios para, mediante la producción de conceptos elaborados con elementos de las más diversas prácticas (incluida la psicoanalítica), pensar el entrelazamiento conjunto de ellas: la tópica y el tiempo. La filosofía también es una práctica entre otras, y conviene que sus conceptos sean forjados de la manera más amplia posible, pero ajustados al rigor de un método compositivo singular. Esto no supone ninguna distribución estándar del trabajo, intelectual o corporal, sino entender materialmente las eficacias propias de las prácticas para, llegado el caso, acudir a ellas en su diferencialidad entrelazada. Así, por ejemplo, si un psicoanalista desea ser honesto intelectualmente para entender la eficacia de su práctica en relación a otras (al igual que un político, un artista, o un científico), puede recurrir a la práctica filosófica para pensar con mayor amplitud y justeza los procesos complejos en que estas se insertan. A la inversa, lo mismo cabe decir de quienes practican en efecto la filosofía: no pueden quedarse venerando su propia historia, o las grandes ideas del pasado, es necesario que compongan conceptos atravesando las prácticas actuales y captando su singularidad epocal. Ni que decir que las identidades aquí no son fijas, no dependen de atribuciones profesionales ni responden a gremios de pertenencia; son las prácticas materiales las que se definen sus sujetos, y no al revés. Cualquiera puede devenir filósofo, psicoanalista o político, por caso, en tanto sostenga momentánea o continuamente tales prácticas; es la igualdad material de las inteligencias, pensada desde una tópica compleja donde el tiempo siempre es retroactivo: eso habrá sido así.
VI. Singularidad. El psicoanálisis es una experiencia de lo absolutamente singular de un decir que se olvida por estructura y cuyo tratamiento consiste justamente en despejar la vía para que ese decir resuene de otro modo y el sujeto al fin se escuche; secundariamente irán cayendo en ese “periplo estructural” síntomas, inhibiciones y angustias. El psicoanálisis, por ende, es una experiencia cuya efectividad se sostiene en la escucha y la suspensión de todos los saberes y perspectivas, incluidas las que se derivan de su propia práctica. Es un minimalismo del saber. No es fácil sostener esta posición ético-política y epistémico-crítica porque lo singular del decir no existe en sí mismo, sino que se encuentra modulado a través de múltiples estructuras, saberes, creencias, ideologías y determinaciones de toda clase; es ahí donde el psicoanalista no puede privarse de saber nada, para saber justamente qué es lo que debe suspender en su escucha y pescar al vuelo el acontecimiento discursivo que incide en el cuerpo. Eso no quiere decir que deba saberlo todo, pues todo no hay. Pero debe saber mucho de la mecánica, lógica, física y politicidad de los saberes. No hay lugar para psicoanalistas ignorantes en el ejercicio de la función “deseo de analista”; el no-saber es un ethos a sostener activamente en cada situación, no un principio de ignorancia universal. Cuando el analista ignora a priori, y no sabe no-saber con justeza, caso por caso, no puede escuchar lo absolutamente singular de un decir. Y eso se nota en las pobres justificaciones de su práctica, más bien ideológica y ritual, amparada entonces en sintagmas cristalizados o en el rechazo de cualquier otro modo de saber.
VII. Teoría. La mejor teoría es la que puede ayudar a un sujeto a transformarse a partir del entendimiento concreto de cómo se encuentra inserto en una sociedad, es decir, en el nudo material complejo de prácticas, instancias y niveles ideológicos, políticos, económicos y éticos. La mejor teoría es, en definitiva, la que le permite al sujeto interrogarse por su lugar en el mundo y empezar a forjar las herramientas necesarias para transformarlo.
VIII. Escritura. Me gusta imaginarme que arribo a la escritura o el pensamiento en su justeza, no a partir de una fórmula sucinta, decantada y purificada, sino en el trazado impuro de un movimiento singular que puedo realizar a cualquier escala o nivel, desde lo más nimio a lo más grandilocuente, un gesto minimal o la historia universal, la marca en un hueso primitivo y la metafísica occidental, lo más bajo y lo más alto, lo abyecto y lo sublime, etc. Me imagino a la escritura, o más bien a la letra, como un fractal que se replica, cuya figura es indiscernible para las formas estándar de argumentación o expresión; y creo que de tanto imaginarlo algo de eso ha ido tomando cuerpo. Cualquiera que suspenda la tiranía de las buenas formas puede leer eso que digo en singular y puede ensayar o practicar su figura. Pensar = anudar = trenzar. Entonces esa sea quizás la fórmula hallada. Ni solo un descentramiento por el que el sujeto supuesto se diluye en pos del otro, ni solo una reconducción de todo a lo mismo en función de un principio unificante. Lo mismo y lo otro se declinan de distintas formas en los registros imaginario, simbólico y real. Saber anudar esas formas, cada vez, es pensar. Sea cual sea el material con el cual se trabaje: letras, signos, cuerpos, dispositivos o multitudes.
IX. Encuentro. A veces, tener la fortuna de encontrar o inventar un significante nuevo permite pensar de otro modo lo que ha sido pensado hasta el momento, recombinar los métodos de pensamiento de un modo singular; allí no importa ya la geografía, el centro o la periferia, la lengua o la gramática escogidas; se impone la materialidad del pensamiento ajustado al caso. En mi caso, tuve la fortuna y la virtú de nombrar un modo singular del pensar: Nodaléctica. Su régimen de aprehensión está abierto al encuentro.