Narrar lo que arde // Branco Troiano

En principio es la brutalidad, es la violencia desmedida la que da con el acontecimiento y la que funda un sentido. Después, mucho después, llega la novela, o como queramos denominar al texto de Valeriano, Él está vivo y nosotras estamos muertos, en donde el autor despliega una narrativa bien a tono con el universo en el que se inscribe, certera y exenta de grandilocuencias; un pulso compartido, un estilo que no es menos que la necesidad misma de contar lo que arde.

En principio hay dos vidas que dejaron de ser pero que, aún así, arrebatadas como fueron, extirpadas como fueron, ultrajadas como fueron, no ceden en la disputa que a los cuerpos y su potencia concierne. A partir de allí, el movimiento es superador: cristalizado en Ale, la mujer que todo cargó a sus hombros, libera esa potencia atendiendo la nueva y gran empresa, que bien podría pensarse venganza, bien redención.

Hay dos vidas que dejaron que ser pero que ahora burlan lo que, saben, quizás siempre supieron, hay que burlar para lograr el cometido. Porque, lejos de tropezar con cualquier muletilla mística, hay vidas que parecen estar destinadas al solo propósito de ser y dar luz, y para ser y dar luz, antes que nada, es necesario saber de la burla, del amague, de la falsificación. Saber acerca del guiño, del guiño como una de las formas del amor, también. Para esto, entonces, la figura indispensable de Ale, antena de referencia de la angustia barrial y de sus posibles cauces, fuerza que empuja y arrastra a los buenos a los malos a los más o menos a los tibios a los duros a los giles a los pillos y, casi como síntesis de la naturaleza, termina ubicando todo en su lugar, a los giles, a los pillos, a los buenos, a los malos, a los tibios, a los duros, a los más o menos.

Esto es una invitación a la lectura de un texto demoledor, toda una experiencia que, como sucede con lo bueno, desborda cualquier tipo de pacto previo. Una tragedia en un barrio popular que encuentra, quizás hasta sin proponérselo, un punto de emancipación y, donde todo es dolor, un haz de luz.

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