La muerte de Diego Maradona tendrá consecuencias políticas profundas que en medio de un dolor tan inédito como inexplicable obligarían hoy al balbuceo. Ya habrá tiempo para procesarlas a nivel orgánico y de metabolizar su efecto sobre nuestra posibilidad de hacer comunes, de volvernos otros. Estas líneas, escritas desde un dolor tan agregado como innecesario, se limitan a desahogar parte de lo ocurrido en Plaza de Mayo, la Casa Rosada y sus alrededores.
Quienes estuvimos reunidos en la plaza vimos como nuestro legítimo dolor, nuestra hermandad en él, fue reconducida a un apretuje de conveniencias, a una ansiedad de sucesos. Es decir, fuimos desalojados de nuestra experiencia anímica para ser obligados a vivir el paso a paso de un funcionamiento. Este desplazamiento es más canalla aún que la represión misma. Diría incluso que la represión es un componente aleatorio, circunstancial. Porque este desplazamiento es una derrota política mayor, de otra envergadura. Quienes ahí deberíamos haber estado tratando de ponerle palabras a nuestra desolación terminamos hablando sobre la posibilidad de que a Diego se lo llevasen en helicóptero igual que a de la Rúa. En lugar de interrogarnos sobre que nos pasaba en las lágrimas y los cantos que compartíamos, fuimos obligados a los celulares, al cálculo de trayectorias posibles del cortejo, de horarios de salida. En lugar de experimentar lo que nos estaba pasando en nuestro dolor terminamos pendientes de lo que ellos estaban haciendo con el dolor ajeno.
Todo, de antemano, pintaba mal. Un velorio de diez horas para una concurrencia estimada en un millón de personas como mínimo, según los datos que manejaba el gobierno. La constante acumulación policial frente a una multitud doliente y fiestera, dispuesta a celebrar su dolor a como dé, en tanto y en cuanto su aguante por Diego es también parte de un aguante anti esclavo, anti cheto, pero sobre todo, anti yuta. Todo estaba dado, cuadriculación de control y escases de posibilidades, mucha gente junta, poco tiempo, circunstancias emocionales excepcionales, potencias mal evaluadas. Hacía falta que solamente alguien prendiese la mecha. Basto con que la rosca se antepusiese a la sensibilidad básica y que el flujo de maradoneanxs que pasaban frente al féretro se interrumpiese momentáneamente para que Cristina pudiese sacarse tranquila y en soledad la foto frente al cajón y comenzó el descontrol. Reprimieron en la puerta de la casa rosada y adentro también. Los ojos de quienes habían entrado llorosos salían destruidos por el gas que la seguridad de la Rosada les había arrojado a la cara.
Se comenzaba a destruir así una posibilidad única: el encuentro doliente y festivo en torno a la muerte de Diego Maradona, una experiencia colectiva extraordinaria que solo podía ocurrir acá, en Argentina, y que tal vez podría haber significado una nueva instancia de auto reconocimiento. ¿Quien podía pensar que no iba a pasar nada cuando anunciaron que el velorio de Maradona solo duraría hasta las 16 hs.? ¿Quien podía dudar de que todo se saldría de cauce cuando a las 14 hs. aun había una cola multitudinaria que llegaba hasta la avenida Garay y que esperaba bajo el rayo del sol desde temprano, su turno para pasar unos segundos por delante del féretro de Diego? ¿Quien podía conjeturar que se iban a quedar en el molde cuando les dijeran que dos horas antes de lo previsto debían volverse a sus casas con su dolor a cuestas sin poder despedirse de Maradona? ¿Quien pensó que esto podía salir bien?
¿Nadie evaluó que esa multitud necesitaba más que en cualquier otra circunstancia presenciar tanta muerte en ese cuerpo, ver, aunque sea en un cajón, el testimonio de que Maradona había muerto? Pero todo empezó antes, y no es excusa lo sorpresivo, la falta de tiempo. Hubo tiempo de sobra para planear. Nosotrxs, los embarcados en la negación del dolor frente a lo evidente, podíamos darnos el lujo de la esperanza. Pero se supone que nuestros gobernantes deben prever situaciones de crisis a nivel nacional cuando el desenlace esta frente a sus narices. ¿Como puede ser que el gobierno, después de la operación de Diego, no se haya interesado a fondo sobre su salud y al menos realizado conjeturas acerca de su posible muerte, y sobre las consecuencias de organizar el dolor multitudinario que vendría con ella? ¿Como puede ser que los políticos profesionales no hayan calculado al menos la probabilidad y el modo de administrar una situación libidinal única, que marcaría profundamente las posibilidades de establecer diferencias políticas identitarias a nivel de las vidas y las sensibilidades que están representando? ¿No es acaso en el modo de construir comunes en torno al dolor por nuestros muertos a donde se juega la diferencia fundamental entre nosotrxs y nuestros enemigos?
Es indigno echarle la culpa a la policía de la ciudad. Ellos, era sabido, harían su trabajo. Y lo hicieron. ¿Porque los dejaron hacerlo? ¿Que hacían ahí? ¿Si los veíamos nosotrxs, no los veían ellos, que tienen la función de dirigir? ¿Fue la ciudad la que acordó la duración del velorio, la que decidió cerrar las puertas para que entre la vice presidenta? ¿Fue la ciudad la que anuncio una alargue que no se cumplió y la que cambio el itinerario del cortejo en una burla final? La delegación de responsabilidades hacia la familia de Diego hace aún más patética la simplificación. En el comunicado oficial, en las declaraciones de Fernández, en la vulgata de los medios oficiales, se hace responsable a la familia de haber pedido un velorio corto, de haber elegido la Casa Rosada, de haber decidido no continuar con el velorio y llevarse a Diego casi a escondidas, evitando la multitud, de espaldas a nuestro dolor y a nuestra necesidad doliente. Se ampara esta delegación en una certeza pueril: la familia debe decidir porque ellos son los más afectados por el dolor. ¡Increible! Como si la muerte de Diego Maradona fuese una situación familiar y no una circunstancia política excepcional para el país que conducen, con repercusiones en todo el mundo. ¡El presidente dice que el solo se puso a disposición de la familia! ¿Pero no era esta, a todas luces, una circunstancia política trascendente, en tanto ponía en juego no solo avientes posicionamientos políticos, la afinidad de Diego por el peronismo, su cercanía con los desposeídos, sino sobre todo la disputa por el los regímenes de deseos, elaboración de sueños y fantasías, y sobre todo, los modos de pensarnos en común?
El desastre ocurrido es consecuencia de una declinación o de un adormecimiento político que a esta altura resulta programático. Estamos hablando de los mismos dirigentes que hace años velaron en encuentro popular multitudinario al jefe epocal del peronismo, Néstor Kitcher, de manera prolija y profesional, sin daños colaterales,. Entonces supieron hacerlo, ¿Por qué ahora no? ¿no era esta una oportunidad mayor aun, más relevante, que reclamaba decisiones mas certeras? ¿Qué necesidad política funcional se fundamenta en el desprecio factico por los sectores más expuestos a la desigualdad económica y el desamparo afectivo?
Era imposible no velar a Maradona, por más covid que haya, era imposible. Tal vez en eso hay que coincidir con Fernández. Pero para hacerlo así , hubiese sido mejor no hacerlo. ¿No hubo nadie que supiese poner blanco sobre negro la situación a la familia logrando consensuar un velorio como se había planeado inicialmente, de 48 hs.? ¿Nadie pudo ir más allá del comprensible dolor y llanto de Claudia Maradona y tomar la conducción de un acto multitudinario y un dolor sin precedentes? ¿Nadie supo explicarle a ella y a sus hijas que ahí afuera había millones de familiares de Diego esperando para despedirlo, que ellos también eran su familia, tanto o más que ella y sus hijas? ¿No hubo, en todo caso, nadie capaz de ir mas allá de lo emotivo y llegado el caso plantar bandera de autoridad y decidir que el velorio debía seguir hasta que todos los que querían pudiesen despedirse? No es mucho lo que estamos pidiendo con estas preguntas. Conmover, negociar, imponer, forman parte básica de la tarea de gobernar. En definitiva, argumentar que hoy en la Plaza de Mayo el desastre vivido se debió al respeto por las decisiones de la familia responde a la misma lógica que decir que había que desalojar a los palos en Guernica porque había una orden de un juez.
Orden del juez, voluntad de la familia. Es la misma lógica de defensa de la propiedad privada, en el primer caso, de la tierra, en el segundo, de un cadáver, simplificando las connotaciones concretas, simbólicas, significativas de cada caso, como si solo estuviese en disputa un conjunto de datos y no la complejidad de las tramas sensibles, los vericuetos de las pasiones. Entre yo tengo que cumplir la ley y me puse a disposición de la familia y el exxel que tenía que cumplir Aranguren prácticamente no hay distancia. El perdón macrista ha mutado en la explicación compresiva y sensible, pero es una justificación análoga de una maquinaria dispuesta a llevarse al muerto literalmente de espaldas a la gente, amagando a ir por la 9 de julio para escapar por Paseo Colón. ¿les suena la claridad del mecanismo en la analogía presente en el nombre de las calles?
En Guernica y en la Plaza, delegación de la imaginación política a una resignación pusilánime de restauración de un sentido común de esclavos. Mismo sustento de lógica política para dos hechos que parecen estar solo ligados por la actitud represiva pero que son un avance progresivo hacia una derrota peligrosa y abismal. Después de ver las casillas prendidas fuego en Guernica, fue posible pensar que no podía haber una ruptura más profunda entre la base social propia y el Gobierno, entre la rosca y la fiesta, entre ellos y nosotxs. Las casillas prendidas fuego fueron no solo una realidad ineludible ligada a la represión insólita, sino una herida simbólica clavada por su autor, Sergio Berni, como una cabeza en una pica en la muralla de la cultura de la imagen. Pero hoy, de manera chapucera y hasta podría decir inconsistente, fueron aún mas allá, transformando con sus manejos impresentables esa reunión de hermanos en una arrebatiña, como si el féretro hubiese sido ya no el fuego de un fogón igualitario de voces y llanto y encuentro, sino un puñado de huesos tirados a la marchanta. Y llegaron al reducto de lo que todavía podía unirnos, con consecuencia que aún no se pueden medir pero de las que sin duda son responsables.
Cuando se produjo el desalojo de Guernica pedimos la renuncia de Berni. Hoy, ¿quien debería renunciar? ¿Cafiero, De Pedro? Los efectos del desastre son disimulados por el ámbito futbolero del velorio popular. No pasó nada, corridas de cancha. Pero si uno se detiene un poco en el comunicado oficial y las declaraciones de Fernández las similitudes son aún mayores, allá en el sur fueron las organizaciones de izquierda, hoy se habla de fanáticos y gente subida a las rejas, como si no hubiese pasado nada antes, como si no hubiese habido una rendición previa a lo que sin duda, si se lo manejaba así iba a pasar. ¿No será el momento de dejar de pedir renuncias para exigir de todas las maneras posibles el cambio de una lógica política que nos sigue empujando hacia un desasosiego que va mas allá incluso de una posible derrota electoral y se aventura hacia un derrumbe anímico necesario para la denigración final de lo político como modo de estar juntos?
Si no hubiésemos organizado esto hubiese sido peor, más o menos dijo Fernández. ¿Debemos tomar en serio esta frase? Por debajo de ella, amigxs militantes, incluso maradoneanxs, despliegan un argumento pregnante pero canallezco. Que no podía ser de otra manera, que el velorio de Maradona tenía que ser así porque así era Diego, la mezcla imposible entre el amor de las multitudes populares y la tranza y el bajón, y los miserables de turno. Es increíble la reaparición de las viejas figuras retoricas bajo argumentos renovados. Se trataría entonces no ya de un velorio organizado sino de un raro ejercicio de la laudatio, por la cual se homenajeaba en piezas poéticas a un muerto imitando el estilo que este frecuentaba en vida. Tal vez este argumento, hundirse a fondo en el lado más abyecto de lo retratado, sirva para elogiar la noche del diez de Adrián Suar y su equipo, acaso la obra cumbre realizada sobre Diego Maradona. Pero si esa hubiese sido la propuesta del gobierno, no estaríamos hablando del accionar de un presidente sino de una intervención del Guasón.
Murió Diego y no pudimos llorarlo como merecía y como merecíamos. ¿Los culpables fueron los inadaptados de siempre?. Una nueva trampa política esta plantada, nos transformamos en lo que dicen que somos y nos revindicamos fiesta enfrentando a la cana, copando la Rosada, separados una vez más de los que están ahí, los caretas, los yutas, los corbatas. Pero el dolor por la muerte de Diego es tan sabio que incluso este orgullo del agite, este diferencial en sí mismo no nos conforta del todo: ellos se zarparon y nosotrxs la pudrimos, sí, pero lo que necesitábamos que ocurra no pudo ocurrir, hay un dolor adicional.
El dolor por la muerte de Diego sostiene diálogos abiertos sin terminar, señala incertidumbres, nos impide situarnos afuera. La muerte no pudo evitarse, el dolor agregado, en cambio, se podría haber evitado. Y en su muerte Diego hubiese podido llevar, como sucede con todos los grandes temas vitales que su significación pone en juego, la función reparadora del dolor a dimensiones colectivas nunca antes pensadas, hacernos común, volvernos otros. ¿no es también la historia la evaluación de aquellos posibles latentes que aquello que ocurrió transformo en imposibles? ¿No deberíamos habilitar lo contra fáctico para sopesar responsabilidades históricas concretas? ¿no es licito desear conjeturalmente un velorio reparador en lugar del mamarracho en el que nos metieron y la encerrona identitaria a la que nos empujaron? Y no se trata de pedir sensibilidad social, eso se le puede reclamar, siempre de manera inútil, a los ricos, a la iglesia, a los poderosos imperiales y los capitales trasnacionales. Se trata de la administración y el fundamento de un caudal político que significa crear, imaginar y acumular junto a y no desde, con y no para.
Una reparación maradoneana, incluso de la idea de cuidado y de autocuidado, manoseada y destruida como valor político diferencial en el tratamiento que el gobierno hizo de la crisis pandémica, pero que se remonta a la desmovilización post PASO y se ejemplifica en el desmovilizador tramite de la ley de aborto legal en curso, impulsada sin debate ni participación de la marea verde y sus potencias. Porque si algo caracteriza a este gobierno es su progresivo distanciamiento de la fiesta como modo de respaldo anímico para gestionar la política como imaginación de nuevos posibles, un temor a la vitalidad insumisa de ese nosotrxs que la propia Cristina le señalo a Fernández como apoyo ineludible, en aquella otra plaza esperanzadora, tan lejana y bastardeada.
Ahora sabemos con una certeza fortalecida por el daño recibido que de lo que debemos cuidarnos es de esta lógica política pusilánime, que siempre se inclina hacia el lugar común, la legalidad más pacata y sensiblera para fundamentar un pragmatismo tan débil como reaccionario. En términos de la aplicación de esa lógica hoy no hubo errores, su ejercicio es riguroso y vuelve a poner otra vez de nuestro lado la gestión autónoma, no representada ni representable, de la fiesta. Expresada también como pasó hoy en el enfrentamiento anti yuta, anti careta, anti profesional, en el rancheo a lo que dé, en la corrida para ver el cajón de Diego salir para donde sea.
Con Guernica muchos dejamos definitivamente de tener empatía afectiva con su gestión, pero nunca, tal vez, pensamos que llegaríamos a despreciar sus consecuencias de una manera tan directa y feroz como sucedió esta tarde, en el día más doloroso, en el dolor más impensado. Tal vez desde el mismo dolor agregado, los que los votamos, y los que vamos a volver a votarlos, llego la hora de decirles claramente que dejen de hacer las cosas de manera cobarde. Y que si van a hacerlas como cobardes profesionales por lo menos las hagan de manera eficiente, de modo tal que no nos obliguen, además del rechazo, también a la vergüenza. Porque lo que viene después es la negación y la indiferencia.