No pasarán: octagésimo aniversario del comienzo de la guerra civil española // Pedro Cazes Camarero

Ahora le toca a España
Lenin, 7 de noviembre de 1917

El 18 de julio de 1936, los generales españoles Franco, Mola y Sanjurjo llevaron a cabo un sanguinario golpe de estado impulsado por los terratenientes, la patronal, la iglesia católica, los partidos de la derecha y las dictaduras fascistas de Italia y Alemania. La reacción completa de la península, en una palabra, había decidido acabar con el joven experimento republicano. Sin embargo, la aventura no tuvo éxito inmediato, pues frente a ellos se irguieron clases sociales completas (obreros y campesinos), lo más granado de la intelectualidad española, los sindicatos, las federaciones campesinas, socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos y demócratas, independentistas vascos y catalanes, artistas y la solidaridad de la izquierda internacional de la Unión Soviética, de Europa, de Estados Unidos y de América latina. Tres largos años y medio millón de muertos costaron romperle el espinazo a un proceso revolucionario que excedía largamente la simple defensa de la democracia parlamentaria y que de una forma u otra signó con su impronta los acontecimientos mundiales acaecidos en los años sucesivos. Pero para entender lo ocurrido es menester remontarnos a algunos años antes del estallido bélico.

LOS ANARQUISTAS EXPROPIADORES

Un soleado día de noviembre de 1925, Buenaventura Durruti se hallaba desayunando en una mesa pegada al ventanal de un conocido bar de Buenos Aires, en compañía de su camarada Francisco Ascaso. Ascaso mojaba facturas en el café con leche, mientras Durruti estiraba manteca sobre unas tostadas.

“Están buenos los croissants” comentó Ascaso. “Diles medialunas, que te van a tomar por uruguayo”, sugirió Durruti. “Cuéntame cómo les fue con la expropiación del metro”. “Demasiado fácil al principio”, explicó Francisco. “El empleado de la boletería era camarada nuestro, y hasta se quería venir con nosotros para ayudarnos con el cofre”.

La brisa de la primavera hacía oscilar las puertas del bar. Al fondo, Paquito el lustrabotas hacía brillar los botines embetunados de un caballero bigotudo, quien leía “La Nación” acomodado en una especie de trono montado sobre un pedestal de madera. Los parroquianos, escasos a esa hora, se distribuían en las mesas de mármol veteado de verde. Tras el mostrador, el patrón lustraba las copas de cerveza, protegido con un mandil y un birrete negros.

“Casi no podíamos cargar con el baúl” continuó Ascaso. “Cuando nos fuimos en el sulky a la casa de Roscigna todavía nadie se había dado cuenta”. “Todo bien, entonces”, redondeó Durruti. “Masomeno” siguió Francisco, sacándole el gusto al suspenso. “¡Cuando abrimos el cofre recién nos dimos cuenta!”. “¿Cuenta de qué?”. “El baúl estaba lleno de dinero, pero todo en moneditas de diez centavos. ¡Doce mil pesos en moneditas!”. Buenaventura se atragantó al reírse con el café con leche. “Ahora tendremos que cambiarlas con urgencia… desde Guijón piden plata para liberar a los camaradas presos”. “Mi hermano trabaja en eso”, explicó Francisco. “Están armando paquetitos de cincuenta monedas con la esposa de Roscigna y con Vásquez Paredes”.

El caballero bigotudo, con los botines relucientes, dejó “La Nación” sobre el estaño y se retiró por la puerta de la calle Rincón. El mozo limpiaba el mármol de una mesa adyacente. El patrón acomodaba las copas en los armarios. En ese momento comenzó el pandemonio. Desde la avenida Rivadavia se escuchó una sirena de intensidad inhumana. Después, con la deformación usual de los megáfonos, llegó la voz inconfundible de la policía: “Entregate, che Durruti, estás rodeau”.

Buenaventura se levantó de la silla “Thonet” sin demasiado apuro. “Puta madre” rezongó Ascaso, “todavía me quedaba un croissant”. “Medialuna” corrigió Durruti. Ascaso se apoderó de la mesita de mármol del mozo. “Permiso” dijo, y la revoleó contra la vidriera de Rivadavia. El cristal estalló con un alegre tintineo. Paco, el chico lustrabotas, se acercó llevando un bolso azul. Durruti extrajo del mismo una Colt 45 y un 38 “Smith and Wesson” niquelado. Ascaso se apoderó de una Lupara recortada y lanzó dos escopetazos a través de la vidriera rota. Decenas de balazos rugieron desde la calle a través del agujero. De espaldas en la pared, Ascaso revoleó un cartucho de dinamita apagado hacia la avenida, y luego prendió otro con un yesquero “Carusito” y lo lanzó detrás del primero. Dos detonaciones se escucharon en rápida sucesión. El negocio tembló y los cristales hasta entonces intactos volaron hacia adentro. Afuera se oyeron órdenes agudas y corridas. Los parroquianos huyeron en tropel por la puerta de la calle Rincón. “Va a ser mejor que salgan por acá” sugirió el patrón, levantando del piso la trampa del montacargas. Durruti señaló con el mentón el pozo a Ascaso, quien se zambulló en el sótano sin vacilación. “Gracias, camarada” dijo Durruti al patrón: “yo diría que se parapete tras ese bargueño”. “Vete, chaval” insistió el hombre. “Yo estuve en Oviedo en mil novecientos nueve. Esto de ahora es pan comido”.

La trampa se cerró detrás de Durruti. Desde Rivadavia seguían llegando órdenes confusas. Agazapado junto a su puesto de lustrar, Paquito miraba con el rostro blanco al patrón. “Ven a beberte un café con leche, pibe” dijo el cantinero. El mozo quitó los vidrios y puso un mantel blanco en una de las mesitas todavía erguidas. Paquito se sentó.

ANARQUISTAS EXPROPIADORES: UNA CANTERA DE CUADROS POLÍTICOS Y MILITARES
El anarquismo expropiador es la denominación de un modo de obtención de recursos económicos destinados a la acción sindical, social y política, a través de robos y la falsificación de dinero. Las operaciones realizadas se denominaban «expropiaciones» a la burguesía. A diferencia del ilegalismo (de características semi lúmpenes), los expropiadores no adoptaron el delito como un estilo de vida, sino como un medio para financiar las actividades revolucionarias. Florecieron entre 1920 y 1935, especialmente en ArgentinaUruguayEspaña
En la península, el grupo anarco-sindicalista “Los Solidarios, fundado entre otros por Buenaventura DurrutiJuan García OliverAlejandro AscasoFrancisco Ascaso y Gregorio Jover, realizó numerosas operaciones armadas, como los asaltos al Banco de Guijón y el de España. A mediados de la década del ’20, Durruti, Jover y los hermanos Ascaso, se lanzaron a una gira de asaltos por América latina, a fin de recaudar fondos para combatir a la monarquía y sostener la militancia; pero de este lado del océano, no se privaron de actuar como grupos de autodefensa contra la “Liga Patrióticay otras organizaciones patronales y parapoliciales. En la Argentina asaltaron a las boleterías de dos estaciones de subterráneos y en enero de 1926, a una sucursal del Banco de la Provincia de Buenos Aires, llevándose un botín de sesenta y cuatro mil pesos. Para esta acción contaron con el apoyo de camaradas argentinos. El grupo, sumamente prestigioso y querido, pese a las compañas denigratorias realizadas en su contra, fue luego detenido en Francia. Una exitosa campaña internacional por su liberación fue motivo de importantes movilizaciones en varios países.
Las prácticas expropiadoras foguearon a una buena parte de los cuadros políticos anarquistas en el enfrentamiento físico con la represión, lo cual resultó sumamente valioso en el momento en que comenzó la guerra civil y se enfrentaron sin pestañear a las fuerzas regulares del ejército fascista. El enorme prestigio de Durruti galvanizó a las masas catalanas, que frenaron en seco la ofensiva golpista a las puertas de Barcelona, como se verá más adelante.

ASÍ EMPEZÓ TODO

A comienzos del siglo XX, España era un país capitalista, pero escasamente desarrollado, con nichos feudales y la rémora de una iglesia católica institucionalmente muy poderosa y hegemónica ideológicamente, contraria a los avances científicos y estrechamente ligada a las instancias del poder político. El Estado era débil, salvo en lo referente a las fuerzas armadas y de seguridad. La administración era caótica y corrupta. Los gobiernos dictatoriales se sucedían y la monarquía era tan barbárica como sus generales y ministros. El país llegaba tarde y rengo a la modernidad. Lo más avanzado que poseía era una clase obrera sorprendentemente madura y bien organizada ubicada en las grandes ciudades, encuadrada mayoritariamnte en el Socialismo. El Partido Comunista era pequeño y profesional, con una fuerte influencia soviética. El campesinado, con una secular historia de luchas antifeudales, se hallaba encuadrado mayoritariamente en el anarquismo. La clase media rural era mayoritariamente católica y conservadora, y las elites de terratenientes, financistas y propietarios fabriles vivían aterrorizadas ante el fantasma bolchevique y enamoradas del ejemplo ofrecido por Hitler y Mussolini. La pequeña burguesía urbana apoyaba a distintas versiones del republicanismo, bajo el liderazgo de los capitalistas que percibían a la monarquía como un obstáculo institucional para sus negocios.

La década del ’20 estuvo signada por la dictadura de Primo de Rivera, quien respondía ante el propio rey. Leyes de excepción y prácticas antisindicales eran generalizadas. En un esfuerzo de legitimación, la monarquía autorizó elecciones municipales, aparentemente banales; pero el triunfo en las mismas del bando republicano y democrático  convirtió en cenizas el capital político de Alfonso XIII, quien exploró sin éxito la disposición de los generalotes que lo rodeaban para patear el tablero y finalmente debió abdicar y marchar al exilio.

 Según el obrero y general republicano Ricardo Sanz :

« La República española se estableció el 14 de Abril de 1931, por orientación expresa de los políticos monárquicos más cautos, quienes previnieron al  rey de lo que ocurriría en el caso de no tomar tal determinación. Pero los políticos republicanos, al encontrarse ante el hecho inesperado del establecimiento de una República a la cual ellos debían representar, no supieron materializar la orientación que marcaban las mayorías populares. La joven República se encontró desgraciadamente en manos de unos inexpertos en el gobierno. »

Pocos meses después, los obreros, los artesanos, los campesinos, miraban a la República como algo que no les pertenecía. La gestión del primer Gobierno de la República no pudo ser más torpe. A los tres  meses de implantarse el nuevo régimen, la Guardia Civil —que durante medio siglo había apaleado a los trabajadores andaluces y a los españoles en general—aumentaba aun su crueldad con las represiones desencadenadas  primero en Pasajes y más tarde Castilblanco, Parque de María Luisa y Casas Viejas. La indiferencia del pueblo español hacia la República se convirtió en odio. Por ejemplo, el campesino andaluz que aspiraba a la tierra, después de implantada la República veía como antes al señor montado en el caballo, paseándose por sus inmensos prados, se inclinaba hacia el suelo y lloraba su desencanto. El obrero de la fábrica, que creía llegado el momento de obtener sus derechos, llorabó también ante el torno y ante la máquina, comprendiendo que ninguna transformacion se había operado en España por el hecho de la implantación de la República. Y si se declaraban en huelga, como antaño, se veían acosados y perseguidos por los mismos de siempre, por la figura siniestra del tricornio de la Guardia Civil. El propio clero parecía más influyente que nunca. Las cosas sucedían como si nada hubiera ocurrido en España con el cambio de régimen. La situación provocó pequeños disturbios locales, que fueron reprimidos con más dureza que en los tiempos de Primo de Rivera. Comenzaron los fusilamientos sin juicio previo, las deportaciones, las condenas de años de prisión.

El pueblo esperó a que las Cortes Constituyentes terminaran su misión de elaborar la Carta Constitucional de la República, para manifestar políticamente su disconformidad con los gobernantes republicanos a través de la abstención masiva. En las elecciones de 1934, la alianza de los elementos moderados y los reaccionarios, obtuvo un resultado magnífico en su favor y los republicanos quedaron irreversiblemente deshauciados. Pero la reacción, una vez colocada por el sufragio universal a la cabeza de la República, no supo ser más inteligente o precavida que sus antecesores. España se convierte políticamente en un gran sumidero. La incorporación de la organización antirrepublicana CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) al gobierno de Lerroux provocó un llamado a la resistencia en octubre de 1934 que sólo fue acatado, sin embargo, en Asturias, que resistió quince días la represión del ejército profesional. En otras partes de la península las masas españolas fueron reticentes debido al descrédito de los supuestos progresistas que ahora los llamaban a la acción. Como era previsible, fueron los obreros los principales objetivos de la represión que siguió al movimiento. Pero la conducta vengativa de la derecha durante sus dos años de gobierno fue fatal para la estabilización del régimen. Las condiciones objetivas de la revolución social estaban dadas desde mucho tiempo antes. Ahora las experiencias nefastas de los primeros cuatro años de República habían madurado en el movimiento de masas la  convicción de que un cambio de fondo sólo podría realizarse a través de la revolución.

La derecha había ganado las elecciones de 1934 porque el sesenta y cinco por ciento de los españoles no depositó su voto en las urnas para demostrar así que negaban su confianza y desautorizaban a los gobernantes republicanos. La reacción creía ingenuamente que el pueblo, solo por el hecho de no haber votado a los republicanos en aquella contienda electoral, se desentendía ya por completo de sus derechos. Frente a las elecciones generales de Febrero de 1936, las mayorías populares eran conscientes de que al amparo de un gobierno afín, los fascistas preparaban un zarpazo final: la liquidación de la República y la proclamación de la dictadura permanente. Mientras tanto, treinta mil líderes y luchadores políticos y sindicales abarrotaban las cárceles. ¿Qué hacer? La respuesta fue el Frente Popular. La poderosísima C.N.T. (Confederación Nacional del Trabajo) que siempre había recomendado a los trabajadores la abstención electoral —lo cual fue decisivo para la derrota de los  republicanos en las elecciones que dieron lugar al bienio negro— dio un giro dramático en su estrategia. Si bien no participó directamente  en el Frente Popular ni hizo específicamente propaganda electoral, desencadenó una formidable campaña interpelando a la clase trabajadora, a la cual representaba casi en su totalidad. Recordó los derechos conculcados, los hermanos asesinados, los encarcelados que debian ser liberados y la sombra del fascismo que se aproximaba. Esto último no constituía ningún secreto. El Ejército, en franca rebeldía, y los «señoritos» agrupados en los organismos políticos reaccionarios, manifestaban en todas las ocasiones, que estaban dispuestos a apoderarse del Gobierno del país, fuera por los procedimientos que fuesen, y que incluso, si perdían las elecciones, se levantarían en armas, para conseguir por la violencia lo que no consiguiesen de forma legal.

La voluntad del pueblo español aplastó a la derecha, votando el ochenta y cinco por ciento en favor del Frente Popular. Fue un voto sin ilusiones. Las masas ya no esperaban que la representación política fuera a corporizar sus sueños. Aguardaban, con los dientes apretados, el zarpazo fascista : la sublevación. Con toda la carga simbólica del resultado electoral,  las mayorías podrían aplastar al monstruo en el momento mismo de la sublevación. La mayoría obtenida fue tan abrumadora que dejó sin habla a los propios republicanos. Pero como se verá más adelante, su infinita incompetencia llevó al precipicio a la más titánica de las victorias.

DECLARACIÓN DE LA ASAMBLEA DE DIEZ MIL VOLUNTARIOS ANARQUISTAS DE BARCELONA DEL MES DE AGOSTO DE 1936

“Nosotros no nos negamos a cumplir nuestro deber cívico y revolucionario. Queremos ir a liberar a nuestros hermanos de Zaragoza. Queremos ser milicianos de la libertad, pero no soldados de uniforme. El ejército se ha erigido en un peligro para el pueblo; solo las milicias populares protegen las libertades públicas. ¡Milicianos, sí! ¡Soldados, jamás!

RICARDO SANZ : DE MILICIANO A JEFE MILITAR

Testimonio del Teniente Coronel del Ejército de la República, Joaquín Morales Jaulín
Los facciosos iniciaron su segunda ofensiva sobre Madrid en la madrugada del 6 de enero de. 1937, apoyados por centenares de aviones bombarderos y de caza, abundante artillería y morteros y la infantería, protegida por varias docenas de tanquetas italianas. En ese momento, Ricardo Sanz era el Jefe de la “Brigada Durruti” y a mí se me había confiado el mando técnico de la Segunda Agrupación de Centurias, equivalente a un Batallón.

El frente republicano fue roto  en el sector inmediato al nuestro, llamado Pozuelo de Alarcón. Las fuerzas republicanas huyeron, abandonando sus armas y equipo y haciendo caso omiso de las órdenes de sus  jefes. Envié a la Centuria N°10 de Figueras, mandada por Narciso Coll, para detener el avance de los asaltantes y darnos tiempo para reorganizar una línea defensiva a lo largo de  la vía del ferrocarril de Aravaca a Las Rozas. Alrededor de las 8 de la mañana la Centuria 10 no sólo detuvo al enemigo sino que destruyó con cartuchos de dinamita y botellas de gasolina, seis de las veinticuatro tanquetas italianas. En esa operación sucumbió su responsable Narciso Coll, aplastado por la última tanqueta que él mismo voló.

Sin embargo, hacia las 9 de la mañana todavía nuestro frente se hallaba casi por completo desguarnecido. Solamente quedábamos en línea, en un islote de resistencia organizado a toda prisa, el resto de la Centuria N°10 (unos doce combatientes), las Centurias de fusileros-granaderos N° 7, 9 y 11, y la de Ametralladoras N°8 : 120 combatientes en total. Se nos unieron en ese momento la Centuria N°12, conocida como “Grupo Madrid”, constituida sólo por 30 combatientes, pero muy aguerridos; unos 12 o 15 milicianos destinados a un tren blindado, que se hallaba en aquél sector imposibilitado de proseguir su avance y, finalmente, unos 50 combatientes más recuperados entre los que huían hacia Madrid.

Los fascistas avanzaban a paso de carga protegidos por las tanquetas italianas. Di cuenta por teléfono de la situación al Cuartel General y solicité a Ricardo Sanz que nos enviara personal auxiliar para recoger las armas y perterechos abandonados por los fugitivos, ya que nosotros bastante trabajo teníamos para contener al enemigo. Hacia las 9 de la mañana apareció Ricardo Sanz, acompañado de su hermano Antonio y de dos o tres elementos del Cuartel General. ¿Trajiste los hombres que te pedí? Hay que recuperar esas armas abandonadas » « Los del batallón de reserva se han negado a venir, porque están celebrando una asamblea para decidir lo que van a hacer », contestó Ricardo. « ¿Una asamblea  en medio de una batalla ?¿Están dementes ? » repuse.Bueno, déjalo correr » replicó Sanz, « He venido para que esta posición se mantenga cueste lo que cueste. Y si es preciso morir, moriremos ». Me agarré la cabeza. “En eso ya estamos… nosotros sostendremos la posición, te lo garantizo. Lo más urgente es recoger todas esas armas y municiones y organizar una línea defensiva en Puerta de Hierro y otra ante el río Manzanares… El enemigo se desliza ya por el norte de Aravaca y si no se le contiene se meterá en Madrid dentro de un par de horas ». Sin responderme, Ricardo hizo gestos a su hermano y demás acompañantes, avanzó hacia los parapetos y puso en batería una ametralladora, disparando contra los atacantes que seguían avanzando. Me aproximé a gatas. « ¿Qué haces ahí, Ricardo? »Cumplir con mi deber y dar el ejemplo ». Tu puesto no es éste, Ricardo… Tu deber es recuperar a los combatientes huídos; velar para que el material sea recogido; crear y organizar una línea defensiva a retaguardia… Este es tu deber. Para batirnos ya estamos aquí nosotros ». “¡Soy el responsable de la Columna y hago lo que me de la gana! Estaré aquí hasta que me maten ». « Eres el jefe de la Columna y nadie te lo discute, pero no olvides que el jefe de ésta posición, mientras tu no me destituyas, soy yo… Retírate a retaguardia y cumple con lo que debes ». ¿Crees tengo miedo? Pues no lo tengo y aquí me quedo » Pues yo si tengo miedo, Ricardo, pero me quedo también, por ser éste mi sitio de combate… El tuyo es otro… Aquí estorbas… ¡Soy el jefe … ! ¿Lo oyes?¡Y me quedo! » Ricardo me miró fijamente con los ojos entornados, como él acostumbraba mirar cuando estaba cegado por la cólera, se incorporó, hizo unos signos a sus compañeros para que le siguieran y exclamó: Me voy, pero nos veremos en otro sitio… Ya veremos quién manda, si tú o yo ». A tus órdenes, Ricardo ». En la retaguardia, a menos de un kilómetro de aquel lugar, Ricardo y sus compañeros organizaron como por arte de magia una línea principal de resistencia como no podía crearse otra, contra la cual los fascistas se rompieron los cuernos. Días después, cuando fuimos relevados del frente, ví a Ricardo en su Cuartel General de calle Miguel Angel. Quiero hablar contigo », me indicó al verme entrar.A tus órdenes, Jefe » respondí, saludándole militarmente. Disculpa, Joaquín, por el incidente del otro día… Fuiste tú quien tenía razón… Estaba loco de rabia al ver cómo tanta gente se marchaba sin luchar, que estuve a punto de desear que una bala acabara conmigo ». La verdad, no me acuerdo de ese incidente » le contesté. « Lo que si recuerdo, Ricardo, es que la consigna lanzada de que los fascistas no pasaran, se ha cumplido gracias a tí que has estado en tu sitio, y el enemigo no ha pasado ».
LA ESTRATEGIA MILITAR EN LA GUERRA CIVIL
Durante el primer año de la Guerra Civil española, las milicias libertarias, formadas por voluntarios y voluntarias de la C.N.T., las F.A.I. y el P.O.U.M., tuvieron un papel determinante en lo que concierne a la guerra –y revolución- contra el “alzamiento nacional”. Las calles de Barcelona habían sido invadidas por toda una masa obrera que, rebosante de ímpetu revolucionario, deseaba partir hacia el frente aragonés para asestar un golpe mortal a los fascistas. Todos estos libertarios se negaban a integrarse en los cuerpos oficiales del ejército republicano. ¿Qué significaba eso?
La conducción republicana, en Madrid,  interpretaba la situación como si se tratase de la represión por parte de un gobierno legítimo de un golpe militar faccioso. Ello era cierto pero a la vez una grosera simplificación. La guerra civil era a la vez una revolución social, y la cúpula republicana estaba decidida a ignorarla por lo menos hasta que terminara la conflagración. Era una pésima idea.
Para la oligarquía española también estaba claro que el golpe en curso no estaba destinado a ajustar cuentas con la pequeño burguesía republicana, su ateísmo y democratismo “light”; estaba dirigido a liquidar al verdadero peligro, el “movimiento bolchevique”, esto es, a la revolución obrera socialista y anarquista. El bando “legalista” estaba conformado por los restos minoritarios de la vieja dirección republicano-liberal, desprestigiada por sus políticas reaccionarias de los años 32 y 33, más los partidos marxistas y socialistas (PSOE-PSUC y PCE) ligados de una forma u otra a la Tercera Internacional liderada por la Unión Soviética. La coyuntura de esta última era complicada.
Durante los años ’20 y comienzos de los ’30, el comunismo internacional había desarrollado una estrategia ofensiva pero sectaria en todos los procesos revolucionarios en los que participó. Ello condujo a una serie de derrotas, como en Alemania  y en China. Tales resultados condujeron a un viraje importante  en 1935/36, por el que la Internacional impulsó frentes populares con los socialdemócratas y los partidos burgueses más progresistas de cada país, alrededor de programas muy amplios y democráticos. Este golpe de volante reflejaba las condiciones políticas de reflujo del movimiento revolucionario internacional, pero para la República Española resultaba irreal debido a que no contemplaba el incontenible auge revolucionario que se estaba desencadenando y en especial privilegiaba las alianzas con las organizaciones reformistas y socialdemócratas, frente a la posible unidad revolucionaria con el enorme movimiento anarquista y la izquierda revolucionaria marxista del POUM, localmente poderoso en Cataluña.
El proletariado industrial de Madrid fue susceptible a la conducción política marxista, pero en otras capitales españolas y en especial en Barcelona se hallaba consolidada una dirección libertaria sobre la cual la Unión Soviética carecía de influencia y que desconfiaba justificadamente del stalinismo rampante del PCE. O sea que, ante todo, el bando republicano se hallaba atravesado por una diferencia profunda entre quienes proponían ganar la guerra y luego pensar en la revolución (el PC y los socialistas, más las corrientes democráticas aliadas) y las corrientes libertarias más el POUM, que afirmaban que la revolución resultaba prioritaria y que, sin ella, la guerra civil estaba perdida. Por lo que había que convertir sin dilación la guerra civil en guerra revolucionaria.
Esta profunda diferencia se reflejó en las estrategias acometidas con el objetivo del triunfo militar. Si realizamos un análisis F.O.D.A. de cada bando (fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas) que resulta útil a la hora de diseñar una estrategia, podemos observar que la situación del bando republicano respecto del fascista no resultaba simétrica. ¿Cuáles eran los elementos de éxito de los que disponían los fascistas? Abundancia de material, disciplina draconiana y rígida, una gran organización militar y capacidad para aterrorizar a la población con ayuda de formaciones parapoliciales. ¿Y qué elementos de éxito poseía el bando republicano? Abundancia de hombres y mujeres, una rebosante iniciativa revolucionaria y una agresividad apasionada de individuos y grupos revolucionarios, simpatía activa de todas las masas trabajadoras, huelga revolucionaria y  sabotaje clandestino en las zonas ocupadas por el fascismo. Las ideologías socialista y libertaria constituían una fuerza material invencible si resultaban enarboladas por un gobierno revolucionario y resultaban muy superiores a las telarañas del catolicismo decimonónico que impregnaban las mentes de la derecha. La plena utilización de estos recursos físicos y morales, muy superiores a las del adversario faccioso, no podían más que realizarse mediante prácticas político-militares completamente distintas de las del enemigo: la insurrección armada, la guerrilla extendida por todo el país, la huelga general política, la guerra de todo el pueblo y el ejército  miliciano autónomo de alto nivel técnico.
El planteo de la conducción republicana de que la alternativa sólo podía consistir en la elección entre “ejército regular” y “milicias libertarias” (entendidas estas últimas como una runfla caótica de idealistas fanáticos, aventureros y lúmpenes) resulta una caricatura de las ideas estratégicas de los anarquistas y del POUM. Lamentablemente, a los burócratas del PCE y los políticos del bando republicano los seducía la idea fija de la constitución de un ejército regular clásico.
Esto posee una explicación ideológica. La cúspide organizativa de la política (la estructura leninista de partido) constituía por entonces el desiderátum de la eficacia y se basaba en una estructura piramidal y autocrática inspirada en la organización fordista (por Henry Ford, el fabricante de automóviles) de las grandes empresas capitalistas. Por lo tanto para los políticos republicanos, y en especial para los socialistas- marxistas y los miembros del PCE, su ideal de fuerzas armadas consistía en un ejército profesional, tan centralizado y disciplinado como el fascista, y si fuera posible más.
Por lo tanto, o bien el militarismo recalcitrante del bando sublevado llegaría a imponer sus propias formas y estrategias de lucha (en las que resultaban más fuertes) al bando democrático, o bien los camaradas revolucionarios conseguirían quebrar el militarismo oponiéndole nuevos métodos estratégicos y extendiendo por toda España la revolución social, infinitamente más poderosa que el bando autocrático.
La estructura organizativa de las milicias catalanas era la siguiente: Se formaban grupos de diez combatientes, la menor unidad táctica. La reunión de diez grupos formaban las centurias, que nombraban a su vez un delegado para representarlas. Treinta centurias formaban una columna, la cual estaba dirigida por el comité de guerra en que los delegados de centurias tenían voz. La coordinación de todos los frentes se realizaba por los comités constituidos por dos delegados civiles y un técnico militar como asesor, junto con la delegación del comité ejecutivo popular. Así pues, aunque cada columna conservara su libertad de acción, se llegó a la coordinación de fuerzas milicianas, que no es para nada lo mismo que la unidad de mando. La comisión de comité de guerra fue aceptada por todas las milicias confederales. El PSOE-PCE y el republicanismo liberal se oponían a esta coordinación confederada, decían que las columnas no tenían nada que discutir y que debían acatar, sin opción a réplica, lo que ordenara el estado mayor. De tal modo, más les valía un fracaso dirigido por el estado mayor, que cincuenta victorias con cincuenta comités.
Las victorias obtenidas por la estructura bélica descrita demuestran que no sólo es factible sino eficaz como dispositivo de combate. Combinado con la insurrección armada, la lucha guerrillera planificada, la huelga general política y el sabotaje metódico en la zona ocupada, y perfeccionada con la incorporación sistemática de la tecnificación, hubiera permitido tensar las fuerzas dispersas de la autonomía revolucionaria y aplastar el ejército fascista, centralizado y autómata.
Las contradicciones descritas más atrás fueron resueltas por la conducción republicana a través de una mini-guerra civil interna, desatada contra las milicias y el POUM (conocida como “los sucesos de mayo”), que finalizó con la desaparición de esta poderosísima experiencia político-militar. También significó el fin de experiencias deslumbrantes de democratización y colectivización del trabajo y de la vida cotidiana que se describirán brevemente más adelante. Siguiendo su tradición canallesca de imputaciones falsas al estilo de los “juicios de Moscú”, los stalinistas no se privaron de acusar de espías y traidores a los más implacables luchadores antifascistas, como el líder del POUM, Andrés Nin. Esta criminal y suicida decisión de la conducción republicana no sólo marcó el final de la revolución proletaria en España en manos de quienes hubieran debido defenderla y profundizarla; fue un punto de inflexión cualitativo que condujo derechamente a la derrota militar y la caída de la República.

RICARDO SANZ CUENTA LA MUERTE DE ASCASO

A pesar de haberse rendido el general Goded y haber ordenado por radio la rendición de sus subordinados, quienes se encontraban en el cuartel de Atarazanas no obedecieron la orden y continuaron la resistencia. En las Ramblas había un cañón del 7,5 que en tiro directo disparaba sobre el cuartel, abriendo enormes boquetes en las paredes. Cientos de trabajadores, mujeres, niños, en fin, era el pueblo de Barcelona quien disparaba contra la fortaleza, mientras otros aportaban la munición, víveres y comida necesaria para prolongar el ataque. Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso y otros que nos encontrábamos allí, nos sentíamos verdaderamente emocionados. Las avenidas se hallaban llenas de cadáveres y heridos. Otros hombres, ávidos de luchar, corrían a ocupar esos lugares de enorme peligro. Recuerdo que uno de los heridos, al verme disparando parapetado en un árbol situado frente al antiguo edificio del Banco de España, me dijo, levantando el puño mientras se desangraba: «¡Sanz, duro con ellos! ¡Hasta que no quede uno!”. Una bala, disparada desde el edificio de la Aduana —que también estaba en poder de los sublevados— abatió a uno de mis mejores amigos. Quise cerciorarme y corrí rápidamente a su lado. Y allí encuentro el cuerpo aún palpitante de Francisco Ascaso. A pesar de lo ocurrido en la guerra, fue aquél el momento más terrible que he vivido, en el transcurso de toda la tragedia de España. Caí sobre él, llorando como un niño y mordiendome los puños. Tuve que ser separado por la fuerza, ya que en mi desesperación, no me daba cuenta de que me encontraba en un lugar peligrosísimo y que sólo casualidad, no corrí la misma suerte que mi amigo. La noticia corrió entre los combatientes como un reguero de pólvora. El nombre de Ascaso zumbaba en todos los oídos. ¡Era tan querido de todo el pueblo! Ya no se pensaba en otra cosa que en vengarlo. Recrudeció la lucha con más dureza. El cañón y las ametralladoras disparaban sin interrupción. El olor de pólvora emborrachaba. Durruti distribuía el personal y dirigía el ataque. García Oliver disparaba su ametralladora contra la fortaleza en ruinas. La aviación leal rugía continuamente sobre los parapetados. Finalmente, una sábana, prendida de un palo como bandera blanca, fue izada entre los escombros. Durruti se adelantó solitario, seguido de varios centenares de combatientes. Los oficiales traidores fueron enviados a Prisiones Militares. Los soldados sublevados, engañados por unos jefes sin honor, lloraban como niños. Todos manifestaban que habían hecho armas contra el pueblo, sin compartir la causa reaccionaria. Que sus jefes estaban detrás de ellos pistola en  mano, obligándoles a tirar… la mayoría, completamente embriagados. Era la mañana del 20 de Julio de 1936.

EL 19 DE JULIO EN MADRID Y RESTO DE ESPAÑA

  El proletariado madrileño, menos preparado que el catalán, se encontró con muchas más dificultades para hacer frente a los enemigos de la República. Los falangistas, emboscados en los grandes edificios, en las iglesias y conventos, constituían grandes contingentes que rivalizaban casi en número con el pueblo, movilizado pero desarmado. Los partidos de izquierda y las organizaciones obreras de la capital exigían armas, pero éstas no les eran entregadas. La sublevación  empezó por el cuartel de la Montaña, desde donde tirotearon a los trabajadores que vigilaban los movimientos de los que preparaban la sublevación. Otros cuarteles, situados en las afueras de Madrid,  también se sublevaron y comenzaron los combates. Los francotiradores fascistas dispersos en todo Madrid, dificultaban los movimientos de los defensores de la República. La actitud vacilante del Gobierno, que no atinaba a tomar ninguna resolución, y luego su dimisión y la constitución de otro, que duró escasamente unas horas, hicieron que todo el esfuerzo para sofocar la sublevación recayera en el pueblo, sin más apoyo que el de los Guardias de Asalto que, sin mandos, se unieron inmediatamente a la causa popular. Hubo que combatir casa por casa e iglesia por iglesia hasta conseguir el triunfo. Sin embargo, el combate decisivo para el triunfo en Madrid fue el del cuartel de la Montaña, donde se había congregado el general Fanjúl, con docenas de jefes, centenares de oficiales, varios regimientos y voluntarios falangistas en un total de tres mil quinientos hombres. El pueblo sin armas, a pecho descubierto, se lanzó al ataque, con algunos fusiles y pistolas, con bombas preparadas con botes de hojalata, con escopetas de caza y unas cuantas armas arrebatadas a los policías que se mostraban irresolutos.  La fortaleza era formidable y sus defensores estaban bien pertrechados y en condiciones no solo de resistir el ataque del pueblo desarmado sino, incluso, los asaltos de unidades regulares. Pero decenas de miles de ciudadanos se agruparon alrededor del cuartel y dispararon sin descanso, sin dar un solo momento de tregua a los rebeldes. Entonces llegaron refuerzos para los sitiadores: unas compañías de Guardias de Asalto, bien armadas y muy aguerridas. Los atacantes desarmados hacían cola para tomar el arma de los que eran heridos por los sublevados. Éstos izaron falsamente la bandera blanca y luego tirotearon a los que se acercaron a parlamentar, provocando muchos muertos.Finalmente, el cuartel fue tomado por asalto, en avalancha, pisando a los compañeros caídos en el primer empuje. Fanjul y sus oficiales fueron apresados. Algunos focos rebeldes continuaron resistiendo en Madrid. Pero el pueblo ya contaba con las armas existentes en el cuartel de la Montaña y no tardó mucho en dominar la situación. No puede silenciarse la actitud suicida del Gobierno de la República. Al no apoyar a las clases trabajadoras y a los partidos políticos de izquierda, por temor a armar a las masas, contribuyó a que en infinidad de pueblos y ciudades triunfara el fascismo. El presidente Casares Quiroga fue por esta conducta absurda, el principal responsable de que se tuviera que hacer frente a una guerra que tantas lágrimas y ríos de sangre ha costado al pueblo español.

PELIGRO EN MADRID Y MUERTE DE DURRUTI

Testimonio de Fernando Sanz

Los sublevados dominaban la mayor parte de Extremadura, Badajoz, Cáceres y Plasencia, y se disponían al ataque sobre Madrid. En Badajoz asesinaron a tres mil prisioneros antifascistas, ametrallados en la plaza de toros. El pueblo anarquista Navalmoral de la Mata, armado solamente con cuchillos y algunas escopetas, no pudo frenar a la columna mercenaria de  portugueses y africanos, quienes apoyándose en el Tajo y en las cordilleras de Arenas de San Pedro, consiguieron llegar por la derecha, al Puente del Arzobispo y por la izquierda al pueblo de Arenas de San Pedro. Todo esto ocurría mientras en el Norte, ponían su empeño en liquidar definitivamente la resistencia de Asturias y Euskal Herria, a fin de poder dedicar todo su esfuerzo a la conquista de Madrid. Los demás frentes, insólitamente, permanecían en inactividad. El Gobierno español, no tuvo la sensatez de lanzar, aunque fuera con los escasos medios con que contaba, una ofensiva que, partiendo de Aragón, hubiera conseguido en ese momento que las fuerzas republicanas se internasen por la Rioja, e incluso llegasen a Vizcaya. Mientras tanto, caía Talavera de la Reina, Torrijos, Toledo, San Martín de Valdeiglesias, Navalcarnero. El asedio de Madrid se estrechaba cada vez más. La Consejería de Defensa de la Generalidad de Cataluña estaba preocupadísima por la suerte de Madrid. En diversas ocasiones se enviaron  partidas de material bélico, pero no fueron suficientes.Era necesario algo decisivo para detener al enemigo y salvar a Madrid. Por fin llegó a Cartagena el petrolero «Campeche», acribillado por el fuego fascista, con ametralladoras rusas, munición y nafta para avión. Todo fue transportado apresuradamente al frente de Madrid. Días después llegaron dor bEste, de nacionalidad rusa –uques soviéticos con trescientos camiones, siete mil fusiles » Winchester», americanos, varios millones de cartuchos y trescientas ametralladoras rusos. También llegaron aviones. Por primera vez tronaron sobre el cielo de la  capital los «chatos» y de las «moscas» republicanos, que se lanzaron de inmediato contra los «Junkers», y los pobladores de Madrid pudieron ver cómo las « pavas » alemanas se estrellaban incendiadas contra las calles de la ciudad. En solo día cayeron veintisiete aparatos : diez y ocho enemigos y nueve leales.  Pero, a pesar de que las milicias de la República se batían con gran decisión, el enemigo continuaba avanzando y  ganando terreno.

El ejecutivo estaba desacreditado y no tenía plan  alguno de defensa. El desagrado popular por la inacción incomprensible del gobierno se manifiestó en la exigencia de la creación de un Consejo de Defensa Nacional. Un nuevo gobierno, aterrorizado por la cercanía fascista, huyó a Valencia. El pueblo, en lugar de sentirse abandonado, suspiró de alivio. No obstante, el peligro de la caída de Madrid iba creciendo. Mientras, el Comité de Defensa de la C.N.T. contaba con la brillante conducción del obrero Eduardo Val. Fue  el cerebro del Comité de Defensa Confederal que dirigió eficazmente la defensa de Madrid con media docena de colaboradores. Luego se conformó una Junta de Defensa de Madrid que presidía el general Miaja y ejerció durante bastante tiempo las funciones de gobierno en Madrid, hasta que el Gobierno, desde Valencia, retomó con carácter nacional, la conducción de los problemas de la guerra. En ese difícil momento llegaron las Brigadas Internacionales, las cuales describiremos mejor más adelante. Venían bien pertrechados y poseían una fuerte convicción antifascista. Bajo su influencia  toda la población no combatiente de la ciudad se puso a construir fortificaciones. Es el primer paso firme que se dio para una eficaz defensa de Madrid. El enemigo consiguió apoderarse de las alturas de Garabitas, desde las cuales dominaba con fuego de artillería todo el casco urbano de la capital. Los moros y los legionarios llegaron a los márgenes del río Manzanares, en la parte de la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria, y se filtraron hasta las grandes construcciones de la ciudad estudiantil. Madrid lanzó desesperadamente un pedido de ayuda. El 7 de noviembre el Gobierno central de Valencia solicitó a la Generalidad de Cataluña que las fuerzas del frente de Aragón, momentáneamente inactivo, se trasladasen de inmediato a Madrid. La Ministra Federica Montseny, del Gobierno Central de la República, planteó la cuestión con toda crudeza. Madrid caería en el término de horas si no se la ayudaba. Todos los jefes de Columnas se ofrecieron como voluntarios para correr con sus hombres a la defensa de la Capital. Pero resultaba imposible abandonar el frente de Aragón por completo. Y se convino que saliesen cuatro mil milicianos para Madrid, al mando del más prestigioso de los jefes, Buenaventura Durruti. El cuerpo llegó a la capital el día 11 de noviembre de 1936. La noticia galvanizó a Madrid. « Ha llegado Durruti. Viene con su formidable Columna a defendernos » se decía por todas partes.Durruti inspeccionó los frentes en pocas horas, ya que estaban separados del centro de Madrid por escasos kilómetros y con buenas vías de comunicación. Quedó asombrado del abandono existente en las fortificaciones. Desde su Puesto de Mando llamó al ministro de la Guerra, Largo Caballero, y le expuso con crudeza sus impresiones: si el fascismo no se había apoderado de Madrid, había sido por indecisión, pues Madrid, en realidad, está indefenso y parte de las fuerzas defensivas no hacen nada para detener al enemigo. Y así se explica la constante progresión de éste. Largo Caballero prometió aviación, tanques, cañones y más Brigadas Internacionales. A últimas horas de la tarde del 13 de noviembre aparecieron en la Capital de España, los milicianos de Durruti, fatigadísimos del pesado viaje. Pero pocos momentos después llegó el informe de que el enemigo había conseguido ocupar la mayor parte de los edificios de la Ciudad Universitaria y que avanzaba sin encontrar casi resistencia hacia la Cárcel Modelo y la Plaza de la Moncloa.        El general Miaja llamó a Durruti y le dio cuenta de la situación, pidiéndole que las fuerzas recién llegadas, exhaustas y todo, salieran inmediatamente al frente, pues de no frenarse a los fascistas, habrían entrado en la Moncloa antes de hacerse de día y penetrando por la calle de Giner de los Ríos, se apoderarían de las mismas entrañas de Madrid. Repuso Durruti que esto era imposible. El había visto a sus hombres y conocía el agotamiento de los mismos. Miaja y el comandante Rojo convencieron al reluctante Durruti, quien se dirigió rápidamente a sus cuarteles, reunió a sus hombres y les expuso la necesidad de salvar Madrid. « A la cabeza de vosotros iré yo para aplastar a los invasores ». Durruti  revistó a sus hombres poco rato después. Y con ellos, en el silencio de la noche, salió Durruti hacia el combate. Hacia el lugar de la muerte. A la Plaza de la Moncloa. A medida que las fuerzas se aproximaban al frente, se percibían más claramente las explosiones de los cañones y el fragor del combate. En diferentes lugares de la ciudad, se luchaba encarnizadamente. Los internacionales habían ocupado la parte izquierda de la Ciudad Universitaria y se extendían por el interior de la Casa de Campo, hacia la Puerta de Hierro, en dirección a Aravaca. Solo faltaba que los hombres de Durruti llegaran a tiempo de taponar el boquete, que se abría desde el Parque del Oeste, hasta la Estación del Norte. Los milicianos llegaron a los improvisados parapetos, construidos con adoquines levantados de las calles, que no eran trincheras sino simples barricadas. Los hombres de Durruti querían ver a los moros, la pesadilla de los combatientes republicanos. Los milicianos más bravos, habían recibido el fusil ruso ametrallador «de plato »  con los que aún no habían disparado un solo tiro pero que, en los breves minutos en sus manos, habían aprendido a manejar.  Los tanques enemigos cruzaron el Manzanares e iban progresando hacia la Columna Durruti, sabiamente colocada entre los coquetos hotelitos que se esparcen alrededor del Parque del Oeste. Grupos de milicianos se adelantaron y lanzaron bombas de mano sobre los blindados. Uno tras otro, éstos retumbaron y se inclinaron, rotas sus cremalleras por las bombas. La infantería fascista, que seguía a los tanques, vaciló y no se atrevía a avanzar al percibir la lluvia de metralla que caía sobre los blindados. Hicieron un alto en el camino, e iniciaron la retirada. Los fusiles ametralladores vomitaban la- muerte. Las filas enemigas trataron de hacerles frente, pero no les valió de nada. El olor de la pólvora anudaba las gargantas de los milicianos, les ahogaba y emborrachaba. Saltando los parapetos, persiguiendo el enemigo, y lo obligaron a refugiarse en la Ciudad Universitaria. Así se salvó Madrid en la mañana del día 14 de Noviembre de 1936. Las Brigadas Internacionales, que también se batieron bravamente, saludaron emocionados a los milicianos exhaustos. Mientras el entusiasmo del pueblo se trasladaba a toda España, los fascistas estaban coléricos. Ya no confiaban tanto en la infantería mora. Apostaron a las armas pesadas, cañones, tanques y aviación. Intentaron nuevamente la toma de Madrid por la Plaza de la Moncloa. Pero donde no existían mas que simples parapetos, los milicianos de Durruti, habían construido, en pocas horas, verdaderas trincheras, e incluso, refugios contra la aviación. Los milicianos esperaban, decididos y vigilantes. Los combates se prolongaron  sin descanso, durante varios días. Pero el enemigo no pudo avanzar ni un solo paso, ante la tenacidad de las milicianos republicanos. Madrid, estaba definitivamente salvada por Durruti, sus hombres, las Brigadas Internacionales y el heróico pueblo madrileño. El 19 de noviembre el recuento mostró que las bajas sufridas, entre muertos y heridos, de la Columna y los internacionalistas, se elevaban al sesenta por ciento. Ese día se informó, además, que una bala de francotirador había herido de muerte al propio Durruti.

LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA

La revolución social española de 1936 fue un proceso desencadenado tras el intento de golpe de estado del 17 de julio. Su principal base ideológica fue el comunismo libertario de la CNT-FAI, con un componente marxista revolucionario representado por el POUM y el ala caballeristadel PSOE y UGT. Se caracterizó por su anticlericalismo en lo religioso, su horizontalismo en lo administrativo, su racionalismo ateo en la educación y el colectivismo autogestionario en lo económico. Sobre un total de algo más de veinte millones de habitantes, la CNT contaba con aproximadamente 1.6 millones de militantes y la UGT con 1.5 millones. Los sindicatos convocaron a una huelga general del 19 al 23 de julio como respuesta tanto a la sublevación militar como a la apatía del gobierno. Durante la huelga, grupos de sindicalistas asaltaron muchos de los depósitos de armas de las fuerzas del orden. El sector anarcosindicalista radical, vinculado a la FAI, entendía el fenómeno como una revolución convencional. El grupo posibilista expresaba la conveniencia de participar en un frente más amplio, posteriormente llamado Frente Popular Antifascista (FPA),. Paralelamente emergieron estructuras administrativas al margen del Estado, la mayoría de las cuales con carácter local o comarcal. El 24 de julio partió la primera columna de tres mil voluntarios de Barcelona en dirección a Aragón, dirigidos por Buenaventura Durruti, quienes fueron implantando el comunismo libertario por los municipios por los que  pasaban. Otras estructuras como la Columna de Hierro o la Columna Rojo y Negropartieron también hacia Aragón. Todo este movimiento dará lugar a una extraordinaria concentración de anarquistas en la parte no tomada por los militares alzados. Fue la mayor experiencia colectivista de la revolución. La mayor parte de la economía del país fue puesta bajo el control de los trabajadores organizados por los sindicatos. En áreas anarquistas este fenómeno llegó al 75% del total,[ ]pero en las áreas de influencia socialista la tasa fue menor. Las fábricas fueron organizadas por comités de trabajadores, las áreas agrícolas llegaron a colectivizarse y funcionar como comunas libertarias. Incluso lugares como hoteles, peluquerías, medios de transporte y restaurantes fueron colectivizados y manejados por sus propios trabajadores. George Orwell describe una escena de Aragón durante este periodo, en el cual participó como parte de la División “Lenin” del POUM, en su célebre libro Homenaje a Cataluña:  “Yo estaba integrando, más o menos por azar, la única comunidad de Europa occidental donde la conciencia revolucionaria y el rechazo del capitalismo eran más normales que su contrario. En Aragón se estaba entre decenas de miles de personas de origen proletario en su mayoría, todas ellas vivían y se trataban en términos de igualdad. En teoría, era una igualdad perfecta, y en la práctica no estaba muy lejos de serlo. En algunos aspectos, se experimentaba un pregusto de socialismo, por lo cual entiendo que la actitud mental prevaleciente fuera de índole socialista. Muchas de las motivaciones corrientes en la vida civilizada —ostentación, afán de lucro, temor a los patrones, etcétera— simplemente habían dejado de existir. La división de clases desapareció hasta un punto que resulta casi inconcebible en la atmósfera mercantil de Inglaterra; allí sólo estábamos los campesinos y nosotros, y nadie era amo de nadie”. Las comunas fueron iban siendo organizadas de acuerdo al principio básico de «De cada uno de acuerdo a su habilidad, a cada uno de acuerdo a su necesidad». En algunos lugares, el dinero fue totalmente eliminado, para ser reemplazado por vales. Bajo este sistema, el precio de los bienes era con frecuencia un poco más de un cuarto del anterior. Las áreas rurales expropiadas durante la revolución fueron del 70% en Cataluña y en el Aragón reconquistado,[] del 91% de la Extremadura que quedaba en la República, del 58% en Castilla-La Mancha, del 53% en la Andalucía no sometida a los militares insurrectos,[  ]del 25% para Madrid, []del 24% para Murcia[ ]y del 13% en la Comunidad Valenciana. La colectivización de estas tierras fue de un 54% del país, según datos del IRA. [][]Sin embargo, dado que el Ministerio de Agricultura, y por extensión el IRA, estaban bajo control del Partido Comunista, hostil a la colectivización, los datos podrían ser mayores. En Ciudad Real estaban colectivizadas en 1938, más de un millón de hectáreas, correspondientes al 98,9% de la superficie cultivada en 1935. Muchas colectividades aguantarían hasta el final de la guerra. En el Aragón en el que se proclama el comunismo al paso de las columnas de milicias libertarias, se formaron aproximadamente 450 colectividades rurales, la práctica totalidad de ellas en manos de la CNT. En el área valenciana se constituirán 353 colectividades, 264 dirigidas por la CNT, 69 por la UGT y 20 de manera mixta. Unos de sus principales desarrollos serán el Consejo Levantino Unificado de Exportación de Agrios (conocido por sus iniciales, CLUEA) y la total socialización de las industrias y servicios de la ciudad de Alcoy.[] En la industria catalana los sindicatos obreros de la CNT se hicieron con numerosas fábricas textiles, organizaron los tranvías y los autobuses de Barcelona, implantaron empresas colectivas en la pesca, en la industria del calzado e incluso se extendió a los pequeños comercios al por menor y a los espectáculos públicos. En pocos días el 70% de las empresas industriales y comerciales habían pasado a ser propiedad de los trabajadores en aquella Cataluña que concentraba, por sí sola, dos tercios de la industria de España. Las comunas anarquistas producían más que antes de ser colectivizadas. [][]Las zonas liberadas recientemente trabajaron exclusivamente sobre principios libertarios. Las decisiones eran tomadas a través de consejos de ciudadanos comunes sin ningún tipo de burocracia (el propio liderazgo de la CNTFAI no fue tan radical como los miembros de la base responsables de estos drásticos cambios). Sumado a la revolución económica, existió un espíritu de revolución cultural y moral: los ateneos libertarios se convirtieron en centros culturales de formación ideológica, en los cuales se organizaban clases de alfabetización, charlas sobre sanidad, excursiones al campo, bibliotecas de acceso público, representaciones teatrales, tertulias políticas o talleres de costura. Se fundaron numerosas escuelas racionalistas, en las cuales se llevaban a cabo los postulados educativos de Ferrer Guardia, Mella, Tolstoi o Montessori. Igualmente, en el terreno social, algunas tradiciones eran consideradas como tipos de opresión. La moral convencional era vista como deshumanizante e individualista. Los principios anarquistas defienden la libertad consciente del individuo y el deber de solidaridad entre los seres humanos como herramienta innata de progreso de las sociedades. A las mujeres se les permitió abortar legal y gratuitamente en Cataluña. La idea del amor libre consensuado se hizo popular y hubo un auge del naturismo. La liberación fue más allá de la de los movimientos de la «Nueva Izquierda» de la década del ´60, con la diferencia que esta moralidad fue hegemónica:»La utopía libertaria se hizo realidad». El orden público también varía sustancialmente, llegando prescindir de las fuerzas de orden público clásicas (Policía y Juzgados) suplantadas por las Patrullas de Control formadas por voluntarios y las milicias populares. Las asambleas de barrio pretendían resolver los problemas que pudieran surgir. Las puertas de las prisiones fueron abiertas, liberando a los presos entre los cuales había muchos políticos pero también delincuentes comunes. Algunas prisiones fueron incluso derribadas. En agosto empezaron las primeras tensiones entre la estrategia anarquista y la política del Partido Comunista; el 6 de ese mes los miembros del PSUC (comunistas) salieron del gobierno autonómico catalán por las presiones anarcosindicalistas.

En el bimestre de septiembre a noviembre de 1936, las estructuras del estado republicano se limitaron a legislar sobre los hechos consumados por la Revolución. Pero  debido al crecimiento de la escalada bélica contra los militares sublevados, los sindicatos empiezan a ceder el control de las columnas al Estado. Para la Defensa de Madrid de octubre-noviembre, se creó un organismo independiente, en el que estaban representados todos los partidos del Frente Popular además de los anarquistas, la Junta de Defensa de Madrid. El acuerdo entre los partidos del Frente Popular y los sindicatos se plasmó el 4 de septiembre, en la formación del primer Gobierno de la Victoria de Largo Caballero. Este organismo no intervino activamente en el desarrollo de la revolución. Continuando con los reiterados intentos del gobierno republicano de disolver los Comités de guerra y de defensa, su principal objetivo consistía en fortalecer el Ejército como piedra basal del Estado, a través de duras medidas: a) constitución de la Milicia de Vigilancia de Retaguardia (16 de septiembre) con las que el gobierno controlaría a las milicias de retaguardia, que hasta ese momento eran independientes; b)transvase voluntario de jefes y oficiales de las milicias populares al Ejército (28 de septiembre), y c) aplicación del Código de Justicia militar a las milicias populares (29 de septiembre). Cuando la guerra se alarga, el espíritu de los primeros días de revolución afloja y comienza la fricción entre los diversos integrantes del Frente Popular, debido a las políticas del Partido Comunista de España (PCE), las cuales eran establecidas desde el ministerio del exterior de la Unión Soviética estalinista,[][la mayor fuente de ayuda extranjera a la República. El PCE defendía la idea de que la Guerra Civil en desarrollo hacía necesario postponer la revolución social hasta que no se ganase la guerra. Abogaba por no enemistarse con las clases medias, las bases de los partidos republicanos, que podrían verse afectadas y perjudicadas por la revolución y volverse hacia el enemigo. Los anarquistas y el POUM estaban en desacuerdo con esta opinión, al entender que la guerra y la revolución eran lo mismo, una prolongación la una de la otra. Creían que la guerra era una prolongación de la lucha de clases, y que el proletariado había derrotado a los militares precisamente por este impulso revolucionario que traían desde hacía años y no por defender una república burguesa. A las milicias de los partidos y grupos que se situaron en contra de la posición del gobierno del Frente Popular se les retaceó la ayuda y recursos, viendo así éstos reducida su capacidad de actuación, a causa de lo cual en la mayoría de las áreas republicanas comenzaron lentamente a revertirse los recientes cambios realizados. Durante este período algunas estructuras revolucionarias aprobaron nuevos programas de acción que los subordinan al Gobierno, lo que da lugar a la disolución o inicio de absorción, apropiación e intervención de las estructuras revolucionarias por parte del gobierno estatal republicano.

Una excepción la constituía el proceso colectivista en Aragón, a donde llegaron miles de milicianos libertarios de Valencia y Cataluña, y en donde ya antes del inicio de la Guerra Civil existía la más importante base obrera anarcosindicalista de toda España. La asamblea convocada en Bujaraloz en las semanas finales de septiembre de 1936 por el Comité Regional de la CNT de Aragón, con delegaciones de los pueblos y las columnas confederales, siguiendo las directivas propuestas en Madrid por el Pleno Nacional de Regionales de la CNT, de proponer a todos los sectores políticos y sindicales la formación de Consejos Regionales de Defensa vinculados federativamente a un Consejo Nacional de Defensa que haría las funciones del gobierno central, acordó la creación del Consejo Regional de Defensa de Aragón, que celebró su primera asamblea el 15 de octubre.[] Pero ya el 26 de septiembre los sectores más radicalizados fueron dominados por los posibilistas, iniciando una política de colaboración con el Estado y se integraron en el gobierno autonómico de la Generalidad de Cataluña. El Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña se autodisolvió el 1 de octubre. En reciprocidad, el Consejo Regional de Defensa de Aragón fue legalizado y regulado por decreto el 6 de octubre. El 2 de noviembre el Comité Ejecutivo Popular de Valencia aprobó un nuevo programa de acción que lo subordina a la política del Gobierno de la República. En el segundo gabinete de Largo Caballero se integraron el 4 de noviembre como ministros Federica Montseny y otros miembros destacados de la CNT. Durante este mes, la Columna de Hierro decidió tomar brevemente Valencia, en protesta por la escasez de aprovisionamientos que les retacea el Comité Ejecutivo Popular, en manos de los posibilistas. Se produjeron enfrentamientos por las calles de la ciudad entre milicias libertarias y grupos comunistas, con un saldo de más de 30 muertos. El 17 de diciembre el diario soviético Pravda de Moscú publicó un editorial donde se lee: «Ya ha comenzado en Cataluña la depuración de trotskistas y anarcosindicalistas; se ha llevado a cabo con la misma energía que en la Unión Soviética». [. La liquidación realizada por los comunistas fieles a Stalin de numerosos antifascistas y de las colectivizaciones y otras estructuras surgidas espontáneamente desde abajo en consonancia con la Revolución, que no se sometiesen a las directrices de Moscú, ya había empezado. Otra de las estructuras radicales, el Comité de Guerra de Gijón, fue trasformado por decreto del 23 de diciembre en el Consejo Interprovincial de Asturias y León, regulado por las autoridades gubernamentales de la República y más moderado en sus políticas, al tiempo que reconoció oficialmente la formación del Comité de Defensa Nacional. El 8 de enero de 1937 fue disuelto el Comité Ejecutivo Popular de Valencia. El gobierno central pasó a controlar definitivamente las milicias populares anarquistas, disolviéndolas para que se integren obligatoriamente en el Ejército Popular, estructurado y jerarquizado bajo mando de oficiales profesionales. La revolución no sobrevivió como poder independiente al segundo gobierno de Largo Caballero. El 27 de febrero de 1937, el gobierno prohibió el periódico de la FAI, Nosotros (iniciando así el período durante el cual la mayor parte de las publicaciones críticas con el gobierno pasaron a sufrir censura); al día siguiente prohíbió a los policías pertenecer a partidos políticos o sindicatos, medida adoptada por el gobierno autonómico catalán el 2 de marzo. El 12 del mismo mes, la Generalidad aprobó una orden exigiendo la entrega de todas las armas largas y materias explosivas a los grupos que no estén militarizados. El día 27 se produjo la dimisión de los consejeros anarquistas del gobierno autónomo catalán. Durante el mes de marzo se completó la militarización de las milicias, transvasadas al Ejército regular y sujetas a los regímenes de disciplina y jerarquía de éste. El 17 de abril comenzó el desarme de los obreros catalanes. El 13 de mayo de 1937, tras los sucesos de Barcelona, los comunistas propusieron al Gobierno que se castigue a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). El 16 dimitió Largo Caballero, y formó gobierno el socialista Juan Negrín, pero sin el apoyo de anarquistas ni de revolucionarios. La FAI fue declarada ilegal. El día 25 quedó excluida la FAI de los Tribunales Populares. El 8 de junio de 1937, el gobierno ilegalizó las colectividades rurales que aún no habían sido disueltas. El 14 de junio se formó un nuevo gobierno de la Generalidad, también sin los anarquistas y los revolucionarios. El 15 fue ilegalizado el POUM y su comité ejecutivo es detenido. El 16 se disolvió la 29.ª División ”Lenin”, del POUM. En agosto, se prohibieron  las críticas a la URSS y se dispuso la disolución del Consejo de Defensa de Aragón, prácticamente el último órgano de poder revolucionario que quedaba, el cual fue ocupado militarmente por tropas del ejército republicano el día 10. Joaquín Ascaso, su presidente, es detenido. La undécima división comunista arremetió contra los comités aragoneses del pueblo y disolvió la producción agrícola colectiva. El día 7, el gobierno reautorizó el culto religioso en privado, intentando restablecer su poder en la zona republicana. En Barcelona se produjeron manifestaciones contra la suspensión de la publicación anarcosindicalista Solidaridad Obrera, disueltas con gran violencia. El día 16 se prohibieron en Barcelona los mítines políticos.

El 21 de octubre, se realizó una manifestación de la CNT y de los militantes socialistas ante la prisión de San Miguel de los Reyes de Valencia, amenazando con echar las puertas abajo si no se liberaba a los presos. El 12 de noviembre, la CNT se retiró de los comités del FPA. El 6 de enero de 1938, se prohibió toda nueva emisión de billetes y monedas de comités, ayuntamientos y corporaciones, y se dio un plazo de un mes para que sean retirados de la circulación, intentando acabar con los últimos restos de la Revolución. Durante ese año regresaron muchos de los grandes terratenientes y exigieron a la república la devolución de sus bienes. La colectivización fue anulada progresivamente, pese a la gran oposición popular que suponía.
LAS BRIGADAS INTERNACIONALES
“Venís desde muy lejos; pero esa lejanía/ ¿qué es para vuestra alma, que canta sin fronteras?…”
Rafael Alberti
En la tarde del 18 de julio empezó nuestro andar en busca de armas y de alistamiento, de un sindicato de la UGT a otro de la CNT, entre grupos de jóvenes casi niños y hombres casi ancianos, entre rumores y discursos, entre canciones y consignas, mezcladas a la marea que subía de todos los barrios y se echaba sobre la Puerta del Sol. A todos nos temblaban las manos ansiosas de un arma
Carta de  Mika Feldman-Etchebéhère
 «Que en esta guerra, que es la nuestra, mueran españoles me parece normal; pero que extranjeros como tu marido, como El Marsellés , como tú misma, vengan aquí a luchar por nosotros, a morir por nuestra causa, eso es algo grande«.
Carta de Mateo, un combatiente miliciano, a Mika Feldman-Etchebéhère
«Los trabajadores españoles habrán lavado la vergüenza de la derrota sin combate de los trabajadores alemanes y escrito en los anales de las luchas obreras las páginas más fulgurantes de su historia«.
Carta de  Mika Feldman-Etchebéhère
Ante la grave situación militar de la República existente en septiembre de 1936, con las tropas sublevadas avanzando hacia Madrid, el gobierno presidido por Largo Caballero tomó la decisión de crear las Brigadas Internacionales, constituidas por voluntarios llegados de todo el mundo.
De la organización de las Brigadas Internacionales se encargaron los comunistas franceses y soviéticos. Otros voluntarios internacionalistas, como Mika Feldman-Etchebéhère y su compañero Hipólito Etchebéhère, ambos argentinos, se encuadraron en las milicias del POUM, las columnas anarquistas y otras formaciones.Por lo general, el reclutamiento se efectuaba en París y de ahí los voluntarios eran enviados al cuartel general de las Brigadas en Albacete. Los primeros llegaron el 14 de Octubre. Entre ellos se podían encontrar antifascistas de todo el mundo. Los más numerosos fueron los nueve mil franceses. Hubo ingleses, estadounidenses, latinoamericanos y muchos exiliados de izquierda alemanes e italianos. Codo a codo con la Columna Durruti, los primeros brigadistas tuvieron su bautismo de fuego en la defensa de Madrid, en noviembre de 1936. En febrero de 1937 las Brigadas Internacionales cumplieron un papel muy importante en la Batalla del Jarama. Allí los brigadistas estadounidenses e ingleses combatieron con fiereza pero fueron diezmados por el fuego fascista. Las Brigadas se agrupaban preferentemente por países de procedencia con el fin de cohesionar los grupos y permitir una mejor comunicación. La siguiente batalla fue la de Beltiche, en el verano de 1937. Allí quedó clara la incompetencia de los mandos improvisados procedentes del Partido Comunista Español y la Tercera Internacional. Durante ese año las Brigadas sólo pudieron defender la zona republicana, pero  recibiendo graves bajas. Eso provocó una caída inevitable de la moral de combate. En Teruel, a comienzos de 1938, los batallones brigadistas también sufrieron enormes pérdidas. Reducidas a menos de diez mil combatientes, las Brigadas fueron también la punta de lanza de la batalla del Ebro, otra catástrofe republicana. El presidente español Juan Negrín ofreció en Ginebra la retirada de los combatientes extranjeros como un tanteo para negociar la paz, que después se reveló infructuoso. Muchos brigadistas se quedaron hasta el final, pero las brigadas fueron disueltas. Más de treinta y cinco mil luchadores de numerosos países llegaron a España para frenar a los fascistas.  El despliegue de esos esfuerzos titánicos fue un caso único en la historia de la lucha política mundial. Las generaciones siguientes de luchadores internacionalistas se han sentido inspiradas desde entonces por ese ejemplo inolvidable.
MIKA, CAPITANA DE LA REPUBLICA
“No he venido al frente para morir por la revolución con un trapo de cocina en la mano”.
Carta de Mika Feldman-Etchebéhère 
Perteneció a un mundo que una no conoce, ya no existe ese tipo de gente”. Comentario de su biógrafa Elsa Osorio (Buenos Aires, 1952).
En el mayo francés de 1968, una dama judía de sesenta y seis años calzada con unos guantes blancos, recogía adoquines explicando a los jóvenes manifestantes cómo evitar que la mugre en las manos los delatara ante la inspección policíaca. Micaela Feldman-Etchebéhère era argentina, nacida en Moisés Ville, y comandó una columna del POUM en la Guerra Civil Española. Fue amiga de Julio Cortázar, de Alfonsina Storni y de André Breton. Micaela (Mika) creció entre los relatos de los pogroms y las cárceles zaristas. Quinceañera, se incorporó al anarquismo en la ciudad de Rosario. En la Facultad de Odontología de la UBA conoció a su compañero, el vasco Hipólito Etchebéhère. Primero se incorporaron al grupo estudiantil “Insurrexit”, militando entre anarquistas y marxistas. Incorporados al Partido Comunista en 1924, fueron expulsados dos años después por “trotskistas”. Hipólito comenzó a tener los primeros síntomas de tuberculosis. Durante cuatro años viajaron por la Patagonia en un carromato convertido en consultorio dental, juntando algo de dinero para viajar a Europa y recogiendo testimonios acerca de la por entonces reciente represión a los peones rurales. En 1931 llegaron a España en mal momento: la recién estrenada república reprimía prolijamente al movimiento obrero y campesino. La vida cultural y política de Berlín les permitió relacionarse con grupos políticos de izquierda, pero el ascenso nazi los obligó a huir a París. Allí se relacionaron con el grupo trotskista semi clandestino “Que faire”. La salud de Hipólito empeoró y tuvo que ser internado, por lo cual tuvieron que casarse para que Mika pudiera visitarlo en el hospital. Algo mejorado el esposo, el matrimonio partió a España cuando el Frente Popular venció en las elecciones de 1936. Tres días después de su llegada a Madrid, el golpe franquista desencadenó la guerra civil. Ambos se incorporaron a la columna de ciento cincuenta milicianos armada por el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), para frenar al aluvión fascista. A los dieciocho años, Hipólito ya había decidido ponerse al servicio de la revolución. A la vez que estudiaba la teoría marxista,  se preocupó de adquirir conocimientos militares. Éstos le resultaron útiles. A un oficial de carrera, del arma de Intendencia, miembro de la sección madrileña del POUM, sus compañeros le pidieron que se pusiera al frente de las milicias que estaban organizando, pero rehusó aceptar el mando que le ofrecían porque, por su formación profesional, desconfiaba de la eficacia de las unidades de voluntarios que partidos y sindicatos pusieron en pie en pocas horas para hacer frente a la rebeli6n militar. En su lugar, Hipólito fue escogido como jefe. En el primer combate, librado en Atienza el 19 agosto de 1936, fue herido de muerte. «Ha hallado la muerte -escribió Mika- para ganar la confianza de esos hombres recelosos cuya obediencia sólo se obtiene desafiando locamente el peligro… aquel fue para Hippo el tiempo más bello de su vida. Pero mi alegría estaba llena de angustia, pues yo sabía que Hippo estaba condenado, sin tener derecho a ponerle en guardia. Solamente me atrevía a decirle que no se hiciera matar demasiado pronto«. Murió como deseaba morir: en el fragor del combate. Después de haber sufrido un vómito de sangre, había intentado disipar la angustia de Mika con estas palabras; «No te preocupes… Me siento mejor. Tú sabes, por otra parte, que estoy decidido a no morir de enfermedad«. Mika había hasta entonces trabajado en labores sanitarias, pero fue elegida de inmediato por los milicianos para reemplazarlo. Capitana. No era algo usual en esa guerra; las muchachas a lo sumo realizaban tareas auxiliares, no comandaban columnas armadas. Mika estaba en contra de ese relegamiento. “En otras compañías son las chicas las que lavan y hasta remiendan los calcetines”, protestaban los milicianos. “Las muchachas que están con nosotros son milicianas –les contestó Mika– no criadas. Estamos luchando todos juntos, hombres y mujeres, de igual a igual, nadie debe olvidarlo”.  Pero no fue fácil para ella imponer su autoridad a esos hombres, revolucionarios pero machistas. Se esforzó por escuchar y proteger a los combatientes, pero asumiendo el lugar de jefa militar. Por ejemplo, en Sigüenza exigió al emisario fascista que le llevaran las condiciones de rendición por escrito y firmadas para ganar tiempo. Una orden estúpida había encerrado a los milicianos en la catedral, pretendiendo que repitieran allí lo que los franquistas lograron en el Alcázar de Toledo; pero esa iglesia tenía una estructura edilicia distinta. La artillería franquista perforaba los muros. La situación se convirtió en insostenible. El dilema era rendirse o intentar romper el cerco. Con un puñado de hombres, Mika lo logró. Acostada en el barro de las trincheras, Mika alentaba entre tiroteo y tiroteo a los milicianos, desmoralizados por la campaña antitrotskista del Partido Comunista. La mal armada columna del POUM, combatiendo contra un enemigo mucho mejor equipado, realizó proeza tras proeza. Sigüenza, Moncloa, Pineda de Húmera. Cada vez más alto el riesgo. Su fama temeraria hizo que los altos mandos la designaran para tomar el cerro de Avila. Los mandaron al asalto sin protección. Una masacre. En abril de 1937 fue detenida en Madrid, enviada a una corte e interrogada como trotskista y enemiga de la República.  Gracias a gestiones de sus amigos  fue puesta en libertad pero ya no se la permitió volver al ejército. Fue la mujer con mayor rango militar durante la Guerra Civil. Permaneció en Madrid, refugiada en el Liceo Francés, hasta días antes de la derrota. En abril de 1939 llegó a París. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, ante la inminente toma de la capital francesa por las tropas nazis,  y su condición de judía y militante, tuvo que regresar a Buenos Aires, ciudad en la que permaneció hasta el final de la guerra. Retornó a París en 1946 y hasta su muerte en 1992 vivió en Francia. Dejó un testimonio de su actividad como capitana de las milicias en un libro titulado “Mi guerra de España. Testimonio de una miliciana al mando de una columna del POUM” (1976). Sus últimos años los pasó en una residencia para mayores de la rue Alésia. A su muerte fue incinerada y sus restos esparcidos clandestinamente en el río Sena por sus amigos franceses.
BARCELONA, 1937: TESTIMONIO DE GEORGE ORWELL
Había viajado a España con el proyecto de escribir artículos periodísticos, pero ingresé en la milicia casi de inmediato, porque en esa época y en esa atmósfera parecía ser la única actitud concebible. Los anarquistas seguían manteniendo el control virtual de Cataluña, y la revolución estaba aún en pleno apogeo. A quien se encontrara allí desde el comienzo probablemente le parecería, incluso en diciembre o en enero, que el período revolucionario estaba tocando a su fin; pero viniendo directamente de Inglaterra, el aspecto de Barcelona resultaba sorprendente e irresistible. Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas; las paredes ostentaban la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios; casi todos los templos habían sido destruidos y sus imágenes, quemadas. Por todas partes, cuadrillas de obreros se dedicaban sistemáticamente a demoler iglesias. En toda tienda y en todo café se veían letreros que proclamaban su nueva condición de servicios socializados; hasta los limpiabotas habían sido colectivizados y sus cajas estaban pintadas de rojo y negro. Camareros y dependientes miraban al cliente cara a cara y lo trataban como a un igual. Las formas serviles e incluso ceremoniosas del lenguaje habían desaparecido. Nadie decía señor, o don y tampoco usted; todos se trataban de «camarada» y «tú», y decían ¡salud! en lugar de buenos días.
George Orwell, “Homenaje a Cataluña”
LAS JORNADAS DE MAYO
«Viva la Ofensiva revolucionaria – Nada de compromisos – Desarme de la GNR y Guardia de Asalto reaccionarias – El momento es decisivo – La próxima vez será demasiado tarde – Huelga general en todas las industrias que no trabajen para la guerra, hasta la dimisión del gobierno reaccionario – Sólo el Poder Proletario puede asegurar la victoria militar – Armamento de la clase obrera – Viva la unidad de acción CNT-FAI-POUM – Viva el Frente Revolucionario del Proletariado – En los talleres, fábricas, barricadas, etc.: Comités de defensa Revolucionaria.»
Volante titulado «Viva la ofensiva revolucionaria«, distribuido el 4 de mayo de 1937 en las barricadas de Barcelona, por La Sección Bolchevique-Leninista de España, grupo oficial de la IV Internacional (trotskistas).
“Ha sido constituida una Junta Revolucionaria en Barcelona. Todos los responsables del golpe de estado, que maniobran bajo protección del gobierno, serán ejecutados. El POUM será miembro de la Junta Revolucionaria porque ellos apoyaron a los trabajadores”.
Volante distribuido el 5 de mayo de 1937 en las calles de Barcelona por la agrupación anarquista “Amigos de Durruti
Entre el 3 y el 8 de mayo de 1937 se desencadenó en  Cataluña una breve guerra civil interna dentro del campo de la República, conocida como las “Jornadas de Mayo”. Se resolvió allí la contradicción antagónica existente dentro del bando republicano, entre los partidarios de mantener el capitalismo, por lo menos hasta ganar la guerra civil, y quienes impulsaban contra viento y marea la revolución social (anarquista o marxista revolucionaria). Fue el punto culminante del enfrentamiento entre la “legalidad republicana” de la preguerra y la revolución, que estaban en roce constante desde el 18 de julio de 1936. Desde esa fecha, toda la región catalana había quedado bajo control de las milicias obreras de la sindical anarquista CNTFAI y de la socialista UGT. Como resultado de un acuerdo de las mismas con el presidente Lluis Companys, se constituyó para gobernar la provincia el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña. Allí estaban representados todos los partidos del “Front d’Esquerres (Frente Popular en Cataluña). La “Generalidad y el gobierno republicano central eran impotentes ante la revolución que estaba teniendo lugar en Cataluña y  Aragón. Pero podían estorbar: por ejemplo, las industrias se habían colectivizado, pero cuando acudían a los bancos (colectivizados, pero bajo control comunista y de  la “Generalidad”) a solicitar créditos, se los negaban por no estar supervisados por la “Generalidad”. En octubre el “Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña se auto-disolvió y sus miembros pasaron a ser integrantes del gobierno de la “Generalidad”. Pero las “Patrullas de Control (organismo armado revolucionario de poder, dirigido por la CNT-FAI) se mantuvieron, ante la impotencia del gobierno catalán. El clima de desconfianza y enfrentamientos estaba presente no solo entre las instituciones republicanas y las organizaciones obreras, sino inclusive dentro de éstas, especialmente entre los anarquistas, por un lado, y los socialistas, nacionalistas catalanes y comunistas, por otro. Incluso dentro de los propios comunistas existía una fuerte división. Por un lado,  los estalinistas del PCE y el PSUC, que eran partidarios de llevar la guerra junto con la defensa del orden burgués de la Segunda República, de forma separada a la revolución social. En el otro extremo se hallaban los comunistas anti-autoritarios del POUM(acusados de “trotskistas”), radicalmente opuestos a Stalin y partidarios de la “revolución a la vez que se hacía la guerra”, motivo por el que coincidieron con los anarquistas. La campaña del PCE contra el POUM ya había empezado durante el mes de marzo. Se vilipendió a los líderes del POUM y se les acusó de ser agentes nazis encubiertos bajo una falsa propaganda revolucionaria.  Companys estaba decidido a unificar las fuerzas de seguridad en Cataluña bajo un solo mando y acabar con las “Patrullas de Control”. Pero el 26 de marzo, cuando se exigió la entrega de las armas a los partidos políticos, los anarquistas se retiraron del Gobierno de la “Generalidad”, lo cual obligó a Companys a ceder ante las exigencias anarquistas y estos siguieron conservando sus armas y continuaron con las “Patrullas de Control”. El 25 de abril  el gobierno central arrebató a la CNT el control fronterizo y envió a la Guardia Nacional Republicana y la Guardia de Asalto Figueras y otras ciudades del norte de Cataluña para sustituir a las patrullas de la CNT. La toma de la central telefónica de Barcelona por la Guardia de Asalto enviada por el gobierno central desencadenó las hostilidades. La central estaba controlada desde el comienzo de la guerra y con la aquiescencia de la Generalidad por las CNTFAI. Éstas controlaban las comunicaciones telefónicas de Cataluña, incluyendo las llamadas gubernamentales, que eran vigiladas y censuradas sin ton ni son por los anarquistas. Sin embargo, esas provocaciones sólo sirvieron de pretexto, pues los comunistas ya estaban decididos a liquidar por la fuerza la situación de doble poder, que consideraban intolerable en medio de la guerra contra el fascismo. El tres de mayo, doscientos policías enviados por el Consejo de Orden Público de la Generalidad de Cataluña, se apoderaron  del segundo piso del edificio de la Central. Los anarquistas abrieron fuego desde el rellano contra los invasores. Se presentó la Guardia Nacional Republicana junto a dos jefes de las anarquistas “Patrullas de Control”, quienes persuadieron  a los sindicalistas a rendirse. En la plaza de Cataluña se había congregado una muchedumbre.  El POUM, los “Amigos de Durruti, los leninistas-bolcheviques (trotskistas) y las juventudes anarquistas tomaron posiciones y al cabo de unas cuantas horas, todas las organizaciones políticas habían sacado las armas que tenían ocultas y empezaron a construir centenares de barricadas. El  gobierno controlaba el este de las Ramblas; los anarquistas dominaban el sector oeste y todos los suburbios. En el centro de la ciudad, donde las sedes de los sindicatos y los partidos políticos se encontraban relativamente próximas, se empezaron a oír disparos. Los automóviles que circulaban eran ametrallados. En la Telefónica se había acordado una tregua. Las comunicaciones telefónicas, esenciales para la guerra, no se interrumpieron. La policía, instalada en la primera planta, incluso enviaba provisiones a los anarquistas, que ocupaban las plantas superiores. Como ni en la CNT ni en la FAI existía conducción unificada, las negociaciones eran dificultosas y los grupos maximalistas creaban situaciones de hecho. A primeras horas de la noche, los jefes del POUM propusieron a los aturdidos dirigentes anarquistas formar una alianza contra el comunismo y el gobierno, pero los líderes anarquistas se negaron. El 4 de mayo Barcelona amaneció en silencio, solo interrumpido por el fuego de fusiles y ametralladoras. Los comercios y edificios estaban cubiertos por barricadas. Grupos armados de anarquistas atacaron los cuarteles de la Guardia de Asalto y edificios gubernamentales. Los comunistas contraatacaron. La mayor parte del proletariado de la ciudad apoyaba a los anarcosindicalistas y se temía el comienzo de “una Guerra Civil dentro de la Guerra Civil”. Los dirigentes anarquistas moderados (“posibilistas”) García Oliver y Federica Montseny leyeron por radio un llamamiento a sus seguidores para que depusieran las armas y volvieran al trabajo. Montseny declaró más tarde que la noticia de los disturbios había tomado totalmente desprevenidos a los ministros anarquistas; ninguno de ellos deseaba un enfrentamiento con los comunistas. Tampoco el presidente Largo Caballero tenía ganas de emplear la fuerza contra los anarquistas. La 26ª División anarquista (ex “Columna Durruti) del Frente de Aragón, al oír la alocución radial de García Oliver y Montseny, permaneció donde estaba. Pero la 28ª División (ex “Columna Ascaso”) y la 29ª División del POUM, proyectaban marchar sobre Madrid. El jefe de la aviación republicana en el frente de Aragón amenazó con bombardearles si la marcha se efectuaba. El POUM empezó a apoyar públicamente la resistencia. En los tiroteos que se produjeron este día, murió el conocido libertario Domingo Ascaso. Companys creó un nuevo gobierno con los anarquistas, Esquerra, el PSUC y la “Unió de Rabassaires. Pero los tiroteos incontrolados seguían barriendo las calles. A las nueve y media de la mañana la Guardia de Asalto atacó la oficina central del sindicato médico, en la Plaza Santa Ana del centro de la ciudad, y la sede central de la Federación Local de la FIJL. Los anarquistas denunciaban airadamente la complicidad del Gobierno y de los intereses soviéticos para terminar con la revolución social catalana. Hacia las cinco de la tarde los escritores anarquistas italianos Camillo Berneri y Francesco Barbieri fueron detenidos y asesinados por guardias comunistas. Con el pretexto de evacuar sus súbditos, atracaron unos destructores británicos, que el POUM denunció por intervencionismo.  Los enfrentamientos en Tarragona y Tortosa provocaron más de sesenta muertos anarquistas. Por la noche Companys y Largo Caballero mantuvieron una conversación telefónica en el curso de la cual el presidente catalán aceptó la oferta formulada por el presidente del gobierno de enviarle ayuda para restaurar el orden. Varios navíos gubernamentales llegaron al puerto de Barcelona procedentes de Valencia, cargados de hombres armados. Una columna de cinco mil guardias de asalto partió de Madrid hacia la capital catalana. Algunos llegaron por carretera desde Valencia, después de dominar sendas revueltas en Tarragona y Reus. Los anarquistas locales habían volado los puentes, carreteras y ferrocarriles para impedir el paso a la columna. A las ocho y veinte de la mañana del 8 de mayo, llegó la expedición de los guardias de asalto a Barcelona y ocupó distintos puntos neurálgicos de la ciudad. Ese día la CNT reiteró su llamamiento radial para volver a la normalidad. Por la noche los milicianos comenzaron a ser desarmados. La prensa de la época calculó el número de bajas en 500 muertos y 1000 heridos. Las Jornadas de Mayo tuvieron también un luctuoso escenario en muchos pueblos. La mini guerra civil republicana de mayo de 1937 marcó el final del auge revolucionario español, desencadenado a partir del golpe fascista de 1936. A partir de allí la guerra tomó un cariz crecientemente defensivo. La consigna de ganar la guerra primero  se impuso al coste de la derrota de la revolución. Coyunturalmente, los sucesos hicieron caer el gobierno de Largo Caballero, mostraron la incoherencia de la conducción anarquista y permitieron al comunismo ajustar cuentas con su único rival en el marxismo español: el POUM.
TESTIMONIO 1: LA LÍNEA COMUNISTA
«… Aferrarse a los fragmentos del control obrero y repetir como loros fines revolucionarios es más que inútil: no resulta sólo obstaculizante, sino también contrarrevolucionario, porque conduce a divisiones que los fascistas pueden utilizar contra nosotros. En esta etapa no luchamos por la dictadura del proletariado…»
George Orwell, resumiendo las posiciones del PSUC (comunistas catalanes), año 1938.
TESTIMONIO 2: ANDANZAS SOVIÉTICAS

“El NKVD [servicio soviético] también era responsable de la seguridad de los líderes del PCE. Desde diciembre de 1936, una de las tareas del NKVD era localizar a los enviados de Trotski, a sus exsecretarios y secretarios actuales o a abiertos simpatizantes. Luego Moscú decidiría qué hacer con ellos. En varios casos, la gente simplemente desaparecía sin dejar rastro…” “En dos casos documentados (Kurt Landau y Andreu Nin), fueron asesinados por miembros o agentes del NKVD y, por lo menos en un caso (Bryan Goold-Vershoyle), fueron secuestrados y transportados en secreto hasta Rusia, donde fueron encarcelados. En total, al día de hoy se pueden documentar unos diez casos como éstos y, probablemente, podría rastrear otros diez casos, más o menos, donde se puede ver, de un modo u otro, la mano del NKVD. Por ejemplo, varias unidades en Cataluña, que habían pertenecido al PSUC, coordinaron algunas de sus actividades con Orlov y el jefe de la subestación de Barcelona, Naum Eitingon, alias Coronel Kotov. En algunas prisiones secretas de la cheka, la gente moría a veces tras los interrogatorios realizados por los agentes y miembros del NKVD.”
Borís Volodarsky: “No hubo purgas estalinistas en España”: “El caso Orlov” Critica, Barcelona, 2016
ANDRÉS NIN PÉREZ

 “La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia: sencillamente, no dejando en pie ni una”.
Andrés Nin, declaraciones del 2 de agosto de 1936 al diario La Vanguardia
«Nin no se  caracterizado por sus escrúpulos humanitarios respecto a la burguesía«. Hugh Thomas, Historia de la Guerra Civil Española

Nacido el 4 de febrero de 1892 en El Vendrell,  hijo de un zapatero y una campesina, consiguió gracias al esfuerzo de sus padres y a su inteligencia, llegar a ser maestro. El año 1917 fue clave para su vida: la huelga general de agosto, la Revolución rusa o las luchas entre la patronal barcelonesa y  la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) le marcaron profundamente. Se integró primero en las filas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), pero pronto abrazó la causa del sindicalismo revolucionario e ingresó en la CNT, donde tras asistir al segundo congreso de 1919, defendió su ingreso en la Internacional Comunista y sustituyó como secretario del Comité Nacional a Evelio Boal, que había sido asesinado. En noviembre de 1920 el propio Nin sufriría un atentado a manos de los “Sindicatos Libres que casi le cuesta la vida. En 1921 fue elegido delegado al congreso de la “Comintern en Moscú y al congreso fundacional de la Internacional Sindical Roja (Profintern) convirtiéndose en un personaje clave de ambas internacionales. En 1922 abandonó el anarquismo y se hizo comunista. Fue secretario de Nicolás Bujarin y de León Trotsky. Gracias a un puesto de trabajo en la Profintern,  pudo visitar Francia, Italia y Alemania. A partir de 1926, perteneció a la llamada «Oposición de Izquierda» dirigida por Trotsky, que se oponía al ascenso de Stalin dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética, por lo que Nin tuvo que abandonar la URSS en 1930. Llegó a dominar el ruso y produjo  importantes traducciones al catalán, de los novelistas rusos del siglo XIX. A su vuelta a España, Nin fue clave en la formación de un grupo de orientación bolcheviqueleninista, la Izquierda Comunista de España (ICE), en mayo de 1931. El ICE pronto se convirtió en un grupo afiliado a la Oposición de Izquierda Internacional y pasó a publicar el periódico El Soviet. Aunque disponía de algunos militantes muy destacados, la Izquierda Comunista era un grupo demasiado pequeño. Desde su exilio en Noruega el mismo Trotsky criticó duramente su línea política, porque Nin rechazaba las sugerencias “entristas” para que disolviera la ICE en el PSOE. Tras la proclamación de la Segunda República. Formó parte de la Alianza Obrera e intervino en los sucesos de octubre de 1934 en Cataluña. Al fusionarse la ICE con el Bloque Obrero y Campesino para fundar el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) en 1935, Nin fue nombrado miembro del comité ejecutivo del nuevo partido y director de su publicación, La Nueva Era. Al año siguiente fue elegido secretario general del POUM. En mayo de 1936 también fue elegido secretario general de la Federación Obrera de Unidad Sindical (FOUS), que tuvo una fuerte implantación sindical en las provincias de Lérida, Gerona y Tarragona. Hasta julio de 1936 el partido había tenido una presencia muy limitada en el ámbito político catalán, y aún menor en el resto de España. Sin embargo, a partir de ese momento Nin y otros líderes del POUM empezaron a hacerse conocidos fuera de sus feudos tradicionales. Nin formó parte del Consell d’Economia de Catalunya entre agosto y septiembre de 1936. El 26 de septiembre fue nombrado consejero de Justicia de la “Generalidad. El 14 de octubre de 1936 implantó por decreto los Tribunales Populares. La gestión de Nin como consejero de Justicia fue discutida, porque durante aquellos meses las ejecuciones extrajudiciales continuaron produciéndose. Las milicias del POUM también contribuyeron a la represión de los «fascistas» y «enemigos del pueblo». El 24 de noviembre el PSUC entregó a la CNT una propuesta sobre el establecimiento de un nuevo gobierno de la “Generalidad”, que incluía la salida de Nin como consejero de Justicia. Muchos miembros y líderes anarquistas no tenían aprecio por Nin, al que consideraban un renegado de la CNT, por lo que resolvieron que se trataba más bien de un conflicto entre marxistas. Andrés Nin siguió ejerciendo el cargo hasta el 16 de diciembre, cuando fue apartado tras la remodelación del consejo. Durante la primavera de 1937 la policía republicana “localizó” una supuesta carta escrita por Nin dirigida a Francisco Franco, en la que el líder “trotskista” respaldaría un plan de sublevación de la “quinta columna” (fascista) madrileña; la carta, en realidad una falsificación realizada por los servicios soviéticos (NKVD), constituyó una de las principales pruebas de acusación contra Nin. Después de los Sucesos de Mayo, la campaña comunista contraria al POUM se intensificó. Sus dirigentes fueron acusados abiertamente de conspirar con Franco.  El 14 de junio el director general de Seguridad comunicó al ministro de Educación y Sanidad Jesús Hernández, que el jefe del NKVD en España, Alexander Orlov, le había indicado que debía detenerse a todos los dirigentes del POUM. El jefe del NKVD alegó que existían pruebas que relacionaban al POUM con el espionaje franquista, y que era necesario que el gobierno no tuviera conocimiento de este plan porque el ministro de Gobernación, el vasco Julián Zugazagoitia, era amigo de los líderes del POUM. El 16 de junio las autoridades republicanas clausuraron la sede del POUM en el Hotel Falcón, y la cúpula del partido fue detenida por la policía. De acuerdo con el testimonio de Julián Gorkín, la policía republicana estuvo acompañada por dos agentes soviéticos. Andrés Nin fue separado del resto de la cúpula del partido, y  desapareció. Se ha sostenido que Andrés Nin fue sometido a interrogatorios y que sufrió torturas durante los siguientes días a su detención. Hugh Thomas sugirió que Nin fue llevado a la Catedral de Alcalá de Henares, que funcionaba como una cárcel privada de los soviéticos. Algunos sostienen que murió en Alcalá de Henares. Sin embargo, varias circunstancias alrededor de su muerte, como si llegó a sufrir torturas o no antes de su ejecución, permanecen por esclarecer.  Muchos años después Orlov, tras exiliarse en los Estados Unidos, intentó eludir su responsabilidad en la muerte de Nin y culpó de la misma a un supuesto agente soviético, llamado «Bolodin», que habría llegado expresamente desde la URSS. Sin embargo, no hay constancia de su existencia. Existen pocas dudas de que la orden de ejecución de Nin provino de Moscú. El destino final de sus restos continua siendo un misterio. El biógrafo de Nin, Francesc Bonamusa, explicó que “dado que Nin no era ningún funcionario del gobierno, fue imposible para los ministros de Justicia, Manuel de Irujo, y de Gobernación, Julián Zugazagoitia, obtener información sobre el paradero del antiguo consejero de Justicia”. Se extendió una campaña con el lema: «¿Dónde está Nin?».  Los dos ministros comunistas aseguraron desconocer todo lo relacionado con este asunto. Juan Negrín, jefe del Gobierno de la República, dijo que había sido “rescatado por la Gestapo” y que se hallaba en Berlín.  Los líderes republicanos resolvieron que era mejor no importunar a los soviéticos para así poder seguir recibiendo la preciada ayuda militar. No sentían un especial aprecio por el líder de este pequeño partido, al que consideraban un mero «grupo de agitadores que estaba perjudicando el esfuerzo bélico«. El “vasco” Zugazagoitia, sin embargo, afirmó que esta acción se había realizado sin el conocimiento del gobierno republicano.

TRAGEDIA E IMPOSTURA: LA REPRESIÓN DEL POUM EN LA ZONA ROJA

“Si coges un fascista, detenlo; si coges un trotskista, mátalo». Pintada firmada por el PSUC (1937). Testimonio de Mika Feldman-Etchebéhère

El Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) fue un partido revolucionario cualitativamente muy importante en los años treinta. Entre sus dirigentes se encontraban algunos de los principales fundadores del comunismo español. Estaba relacionado con la izquierda socialista y con el anarquismo porque su línea  superaba el programa de la revolución democrática y ofrecía una opción socialista, la democracia obrera, que promovía la alianza de clases explotadas: los proletarios y el campesinado. En el orden internacional, el POUM estaba relacionado con León Trotsky y grupos marxistas británicos y franceses. La existencia del POUM resultó intolerable para el stalinismo en el plano internacional, porque levantaba la propia historia soviética, la revolución de Octubre y sus líderes, del deliberado olvido al que Stalin deseaba relegarlos. Y respecto de España, ofrecía una atractiva propuesta muy alejada de la apoyada por el Kremlin. Ningún debate era posible; sólo el aniquilamiento físico del POUM podría satisfacerlo. Al asesinato de Andrés Nin y numerosos compañeros de lucha, puede agregarse el fusilamiento por consejo de guerra de José María Arenillas, teórico vasco del POUM y autor del importante libro La cuestión nacional en Euzkadi. Entre los “cuadros de confianza” soviéticos que actuaron en España se destacaba un grupo de diplomáticos como Antonov-Ovseenko, líder táctico de la revolución de Octubre de 1917, quien había pertenecido a la “Oposición de Izquierdas” entre 1923 y 1928. Todos fueron liquidados por su jefe al retornar a su país. Los «expertos» soviéticos, dirigidos por Alejandro Orlov, se complementaban con los cuadros políticos orgánicos de la Tercera Internacional, entre los que destacaron el argentino Victorio Codovilla (luego líder del PCA), y Palmiro Togliatti (luego Secretario General del PCI), probables autores físicos del asesinato de Nin. Todos se hallaban imbricados en el aparato estatal de la República y se afanaban en  oponer a Franco una «democracia» a la manera occidental. Los miembros del POUM fueron acusados de «espías franquistas», y así lo afirmó  con vehemencia la prensa comunista oficial. Pero décadas después se intentó justificar esta farsa con argumentos políticos, según los cuales el POUM quería «saltar» por encima de la etapa democrática. Ésta era la verdadera razón, finalmente reconocida. Razón endógena a la impotencia del PCE para competir por la conciencia proletaria con un contrincante cuantitativamente diminuto, pero invencible en términos cualitativos. Contradicción antagónica que sólo podía resolverse con el aniquilamiento físico del POUM. En la epifanía del comienzo de la revolución era irrealizable; hubo que esperar unos meses a que los vapores embriagantes del poder popular comenzaran a disiparse. Y no hay que olvidar que la puerta chica del POUM debía ser atravesada, además, por las majestuosas espaldas de la CNT-FAI: los mayoritarios anarquistas (quienes abandonaron la disputa por el aparato del Estado tratando de salvaguardar sus empresas autogestionadas, hasta que les fueron arrebatadas también y se revirtieron las colectivizaciones). Ese plan secreto impulsó la rotura de todos los sucesivos acuerdos por parte de los stalinistas. Sólo podía saciarlos la desaparición de los “trotskistas” y el disciplinamiento del anarco-sindicalismo. Adiós a las audaces experiencias autogestionarias de Asturias y Cataluña. Posiblemente hubo un poco de ingenuidad en la cúpula del POUM; su partido no era débil, contaba con regimientos completos armados hasta los dientes. Pero sus dirigentes resultaron secuestrados por un golpe de mano del que venían siendo advertidos por Víctor Serge y el propio Trotsky. Tal vez supusieron que su enorme capital simbólico los blindaría. La horrible tragedia de este ajuste de cuentas entre corrientes políticas hermanas, fundadas pocas décadas antes detrás de las ideas del marxismo revolucionario, del sueño del socialismo, impulsa a reflexionar acerca de la distancia que existe entre los enunciados y los actos. El comunismo español, como el de otras naciones, poseía el capital simbólico de ser la encarnación peninsular de la primera república de trabajadores, la Unión Soviética. Sumaba a esa fuerza espiritual la de haber participado heroicamente en el levantamiento asturiano de 1934. ¿Cómo podría asimilar su base la voltereta política efectuada en 1935? Como hemos mostrado en la primera parte, la autocrítica no explícita de la Tercera Internacional respecto al aventurerismo sectario desplegado en los años ’20 y comienzos de los ’30, línea que cosechó derrota tras derrota, se reflejó en el subsiguiente oportunismo de derechas. En ciertos países, como Francia, éste pudo tener el relativo éxito de los Frentes Populares; pero donde bullía la Revolución, como en España, sólo podía imponerse abandonando los principios. Pudo hacerlo, además, apoyándose en una herramienta esencialmente obrera: la tenacidad, la disciplina, en las que desde la juventud educa la fábrica fordista. Pero esas facultades resultan fatales cuando la organización vira a la derecha, hacia el abismo. Como es sabido, la guerra contra el fascismo se perdió. No fue ajena a ello la atmósfera policíaca, envenenada, que se respiraba en la zona republicana, la cual debilitó hasta los esfuerzos más heroicos. El último acto de la tragedia ocurrió en México, un año después de la derrota. El catalán Ramón Mercader, militante del PSUC, asesinó a León Trotsky por orden de Stalin. Como expresó el propio Trotsky, la revolución seguía devorando a sus hijos.
CONCLUSIONES

Esos pocos meses en la milicia del POUM fueron valiosos para mí. Las milicias españolas, mientras duraron, fueron una especie de microcosmos de una sociedad sin clases. En esa comunidad, donde había una escasez de todo, pero sin privilegios y sin servilismo, uno tiene, tal vez, un pronóstico crudo de lo que las etapas iniciales del socialismo podrían ser así. Y, después de todo, en lugar de  desilusionarme, me atrajo profundamente”.

George Orwell, Homenaje a Cataluña

 En la vida interna del partido revolucionario se prefigura la futura sociedad humana

León Trotsky, entrevista radial, Coyoacán, México, 1940

Desde los primeros meses de la guerra civil, consciente el gobierno central del campo republicano de que se estaba desencadenando una revolución, puso en práctica una estrategia de reconstrucción del estado capitalista y recuperación de la propiedad privada. Pero no fue capaz de aniquilar las transformaciones revolucionarias. Solamente la victoria de Franco pudo poner fin al proceso revolucionario colectivista. Ello se debió a una situación de doble poder dentro de la República. Al final de la guerra el Movimiento Libertario computaba aún unos 300.000 hombres en armas repartidos en diferentes Cuerpos de Ejército. El sistema de colectivización fue el hecho principal de la revolución española. La cantidad de tierras que entraron en ese régimen por medio de las incautaciones abarcó los casi dos tercios de las tierras cultivadas en la España republicana. La mayor parte de esas colectivizaciones fue de obra de la CNT, en menor número de la UGT, y cierto número gestionada conjuntamente por ambas. Una diferencia cualitativa se daba en el tratamiento de la pequeña propiedad y aparcería. Dado que una buena cantidad de pequeños propietarios se había afiliado a la UGT para librarse de las incautaciones, ésta favorecía la producción individual (aunque los sectores más radicalizados de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra, de la UGT, tuvieron problemas con los individualistas y les enfrentaron). En la CNT había razones de principio contra la pequeña propiedad individual. Pero no se prohibió el trabajo individual, siempre que se redujera a una extensión que no exigiera trabajo asalariado y que el campesino individual en cuestión llevara sus productos a la cooperativa en común de consumo. La mejoría en la explotación agraria bajo este régimen colectivista de producción llegó a sobrepasar el 100 % de la producción anterior a la guerra, a pesar de todas las dificultades que de ésta se derivaban. La transformación de las estructuras era un hecho consumado. La conducción revolucionaria creyó necesario adquirir posiciones de fuerza en el campo de las decisiones políticas para asegurar la intangibilidad de las conquistas. El sector político representante de la burguesía, incapaz de forzar una vuelta atrás,  intentó una maniobra.  A la vez que daban satisfacción a las propuestas más radicales, fueron dejando en pie resquicios legales que les permitieran ir socavando el régimen de colectivización. La estrategia comunista consistía en intentar reconvertir la colectivización en nacionalización para controlar la economía desde sus puestos de dominio central, y, junto a ello y con el fin de engrosar su militancia e influencia social, defender también la aparcería individualista y a los pequeños y medianos propietarios, en lo que coincidían con el nacionalismo catalán. ¿Por qué actuaban así los comunistas? El PCE se hallaba ante una disyuntiva. Podía abrazar una alianza obrero-campesina con los anarquistas y el POUM, profundizando la revolución social, o contrariamente, lanzar un “frente popular” con los pequeños propietarios y la burguesía republicana. Esta última opción, como hemos visto más atrás, constituía desde 1935 la línea oficial de la Tercera Internacional. El “Komintern” había abandonado la estrategia ultraizquierdista adoptada en 1924 y que venía acumulando derrotas, por el oportunismo de derecha de los “frentes populares” lanzados al tuntún, vinieran o no al caso. Hemos visto que, para frenar el avance del fascismo en Francia, como estrategia defensiva, no estaba del todo mal. Pero en una situación revolucionaria como la española, semejante alianza con la “derecha de la izquierda” (esto es, los socialdemócratas y la burguesía republicana) obligaba al PCE a funcionar como “bombero” y no como “incendiario”, contrariando todas las tradiciones bolcheviques. El decreto del 7 de octubre de 1936, del comunista ministro de agricultura Vicente Uribe, ya reflejaba claramente esta intencionalidad, pues dejaba a muchos propietarios fuera de la incautación y alentaba a aparceros y cosecheros a la recuperación de sus tierras para crear inseguridad en el régimen de colectivización. Sin embargo, el 24 de octubre de 1936 la “Generalidad” de Cataluña promulgó el “Decreto de Colectivización de las Industrias y Comercios y Control de las Empresas particulares”. Era un documento extraordinariamente avanzado en el territorio que concentraba las tres cuartas partes de la actividad industrial del país, lo cual era un indicio de la potencia que había adquirido la institucionalización revolucionaria. Pero un mes y medio después, la misma Generalitat legalizó la Federació de Sindicats Agricoles, de rabassaires y propietarios, en una esquizofrénica línea anti-colectivista. Era evidente que en lo económico, el gobierno central no lo iba a tener tan fácil como en lo político. Una economía montada sobre la colectivización no podía de ningún modo desmontarse a base de decretos. En los primeros de marzo de 1937, un decreto del Ministro de Comercio Juan López ordenó la incautación de todas las exportaciones al extranjero. Los colectivistas procedieron lisa y llanamente a desobedecer. El gobierno recurrió entonces a la violencia, ocupando el centro obrero de Vilanesa (Valencia), lo que dio lugar a que la anarquista “Columna de Hierro” bajase del frente de Teruel y procediese, también violentamente, a la defensa de los colectivistas. No le resultaba sencillo a la cúspide republicana poner en práctica ese tipo de decisiones. Los “sucesos de mayo” de 1937 en Barcelona generaron un recrudecimiento represivo gubernamental sobre las transformaciones revolucionarias establecidas por la CNT, principalmente, sobre las colectivizaciones. Con el temor de que el creciente descontento de los colectivistas pusiera en peligro la recolección de las cosechas, el ministro Uribe decretó a principios de junio de 1937 que se mantenían legalizadas todas las formas consumadas de colectivización. Nunca se otorgó una condición permanente de legalidad a las colectivizaciones, aunque Uribe tampoco pudo eliminarlas. Un ejemplo de la impotencia por ambas partes de llevar a término extremo sus designios lo muestra, claramente, el caso del Consejo de Defensa de Aragón, constituido de hecho en septiembre de 1936 y legalizado el 17 de diciembre del mismo año. Dado que el mencionado Consejo, que gozaba de autonomía y era un modelo de eficacia revolucionaria, era un obstáculo de primer orden a los intentos centralizadores, decidieron disolverlo. Primero se enviaron a la zona refuerzos militares comunistas que realizaron  toda clase de detenciones, asaltos y pillajes, así como devolvieron las tierras a aparceros, arrendatarios y propietarios, los cuales pasaron también a entrar a saco en el conjunto de las tierras y los bienes comunes. Pero estos hechos produjeron tal desorganización en el campo, que el poder central tuvo que retroceder en esas medidas. En el caso de la industria, desde julio de 1936 fue igualmente generalizada la colectivización, salvo en los casos de empresas extranjeras, en las que se impuso el control obrero, limitando el área de decisiones de los propietarios al campo de la percepción de beneficios de los que, sin embargo, no podían disponer sin previa autorización del Consejo Económico de la Industria, regido por el control obrero. Los intentos de incautación por parte del gobierno comunista, así como desde la Generalitat y por parte de los funcionarios rusos como “asesores”, fueron más tardíos que en el campo y se sucedieron desde principios de 1938. Juan Comorera, Consejero de Economía de la Generalitat emitió, el 19 de enero, un decreto de incautación de los espectáculos públicos, a lo que las bases respondieron con una huelga general. Comorera tuvo que contentarse con que se nombrara un organismo de intervención con mayoría de la CNT. También en las Industrias de Guerra los procesos de incautación fueron muy lentos. La resistencia de la base fue muy grande. La FAI consideró los intentos de requisa como un atentado a las libertades y a los derechos del pueblo español. El gobierno comenzó a controlar algunas industrias en Valencia. Ante la resistencia, el 11 de agosto de 1938 promulgó un decreto de militarización de las industrias de guerra, como medida más coercitiva, y a emplazar en ellas técnicos de confianza, miembros del PC. Se creó una numerosa burocracia, con consecuencias lamentables. La resistencia obrera impidió que la incautación pudiera completarse. Los talleres de Madrid se negaron a entregar la producción, a menos que se constituyera el Consejo Nacional de Industrias de Guerra. Lo mismo sucedió en Valencia. La UGT accedió, a regañadientes, a la incautación, pero la CNT no. En el mes de diciembre de 1938, a menos de un mes de la caída de Cataluña en las manos de Franco, todavía la incautación no se había realizado. Ahora bien, toda esta conmoción colectivista se reflejó en la forma de vida de las personas. Durante las últimas ocho décadas, los medios de comunicación occidentales y de los países del socialismo real utilizaron el concepto de anarquismo como sinónimo peyorativo de desorden y caos. Pero el colectivismo anarquista que se impuso a partir de la revolución de 1936 en la zona catalana no era un anarquismo de los actos al azar, ni de carácter puramente individualista o hedonista. En “Homenaje a Cataluña”, por ejemplo, George Orwell comienza con una descripción de su llegada a la ciudad, tomando nota de los cambios físicos efectuados por los anarquistas y los trabajadores. La mayoría de los edificios habían sido capturados por los trabajadores, las iglesias habían sido evisceradas o demolidas, no existían automóviles privados o taxis, las tiendas y cafés se habían colectivizado, y los símbolos de la revolución abundaban. El efecto que esta colectivización tuvo sobre el pueblo era lo que resultaba más llamativo. Los camareros y vendedores de las tiendas te miraban a la cara y te trataban como a un igual. Las formas serviles e incluso ceremoniales del habla habían desaparecido. Nadie decía «señor», «don» o «usted»; cada uno llamaba a todos los demás «camarada» y «tú», y decía «¡salud!» en vez de «buenos días». El aspecto de la multitud era extraño. En apariencia, era una ciudad en la que los ricos habían dejado de existir. No había nadie vestido con distinción. Todo el mundo llevaba ropas de la clase trabajadora, overol azul o uniforme de miliciano. Decía Orwell: “Todo esto era raro y en movimiento. Había mucho en él que yo no entendía; en algunos aspectos, ni siquiera me gustaba; pero lo reconocí de inmediato como un estado de cosas por el que vale la pena luchar”. Como herederos de los bolcheviques ¿cómo podían los comunistas españoles rechazar una sociedad así? Tengamos en cuenta que las únicas experiencias similares anteriores habían sido los cuarenta días de la Comuna de París, masacrada en 1871, y la victoriosa experiencia soviética instaurada en 1917, por entonces de sólo veinte años. La gran diferencia con ésta residía sin duda en la democracia revolucionaria instaurada en España. El leninismo soviético había competido inicialmente (1917) con la Duma o parlamento, resolviendo a su favor esa situación de doble poder, pero instaurando una autocracia de partido que probablemente salvó a la revolución rusa, pero al costo de su espíritu. En otras palabras, la dictadura del proletariado descrita por Marx no debería ser una dictadura sobre el proletariado. Así, las clases obrera y campesina fueron reemplazadas por el partido comunista soviético en el esquema del poder. Con la instauración del stalinismo en 1924, el partido fue reemplazado por la dictadura del comité central, ésta por la dictadura del secretariado y el secretariado por el unicato. A este proceso llamó Trotsky “degeneración burocrática” del poder soviético. Muchos años después, en 1990, esta degeneración culminó  de la única manera posible, liquidando los restos de la revolución, desintegrando a la Unión Soviética y reinstaurando el capitalismo. Pero cumpliendo hazañas deslumbrantes y perpetrando daños incalculables en las décadas intermedias, todo en nombre de la revolución. Después de liquidar al POUM y domesticar un poco a los anarquistas, los comunistas españoles quedaron  a la cabeza político- militar de la república. Se dieron el gusto de tener un ejército con mando centralizado, frente al mando también centralizado de los “nacionales”. Los comunistas pelearon como leones. Estuvieron a punto de dar vuelta la guerra cuando cruzaron el Ebro y se lanzaron sobre el corazón de la zona fascista. Pero ya era tarde. Cayó Cataluña y meses después, Madrid. Para el historiador burgués Hernando Hernández Sánchez, en su libro de 2011 “GUERRA O REVOLUCIÓN. EL PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA EN LA GUERRA CIVIL” el PCEfue una fuerza política que ocupó un lugar periférico y marginal en el sistema de partidos mientras mantuvo un discurso esencialista, radical y sectario, al menos durante el período republicano, conformando un grupo minúsculo hasta que comenzó la contienda, para posteriormente enarbolar la bandera del antifascismo una vez estallada la guerra, siendo el partido capaz de compaginar un ideario de izquierdas de amplio espectro, con una centralidad política básica en ese momento, donde la revolución de la CNT y del ala izquierdista del PSOE asustaban a una gran cantidad de ciudadanos ajenos a tesis tan radicales para su comprensión… [pero] su propia grandeza no fue lo suficientemente potente como para dominar todo el escenario republicano, ni político ni militar. Traduciéndolo al castellano, el PCE pasó de ser una organización pequeña y débil, a convertirse en el eje de un masivo frente antifascista, interpelando a las fracciones de clase aterrorizadas por la revolución (burguesía republicana, clase media urbana, pequeños propietarios rurales). Por supuesto que sólo pudo hacerlo abandonando y enfrentando a las clases o fracciones de clase que estaban haciendola revolución: el proletariado y el campesinado pobre. Esa fue la “grandeza” insuficiente del PCE, Hernández Sánchez dixit. Esas fuerzas sociales empecinadas, obreros y campesinos, no pudieron ser convencidas de la majestuosidad de la política de “primero la guerra, después la revolución”. Esta extravagante estrategia resulta completamente excepcional en la historia de los levantamientos sociales, más bien única en toda la secuencia de las luchas militares de los pueblos desde los tiempos de la guerra de los campesinos en Alemania, hasta los recientes levantamientos en Colombia y Centroamérica, pasando por las revoluciones francesa, rusa, china, coreana, yugoeslava, vietnamita, cubana, en fin. El partido bolchevique triunfó en la Unión Soviética poniendo en práctica las módicas consignas revolucionarias “paz, pan y tierra”. Los que decían en 1917 “primero la guerra, después la revolución” fueron los derrotados mencheviques. Los pueblos no hacen la guerra “a crédito” de reivindicaciones futuras. El movimiento comunista internacional tampoco volvió a aplicarla. Centenares de miles de muertos y cuarenta años de fascismo: alto costo para un aprendizaje. La opinión impuesta por la prensa y demás medios masivos de occidente, repetida durante décadas hasta la náusea, fue que la Guerra Civil española resultó un fracaso colosal, y que no consiguió ningún resultado concreto. Fracaso atribuido a la “responsabilidad” de los socialistas, los anarquistas, los comunistas, los trotskistas, dependiendo de quién hace la evaluación. El comunismo oficial suele culpar de la derrota al bloqueo anglofrancés, que impidió que la república recibiera pertrechos y refuerzos en la magnitud que Franco los obtuvo de Hitler y Mussolini. Pero resulta ingenuo pensar que las grandes democracias occidentales iban a ser solidarias con la máscara democrático-burguesa de la revolución española. Dos décadas antes, la revolución bolchevique no sólo sufrió el bloqueo sino la intervención militar masiva de las potencias “democráticas” entre 1918 y 1922, intervención que logró vencer movilizando para la guerra a todo el pueblo soviético. Difícil hubiera sido obtener ese apoyo si no se ponía en práctica la revolución al mismo tiempo que se combatía. Queda preguntarnos hoy, fallecidos los protagonistas de esa gesta inolvidable que fue la revolución española, qué enseñanzas extraer de tantos profundos errores y de tantos deslumbrantes aciertos. La primera enseñanza que podría extraerse es que la revolución es una emergencia inmanente del movimiento de masas. Ninguna acción partidaria puede reemplazar esa emanación titánica. La segunda enseñanza es que las conducciones políticas de los movimientos no pueden garantizar la victoria, pero sí pueden provocar la derrota. Las conducciones son indispensables, ya que las masas libradas erráticamente a una evolución ciega resultan presa fácil de sus victimarios. Pero pueden llevar a las multitudes a rumbos profundamente erróneos. Por lo cual es preciso consolidar los liderazgos, pero desconfiar de las supuestas vanguardias. La tarea más importante en la actualidad es descubrir entre la neblina las leyes que rigen el movimiento de la lucha política de clases. Aunque la clase obrera contemporánea es muy distinta de la que combatió en España en los años ’30, nuestro deseo profundo se hermana con esa Barcelona obrera y campesina, igualitaria, ilustrada y entusiasta, descrita por Orwell y que aunque parezca un sueño, realmente existió.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.