Texto: Vero Gago
Fotos: M.A.F.I.A
Ayer vivimos una sorpresa y una constatación: volver a tomar las calles, un año después. 3 de Junio (3J) instalado como cita multitudinaria, en su repetición y diferencia. Esta vez aun más gente movilizada, poniendo en marcha ese trayecto de Congreso a Plaza de Mayo, inundando la avenida. Lxs familiares de las víctimas de la violencia patriarcal encabezaron la manifestación, cargando carteles, cantando y llevando fotos y banderas, haciendo presentes, una y mil veces, cada nombre. Con denuncias concretas: a la policía, a la justicia, a la indiferencia. Poniendo otro lenguaje a lo que la TV sólo narra como crimen, venganza pasional o bajo la luz de detalles morbosos. La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito tiñó de color verde la atmósfera, no sólo entre sus militantes, sino en la garganta de muchxs que se quieren colgar ese pañuelo, contraseña y distintivo, para gritar más fuerte. Cientos y cientos de grupos, de jóvenes de escuelas, de comedores barriales, de agrupaciones de teatro, de ex mujeres presas, de trabajadoras, de madres, de estudiantes y de amigas sueltas. “Ni una menos” se desliza a “vivas nos queremos”. A veces con llantos, a veces con risas, casi siempre con dolores añejos y nuevos. Son dos consignas que se enlazan a otras canciones: las que vienen de los escraches a genocidas hasta las marchas contra los femicidios en México, pasando por la complicidad de la iglesia con la dictadura. Sabemos, por el mapa que circuló en redes, que esa movilización –en esos mismos momentos– se replicaba en muchos puntos del país.
¿Qué queda de esa consigna ancha y envolvente hasta la cita del año que viene? Queda una manera de nombrar la violencia que exige auto-organización y auto- defensa. Queda una experiencia de composición callejera que se aloja en el cuerpo de cada una. Queda un desafío político.