A comienzos del mes de octubre recibí una invitación para participar en el Congreso del Futuro en Santiago de Chile y respondí que sí, que me parecía bien ir a Chile para discutir con colegas de diferente proveniencia sobre las perspectivas de la sociedad contemporánea.
Luego vino el 18 de octubre y las demostraciones masivas en las calles del país. He seguido con atención los acontecimientos chilenos, porque yo sé que este país tiene un papel especial en la historia de la modernidad tardía. Es el país donde el proyecto socialista encabezado por Salvador Allende y apoyado por la mayoría de la población, fue brutalmente sofocado por Augusto Pinochet, magnicida e instrumento de la dictadura financiera global, en una síntesis de tortura y explotación.
La herencia de Pinochet no ha sido cancelada, porque la Constitución que el dictador promulgó – una mezcla de ideología neoliberal y de normas autoritarias – sigue siendo la ley del país. Gracias a la Constitución de 1980 la violencia policial es legal y el sistema de educación pública sigue siendo remplazado por las costosas escuelas privadas de la elite.
Desde el 18 de octubre de 2019 millones de estudiantes, trabajadores, mujeres e intelectuales han marchado en las calles y en las plazas de Chile, declarando que quieren acabar con la Constitución del 80, cancelarla, y así poder escribir desde abajo una nueva constitución, basada en principios de libertad, solidaridad e igualdad social.
Según lo que he podido leer, el régimen de Sebastián Piñera reaccionó de manera brutal, declarando la guerra contra su propria sociedad. Más de 30 personas murieron en las calles, mientras que más de 300 han perdido un ojo por efecto de la acción policial y miles de jóvenes han sido detenidos y apresados.
En este punto he decidido ponderar cuidadosamente el sentido que el Congreso de Futuro puede adquirir en el contexto de la situación presente, y he visitado con interés el sitio web https://congresodelfuturo.cl/ cuando fue publicado.
La estética del sitio y su mensaje nos hablan del brillante futuro que todos deberíamos desear: uno de desenfrenada competencia y éxito individual. Un futuro en donde el cielo brilla y las y los jóvenes corren felices en verdes y campestres prados.
Sin embargo, hasta donde yo sé, ni el cielo se ve muy luminoso por estos días, debido a la catástrofe climática global; ni los jóvenes corren todos felices, obligados como están a afrontar la violencia económica, el desempleo y la precariedad laboral.
Hace algunos días, en el New York Times pude leer una editorial de Sebastián Piñera sobre la situación del país del cual es presidente. Olvidando la guerra que él mismo declaró a su propio pueblo, Piñera habla de democracia y de justicia con las mismas palabras hipócritas que usan los organizadores del Congreso del Futuro.
Entonces, con mucha pena yo he decidido que no iré a Santiago de Chile, porque soy consciente de que no podría ver a mis amigos que más me gustaría saludar durante mi estancia chilena, pues se encuentran detenidos o están sufriendo por las heridas infligidas por los agentes de Piñera.
Visitando el sitio de promoción del Congreso he podido escuchar la grabación de un discurso mío, por cierto, sin preguntar por mi permiso ni consentimiento. En este discurso hablo de libertad y de superación del trabajo asalariado. Digo, en mi vacilante castellano, algo como: “si nos liberamos de la episteme salarial, de la superstición del salario, empezamos a entender que la riqueza es otra cosa. No es la acumulación de dinero o mercancías, sino el tiempo para gozar libremente de lo que ya existe”. Naturalmente, sé lo que quería decir en aquella grabación de una de las varias charlas que he dado en español, pero en tanto el sentido de las palabras está determinado por el contexto, hablar de libertad y de alegría de esta manera puede sonar ridículo en el actual contexto chileno.