Anarquía Coronada

No nos alcanzan los brazos // Gustavo Varela

El fútbol es geometría: líneas rectas, semicírculos, rectángulos elevados, otros rectángulos planos. Geometría de grado cero, casi medieval. Sobre los elefantes que soportan la planicie, la incomodidad copernicana de la redondez. La pelota siempre sobra sobre lo que es plano. Porque es redonda y lo redondo es espectral, aterrador, nómade. Horror Vacui. Lo redondo gobierna sobre la recta; en la quietud lo que se mueve es superior porque introduce el tiempo.

Entonces el hombre juega. Aristocracia e ingenuidad a la vez. La condición del jugador se inscribe allí, como dominio temporal sobre el espacio.

No Maradona. Él no. Es tiempo, como todos, y a la vez espacialidad pura. La gambeta es amague temporal, es figurar un movimiento y hacer otro. Virtud de la máscara, engañar para seguir. Messi es puro tiempo, un gran simulador: es rápido, es sigiloso, parece un roedor o un karting. Va y viene, como el río de Heráclito; y si se multiplica, si está a la vez aquí y allá es porque atraviesa el límite y se hace tiempo puro sin representación. (Riquelme también es tiempo, pero de otro modo: detiene, frena, se hace una cavidad; todos siguen mientras él suspende el devenir. Es pesado, como un gordo sin barriga. Riquelme es el camión que estacionó Diego en Barrio Parque).

Maradona es más complejo. Es el hombre en la cancha y la cancha. Es toda la geometría posible. Es gambeta, amague, quiebre, velocidad, ritmo, premura.  Pero también habita el espacio como una extensión de sí mismo. Ve sin ver, dice alguien; y entonces ordena el campo a partir de la espacialidad de su cuerpo. La mano de dios es eso, los ojos cerrados, la espalda que sitúa al Shilton en su lugar de impotencia, el aire por encima del pelo. Y por encima del aire, un agujero al espacio: el brazo de Diego se agrega donde no hay nada, ni aire, ni arquero, ni tiempo para que la mano llegue. Es un boquete por el que se filtra el puño, un globo que emerge entre dos micrones. ¿Cuarta dimensión? No, tres dimensiones más uno.

Maradona. ¿Dónde está? Dice que en el segundo gol a los ingleses miraba a Valdano. La posibilidad del pase era la razón de su fuga, de su corrida. Trazó lo posible en medio de la necesidad: piernas que se cruzan, exactitud en la fuerza, ritmo ligero y condensación, bestialidad bretona y ansiedad de trinchera en los ingleses. El pase a Valdano se impuso como un espacio abierto; lo que podía ser desplazaba los cuerpos y los volvía torpes. La pelota, en el pie izquierdo, estaba entonces en otro lugar, allá, en el pecho de la sombra que corría a la par. Otra vez el vacío, otra vez el dominio del espacio por encima de la temporalidad del amague.

Ingresa al área y el hueco se agranda. El arquero tapa el pase, los defensores también. En los registros ingleses el gol se lo anotaron a Valdano. Aún hoy el bache persiste: ¿amnesia? No, inversión de planos.

La geometría que es el fútbol se hizo carne sólo en Maradona. El resto son emergencias ocasionales.

Diego no es dios, no es un genio, no es un caprichoso, no es un irreverente; no es barrilete ni jugador de fútbol. Diego es un artista, como Van Gogh, como Discépolo, como Nietzsche.  Es uno de aquellos que conjuga su existencia sólo en el presente, sin mediaciones, sin ninguna red de contención: el mundo entero se despliega cada vez sobre su cuerpo, “la cicatriz ajena” y la propia, todo a la vez. Sobre su piel se traza la vida de los otros, el cuerpo de los otros y entonces sabe sin ver: dónde estaba Valdano, dónde cada uno de los ingleses, dónde la pelota y dónde todas las posibilidades de un arquero que ya estaba en el suelo antes de ir al suelo.

Van Gogh elegía pintar en el medio del campo, entre los girasoles y los cuervos y sabía entonces que entre su cuadro y el mundo, entre el óleo y la realidad, no quedaba más distancia que la de su propia sensibilidad.  En el trazo del pincel estaba todo junto, el sol agrietado y su vida. En los pies del Diego lo mismo.

Es la ética del artista, no la del hombre común. Porque al artista todo lo expone, una risa o un tajo son la misma cosa. El presente puro es insoportable y entonces transfigura su malestar en obra. El hombre común vive en un universo ordenado, piensa en el mañana, se ampara debajo de los límites de una moral adecuada, cuida su lenguaje y sus acciones, juzga a los otros en nombre de su propia realidad. La vida del hombre común es angosta al lado de la vida del artista. Nietzsche caminaba ocho horas por día; Paganini podría ser hijo del demonio; Discépolo tenía sólo un sobretodo.

Un montón de señores “gordos”, los enjuiciadores de siempre, los que creen que la moral es una vaca que se ata, esos, viajan por el mundo y llegan con sus postales de los cuadros de Van Gogh traídas del Musée d’Orsay y dicen sentirse consternados ante tanta belleza. Algo saben del pintor y comentan dichosos parte de su biografía para enmarcar su arte en una experiencia sublime: “esto lo pintó antes de cortarse la oreja” –vociferan-; entonces sienten que algo más comprendieron del artista, que son cómplices de un mundo del que ellos están afuera. Mientras, a Maradona lo someten al tribunal de la razón cuando separan su obra y su vida. Y dicen: a mí me gusta el jugador, no el hombre. Nunca se ha repetido con tanta asiduidad una idea tan estúpida. Como si fuera posible descuartizar a un hombre con una navaja moral.

¿A quién le importa la cantidad de heroína que se inyectó Billy Holiday? ¿A quién la nariz del gordo Troilo? ¿A quién la desesperación de Eva Perón o la estupidez política de Piazzolla? Sólo a los que tienen “la indignidad de habar en nombre de otros”, a los que se creen dueños del tribunal.  Aquí tomamos partido: Pelé fue un administrador de consorcios y Mohamad Alí uno que se rió siempre.

En el arte no hay sanción, porque la vida y la obra son la misma cosa. En los pies del Diego van dos kilos de ubre y el Luigi Bosca con Seven up y el camión en Barrio Parque, y cada una de sus palabras inconvenientes y todas sus internaciones.  No dolor de víctima, sino de insomne, de ojos abiertos porque la vida se presenta sin puentes, de desesperación existencial, de ansiedad infinita porque “el instante es enorme”. El Diego es un hacedor de belleza, de pintura cinética, de música tonal cuando él mismo era la tónica.

No nos alcanzan los brazos para abrazarlo.

 

Fragmento del ensayo Fútbol, more geometrica demonstrata, publicado en el libro De pies a cabeza, ensayos de fútbol.

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