Nada más neoliberal que abolir el odio// Emiliano Calarco

Existe un viejo poema, erróneamente adjudicado a Bertol Brecht, que habla sobre la idea de acción, de accionar un límite. El poema es en realidad de Martin Niemöller un pastor luterano que advertía sobre los problemas de la pasividad frente a la persecución política y religiosa de los Nazis.

«Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio,

ya que no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

ya que no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

ya que no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

ya que no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar».

El pastor intentó, supongo yo, interpelar a sus contemporáneos que aparentemente no se veían muy sensibilizados por las persecuciones nazis. Hay un tono de desesperación bastante marcado en no intentar interpelar desde lo sensible y el afecto, sino desde una cuestión práctica: “Hace algo ahora, no porque creas que es lo correcto, sino porque después van a venir por vos” parece decirnos desde la Alemania Nazi. Entonces las conclusiones son muy dirigidas: límite y tiempo. La acción justa en el momento justo.

El poema quedó inserto en la memoria histórica queriendo funcionar de alarma cuando sea el momento justo. Acá se abre la pregunta clave ¿cuando es el momento justo de poner el límite?¿No será que, en estos días en los que distintas figuras se desgarran por la democracia, se llega (se llegó) tarde a defenderla?

Capaz es que, disciplinamiento mediante, se llegó a un umbral de tolerancia frente a la violencia que es tan grande como imperceptible. Tal es así que no se puede reaccionar frente a los ataques directos. ¿qué sale a defender la gente que sale a “defender la democracia”? ¿qué sale a defender la gente que cree que esto es solamente producto de un “discurso de odio” y no de condiciones materiales?

Por estas horas se está hablando de pactos democráticos, pero ¿quién firmó esos pactos? ¿A quiénes le sirven y le sirvieron? Y sobre todo ¿qué fue lo que dejaron a fuera?

 

Nadie de los que en estos días gritó, subió sus fotos a sus redes, se indignó, lloró. ¿Nadie, pensó en escribir:

Cuando vinieron a llevarse a Facundo,

guardé silencio,

ya que no era un joven pobre?

Nuevamente vale la pena preguntarse ¿qué se defiende cuando se defiende la democracia?

No se estuvieron haciendo mil y un cosas en contra de la democracia sin que estallara el límite? Porque no se llegó a esto de un día para el otro.

¿No es esta una oportunidad para nutrir ese concepto que, ahora, demuestra lo precario que era, lo vacío que estaba, porque, nuevamente, en medio de este ruido defensor de las instituciones y de “la paz social”; de qué democracia hablamos? ¿no es un buen momento para cuestionar la frase hecha, repetida hasta el hartazgo sobre el “consenso democrático”? ¿O no se hablaba de consensos ni democracia cuando desapareció Tehuel? ¿o es qué no se entiende por democracia más que cuestiones formales? ¿No habrá sido ese consenso cocinado desde arriba, desde dónde no llegábamos y no se hizo a imagen y necesidad de quienes ayer, hoy y mañana regentean el país? Un consenso donde unos comen y otros obedecen. ¿No tambalea la democracia cuando no se llega a fin de mes, cuando 1 de cada 3 niños se saltea una comida al día? Y ojo, que no se trata de hacer una equiparación abstracta y moralizante que nos conduzca a una suerte de “nadie menos” donde se borren las diferencia cualitativas, no. No es lo mismo el intento de asesinato a una de las referentes más populares que un caso de gatillo fácil, como tampoco es lo mismo una desaparición forzada forzada en una manifestación que la pobreza extrema. Tienen cualidades diferentes, pero todas ellas entran contenidas dentro de esta democracia. Capaz, si se quiere llegar al fondo de la cuestión, si se quiere la garantía de no repetición, sea el momento de preguntar realmente qué es la democracia y cuando entra en peligro. Porque si bien este consenso se podría romper “por derecha” ¿realmente es tarea nuestra tratar de conservarlo? Capaz no sea la hora de hablar de consenso sino del disenso democrático.

 

Pero, una vez más, para llegar al fondo del asunto, si realmente nos preocupa la estabilidad de esta democracia, más allá de que no nos animemos a definirla, y poner el límite justo en el momento justo, hay que explorar zonas poco felices, incómodas. Capaz haya que pensar que tan hija es, esta democracia, de la última dictadura militar, que tan sombra de esta es. Y si nos preguntamos, con sinceridad, dejando el consignismo, la pasión impostada, capaz podamos descubrir que el terror genocida todavía rodea y moldea a esta democracia. Fueron los mismos dueños de la argentina de hoy quienes ordenaron al entonces partido militar armar los campos de concentración, torturar,en fin gobernar. Fueron los dueños de este país quienes dieron la orden con el objetivo de proteger sus ganancias, no fue el odio lo que los guió, fue el cálculo hecho a máquina, preciso, frío. Hoy los dueños del país no necesitan tanques de guerra ni campos de concentración, se aseguraron de que cada trabajador, trabajadora argentino llevara en sus entrañas, internalizada, la cámara de tortura y luego, también, la presencia del hambre amenazando, siempre. Esa picana interior que tenemos. Que cuando queremos cruzar un límite, ampliar los límites de esta democracia se vuelve amenazante y agita el recuerdo del terror sobre la carne. Nos recorta la sensibilidad, esa que nos permite ver el dolor ajeno ¿Qué tan democrática es esta democracia parida en cautiverio?

 

Días antes del fallido atentado la vicepresidenta arriesgó un intento de advertencia similar al llamado del poema “no vienen por mí, vienen por ustedes” dijo, pero, acaso ¿No vinieron ya por nosotros? No está este famoso y honorable consenso firmado sobre el terror, sobre nuestra derrota. Y ese consenso ¿no se actualiza cada vez que hay una muerte, asesinato, de un trabajador por parte del estado? ¿O el asesinato de Darío y de Maxi no abrió un nuevo ciclo en la Argentina, cuando las consecuencias de ese consenso eran cuestionadas, permitiendo el nacimiento de lo que hoy llamamos Kirchnerismo y Macrismo? ¿No está parada esta democracia sobre esos asesinatos?

En estos momentos de conmoción darle aire a las preguntas, esas que angustian, que no nos hacemos todos los días puede ser un buen punto de partida. ¿Podemos llamar democracia a un sistema dónde la desigualdad es la regla, dónde el disciplinamiento a la clase trabajadora en forma de desempleo, gatillo fácil, femicidio, travesticidios son eventos tan cotidianos pero sólo afectan a sectores pequeños y por lo general marginalizados de la “real politik”? ¿Dónde las antiguas cúpulas restringen la participación sindical o ni siquiera existe? La violencia nuestra de todos los días. Nos moldea, muestra qué está bien, qué está mal. Muestra el límite, todos los días.

La pregunta que nos puede llevar a otro lado es si se puede romper ese límite y como. ¿Cómo se profundiza una democracia? ¿cómo se la transforma cualitativamente? Capaz no sea desde sus formas, ni celebrando elecciones. Salir de la postura defensiva y empezará tocar intereses que ni siquiera se cuestionan. De quienes nos obligaron a salir a trabajar en la pandemia aún sabiendo que nos iba a costar la vida. De quienes viven ganando de nuestro trabajo. No alcanza con el 50-50 del que cada tanto se habla, eso también es insuficiente. Es momento de pensar que tan compatible es la democracia con el capitalismo, que tan compatible es con este Estado y llevar a fondo los planteos.

 

El intento de atentado que vimos fue producto de la pasividad, esa que denunciaba Niemöller en su poema. Pero también de la falta de coraje a sentir. A sentir el dolor ajeno como propio. De callarse y, por cobardía, incitar al silencio a quienes, desde lugares, siempre precarios, denunciaban como se pisoteaba a trabajadores, trabajadoras. Porque todo lo previo a esto sucedió en el medio de un gran silencio de quienes por estos días se escandalizaban por la democracia. La incapacidad afectiva que necesita este consenso también permite el avance fascista. es un objetivo clave para atacar. ¿Qué tan alto es el umbral de tolerancia a la miseria material, intelectual, espiritual, que tenemos los trabajadores y trabajadoras en la Argentina?

Ahora bien, este consenso democrático, que necesita de este recorte de la sensibilidad para poder ser tolerado. Necesita también, en su recorte, de la exclusión del odio.

¿De dónde viene el famoso odio que hoy está en boca de todos? La idea de que es producido desde medios de comunicación, llamados vagamente hegemónicos, aporta muy poco a dilucidar su origen. Más bien pareciera conducir a una respuesta fácil donde hay una relación lineal entre televisión, celular, dispositivo, etc y un consumidor pasivo, que recibe información y actúa en consecuencia. Nada más alejado de la realidad. El discurso sobre “los discursos del odio” no suena tanto a buscar respuestas como si a desarmar a la clase trabajadora, expropiarla de un sentimiento justo. La imposibilidad de exteriorizar una situación concreta es la consecuencia de la condena al odio. No es que no existan estos discursos, no es que no tengan su influencia, ni que sean inocentes. Pero ¿no nos estaremos olvidando de algo más central? dónde, en definitiva, van a hacer pie estos discursos, qué es en las condiciones materiales en las que vivimos. Y que estas condiciones sean tan precarias hacen que estos discursos tengan receptores. Es esta democracia, este consenso el que produjo estás condiciones y a estás personas. ¿No será señalar a los medios, más allá de sus responsabilidades claras, una forma de querer preservar esta democracia castrada, una forma de mantener la apariencia de algo que, ya lo sabemos, no es lo que dice ser y nunca lo fue?.

El encierro asfixiante al que nos lleva repudiar el odio es en definitiva lo que genera, no el odio, sino la ira, desbocada. ¿Cómo puede ser que tantos y tantos profesionales “progres” nieguen la necesidad del odio? ¿Dónde está la curiosidad, de tanto opinador, por saber de dónde viene ese odio, en apariencia irracional, inentendible? Es ahí donde la ansiedad de respuestas rápidas traiciona a los bien pensantes o… pensándolo bien, los ayuda a encubrir el origen de ese odio.

Detrás de esta respuesta fácil no solo se esconde la subestimación al pueblo en general, que sería una víctima permanente de la manipulación mediática, un eterno espectador de la realidad. También demuestra la poca voluntad de ir “más allá”, de quienes pretenden, así lo dicen, transformar la realidad. Si se rompe la superficie de respuestas fáciles, rápidamente nos vamos a encontrar con las condiciones materiales en las que vivimos ¿no serán éstas las que más generan el odio, la violencia?. ¿No será que el odio viene, no desde un noticiero o un trend, sino desde lo precario de nuestras vidas? ¿No son las mismas personas las que ahora señalan a Los-Medios-Hegemónicos las que con el mismo dedo señalan las condiciones materiales a la hora de explicar la criminalidad?

No hay nada menos político que presentar una pelea política como el enfrentamiento entre el odio y el amor. Nada menos político, nada más encubridor de la realidad, nada más violento. Tampoco se trata de hacer un llamado al odio de la misma manera que otros hacen un llamado al amor. La contracara de un amor abstracto que no distingue entre sujetos es el odiador que tampoco lo hace. El odiador encarnado en el patrón de estancia, en el empresario, en el dueño que odia cualquier cosa que no sea su ganancia y que siente como una amenaza a su poder cualquier manifestación popular por más mínima que sea. Descubrir que hay un odio justo es des-cubrir las condiciones materiales en las que vivimos y también… sentimos.

Tal vez el odio surja, también, como consecuencia de la distorsión constante de la realidad que se necesita para sostener el “como sí” de este pacto democrático. Una ficción sobre estómagos vacíos.

¿Alguien, de estos comentaristas del amor, se preguntó seriamente por qué se odia y por qué se odia a determinadas personas o todos fueron traicionados por sus respuestas automáticas, sometidos a un tiempo ajeno, el tiempo de las redes? ¿no se articulan esas respuestas rápidas con largos silencios? No hay una trama de silencios-respuestas que esconde claudicaciones, acomodos a la realidad que fueron cediendo espacio a la derecha más rancia que hoy se quiere repudiar ¿No encontraremos, también, abonando al “odio” una justificación sistemática de todo lo que hizo, hace y probablemente haga este gobierno?

¿No está, en definitiva, detrás de la subjetividad del odiador, del intolerante, del que quiere disparar, el mismo consenso que hoy nos quieren hacer defender? ¿No estará, detrás del largo camino que lleva a alguien a empuñar y gatillar un arma, el mismísimo capitalismo?

Acá la paradoja de quienes llaman a defender esta democracia: mantenerla es mantener las condiciones que generaron el atentado. Para defender la democracia hay que romper el consenso, superar la picana imaginaria que nos mantiene en este encierro. Vamos a tener que odiar y amar justamente.

No hay nada más neoliberal que pedir la abolición del odio, nada más hipócrita tampoco.

Capaz después de esto se vea que, esto, es el capitalismo en serio.

6 Comments

  1. En realidad, no. Es completamente equivocado creer que los «discursos de odio», en su formulación sistemática y planificada se originan en los sectores más empobrecidos de nuestro pais. Surgen, claramente, de una derecha política y mediática que, no es novedad para casi nadie, lo que quiere es aumentar las desigualdades.
    Todo el análisis se desvirtúa a partir de esa confusión central.
    Saludos

    • Algo se tensiono y tomo otro andar cuando recupero movilidad. Gran potencia, catalizador, el concepto odio y todo lo que encarna el solo pensarlo.
      Comparto en que los limites largamente fueron extendidos.
      Fuertemente nos moldearon en nuestra psiquis para llegar a relativismos tan marcados, de lo que la existencia material nos muestra.
      Gracias por la reflexión.

  2. Marcelo, con todo respeto si fueses parte de un «sector empobrecido» no estarías diciendo esto, lo cual señala precisamente que el artículo acierta en al menos un vector de su análisis.

  3. Cuánta claridad, por fin! El enfoque progre sobre los «odiadores» es tan cínico como perversa su interpretación psicologista que roza las corrientes místicas de sobreadaptación del pensamiento mágico. Es la misma lógica de la supuesta «grieta» social que no es otra cosa que lucha de clases. Naturalizar la democracia reducida al acto electoral legítima la marginación y exclusión como si fueran un hecho telúrico y no un orden histórico material y cultural. Igual que explicar a Hitler como»psicópata», sin contextos socioeconómicos interimperiales. Decía Willhem Reich que cuando el hombre internaliza la bayoneta pasa a ser su propia bayoneta y éstas dejan de ser necesarias.

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