PARTICIPANTES:
Elizabeth Gómez Alcorta: Abogada, con orientación en Derecho Penal, graduada en la Universidad de Buenos Aires con Diploma de Honor. Especialista en Derecho Penal, por la Universidad de Buenos Aires, y en Ciencias Políticas y Sociología, por FLACSO. Preside el Movimiento de Profesionales para los Pueblos, integra la Comisión Directiva de la Asociación de Abogados de Derechos Indígenas y la Comisión Directiva del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).
Horacio González: Sociólogo, docente, investigador ensayista. Profesor de Teoría Estética, de Pensamiento Social Latinoamericano, Pensamiento Político Argentino
y dicta clases en varias universidades nacionales, entre ellas las de la ciudad de La 1 Plata y Rosario. Entre 2005 y 2015, se desempeñó como director de la Biblioteca Nacional. Actualmente dirige el Fondo de Cultura Económica para la Argentina.
Diego Sztulwark: Investigador y escritor. Coordina grupos de estudio de pensamiento político y filosófico. Escribe regularmente para el blog Lobo Suelto, es coautor de un puñado de libros y forma parte del equipo editor de Tinta Limón Ediciones. Es columnista en Radio La Tribu y miembro socio del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).
COORDINADORAS:
Mariana Gainza: Lic. en Sociología (UBA) y Doctora en Filosofía (USP). Docente en la carrera de Ciencia Política e investigadora de Conicet/Instituto Gino Germani.
Natalia Romé: Lic. en Comunicación, Magíster en Comunicación y Cultura y Doctora en Ciencias Sociales (UBA). Profesora Titular de Teorías y Prácticas de la Comunicación III e Investigadora del Instituto Gino Germani y docente en la Facultad de Bellas Artes de la UNLP.
–
Natalia Romé— Antes de comenzar queremos darles la bienvenida y agradecerles la participación en esta Conversación que integra el Dossier de la Revista Argumentos, que hemos titulado Neoliberalismo, entre el orden y el tiempo. Para iniciar el intercambio y ordenar un poco la discusión elaboramos, con Mariana Gainza, algunos ejes. La primera cuestión que nos preocupa tiene que ver con los rasgos de lo que podríamos llamar el “giro punitivo” del neoliberalismo, para diferenciar su actual inflexión con respecto a experiencias propias de los años noventa, con sus promesas de consumo, sus retóricas modernizadoras, sus expectativas en relación a las nuevas tecnologías y a un mundo sin fronteras. En el contexto de la respuesta neoliberal a la crisis financiera del 2008, la precarización de las condiciones de vida y el debilitamiento de la democracia provocaron una proliferación de violencias, no solo estatales (represión, gatillo fácil, violencia institucional) sino también sociales: femicidios, linchamientos, etcétera. Aunque la solución punitiva de problemas complejos sin duda fue potenciada y legitimada a partir del 2016, cuando los discursos oficiales se sumaron a los mediáticos, sin embargo, la idea de un punitivismo exclusivamente inducido desde arriba parece simplificadora. ¿Qué genealogía de las violencias actualmente presentes les parece posible trazar? ¿hay viejas y nuevas violencias? ¿violencias que sobreviven y se reproducen?¿tienen distintos orígenes históricos, cuáles?
Elizabeth Gómez Alcorta— Muchas gracias, para ampliar la propuesta de los ejes me gustaría mencionar algunas ideas cuya vinculación con la coyuntura actual considero importante. Propongo pensar que el neoliberalismo como proyecto civilizatorio tiene una racionalidad, tiene dispositivos que son propios que están, además, globalmente articulados, y pensar cuál es el lugar que ocupa la violencia en este proyecto. Creo que la violencia ocupa un lugar de condición de posibilidad para el proyecto mismo, y ese lugar no lo ocupa solamente a nivel nacional sino a nivel regional y a nivel planetario. A partir de ahí se puede pensar cualquier otro de los ejes. Me pregunto sobre las particularidades que tiene la violencia en sociedades postgenocidas como la nuestra. Tenemos que tener muy presente esa violencia estatal, ilegal, clandestina, subterránea, que de ninguna manera terminó ni concluyó con el regreso a la vida democrática. Inclusive hay algunos tipos de violencias estatales que mantienen la misma forma, son idénticas, pero peor. Puedo dar ejemplos, porque son temas con los que yo trabajo: torturas en las comisarías o torturas en las cárceles. Se mantienen casi idénticas, pero peor, porque están absolutamente naturalizadas. Creo que esta negación o esta naturalización de la violencia estatal, viene de la mano de otra negación, que es la articulación de esta violencia con las condiciones económicas que sí se imponen en ciertos modelos o proyectos. En los proyectos neoliberales hay una violencia latente, y esta otra negación, que implica la falta de reconocimiento a la vinculación que puede tener las condiciones que impone el modelo a la vida de todos/as con aquella violencia solo la profundiza. Y estas dos negaciones están condicionadas a que estas violencias se perciben con independencia de los procesos políticos institucionales, como si estuviesen totalmente desvinculadas. Y pongo el ejemplo, los femicidios, una violencia que no tiene absolutamente ninguna relación con los procesos políticos institucionales. El consenso es que faltan políticas para prevenir, pero no se dice que los procesos político institucionales tengan alguna vinculación con esta violencia. Los discursos negacionistas oficiales de estos años tienen una implicancia para mí muy importante, porque es nuevamente la negación de la violencia. Ya sabemos que todos los genocidios como prácticas sociales no concluyen con la eliminación de la otredad negativa, sino en un momento posterior que es la relativización de aquellos hechos. Por eso en particular que este último gobierno tenga un discurso tan fuertemente negacionista tiene que ver con la negación de esa violencia.
Pensé también otras cuestiones para analizar el eje sobre violencia. Los proyectos neoliberales necesitan la construcción de nuevos marcos de legalidad y de ejercicios de derecho. Hay una pretensión de la justicia ligada al principio de igualdad, y que a partir de ese principio de igualdad se desarrollan múltiples estructuras político institucionales. Tengo la sensación de que en el momento que estamos viviendo –y no es algo exclusivo de Argentina – este dilema de la igualdad está cada vez más en juego y hay una aproximación a empezar a romper con este principio de igualdad como eje, tanto político como reproductor de estímulos. Esto nos lleva a la dualización de la sociedad en dos clases de ciudadanos o de ciudadanas. Hoy hay una lógica en la que la igualdad se convierte en equivalencia. Me parece que esto habilita una interesante pregunta: ¿qué amenaza le genera esto a la democracia? Y me parece que algo que es importante para pensar en este marco es el punitivismo de abajo, ya que ustedes preguntaban si todo era punitivismo de arriba, creo que efectivamente hay una vinculación con la explotación del temor, sobre todo vinculado a los delitos urbanos. Hace muy poco salió un libro de Esteban Rodríguez Alzueta, Vecinocracia, que trabaja de un modo bastante interesante la idea de “vecinocracia” como una expresión antipolítica de la vida comunitaria, porque nosotros siempre pensamos la vida comunitaria como la vida política en sí misma, y me parece que es un eje interesante pensar la vida comunitaria como antipolítica. La vecinocracia desautoriza todos los debates colectivos, se reclaman medidas urgentes, contundentes, que impugnan cualquier tipo de debate; la vecinocracia se fortalece como producto de los temores de la gente, porque no es nueva, pero se suma en la lógica de tratar de vincular con la coyuntura neoliberal la precarización de las amenazas de los estándares de consumo, este miedo a caer que hace justamente, que lleva a los vecinos –hablo de vecinos como categoría, no como ciudadanos– a obstinarse contra los más vulnerables, que claramente no comparten sus estilos de vida. Y de este modo, los miedos generan cambios de la vida comunitaria, en la vida urbana. Para una importante cantidad de esta sociedad fragmentada los umbrales de seguridad no se negocian, esto genera claramente un sentimiento negativo, su deseo de revancha social que es lo único que uno puede explicar, tanto en los linchamientos como también en las tomas de las comisarías. Es Santiago del Estero ayer, los vecinos yendo a la comisaría 5ª a reclamar, pero no es a un reclamo pacífico, es querer ir a matar, a prender fuego, con altísimos niveles de resentimiento, de odio, se pone en juego una cultura muy fuerte de la degradación, del odio y también de la indiferencia.
Por último, retomando algunas cuestiones de los estudios sobre la personalidad autoritaria de Adorno, me parece que es interesante pensar, efectivamente, las tendencias antidemocráticas en la subjetividad actual, para trabajar cómo después de treinta y cinco años de democracia una parte importante de la sociedad tiene una fuerte predisposición antidemocrática. Creo que tiene que ver con que este ha sido el proceso democrático más largo que hemos tenido, que incluyó momentos como los noventa, el 2001, y el actual. Creo que es un trabajo de parte de la academia, de la intelectualidad, y sobre todo del sistema político, pensar cómo trabajar para transformar, no solamente desde el Estado (puede ser que no volvamos a tener un Estado que desee trabajar esto por muchos años) sino desde el sistema político en general, transformaciones de subjetividades, para modificar una tendencia fuertemente antidemocrática, que es como un piso en el cual se erigen todas las preguntas sobre la violencia. Menciono esto como disparador aunque hay muchas cosas para pensar.
Diego Sztulwark— Yo quisiera decir algo sobre la idea de neoliberalismo. Muchos de quienes leímos las últimas cosas de Foucault sobre el neoliberalismo, pasamos muy por arriba el tema de la violencia o de la represión. Foucault tiene esta idea de que el neoliberalismo es una especie de forma de gobierno post soberano, donde el Estado no es tan importante, es como si se dominara a través de la libertad; como si el mercado y técnicas más o menos no represivas de la subjetividad estuvieran actuando, estimulando la acción de las personas. Pero cuando uno se da cuenta a qué se le llama neoliberalismo, sí hay una voluntad represiva en el neoliberalismo. No tanto porque acuda a la policía o porque acuda a los militares, que no es necesariamente el caso. Justamente el hecho de que en la Argentina el neoliberalismo aparezca ahora, no ya como efecto del terrorismo de Estado –que sí lo es, como se dijo recién –sino como la base de una subjetividad democrática; y que se presente casi como una condición de la democracia, a pesar de que la instalación del neoliberalismo haya venido del lado de la dictadura es lo que hay que pensar a fondo. El par democracia y neoliberalismo funciona como identificado en la misma serie los mercados, los consumos, las llamadas “subjetividades flexibles” como prácticas antiautoriarias. Pero hay una violencia propia del neoliberalismo que merece ser investigada, una violencia que se da como intolerancia contra todo aquel deseo que no se realice por la vía del mercado, a todo lo que no sea el deseo gobernado por los modos convencionales de los medios de comunicación, las redes sociales. En otras palabras: todo lo que amenace con abrir la brecha entre deseo y mercado exaspera la violencia neoliberal. Es la violencia desde arriba que vemos desplegarse hoy buena parte de
América Latina. Hay bastantes claves para pensar que las experiencias tipo neo fascistas, o más en general las derechizaciones actuales, tienen origen en el devenir de la constitución del neoliberalismo, no se trata de un fenómeno exterior. Ni Bolsonaro en el poder, ni Pichetto en campaña, diciendo las barbaridades que dicen, son fascistas clásicos, tipo años 20. No. No son algo exterior al neoliberalismo, sino la exasperación de una veta autoritaria, una intolerancia a todo síntoma que exprese una inadecuación de la vida a los imperativos de productividad y consumo impuestos por los mercados. Habría que considerar este aspecto odiante del neoliberalismo, porque da lugar a una violencia muy específica. El movimiento de los feminismos lo vio muy claramente, detectando al elemento patriarcal vinculado a lo neoliberal. Está muy claro en los trabajos de Rita Segato, que analizan muy bien como esta dimensión de violencia se va reproduciendo en todas las clases sociales. La violencia neoliberal merece ser pensada en su especificidad, precisamente porque se presenta como no viniendo del estado sino como algo que surge espontáneamente de la sociedad civil organizada en el mercado. Esto viene ligado a otra “novedad” del neoliberalismo en la América Latina de estos años, y es la creciente diferenciación entre Estado de derecho como gobierno de las leyes y democracia como efectiva participación popular. El neoliberalismo es
mucho más compatible con el Estado de derecho que con la democracia. Esa
distinción –sobre todo en el caso de Brasil, aunque también es para pensarlo acá – permite niveles de violencia, incluso golpes militares de nuevo tipo, golpes de Estado con presencia militar, pero observadores de los procedimientos constitucionales, como se supone que es el caso de Brasil. Al interior del proceso constitucional, al interior del proceso parlamentario. Golpes de estado al interior del orden legal. Con un contenido antidemocrático brutal. La posibilidad de http://publicaciones.sociales.uba.ar/argumentos/ Nº 21 | Octubre de 2019
ARGUMENTOS
Publicación del Instituto de Investigaciones Gino Germani
Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires
ISSN 1666
convivencia de una violencia antidemocrática con un apego formal al Estado de
derecho es una novedad tenebrosa para la región. No es dictadura o democracia en
términos convencionales lo que se está jugando; es violencia neoliberal apegada al
Estado de derecho contra una idea de democracia que puede habilitar otras formas
de vida que el neoliberalismo no tolera y que reprime de una manera cada vez más
violenta aunque no sea solo represión militar o policial.
Para retomar la expresión de Esteban Rodríguez, la “vecinocracia”, me acordaba de
una experiencia, una pequeña investigación en el parque Indoamericano, durante
la toma del parque. En ese momento el Jefe de Gobierno de la Ciudad era Mauricio
Macri, él dijo que los que ocuparon el parque eran parte de una inmigración
descontrolada y usurpadora. Los vecinos se movilizaron contra los supuestos
usurpadores; después hubo tres muertos en manos las policías que intervinieron
en aquel momento. Pero en la campaña electoral posterior, la del 2011 para
reelegir jefe de gobierno de la ciudad, la consigna de la campaña oficialista fue “vos
también sos bienvenido”, con unos afiches donde había fotos de personas que 7
pueden ser perfectamente migrantes
pueden ser perfectamente migrantes. Con lo que se hace muy clara la diferencia entre lo que es un migrante “usurpador” o delincuente, que impone sus derechos por la fuerza y llega a cuestionar la estructura de la propiedad, etcétera, del migrante o del mundo popular adaptado al neoliberalismo, que acepta el código de integración. Ese pasaje “vecinocrático” es bastante ilustrativo. Alejandro Rozitchner, con oficina en la casa rosada, intentó un poco ser el articulador discursivo de esta ecuación neoliberalismo igual democracia.
Natalia Romé— Cuando mencionás la intolerancia a todo deseo que no sea capturado o capturable por el mercado, ¿en qué estás pensando? ¿En qué tipo de prácticas o de experiencias?
Diego Sztulwark— Por un lado sería pensar que el neoliberalismo no es solo el partido neoliberal o el partido de los neoliberales, no es el grupo de los macristas, sino el efecto de una estructuración más compleja de las relaciones sociales del capitalismo de las últimas décadas. No es una realidad latinoamericana, es una realidad global, el neoliberalismo podría decirse que es el capitalismo que exacerba el hecho de que la inversión de capital no es solo para producir mercancías sino para producir el mundo en el que esas mercancías son deseadas y comprables. Que se abra una brecha entre producción de mercancías y modo de vida es un problema para el propio capitalismo. El capitalismo se hace cargo de esa relación entre deseo y mercado. La importancia de que esa brecha no se abra es muy central en la estabilidad social, ya hace varias décadas lo que se llama crisis social tiene que ver con la posibilidad de sectores populares de no reproducirse al interior de lo que el neoliberalismo da como norma. Estoy pensando en el 2001, pero estoy pensando en todos los movimientos sociales que cuando se politizan hablan de modos de vida, hablan de modos de existencia, y pueden polemizar.
Elizabeth Gómez Alcorta— El buen vivir…
Diego Sztulwark— Exactamente, desde el consumo hasta toda la agenda que el movimiento plebeyo y popular, incluidos los movimientos feministas, pusieron en cuestión en América Latina en las últimas décadas. Desde lo que hubo antes de Evo Morales como los levantamientos populares en Bolivia, el 2001 argentino, Venezuela, lo que pasó en Brasil. Si uno tomara la agenda, no de los gobiernos progresistas sino de las crisis sociales y los movimientos populares previos, encontraría una polémica sobre el deseo de otro modo de existencia. Eso es un desafío muy fuerte, porque –insisto nuevamente– que le llamaremos capitalismo a una inversión muy fuerte de recursos, no tanto en producir mercancías, que son cada vez más fáciles de producir, sino en producir el escenario en el que el deseo de esas mercancías es fundamental. Una lucha política llevadera.
Natalia Romé— En ese punto hay una relación con lo que Eli mencionó antes, con respecto a la diferencia entre igualdad y equivalencia. Se puede ver que equivalencia es la forma mercantil de captura de la igualdad. De alguna manera, en esa operación actúa ya un obstáculo fuerte a la separación entre deseo y mercado, no tanto promoviendo la identidad entre deseo y consumo sino prohibiendo todo deseo de igualdad y de vida con otrxs. Digo esto porque la relación entre deseo y adquisición de mercancías es tan antigua como el fordismo y como la publicidad en la industria cultural. La cuestión es que ahora se presenta con una cuota de violencia, de fantasías de aniquilamiento a otras formas de goce y a la vez, investida de supuesta tolerancia, de pluralismo de los gustos individualísimos…
Mariana Gainza— Quisiera preguntar algo que también remite al dilema entre la igualdad y la equivalencia, retomando el comentario de Diego sobre la distinción que produce el neoliberalismo entre Estado de derecho y democracia. Si bien es cierto que el “Estado de derecho”, o una discursividad en torno a él, es usado por los nuevos fascismos o por las derechas para ir en contra de una serie de garantías que antes se suponían englobadas en la idea de Estado de derecho, también sucede que muchos entre los que luchan por la democracia, en este contexto adverso, eligen defender, no solamente la retórica, sino los principios elementales del Estado de derecho. ¿Se puede sostener la tensión entre la crítica del Estado de derecho y cierta defensa necesaria del Estado de derecho? Pregunto esto para introducirlo a Horacio en la discusión, ya que él participó, junto a figuras como Zaffaroni, en actos públicos donde se planteó la necesidad de esa defensa frente a las persecuciones políticas del macrismo.
Elizabeth Gómez Alcorta— Quisiera retomar algo que decía Diego sobre la violencia. Pensemos, el neoliberalismo que no sólo produce una sociedad de mercado sino también una sociedad de control, y la sociedad de control como modo de condicionar subjetividades, condiciona el deseo, la sexualidad. La cuestión es que uno desea lo que la sociedad ofrece; son dos canales que van por vías distintas pero que se necesitan uno al otro. Lo que decía Diego lo pienso en relación con temas indígenas, sobre los que trabajo. Más allá de la importancia de ciertos pueblos, ciertas comunidades y retomando lo del buen vivir; la lógica del buen vivir de los pueblos indígenas tiene que ver con una vida, una cosmovisión, una vida comunitaria, pero también con un deseo, una sexualidad, un orden social que no tiene nada, pero nada que ver con las subjetividades que nos impone necesariamente el neoliberalismo o el capitalismo. En estos años vuelven a estar en el foco de persecución y de criminalización los pueblos indígenas como una dimensión distinta, lo estoy pensando ahora, casi en voz alta. Hay un tema central y neurálgico: ¿qué sucede con las democracias contemporáneas? Se deja ejercer la libertad, siempre y cuando se haga dentro de las lógicas propias del mercado, porque en definitiva es eso. Hay que preguntarse por las instituciones íntegras, hay que repensar el Estado de derecho, que se enuncia como si ese fuese un valor en sí mismo; pero ¿de qué me sirve vivir en un Estado de derecho? El impeachment a Dilma se hizo bajo las reglas que impone su sistema normativo, nadie puede negar eso; y el entonces senador Bolsonaro reivindica al torturador de Dilma, en el momento que está dando el discurso para echarla. Ahí sí entran en tensión las lógicas que hay que repensar; cuando nosotros pensamos el Estado de derecho y pensamos la democracia con instituciones que son del Siglo XIX y pensadas para esa sociedad, para sus factores de poder. Nosotros vivimos en el Siglo XXI. ¿Sirven hoy esas estructuras de la democracia liberal -que defendemos- para algo más que llevar adelante prácticas absolutamente antidemocráticas y vulneratorias de derechos? Ayer estuve en una actividad y me decía: ese régimen político, la democracia por la cual tanto luchamos en toda Latinoamérica, después de haberla alcanzado, con lo que nos costó, y después de treinta y cinco años, ¿es posible que ese régimen hoy no satisfaga la posibilidad de que ciertas personas cuenten con las garantías mínimas, y que la arena política no cuente con las mínimas reglas de juego aseguradas? Lula preso, Cristina perseguida, Correa… ¿Cuál es la pregunta que nos tenemos que hacer? ¿Sirve ese sistema? ¿Dónde está el problema? Ese punto es para mí crucial. Para mí es obligatorio repensar todo. Zaffaroni lo simplifica y entiendo que está bien, porque cuando lo hacés en una charla masiva quizás es más difícil, pero creo que hay que repensarlo.
Horacio González— Tenés razón, evidentemente. Pero Zaffaroni fue juez de la Corte y es un especialista. En realidad, acabás de plantear el problema de cómo expresar ante un público más amplio, que no cuenta con conocimientos específicos de derecho, una situación muy agraviante. Partiendo de la utopía moderna de la humanidad gozando de garantías jurídicas, ahora nos encontramos con una situación que no cumple lo que ciertas revoluciones –como la francesa– habían sostenido como derechos de los ciudadanos. Lo que estamos planteando aquí es que el neoliberalismo se llamaría así, porque puede mantener una estructura heredada de revoluciones anteriores, un sistema de derechos, un sistema de libertades y, al mismo tiempo, violentarlos por dentro. Y esa lógica invitaría a estudiar un nuevo tipo de violencia, que mantiene una superficie de escrituras, de cánones y de procedimientos: hay juicios, hay abogados, hay instancias superiores que legislan sobre si lo anterior fue bien legislado. Entonces, daría la impresión de que el Estado de derecho, es decir, una de las formas fundamentales del Estado, es una especie de piel inútil que, sin embargo, por alguna razón se sigue manteniendo o defendiendo, mientras hay discursos neoliberales que hablan en nombre de él.
Que hablan en nombre de esos conceptos heredados de gran prestigio: sostienen facultades de derecho, sostienen un enjambre de abogados y de juicios civiles, penales, que hacen de la vida cotidiana un lugar donde se supone que no hay violencia espontánea ni ruda, sino una instancia judicial o jurídica –incluso jueces de paz o instituciones comunales– que imparten justicia. La idea misma de justicia está totalmente quebrada, pero al mismo tiempo que sucede esa quiebra, no se abandona su lenguaje. Me gustaría ver cuál es el estado real del lenguaje, en todos los órdenes: las distintas áreas del conocimiento, las ciencias sociales, el lenguaje de los libros y el de los divulgadores, y sustancialmente el lenguaje de los medios de comunicación más vinculados a las corporaciones. En este último caso, parecería que no es necesario eliminar las reglas del juicio de jurados o del juicio por instancias, porque ya hay otra forma del juicio más poderosa, duradera y eficaz: la que se establece en un aparato comunicacional, que tiene una complejidad que no es fácil de describir. En un principio, se parecería al funcionamiento del sistema financiero, permitiendo equiparar la idea de mercancía a la idea de información. Toda nueva tecnología, sin proponérselo explícitamente, necesita un lenguaje que la proteja (porque no hay ninguna práctica humana o social que no tenga un lenguaje). La revolución tecnológica se da tanto a través del mundo digital como de la vieja televisión (no concuerdo con la idea de la “paleotelevisión”, la idea de que las redes y demás establecerían otro tipo de sociedad, porque la televisión tendría algo de centralización y no de dispersión). En la televisión hay un uso de la palabra, un uso del tiempo y un uso del espacio, y me da la impresión de que ahí se establece justicia antes de que en cualquier otro lado. Se establece justicia a través de procedimientos no muy diferentes a los de los viejos manuales. Los grandes manuales de retórica, de Cicerón o Quintiliano, decían más o menos lo mismo: la frase corta, el momento contundente, el remate final. Una esgrima que también apelaba a la ficción. No querían abandonar la verdad, pero lo que llamaban verdad tenía que tener como anexo indispensable una forma de narración. La justicia finge tener un apego específico a una forma de relato: se apega a la dura lex; no se pueden escribir cosas como las que escribiría Ezra Pound, deben escribirse cosas cuyo enunciado no tenga distancia con lo real. Es eso lo que se rompió totalmente. Los antiguos tenían recursos –sin evitar la prueba, la contraprueba, etcétera– que suponían que el enunciado no era una piedra inmóvil, fija, impenetrable, y la verdad se garantizaba en la fuerza del enunciado (enjuto y con las palabras necesarias, con fuerza de ley). Los códigos que uno lee están escritos así, la Constitución Nacional está escrita así y aún se apela a la Constitución Nacional. Por eso, la escritura es la escritura de la ley, y la ley es la escritura: se escribe para asociar o empalmar de forma literal, para determinar cuál es el significado de una verdad. Esa idea de la verdad, sostenida a través de pruebas y contrapruebas, ese mundo argumental tan pautado, no admitiría que haya otra fórmula del lenguaje que establezca una mejor justicia que la heredada del derecho romano, el derecho griego… Incluso de la Revolución francesa, que consagra el ideal de la palabra dictaminadora, porque la palabra misma se había depurado de tal modo, que su sentencia reemplazaba a la violencia, al latigazo, al castigo; era una palabra muy dura, era inapelable (cuando terminaban todos los procesos, que también aceptaban la apelación). De modo que parecía un mecanismo absolutamente justo, que podía enorgullecer a culturas violentas, como la griega y la romana, la francesa, e incluso, la rusa, a pesar de que ahí se rompe la vía de los juicios que suponen que se escucha al reo, empleando sus propias palabras, que no le son dictadas ni por el miedo, ni por el fiscal, ni por el juez. Quizás con los procesos de Moscú se rompe la idea de que hay una palabra libre del acusado y una justicia que tiene la palabra dura, final y concluyente, pero que antes sabe de sí misma que debe hasta lo más profundo, hasta llegar a lo que efectivamente la palabra consagra como tramo final de la verdad.
Elizabeth Gómez Alcorta— La posverdad también llegó al Poder Judicial.
Horacio González— Hay que ver cómo fue creciendo a lo largo de muchos años. Evidentemente, estuvo la radio, que tuvo un papel muy importante, porque son modelos de escenas judiciales los que aparecen aún en la conversación más estúpida entre dos locutores contándose chistes. Baby Etchecopar, por ejemplo, es un juez de primera instancia muy duro en la Argentina. Y Nelson Castro, que además agrega la medicina como equivalente de la ciencia jurídica, y juzga a los presidentes según estén enfermos, o tengan peste bubónica… En materia de justicia, el neoliberalismo (que mantiene normas) hizo retroceder todo muchos siglos. La investigación periodística terminó sustituyendo a la investigación judicial. Eso es algo que no previó Walsh, que actuaba al margen de los poderes mediáticos (rechazado por los poderes mediáticos) y escribía en revistas marginales; a la vez que tenía algo de juzgamiento, solo que sin un aparato judicial que lo acompañara. Sí lo tiene lo que hoy se llama investigación periodística, ya en manos de personajes de TN, como Wiñazki o Lanata, que incluso inventan conceptos, no solo jurídicos sino sociológicos, como la grieta. El concepto de la grieta es un concepto de la Santa Inquisición; el concepto de corrupción, que no creo que esté en ningún código civil, es un valor moral que supone la corrupción de la carne. Una vez le pregunté a Eduardo de la Serna, que es especialista en la Biblia. Él dice que nace del éxodo judío; es una gran leyenda, tiene que ver con el pan que estaba a medio cocer, y como había que retirarse rápidamente, el pan quedó sin levadura: la levadura sería una especie de corrupción del pan. Es medio extraña la explicación, pero De la Serna, que es un estudioso profundo de la Biblia, dice que viene de ahí. También se puede agregar que viene desde la anatomía, de los estudios médicos. La corrupción es algo muy terrible, algo que no querríamos de ninguno de nuestros cuerpos: es el juicio del tiempo sobre el cuerpo. Que luego pasa a juzgar al Estado, a los gobiernos, a los políticos… al latrocinio del político, a la coima. Quiero recordar que en esta misma facultad, cuando daba clases Torcuato Di Tella, defendía un poco esto. Decía: es necesario que exista, porque no hay ninguna sociedad que pueda tener intercambios justos donde no haya una sobra, algo que de esa relación no haga un encaje perfecto de equivalencias. Tiene que haber un desplazamiento hacia un mundo implícito, donde alguien obtiene más y al mismo tiempo se ve obligado, en el futuro intercambio, a devolver eso de más que obtuvo. No sé cómo se llamaría esa teoría, es una observación astuta. Creo que daba el ejemplo de la farmacia o del almacén, cuando uno no tiene para pagar todo, y el farmacéutico o el almacenero perdonan… Evidentemente, se trataría de una sociedad más tradicional en los tratos (eso diría Germani), con tratos imperfectos, donde predomina la confianza; Torcuato lo extendía a la sociedad que Germani llamaba moderna (esas eran las disputas con Germani que tenían Torcuato y otros). En esa sociedad también debían pervivir aspectos de las sociedades tradicionales, donde la confianza hace que uno diga, como el almacenero, “pagame mañana, no importa, hoy por vos, mañana por mí”, porque ninguna sociedad puede funcionar sin esos restos que alteran la equivalencia exacta, sin esos excedentes no declarados. Y da la impresión de que el neoliberalismo abandona totalmente eso…
Mariana Gainza— No abandona los excedentes no declarados, sino la confianza.
Horacio González— Sí. Y a la vez hace del concepto de corrupción un concepto donde la palabra, el modo de decirla, la capacidad del enunciador y el juicio, ya está todo unido en un solo acto. Por supuesto que hay algunas pruebas; pero también sobre ellas se puede decir lo mismo: las pruebas son un helicóptero sobrevolando una casa donde tienen una pileta de natación. Ayer estuve con Milagro Sala en Jujuy. Me dijo que un helicóptero sobrevoló su casa y al otro día salió en el programa de Lanata. Había una piletita…
Mariana Gainza— “La mansión” …
Horacio González— “Una mansión con una pileta”… una casa que, en realidad, es una casa de clase media. Eso revela muchas cosas que no son fáciles de decir, porque refieren a personas que vienen de otro mundo, de lo popular; personas de tez cobriza, a las que se imagina ligadas a otro tronco étnico, pero que al mismo tiempo participan en la política real de un país, donde no hay apelaciones ligadas a filiaciones étnicas. A eso se lo ve como si fuera una investigación jurídica, y lo que importa es el modo como se describió la escena, donde no hay más que una casa de clase media de Jujuy.
Elizabeth Gómez Alcorta— Sí, ella era diputada provincial. Lo mismo pasó cuando se fue de vacaciones a Punta del Este. ¿Cómo una negra se va a ir a Punta del Este?
Horacio González— Ese sería otro problema, que tampoco es fácil de analizar. Sería la idea del peronismo, de que no se remueve la lógica interna del sistema de clases, sino simplemente se asciende a los que no tuvieron oportunidades: una forma de justicia colectiva que usa el concepto de igualdad de oportunidades. Evita… con Milagro Sala pasa un poco eso, también. Pero no en este momento. Ahora hay un componente de sufrimiento, la investigación con un helicóptero, las fotografías de la casa… Y el hecho de que eso ya vale como prueba. Ninguna otra cosa que pueda aparecer en un juzgado será tan valiosa como prueba. Esa es la naturaleza del cambio de la prueba: es una imagen, ya no es más un texto; es un predicador televisivo, ya no más un juez. De esta forma, el neoliberalismo hace su mayor apuesta de gobierno: recrear toda la lengua con sus irregularidades, quebraduras internas, planos diferentes de utilización conjunta de elementos vulgares con elementos cultos. Es todo un conglomerado de lenguaje. Y hay barreras muy tenues entre un género dramático de la discusión familiar, un género teatral donde vamos al teatro y los actores actúan, un género profético donde escuchamos al cura, un género de reunión varonil donde se pueden decir insultos y cosas prohibidas en otros ámbitos, un género de la reforma lingüística del
feminismo. Son tabiques muy sutiles. Todos esos planos diferentes del idioma, en la televisión, se someten a la permanente amenaza de que haya una lógica icónica que sustraiga la vieja textualidad y, a la vez, la mantenga como un lugar vacío, un lugar de enjuiciamiento. Ahí va marchando la humanidad entera a un lenguaje único. Ese lenguaje único se nota en cualquier persona que dirige el sistema genérico de enjuiciamiento de toda la sociedad, ahí es donde está el poder. Por eso lo que dijo Dady Brieva sobre la necesidad de abordar el problema de la destrucción de la ética periodística no está mal; está mal para una campaña, porque en una campaña está ese pensamiento minúsculo de “si pierdo votos”… y lo
dijo bruscamente, pero no está mal, eso sería realmente lo que debería ocurrir; porque se llegó al extremo de una reforma no dicha, no amparada por ninguna real academia, que se hace la distraída con la manera en que se cortaron todos los tabiques del idioma.
Elizabeth Gómez Alcorta— La televisión tiene un poder que estigmatiza, que moldea subjetividades y en términos políticos tiene un impacto enorme. Yo pongo siempre un ejemplo de Milagro Sala: hay una imagen a los cuatro meses de ella estar detenida, la imagen de dos personas de una cooperativa que van a un banco a sacar plata. Había un expediente administrativo, había un cheque, no estaban robando, estaban sacando plata. Pero como eran todos morochos sacando plata, mucha plata, esa imagen fue la demostración, la prueba de que eran culpables, de que eran corruptos. Era una imagen que solamente podía remitir a un delito o a un robo a partir de un racismo claro y un clasismo absoluto, si no, no tenía nada para ver objetivamente. Y la mostraban con una música y unas implicancias… se trató de un percepticidio social increíble. Yo entiendo el poder que tiene eso de moldear subjetividades y la implicancia que tiene en el mundo de la política. El problema es qué pasa con el Poder Judicial si es que lo que pasaron por televisión tiene implicancias en el juicio.
Horacio González— Funciona como la primera instancia del juicio. Y la segunda instancia es más débil que la primera, no puede actuar como forma de revisión.
Elizabeth Gómez Alcorta— Exactamente, a eso voy. Hay un poder judicial que está preparado, por distintas razones, si quieren después podemos pensar algunas, que hoy tiene una dependencia absoluta de ciertos poderes fácticos. Dependencia absoluta, cómo es posible –y vuelvo a lo que decía antes– que después de treinta y cinco años de democracia no tenemos antídoto para esto. Porque sí tenemos antídoto –creamos en estos treinta y cinco años– antídotos para otros problemas graves. Por ejemplo digo el trabajo institucional, político institucional democrático vinculado al lugar que tienen que tener las Fuerzas Armadas en nuestro país, que está delimitado con distintas normas, tiene un principio delimitador, digamos. Eso es un trabajo que nuestra democracia se lo ha tomado muy en serio y creamos ciertos antídotos para que no nos pueda volver a pasar, que hoy las Fuerzas Armadas no tengan un poder en la vida social, un poder antidemocrático, un poder de fuego, en la vida de los ciudadanos. Pero para la dependencia del Poder Judicial respecto de la opinión pública no tenemos ningún antídoto. Esto es algo de lo que para mí queda hoy al descubierto de un modo obsceno, porque, las escuchas, la tarea de inteligencia, en serio lo de la posverdad, yo puedo entender la posverdad de los medios de comunicación, pero hoy se elevó la causa a juicio de los cuadernos y Stornelli pone en un escrito judicial, en el requerimiento de elevación, el título “La jefa”. Eso es un título para TN, pero está en un expediente judicial. Cómo es que llegamos a hoy, porque hay que revisar muchísimos, pero muchísimos errores que se cometieron en los treinta y cinco años, en los últimos doce también, porque no tenemos ni un solo antídoto, es como si en algún momento uno se diera cuenta de que hay un monstruo adentro que te come y que vos lo alimentaste durante mucho tiempo y vos decís: ay, pero no sé cómo tengo que hacer para destruir a este monstruo.
Ahora, efectivamente ahí hay un problema central, sobre el eje de corrupción. El problema es pensar la corrupción. Uno puede –debe –pensarlo, y no hay que hacerlo ahora, lo que hay que pensar es el Poder Judicial, hoy tenemos en la región muchos ex opositores políticos, ex mandatarios, mandatarios, que están siendo investigados y encarcelados. Entonces la pregunta es ¿no hubo otros ex presidentes o principales opositores que estuviesen vinculados a hechos de soborno o corrupción? Sí, efectivamente los hubo, hubo en la década del noventa, en la década del ochenta, los hubo en otros momentos. La cuestión es ¿repentinamente el Poder Judicial se encontró habilitado a poder investigar y antes no podía? Podría suceder que hubiese cambiado algo en el Poder Judicial, ya que hechos de corrupción por altos funcionarios públicos hubo siempre; entonces, cuando miramos si hubo modificaciones normativas que ahora hacen posible que los poderes judiciales investiguen hechos de corrupción a opositores políticos o a principales dirigentes, nos damos cuenta de que no es así, cuando vamos a las investigaciones eso no es así. Uno se tiene que preguntar cuáles son las condiciones que se modificaron en la última década, en los últimos diez años, cinco años, para que eso se investigue, efectivamente no hay ninguna condición habilitante ahora. Entonces, lo que está claro es (sin poner en tela de juicio la posibilidad de que estos funcionarios hayan sido responsables) que el Poder Judicial hoy ocupa un lugar preponderante en la disputa política. Siempre fue una herramienta política, y este es otro de los problemas: absolutamente siempre el Poder Judicial fue una herramienta política. Desde 1930, el que habilita con fuerza legal a los golpes cívico militares en nuestra historia es la Corte Suprema, es el Poder Judicial. El Poder Judicial es el único poder que no ha hecho una revisión de su rol durante la dictadura cívico militar.
Horacio González— Pero el papel económico de punta es nuevo. Ocupa el mismo papel que la tarjeta de crédito en las clases populares. Hay una plusvalía judicial, una plusvalía económica, una judicialización de la política. Los órdenes republicanos con los que estudiábamos las sociedades no tienen más sentido.
Elizabeth Gómez Alcorta— Totalmente. Y ese es el problema que tenemos. Si no está instalada otra narrativa seguimos dando la pelea por el Estado de derecho, por la República, por la democracia, porque no tenemos otra narrativa. Por eso nos embarcamos en la misma discusión, vamos a dar la pelea por la corrupción, por la República, terminamos peleados con Lilita por la República, cuando la República es una ficción, una ficción del Siglo XIX, una ficción en la que se han asentado actualmente las democracias modernas. La República, nuestras instituciones, están pensadas en una institucionalidad, en una vida del Siglo XIX. En principio el Poder Judicial era el que nos iba a asegurar los derechos de las minorías, porque si el Poder Legislativo o el Poder Ejecutivo dependían de la voluntad soberana, que es la de las mayorías, el único poder que debía asegurar los derechos de las minorías era un poder que no dependiera del poder soberano. A esos funcionarios, solo a esos funcionarios, les íbamos a dar una cantidad de privilegios, ¿para qué?, ¿por qué vamos a hacer que no los puedan echar, por qué vamos a hacer que puedan ganar mucho más que cualquiera, por qué les vamos a dar un régimen previsional distinto, de vacaciones distinto? Les aseguramos privilegios para que otros poderes no tengan ningún modo de presión sobre ellos. Bueno, esto era claro en el Siglo XIX, en 1850. Ahora, suponer que todos esos privilegios hoy hacen que efectivamente tengamos un Poder Judicial que lo deja ajeno a cualquier poder real, obviamente al poder político, pero a los poderes fácticos, es una fantasía. Es una ficción que puede haber justicia independiente, eso es lo que dice el programa político de todas, todos, todes. Y es que lo que tenemos que decir, lo que en un punto hay que decir, es yo no quiero justicia independiente, no quiero justicia militante, pero quiero justicia comprometida con los que menos tienen, quiero una justicia comprometida con los valores democráticos, con el respeto de los derechos humanos. Llegamos al punto más ilógico de que a Alejo Ramos Padilla lo cuestionan porque fue a la marcha del 24 de marzo. En la lógica de una justicia independiente, y algunos que entienden que está mal, que eso no hay que hacerlo porque es una movilización. Ahí hay un problema sobre las bases, sobre la estructura, sobre la ingeniería institucional en la que construimos nuestra vida política y sostenemos nuestros discursos y nuestras narrativas, que están absolutamente caducas. Es por eso que el Poder Judicial en los sesenta cumpliera un rol político muy particular y muy fundamental, tan fundamental que no fue necesario modificar nada del Poder Judicial para llevar adelante el plan sistemático de represión ilegal más atroz; que en los noventa cumplieron un rol político de dar impunidad; y en el 2015 está jugando un rol político como brazo ejecutor de una política en particular. En el 2030 si no cambiamos algo va a cumplir otro rol político.
Natalia Romé— En relación con eso, pensaba lo siguiente: hay un dilema con respecto a cómo pensar, cómo salir de esta encrucijada. Tiene que ver con lo que mencionaba Horacio, creo que se puede inteligir en términos de que ese rechazo tradicional de los lugares,. Porque uno podría pensar que la división de poderes en términos institucionales, podía imaginarse repartida en diferentes registros sensibles: como el territorio de la imagen y territorio de la letra. Podríamos pensar en ese sentido el rol del Poder Judicial, como sosteniendo una necesaria última ratio: el orden simbólico (y arbitrario) de la letra. Y la letra de ley como la potestad de cribar un terreno difuso, escurridizo, metonímico que es, efectivamente, el terreno de la imagen. Este último es tradicionalmente el terreno de la política y de la ideología, la imagen del príncipe y los dispositivos de reconocimiento, de identificación, de liderazgo.
Hay quienes sostienen que hay, en este último tiempo, una suerte de inflación de las imágenes o como podría decirse, de lo imaginario. ¿Cómo es que sea posible evocar el significante un fuerte como “República” de un modo tan lábil y “desprendido”? ¿Cómo puede decirse “República” sin que eso suponga evocar una cantidad de significaciones que dan cuenta de una comunidad de hablantes, de unos sedimentos de sentido? Pareciera que nos encontramos en unas condiciones en las que ya no existen coordenadas comunes de interpretación de las grandes categorías sociales y políticas. Pareciera que hoy la denominación “República” (como tantas otras categorías o expresiones, “justicia”, “pobreza cero”, etc.) es no un concepto sino una imagen que flota sin límites, que es capaz de suscitar quién sabe qué cantidad de cosas y que no ata con ningún otro significante. Son unas condiciones nuevas de producción de significaciones, unas condiciones deshistorizadas, de una lengua empobrecida en sus genealogías comunes y ofrecida a usos caprichosos, desmesurados e impresionistas.
Entonces, en ese marco, cuando hablamos de la politización del Poder Judicial, por un lado, estoy absolutamente de acuerdo, porque no hay modo de no ser sujetos políticos si somos sujetos institucionales, si formamos parte de un espacio común. Si eso que llamamos poderes son efectivamente poderes, entonces algún tipo de relación política hay allí. Sin embargo, por otro lado, me pregunto si no hay un problema, un conjunto de riesgos, porque cuando hoy hablamos de política hablamos del imperio de la imagen sin cortes, sin categorías comunes, sin sedimentos de sentido y entonces, uno podría pensar: lo que está sucediendo en el Poder Judicial es inevitable, es un rasgo de época. Porque efectivamente las imágenes se nos imponen como criterios de juicio en todos los órdenes de la vida.
¿Cómo hacemos para pensar algo así como una lógica otra que dialogue, que interrumpa el fluir imaginario de las fantasías sociales? Cómo nos damos un campo de la palabra pública que reconstruya su legitimidad, que tenga algún tipo de conexión con lo verdadero.
¿Cuáles son los riesgos si nuestra respuesta a la crisis de legitimidad de la palabra en el espacio público por es una demanda de politización de la justicia si eso es comprendido como una demanda por someter los criterios de justicia al razonamiento relativista y falsamente pluralista de las imágenes? ¿Cómo establecemos criterios que nos permitan disputar ideas, posiciones y enunciar públicamente nuestra preocupación por la emancipación de los pueblos? Consideremos los riesgos que efectivamente han ocurrido, como la cantidad de reacciones que suscitó la experiencia de la “seguridad democrática”, o la invitación a pensar un proceso de democratización del Poder Judicial. Se me ocurren una cantidad de argumentos para sostener esos proyectos, pero me pregunto también si esto posible sin reparar antes algo del sedimento común de la lengua y algo de las condiciones mismas de la discusión; un orden de lo común, unos sentidos comunes como sostén de lo comunicable. Me pregunto si hay política sin eso, si puede haberla; o si asistimos a otro juego que no sabría ni cómo denominar.
Mariana Gainza— Retomaría una distinción que surgió acá. Entre el término justicia y el término Estado de derecho hay, efectivamente, un desplazamiento. Decimos: hay algo que sí se hizo en el terreno de los derechos humanos en Argentina, que no se logró hacer en el plano del Poder Judicial, que ahora se vuelca prioritariamente al tratamiento de la corrupción, etcétera. En este campo, estamos completamente entregados a la fatalidad de las luchas entre los poderes fácticos: no hay nada que hacer, o es muy difícil pensar qué se podría hacer. Sin embargo, hay aprendizajes que surgen de otros combates. Y ahora estamos hablando de Memoria, Verdad y Justicia; es decir, de un reatamiento de la cuestión de la palabra (o tomando lo que dice Natalia, de un desplazamiento de la imagen a la palabra).
Horacio decía que no imagina otra forma de justicia que reemplace a la palabra escrita, en el sentido del derecho romano; o sea, que sería difícil pensar otra forma de justicia o de poder judicial o de constitucionalidad por fuera de la fuerza que tiene la palabra escrita, en cuanto es un apelo a la verdad, a la confianza de que la verdad va a llegar. Y de que va a llegar, más allá de la contingencia de las luchas actuales, de las luchas de las imágenes, de la rapidez en que los enjuiciamientos circulan en los medios de comunicación, de lo fácil que resulta arruinar la vida de alguien, dado que la justicia es mediática; o dado que circulan –en los términos de Horacio– esos excedentes que son la plusvalía simbólica, la plusvalía mediática, la plusvalía judicial, como correlato exacto de la circulación de la plusvalía mercantil, constituyendo la circulación en el capitalismo neoliberal actual, que depende de la ilegalidad de la acumulación financiera. Recuperando esa serie de conexiones, y poniendo el énfasis en la importancia de la palabra, en lo importante que es no dejar caer la palabra, ¿cómo pensar hoy esas luchas (las de los organismos de DD.HH y otras) que tienen la capacidad de seguir actualizándose y continúan generando fuerzas de resistencia, de contestación y de invención política?
Diego Stulwark— Ahora estoy leyendo un libro de Alejandro Horowicz que salió hace poquito, se llama El huracán rojo y trata sobre la Revolución Francesa y la Rusa. No solamente es una historia muy erudita de las dos revoluciones, sino de todo el debate que se da entre las revoluciones. No solo de la Comuna de París sino en la Segunda Internacional, una especie de historia de todos los debates que acompañaron a las revoluciones más una especie de crónica muy bien hecha, de crónica política. Este libro permite pensar esta idea de que lo que llamamos democracia es efecto de una revolución, y el neoliberalismo está muy interesado en borrar el hecho que la igualdad es producida históricamente y respaldada por cuerpos organizados que sostuvieron e ideas libertarias, en esto el libro de Horowitz es muy original y muy disruptivo en el sentido de que todo acompañamiento de cuerpos refiere a lo militar y a la técnica militar. Para que una idea se inscriba tiene que haber cuerpos respaldándola. Una movilización, un piquete, son formas en que los cuerpos están intentando reunir una fuerza; reunir una fuerza que permita que ciertos discursos igualitarios en un cierto momento produzcan efectos sobre estructuras económicas y jurídicas. Creo haber entendido que lo que Horacio llamaba justicia tenía que ver con cómo se produce una verdad. Me hacía entonces la siguiente pregunta: ¿Cómo pensar lo que llamamos democracia o igualdad, si se olvida o se borra la historia de las revoluciones, la burguesa y la socialista por igual? O –para decirlo de otra manera –si el neoliberalismo no es una gran contrarrevolución, una gran desposesión de los saberes que los cuerpos cuentan a la hora de inscribir en formas de igualdad. Incluso no solamente la igualdad socialista; no solamente a igual delito, igual pena; sino también la igualdad mercantil. Es decir, si no se está retrocediendo aceleradamente en relación a un conjunto de igualdades que las revoluciones fueron inventando o fueron proponiendo y también fueron pervirtiendo. De alguna manera hay un mecanismo de producción de igualdad en la historia llamada revolución que hoy está frenado o está en un impasse, o ya no es actual, o llamémosle como queramos, que al contrario, estamos viviendo un momento histórico desigualitario muy grande, y que la pregunta es: en nombre de qué, no sólo pensar igualdades nuevas, sino incluso sostener las que se lograron conquistar. Si se piensa en el movimiento de los derechos humanos u otras maneras en que en la sociedad argentina o en las sociedades latinoamericanas han logrado imponer ciertos límites, y recuerdo ahora, la movilización gigantesca del dos por uno. Mi opinión es que después de la dictadura militar en Argentina lo que está en juego es la capacidad de las clases sociales populares para defender e inscribir igualdades, y eso tiene que ver con cómo se crean dispositivos político militantes; cuando se recrean esos momentos, son los más interesantes.
Vinculo esto con la idea de la corrupción en el siguiente sentido: creo que el discurso de la corrupción ha sido la manera que las derechas han tenido en América Latina, en América del Sur, en Argentina, de nombrar algo que –desde una posición igualitaria –no hay cómo nombrar. La mediación social y política de los gobiernos progresistas y del kirchnerismo en la Argentina fue muy precaria. No tenemos cómo nombrar esa precariedad, la derecha la llama corrupción, la moraliza, tiene lenguaje del periodismo, tiene lenguaje del código penal, liga esa precariedad con mecanismos de mucha idealización de la transparencia visual que el mundo empresario provee, pero deja a los movimientos sociales sin lenguaje propio para preguntarse: ¿qué relación tenemos con el dinero, por qué está mal que el Estado provea de dinero a experiencias sociales y políticas, y en todo caso con qué criterios hay que hacerlo? ¿No es este justamente un punto fundamental en lo sucedido en los últimos quince o veinte años? Como producto de movilizaciones populares importantes no se puede gobernar tan fácilmente una democracia sin transferir recursos económicos y simbólicos a movimientos populares. Pregunto: ¿no es ahí adonde se está atacando? Siguiendo lo que decías de Milagro Sala, me pregunto ¿con qué discurso, desde una posición igualitarista, se puede hacer el balance de lo que hubo de subordinación del movimiento social, de estatización del movimiento social? Seguro que la palabra corrupción, que es con la que TN secuestra el debate, no llegamos a discutir esto. Nos toca discutir sobre el carácter precario de aquellas mediaciones, de colocar los dispositivos militantes en el centro del debate político, en el centro de la decisión política. Y eso puede hacerse cuando hay gobiernos que se dicen populares o progresistas o que usan esas palabras para gobernar.
Surge una preocupación por la calidad de la mediación democrática. En última instancia, hay una disputa política abierta sobre si sectores populares o igualitaristas pueden se organizarse políticamente para sostener enunciados de igualdad. Cuando se trata a estos sujetos como en términos de víctimas a proteger se desconoce su potencia política y se debilita la magnitud de las transformaciones necesarias de las estructuras económicas y jurídicas. Esa es una cuenta pendiente con Suramérica. Exceptuando Bolivia quizás, en el resto del continente hay una cuenta pendiente muy fuerte con la democracia como participación popular. Se habló mucho más de igualdad que lo que se logró en inscribir igualdades. Eso implica un desprestigio de la palabra igualdad y una capacidad extraordinaria de la derecha de decir: “los que hablan de igualdad son mentirosos, hagamos un sinceramiento de las jerarquías, una deshinibición del lenguaje sexista, clasista, etcétera”. Es un tipo cínico pero efectivo de sinceramiento del discurso público. Seguimos ante el problema planteado por las revoluciones. Quizás lo que anda dando vueltas en la política es precisamente la necesidad de renovar los dispositivos igualitarios que ligan discursos, capacidad de sostenerlos y formas de inscripción.
Horacio González— Es un tema interesante en cuanto a la relación comunidad/Estado. En el peronismo clásico había una teoría del Estado muy fuerte, muy interventor en todas las cuestiones sociales y, a la vez, una teoría oficial de la comunidad organizada. Creo que no era posible saber si esta última definición abarcaba a todo el Estado, o si era el Estado el que permitía que hubiera en su seno comunidades organizadas controladas por él. Es un dilema interesante, nunca resuelto por el peronismo y que le costó la pérdida de la capacidad de pensar al Estado en relación con sus organizaciones, que finalmente no están ni dentro ni fuera del Estado. Hoy es el aniversario del discurso de Perón sobre la comunidad organizada. En un momento como este, en el que hay un gran retroceso hacia el peronismo clásico, que es como una entelequia. Si se la busca nuevamente como respaldo, va a salir una sociedad empobrecida, desde el punto de vista del lenguaje, de la justicia social, de los grandes temas que trató el peronismo. En el kirchnerismo se intentó hacer algo mejor, no tan bien logrado en términos de una conciencia capaz de asumirlo, con un real conocimiento de sus efectos. La derivación de dinero hacia las organizaciones introducía un problema. Habría que haberle dado una forma institucional, proteger la contradicción del Estado consigo mismo. Porque era el Estado que trabajaba, no para fortalecerse, sino para meta-fortalecerse, debilitándose al mismo tiempo, al entregar recursos legítimos para comunidades más precisas en la organización y distribución del poder. Porque Hebe es una figura omnímoda, y Milagro también: reproducen formas de jefatura muy antiguas, desde Atila en adelante. Es como si el kirchnerismo hubiera estado en la frontera de resolver algo, que no sabía cómo resolver, porque tampoco sabía de qué problema se trataba, aunque intuiciones diversas había. Eso hay que considerarlo un fracaso enorme. Comprobado ahora en el hecho de que se haga una campaña prohibiendo ciertos temas y regresando a un lugar donde esos problemas jamás se plantearon, el peronismo clásico. Por eso, el tema de la comunidad, que implica llegar a conclusiones como la comunidad acéfala o la comunidad de los iguales o la comunidad que tiene una fisura interna que nunca le permite cerrarse sobre sí misma, trae dilemas que tiene la universidad en sus materias, pero jamás el movimiento popular (decir “comunidad acéfala” en Argentina nos llevaría a una pelea con cualquier militante de La Cámpora). Hay un dilema entre lo que hablamos acá y la posibilidad de que los movimientos populares argentinos, los que se conservan más o menos con capacidad de pensarse a sí mismos, puedan tomar estos temas (sin acusarlos de provenir de la filosofía francesa o de Frankfurt). Es un dilema interesante. Porque si no va a suceder al revés: la universidad va a terminar hablando con conceptos como “grieta”, inventado por Lanata, que va a reemplazar lo que durante años en las ciencias sociales fue nombrado como conflicto, desacuerdo, discordancia, disenso – no digo que sean conceptos mucho mejores, pero este otro es un concepto teológico–. Quisiera agregar que la corrupción es un concepto vinculado al mal. Y el abismo, la grieta, la cripta, son términos que más o menos tienen el mismo origen. Un osario. Desde el punto de vista de los que desprecian el lenguaje, fue muy poderoso lo que hicieron en la televisión todos sus locutores. Dicen cualquier cosa, dicen las palabras más obscenas y la gente las festeja como las verdaderas palabras, cuando pierden todo su valor. Las palabras tienen que tener un manto sigiloso para tener valor. Entre la gente vinculada a la Universidad escucho mucho decir “grieta”, como si fuera un concepto que sirve realmente para definir algo. Cuando debería ser el lugar donde se cuestione ese lenguaje que habla de la grieta y de superar la grieta. El riesgo de hacer una campaña política centrada en superar la grieta es pensar con los mismos términos. Jaime Durán Barba se acerca a esos valores paradójicos de las palabras, y las carga de un simbolismo de tipo punitivo. Ahí habría una violencia como la que se planteaba en los ejes de esta reunión, una violencia punitiva, que cambia las palabras con las cuales durante siglos se definieron problemas de carácter moral o intelectual por otras palabras que parecen meras descripciones y cargan en sí mismas la punición misma.
Elizabeth Gómez Alcorta— Que es mucho más peligroso.
Mariana Gainza— Para ponerlo desde el punto de vista del estado de las instituciones: vos, Horacio, describiste muy bien en qué consiste esa precariedad de la mediación que mencionaba Diego. La precariedad de la mediación, en el caso de los organismos (en el caso de Hebe de Bonafini) o en el de las organizaciones (en el caso de Milagro Sala), tiene que ver con dejar que circule el dinero de la manera en que circula en otros ámbitos de la vida social, sin que el Estado se haga cargo de esa contradicción consigo mismo involucrada en el hecho de estar pretendiendo fortalecer organismos de derechos humanos u organizaciones sociales como la Tupac Amaru. Hay una contradicción. Entonces, el kirchnerismo – yo diría –permitió que aflorase una contradicción del Estado consigo mismo, es decir, puso en juego una contradicción: el hecho de que, desde el Estado, se diera aire o se financiaran movimientos contra estatales, es decir, movimientos que históricamente se levantaron en contra de la violencia estatal. Sólo que ese Estado no supo proteger esa contradicción consigo mismo. Mi pregunta sería: ¿cómo se puede pensar esa protección de la contradicción del Estado consigo mismo, en el sentido de elaborar una forma no precaria de mediación? ¿Imaginan algo en ese ámbito?
Diego Stulwark— A mí lo que me preocupa es la razón por la que ocurrió esa no resolución o esa no protección. Puede ser, como decís, Horacio, que sea en parte porque las cosas van ocurriendo sin que haya previamente una reflexión acabada. Pero también hay una lógica en lo que va ocurriendo. Y a mí lo que me parece es que –para ponerlo como en el contexto sudamericano de los años de los gobiernos progresistas– es muy difícil mantener al mismo tiempo la idea de que la reparación o la inclusión social depende de un tipo de acumulación y al mismo tiempo ofrecerle recursos simbólicos y políticos y materiales a quienes cuestionan ese
modo de acumulación. La única manera de hacerlo sería que los que comandan políticamente ese proceso y ven la contradicción propongan una alianza en el tiempo, ya que es imposible en lo inmediato, con aquellos que están cuestionando el modo de acumulación, y no los consideren de ningún modo como algo a desactivar. Por ejemplo en lo referido a la soja, a los recursos naturales, varios temas y cantidad de situaciones en donde los gobiernos provinciales o locales durante gobiernos progresistas reprimen, matan, etc., hay una cantidad de contradicciones acumuladas que no son fáciles de resolver en lo inmediato. Mi impresión es que lo que intentó hacer buena parte del kirchnerismo es deducir el sentido último de lo que estaba en juego en cada uno de esos conflictos, para poder decir “bueno, este conflicto es un conflicto que no se lo puede tolerar en este momento o este sí es tolerable”, o sea, deducir la justeza de los conflictos de un razonamiento que se pretende más global. Pero lo precario es que no hubo una reflexión sobre cuál es la razón por la cual hay gobiernos progresistas. Por qué en un cierto momento América Latina se da esta posibilidad de confluencia de varios gobiernos progresistas y pensar cuál era el potencial a desarrollar de esa situación.
Y a mí me parece que ahí faltó pensamiento político, hay también una
responsabilidad bastante repartida. La responsabilidad de los movimientos
sociales y populares que no supieron proponer un dispositivo político para momento, y de los propios gobiernos progresistas que quisieron gobernar esto con las teorías más tradicionales sobre el gobierno. Con mucho de innovación, con mucho de apertura, con mucho de fragilidad y de asumir lo aleatorio del momento, pero creo que la única posibilidad es que se armen instancias políticas en donde los que están protagonizando luchas contra el modo de acumulación puedan discutir de igual a igual con quienes están pensando la gestión política asumiendo la variable clave del tiempo. Por ejemplo, los recursos naturales. Si fue indispensable explotarlos para extraer y distribuir renta en un primer momento, eso no puede ser defendido como política a prolongar, no se puede eternizar, tiene
que haber un momento en el que se salga de ese esquema. Y con quién se va a discutir eso si no es, desde el punto de vista político, con aquellos que te están marcando, que te están poniendo un límite. Cuando un gobierno decide no abrir un diálogo con los que luchan contra el modo de acumulación sobre el cual ese gobierno se sustenta, se convierte en un gobierno reaccionario, por lo menos respecto a esa situación. Y esa me parece la precariedad, que barriadas enteras que participaron en la crisis, destituyendo un poco la legitimidad del neoliberalismo tal como en los noventa habían ocurrido –estoy hablando por ejemplo del 2001 –no
estén después sentados en la mesa de toma de decisiones. Me parece un problema muy grave. Que después eso se resuelva con un conjunto de planes sociales, que hay que recordar también que no son planes sociales inventados por el kirchnerismo, vienen del duhaldismo, vienen del banco mundial, tiene una historia muy extensa. Que se aumente la financiación, que se meta a los sectores populares en el consumo como respuesta última a su desafío callejero, que eso sea lo último que se está dispuesto a decir, a eso lo llamaría mediación precaria, no la base sobre la cual empezar a hablar de más cosas. Pienso que la incorporación al consumo, planes sociales u otras formas de reparación, son el primer escalón para
empezar a discutir el mercado, el consumo. Para empezar a discutirlo. A mí me parece que esa precariedad tiene que ver con categorías políticas de los que están en los movimientos de lucha y de los que están gobernando, y no veo que esto se haya resuelto, al contrario. Lo escuchaba en un programa de televisión hace pocos días a Juan Grabois en una conversación diciendo que había conversado con Alberto Fernández, que se habían conocido y que le parecía que Alberto Fernández era una persona muy honesta porque le había contado que desconocía absolutamente el mundo de los planes sociales, el mundo de la economía popular, el mundo de los pequeños campesinos y la economía familiar. Es decir que la opción sea primero garantizar el voto de los mercados y muy en última instancia y a toda velocidad aprender más o menos rápido en qué consiste el mundo popular, no creo que sea un indicador de que hayamos tomado este problema como un problema fundamental.
Elizabeth Gómez Alcorta— Ayer dijo Alberto Fernández en una entrevista que le hizo Cynthia García, que él se manejaba con los parámetros clásicos de la economía y que recién ahora estaba aprendiendo este mundo de los movimientos sociales, de la economía social, de una economía por fuera de las lógicas propias del mercado, que él desconocía absolutamente.
Diego Stulwark— Exactamente, exactamente. Estoy de acuerdo con Grabois respecto de que en ese sentido es honesto. Pero al mismo tiempo me pregunto qué lectura tiene en cuanto a lo que pasó en América Latina, a lo que pasó en Argentina y a qué posibilidades tendría de mediaciones menos precarias que no subjetiven tan neoliberalmente. Porque finalmente lo que hay que preguntarse es si las mediaciones que pusieron en juego los gobiernos progresistas no tienen algo que ver con que la derecha haya tenido la lectura que tuvo, la capacidad de aprovechamiento que tuvo de esa situación, si no hay ahí una tensión irresuelta que la derecha aprovechó muy bien. Me parece que subestimar ese dilema es complicado.
Horacio González— Claro que el neoliberalismo –aun suponiendo que sea fácil definir qué quiere decir– estaba presente en muchas facetas del kirchnerismo. Sobre todo, en la cuestión de los recursos naturales, un tema gravísimo que el kirchnerismo nunca trató adecuadamente. No es la época del General Mosconi, del General Savio, donde no era tan grande el desbalance entre la explotación de la naturaleza y ciertas formas de vida. Ahora, la relación de equilibrio entre la explotación económica del subsuelo y formas de vida se ha roto totalmente, a favor de la explotación al precio que sea. Deben tomarse medidas a escala de la humanidad, que haya la posibilidad de generar acuerdos en relación a los modelos de cambio energético. Es un problema para Argentina, donde hay mucha riqueza en recursos naturales, pero se explotan con formas muy destructivas del medioambiente, como nunca antes. Ahí se podría pensar en un balance entre naturaleza e historia de otra índole. Y quizás la Argentina pueda hacerlo. Pero para eso, habría que buscar antecedentes, personajes, textos, rever la historia argentina, reconstruirla.
Estuve en Jujuy ayer, y allá están inventando un prócer. Un coronel menor, que estuvo al mando de Güemes. Jujuy no tiene un prócer. El éxodo jujeño fue algo colectivo y obligado (porque la gente no se quería ir). Güemes es de Salta, y en Tucumán está Belgrano. Por eso querían inventar un prócer; e hicieron un gran acto para homenajear a este coronel, con toda la burguesía jujeña y Gerardo Morales a la cabeza. Esta crisis de formas de vida origina la creación de identidades locales a través de la invención de la historia –en el sentido más empobrecido de la invención de la historia–. A mí me parece el tratamiento de la historia tiene que ser más interesante; sobre todo, partiendo de la base de que hay cosas que no hay que inventar: que ya están en las corrientes de la memoria, ya están inventadas, digamos; y si las reinventás, por ahí las arruinás en relación a cómo eran. En relación a eso, me parece que tendría que haber lugar para un tipo de denuncia como la que puede hacer una sola persona. Casi en términos relativamente mesiánicos, porque ejemplos hay. Émile Zola, por ejemplo. Tiene que ser alguien que antes haya hecho otras cosas diferentes, por ejemplo que diga “no me importa nada más que escribir mis novelas”, entonces ahí le creés un poquito más. O el personaje de Casablanca, Rick, “no me importa nada más que mantener mi local de bebidas alcohólicas”. Y sin embargo, cuando nadie lo esperaba, se convirtió en el concepto moral. El fiscal Jim Garrison, del caso Kennedy, era un fiscal común y corriente, era un hombre que tenía a Martita, Helenita, su familia. El héroe no puede ser el político que se preparó para héroe, ese puede ser un chanta. El que salga a sostener una verdad que otros no conocen, puede ser el que ni sabía que iba a hacer eso, ni estaba preparado para eso, y su vida era “no me molesten con la historia, no me molesten con la gente que está mal, yo quiero…”, como decía Humphrey Bogart, “yo quiero mantener bien mi boliche, no me molesten”. Y es el que sale a decir la verdad. El Eternauta gustó mucho porque era eso, eran de esos héroes a los que antes no les importaba, “déjenme jugar al truco, qué me importa lo que esté pasando en el país”. Eso es más interesante. Extremando la cosa, como el policía que se convierte, que se da vuelta sin saber por qué, porque tenía algo… A pesar de que Bayer nunca fue tenido como historiador, él tiene esas cosas, como anarquista. No hay héroes, pero si hay alguno, es uno que ni sabía, ni le importaba, “a mí qué me importa, yo soy anarquista”. No hay anarquista profesional, hay uno que dice “vivo mi vida, déjenme vivir y yo dejo vivir a los demás”. Y de repente, algo en él hace que salga y se convierta en lo que faltaba en una sociedad, llena el lugar del arquetipo de la justicia. Esa es la única esperanza que yo tengo.
Unas semanas después de la conversación llevada a cabo para este dossier, Horacio Gonzalez se vio involucrado en un episodio, a la vez absurdo y significativo, que muestra cómo funcionan las operaciones mediáticas y cuáles son habitualmente sus blancos selectivos. Una larga entrevista concedida a la Agencia Paco Urondo fue la excusa para la puesta en marcha de un poderoso dispositivo de tergiversación, orientado a la realización de una clásica extorsión político-electoral. Creemos que el verdadero objetivo de este tipo de operaciones es el disciplinamiento del pensamiento colectivo, la domesticación de la imaginación política y el empobrecimiento de nuestras perspectivas históricas. Y dado que el episodio vino a ejemplificar varias de las cuestiones que habían surgido en la conversación que hicimos para Argumentos en el mes de junio, le pedimos a Horacio una reflexión sobre el episodio, que incluimos a continuación:
Hay razón en el que se queja cuando lo que llamamos “contexto”, es decir, un conjunto elaborado de piezas que se relacionan entre sí y forman un sentido colaborativo (en un párrafo o en la extensión de un texto) es suprimido. Por otra parte, la acción de sacar de contexto existió desde siempre; y lo demuestran las personas que toman a todo Shakespeare por una frase como “ser o no ser, esa es la cuestión”, o a Sócrates por “conócete a ti mismo” o “sólo sé que no sé nada”. Un poco lo que los libros de filosofía de divulgación o los almanaques populares o los libros de educación moral hacen desde siempre: sacan sentencias. La sentencia comprime el texto y el sacerdote (avalado por la iglesia) o el divulgador (avalado por la televisión) están seguros de que “sólo sé que no sé nada” está bien como resumen de toda una filosofía; y en todo caso, corresponde al divulgador ampliar con dos o tres párrafos más. En ese sentido, el saber sacar de contexto pertenece a una metodología. Si se lo hace bien, tiene que ver con la tragedia: no hay nada que sostenga al texto, está solo en el mundo; antes pertenecía a una familia que lo protegía, ahora está solo frente al abismo.
En lo que pasó con lo que dije, algo de eso hay. Yo sentí un escozor cuando lo dije. Lo digo ahora retrospectivamente. Colocar a la guerrilla como algo que hay que valorar positivamente estaba dentro de un campo de reflexión más amplio, sobre cómo escribir la historia. La cuestión pasaría por colocar ese tema junto a otros que también mencioné, y que forman parte de esquemas ya ritualizados de la historia argentina: el Combate de Obligado, la Generación del 37. Ya tienen nombres, ya tienen capítulos en los libros de la escuela secundaria y de la universidad. Lo que yo pensaba era sacar un poco esos nombres, como haría un historiador del siglo XX, que pasó por las escuelas de las mentalidades, por la historia intelectual o la historia conceptual, prestando atención a lo que se continúa silenciosamente a lo largo de la historia, sin alterarse demasiado, y lo que tiene capacidad de irrupción. Por ejemplo, si se dice “el peronismo irrumpió en el ’45 como fuerza de la clase trabajadora”, se evoca una discusión clásica. Luego vienen Milcíades Peña, o Portantiero y Murmis, y dicen “irrumpió, pero menos de lo que te creés”: la clase trabajadora ya había irrumpido, ya había socialistas, comunistas, que pasan a otra situación, y no hay un corte como una navaja. Lo cierto es que lo que dije, lo dije dentro de un marco: cómo reescribir una historia.
No era una afirmación apologética. Era situarse en la posición del que percibe la historia desde un presente incómodo. Para escribir sobre la historia hay que partir de la incomodidad de tener una teoría del tiempo, de la distancia, de la imposibilidad de saber cómo se hablaba en aquel momento. ¿Cuál era la acentuación de la voz de Echeverría? no la conocemos; el rostro de Echeverría, tampoco. Hay una cantidad enorme de desconocimiento; y hay historia porque hay ese desconocimiento que tenés que llenar de alguna manera. Todo esto no lo podía decir brevemente. Entonces dije algo que se prestó a lo que podemos llamar una
“operación periodística”. Una operación periodística sí tiene un contexto, pero no lo declara. El contexto era el de desfavorecer la candidatura de Fernández: obligarlo a pensar en marcos más estrechos su futura labor presidencial. ¿Por qué se da eso, si yo no estoy en la campaña, si sólo soy un votante, un simpatizante? Algún tipo de nexo tiene que haber; entonces la creación de verosimilitud en la operación tiene fórmulas retóricas muy elaboradas, que son las que componen el nexo. El nexo es muy frágil. Yo fui funcionario alguna vez; ahora no lo soy, y opino libremente: no hay razón para vincularme a la campaña. He ido a algunas reuniones, alguna vez estuve más vinculado y alguna vez fui funcionario, por lo tanto, existen fórmulas, que son fórmulas de asociación entre elementos dispares. Esas fórmulas las conocen los encuestadores, las personas que hacen análisis sobre la sinécdoque y la metonimia: una partecita aparentemente aislada pertenece a este todo. La operación periodística, que se sirve de estos recursos retóricos, es muy antigua. Una palabra de la nueva retórica es “viralización”, que proviene de la biología (de la idea de un virus, que se impregna). Una palabra se saca de contexto, no para dejarla en su soledad, sino para ponerla en otro contexto, de ahí su papel de impregnación. ¿En qué otro contexto se pone? En un contexto ahistórico, donde lo que se pretende decir es: “Aquí no ha pasado nada. Son los mismos revoltosos, que persistentemente afectan las instituciones republicanas. Si éste quiere ser presidente, que tome nota de esta situación, que le pone un límite”.
Esa expresión, “tomar nota”, prosperó muchísimo en los últimos años. Es una expresión del habla vulgar, no la voy a elevar ninguna dignidad retórica. Por ejemplo, el doctor Nelson Castro me llamó una vez a casa, cuando había cacerolazos. Y me pasó algo parecido. “¿Usted cree que el gobierno tiene que tomar nota?”. Y yo le dije “por supuesto, no veo posibilidad de que un gobierno no asuma una posición de conocimiento de todo lo que pasa”. Y le dije algo extraño, que no fue publicado: “el gobierno debe tomar nota, porque nota viene de gnosis, de conocimiento. Por lo tanto, no veo por qué un gobierno debería renunciar a un conocimiento, ya sea de algo que le sea favorable, o no”. Hablé más profesoralmente, desde una posición más alejada, pero lo que salió fue lo que dijo él: ante un gobierno distraído, o que se hacía el tonto, prefiriendo no saber que
había una oposición que estaba creciendo, iba alguien que pertenecía al mismo gobierno, e introducía una línea interna, una cuña, y decía lo contrario, “hay que tomar nota”.
Todo esto configura un panorama donde hablar sería la ocupación natural que todos tenemos, considerando los modificadores habituales de la conversación – mayores o menores conocimientos, cortesía o tolerancia ante el interlocutor, etc.–. Lo que hace el neoliberalismo con las palabras (con los textos, con los discursos con la oralidad y con la textualidad) y, por lo tanto, con el pensamiento, es ofrecérselo a una gran máquina trituradora, donde el que habla aparece proveyendo el ingrediente que hace falta para construir una gran torta. Este caso es bastante ejemplificador. Primero, pasó de la revista amiga, donde se hacía la entrevista, a Infobae, lo más parecido a la homologación entre periodismo y servicios de inteligencia: la búsqueda de información, obtenida y procesada de tal modo que puedan darse operaciones; con grabaciones clandestinas o autorizadas, con la misma ambigüedad que existe en la operación judicial autorizada, que se parece en todo a la no autorizada. Infobae es una máquina elaborada, que tiene posiciones declaradas que provienen de algo parecido a los servicios de inteligencia, aunque no sean estatales. Después se pasa a una instancia más cultural o intelectual: opinan los personajes de la vida pública, que se reúnen alrededor de clubes. Y detrás de esa denominación ingenua, hay personas que también forman parte del operativo. Por ejemplo, puede haber un artículo en La Nación de Eduardo Fidanza. Me gustaría citarlo, porque lo recuerdo de la facultad. Es un fino profesor, que cita a George Steiner; y una cita culta tiene que aparecer en esa operación de captura. Llama también a conjurar el peligro, pero en este punto aparece una cita de la estantería del análisis cultural refinado: nada menos que Steiner, que critica casi todas las formas de periodismo conocidas. Después viene el pedido del diario a los intelectuales que forman parte de un cuerpo de opinión, donde están Fernández Meijide y otra serie de personajes que se mueven de manera más o menos unánime. Y luego, el editorial del diario La Nación. La Nación, como órgano intelectual de una continuidad ideológica relativo al modo de interpretar a los poderes en Argentina. Pero la cosa no termina ahí, porque al intervenir el Presidente de la Corte Suprema, se suma otro componente al poder de captura de los grandes diarios (el diario Clarín, con el editorial de Roa, y La Nación con un editorial anónimo, escrito por esa especie de ventrílocuo que atraviesa todo el siglo XX argentino). La historia de los editoriales forma parte de una suerte de manchón retórico que recorre la historia de la derecha argentina, con mayores o menores dosis de salvajismo. En este caso, con una buena dosis, como suele ocurrir últimamente. Casi siempre queriendo impedir que asome nuevamente su cabeza la barbarie, desde un punto de vista notoriamente esquemático para interpretar la historia, como lo fue incluso con Sarmiento, aunque su virtud con la escritura le permitió escapar de ese esquema. Pero La Nación no escapa de ese esquema, por eso necesita a los Fidanza. Porque ese binarismo y la justificación de estar vigilando la vida pública de la aparición de los fantasmas recurrentes, que vienen de lejos, desde antes del siglo XIX, precisa un profesor que pueda citar a Max Weber, a George Steiner o tal vez a Lukács, pero para decir esto mismo. El régimen de la cita, como modificador del texto, también precisa de un académico engolado. Y luego la Cámara de Diputados, otro poder que apareció de la mano del amigo Fernando Iglesias (con un pedido de repudio oficial). Por qué no iba a aparecer él dentro de esta maquinaria múltiple, que no es como la locomotora que inventó Stephenson (con los brazos mecánicos, el vapor, el carbón, el maquinista: una máquina orgánica, admirada por Marx). Esta otra es una máquina desgonzada, sin articulaciones precisas; donde la viralización sirve, porque el mecanismo que la une es una viscosidad de tipo biopolítico: es una máquina viscosa.
Realmente ni la Santa Inquisición hubiera llegado tan lejos. Porque la Inquisición era un aparato jurídico, una maquinaria que te llevaba a la horca o a la hoguera, pero con instancias muy elaboradas en relación a todos los pasos que daba. Era una justicia tremenda, basada en el fuego y en la quema de cuerpos, pero hecha públicamente; por eso, puede ser bien estudiada: la pira incendiaria de la Inquisición está muy escrita, porque ellos mismos la escribieron como parte de un servicio sacro. Acá ese servicio sacro lo llevan adelante los supuestos laicos, que creen que debe haber una santa inquisición incluso en las instituciones que llaman
republicanas, para detectar los focos infecciosos. En ese sentido, la viralización evoca la idea de inmunizar a la sociedad. Ya sé que se usa positivamente la palabra viralizar, como todas las metáforas de origen biológico, que le envidian a la biología que tenga la capacidad de estudiar cuerpos cuya organización parece perfecta; el cuerpo humano (o la locomotora) parece una máquina a la que no le sobra nada, donde cada parte cumple una función y no hay restos o imperfecciones –sería muy difícil decir que el cuerpo es “anormal”; a las anormalidades se las llama patologías–. Esta otra máquina, en cambio, tiene mucho de anormalidad. Y quizás, si se perfeccionara, sería el verdadero gobierno mundial: un gobierno terrible, porque se llamaría “república”, “instituciones”, “pluralidad”, “respeto”, pero sería el momento en el que todo eso se acaba, al no existir siquiera la posibilidad de una frase que no sea sacada de contexto y reescrita una y otra vez, eliminando la fuente de donde surgió.
La viralización lleva a la idea de que hay que crear circuitos de inmunidad. Un poco como lo plantearon Agamben o Espósito en los último años, la idea no ya de forjar una comunidad en base a fortalecer y unir las piezas que la componen, sino en base a generar movimientos de inmunización respecto a aquello que la puede desorganizar, pero que no sabe que es, porque siempre está montada sobre una falta. Esa inmunización es una manera elegante de referirse a la operación de los viejos poderes de las grandes tradiciones, a las lógicas de formación de la autoridad de las monarquías, los ejércitos, las iglesias. Entonces, en un episodio como este, podemos ver cómo el llamado republicanismo neoliberal, en realidad, está aspirando, soñando e insistiendo, a través de sus mecanismos y de sus metáforas biológicas, con cercar territorios en los que los salvajes no entrarían.
Como una campaña del desierto, pero en el plano del lenguaje; en el plano de la actuación de comisarios del lenguaje, sacerdotes, escribas o tinterillos, que pueden ser diputados, senadores, presidentes o candidatos a presidentes o vicepresidentes, en el caso del macrismo. Por eso me parece que la intepretación de episodios como éste, en los términos de si son favorables o desfavorables a una elección, también es interesante. Porque se tira un leño al fuego y se les dice a los candidatos que tienen mayor probabilidad de ganar una elección: “¡miren lo que están cargando, inmunícense ustedes!”
Y ahí viene el tema de cómo hay que hablar, un tema del que no puede escapar nadie. Sería el tema de cómo hay que hablar en épocas difíciles. Una ética de cómo hablar. Con lo cual, uno está siempre desenfocado, porque en ningún lugar se estudia cómo hablar. En la universidad, por ejemplo, se pueden tocar todos los temas. Claro que no en los términos de una conversación cualquiera. Esta que estamos teniendo, por ejemplo, es una conversación de tipo cultural, en la que se respetan ciertas reglas de conversación. No puede haber una conversación sin reglas, aún si pensamos en un cruce de insultos desaforados en la calle. Pero hay algo de estas reglas que garantizan cierta libertad de expresión, al menos en un punto: no tener que estar pensando a quién favorece o desfavorece lo que se dice. Se puede hablar sin someterse al escrutinio inmediato de evaluar a quién se perjudica o favorece con cada frase. ¿Qué pasaría si la política se convierte totalmente en ese cálculo? Esa astucia es pensada desde Julio César a Juan Domingo Perón, y a ella se refieren los viejos latinos como cui bono, ¿a quién beneficia, a quien le es bueno esto? Siempre está presente esa paradoja: lo que yo digo a favor de los mayores y mejores comportamientos, puede favorecer a los peores comportamientos de la historia. Ahí la palabra tiene que estar sostenida por cierta astucia, cierto cálculo de probabilidades, cierta paradoja de las consecuencias (como decía Weber). Esto lo admito. Por eso estoy preocupado, y pienso algo absurdo: ¿habré colaborado con que se pierda algún voto con esto?
Tengo que pensarlo, aunque tampoco es algo mensurable. Y además, si esto se convirtiera en una norma general para el político, se empobrecería toda la vida política.
Pero admito que hay parámetros para hablar. Y está la cuestión de la oportunidad, un viejísimo tema de profundo interés. Mucha gente me mencionó eso (“qué inoportuno”, “qué imprudente”) y lo considero atendible. Pero hay que preguntarse ¿cuál es el momento oportuno?, el famoso kairos de los griegos. Pero al kairos lo asistían los dioses. Nosotros no tenemos esa facultad, ni la garantía de saber cuál es el momento. Charlando estos días sobre esto, me vino a la memoria una frase de Perón: “la oportunidad pasa queda”. Mirá qué casticismo. La oportunidad pasa en silencio. Es algo medio maquiaveliano, la fortuna: no sabés si la tomaste o no la tomaste. Y me pareció que éste era el caso. Uno no sabe; y al no saber, dice lo que muchos, muchos y muchos consideran inoportuno. Y la inoportunidad se castiga, incluso con el ostracismo político. El inoportuno o el aguafiestas (ese personaje que suele mencionar Eduardo Rinesi: estábamos todos bien, y viene uno a recordar que el fin del mundo es mañana). Es un personaje que nadie querría encarnar, pero heme aquí, próximo a ese personaje.
Como episodio para el análisis, es interesante: todas las etapas que la frase extraída de la entrevista cumplió, hasta que comienza a decaer, y luego se convierte en materia de análisis, y dentro de dos años seguramente podrá convertirse en objeto de una tesis amparada por el Conicet. La palabra espontánea no deja de estar sostenida por un estilo o un signo elaborado; aunque una vez elaborado –“engarzado”–, el engarce deba desaparecer, o ser un mero soplo para que la espontaneidad haga su trabajo. Sin embargo, está la palabra que es sólo engarce, que sólo es un enclave en lo que hay que decir. Por eso el lenguaje político habitual, que está por encima de las ideologías políticas visibles, permite muchos acuerdos. Hay un estilo parlamentario, que hace del parlamentario, antes que cualquier otra cosa (peronista, radical, trotskista o estalinista), un parlamentario, una parte de una maquinaria importante. Por eso, hacer acuerdos es más fácil que lo que uno piensa. Por eso, el peronismo –en un sentido muy general– es el estudio de estas fórmulas, pero en organismos menos flexibles que el parlamento, como el ejército: cómo se da la orden, cómo la orden se diversifica, cómo se escucha, cómo se simula, cómo no se cumple. El peronismo es una enorme sofisticación sobre cómo entender la orden. Hasta el punto de llegar a un Perón que dice “hay que quilombificarlo todo”, no obedecer órdenes. Por eso, el peronismo tiene una rara perdurabilidad. Va desde la orden hasta el desacato de la orden, admitido por el propio que la dio.
Eso explica un poco lo que tantos quieren explicar, qué pasó con la guerrilla, por qué Perón la persigue después de haberla tolerado. Ese es un elemento a tener en cuenta. La situación del que dice “si antes me toleraron, por qué voy a parar hoy”. Es muy difícil escribir sobre eso, por eso los libros que tratan sobre la época están por debajo de esta pregunta. El que no se desmovilizó cuando se dio la orden de desmovilizar sabía que el que dio esa orden antes había dado otras, no sólo contrapuestas a esta, sino que al mismo tiempo tenía una idea anarco-constructiva de la orden: se la construye, pero a la vez interiormente se la puede desacatar. ¿Por qué se iban a desmovilizar todos? Se desmovilizó una parte, pero la mayoría no se desmovilizó, porque había más literalidad. Pero Perón no tenía ninguna literalidad.
“La oportunidad pasa queda” sería su frase, pensando que el hombre del destino es el que la toma. Pero nadie es ese hombre. Cualquiera piensa que toma la oportunidad, pero resulta que no; decís una frase y era Infobae el que te estaba esperando, con la red de cazar mariposas ingenuas.
El otro tema viscoso es el de la visibilidad. Uno querría estar siempre ante lo visible y reservar una cuota –merleau-pontyana, digamos– para lo invisible, en el sentido de que hay cuerpos que piensan por sí mismos, sin que eso tenga otra expresión que no sea un secreto en la mirada. Uno perfectamente puede establecerse en una dialéctica entre lo visible y lo invisible. En esta gran maquinaria de lo visible, que sigue siendo la televisión (porque las redes tienen algo de texto), la visibilidad se da en una serie de graduaciones, hasta llamar “mediáticas” a determinadas personas. El que aparece una o dos veces en la televisión puede ser mediático en su barrio. Para ser mediático en el universo, hay que ser Trump, Mick Jagger, Elvis Presley o Humphrey Bogart. Esa visibilidad tiene escalas, así como tiene escalas el modo en que se van elaborando los significados de la materia prima que ofreciste, como si fuera el carbón de las máquinas: ofreciste una frase. Acá ofrecés tu cuerpo, con el loop –esa expresión que se usa para decir que fuiste mirado y vos también mirás–. Por eso me llamó la atención la frase que me contaron de Beatriz Sarlo: “dijo eso, porque quiso tener visibilidad”. ¿Qué sería eso? Uno puede tener visibilidad dando una clase. Pero si esa misma clase la das en la Plaza de Mayo ante cincuenta mil personas, la enfoca la televisión; es un profesor que da una clase de conducción política: se llama Perón. Las personas que escuchan la clase gritan “viva Perón”. Eso tiene mucha visibilidad, pero es una visibilidad buscada, preparada, que tiene planos, enfoques de la cámara, iluminación, cosméticos. La televisión no es fácil. Parece fácil, pero tuviste que esperar dos horas, pasaste por una maquilladora, tuviste que entregar la cédula de identidad en la entrada. La visibilidad ahí tiene que ver con el rating, con el productor que le dice al entrevistador “cambiá de tema, porque bajamos dos puntos” o “preguntale algo difícil, para subir cinco”. Todo eso es lo invisible, que aporta la visibilidad de la televisión, la ingenuidad de lo visible. El que es visible expone su cuerpo a la masacre, expone su rostro (la rostridad, para decirlo con Levinas), lo que se machuca, y tiene que proyectarse en distintas formas. La visibilidad se convierte en una forma de dominio, de dominar los cuerpos: ya no mirás a nadie y nadie te mira, entraste en un rating, en una forma de medición y cálculo espantosa. El calentamiento global también es espantoso, pero tendría que haber adolescentes suecas para denunciar esto. Digo, en una pincelada rápida, muchas cosas que se han dicho, que ya dijeron Oscar Landi, Eliseo Verón, Aníbal Ford, el “Toto” Schmucler… Pobre Habermas, que lo llamó “teoría de la acción comunicativa”, que es una teoría sin maldad, donde los hombres se entienden fácilmente, donde hay un ágora más o menos elocuente para todos, y todo se da a publicidad; y hay un hombre público que sufre y ayuda al prójimo. No me parece que las cosas ocurran así.
En este caso, la operación se dio a la manera de una advertencia general para el gobierno de Fernández en relación al gobierno de Cristina. Como Fernández dice que critica al gobierno de Cristina en dos o tres puntos (ley de medios, impuestos agropecuarios y la interpretación de los 70), esto fue puesto a la manera de un cercamiento al candidato. Me parece que la entrevista a Beatriz Sarlo también fue hecha en esos términos. Investigar –con dos o tres cámaras de Infobae– hasta qué punto el candidato está dispuesto a mantener un vínculo con una Cristina que hoy no necesariamente representa alguna de esas cosas; aunque su pasado sí. De manera que el presente es como una especie de filtro permanente de cualquier historia, para rehacerla, recomponerla y, eventualmente, exponer una autocrítica, por qué no. Pero hoy la palabra autocrítica se usa como una punición. Y no veo que nadie tenga que estar obligado a hacer una autocrítica ante los magistrados de la punición. Quizás le estoy dando a esto demasiada importancia. Pero me veo obligado a dársela, por la amargura que sentí durante una semana, donde me transformé en el enemigo del pueblo.
Fuente: http://publicaciones.sociales.uba.ar/argumentos/ Nº 21 | Octubre de 2019