Mutación de la soberanía:
Frente al sadismo instituyente y el masoquismo meritante, cambiar juntas las reglas del juego.
Grupo de Estudios Discretos Paul K. Feyerabend.
Colectivo Vitrina Dystópica.
I
“Claramente, se está haciendo un modelo Stalin al revés: él decía yo lo obligo que sea estatal. Acá se dice: yo le prohíbo que sea estatal y lo obligo a que sea privado”, señala el rector de la Universidad de Chile, ya que, aunque habría un deseo juvenil de entrar en las universidades “estatales”, éstas se pauperizan sistemáticamente, especialmente con la nueva Ley para la Educación Pública con la cual el Estado corona más de una década de luchas en las calles “por una educación pública, gratuita y de calidad” y la traduce a una codificación “social” de mercado (neoliberal) a través de la obstaculización de la capacidad para acoger a los estudiantes, el debilitamiento de fondos de financiamiento directo, la participación democrática y la autonomía efectiva respecto de los gobiernos de turno, no obstante, mantiene el imperativo “público” de la universalidad.
Y no es que uno esté demasiado a favor de los rectores de lo que sea, pero esta vez expone con singular claridad una fuerza obligatoria del mercado que habría siempre que volver a revisar. La comparación con Stalin, en el sentido de un totalitarismo que “expulsaría” a un cierto Estado de las universidades es interesante, a la vez que engañosa. Interesante, en la medida, justamente del modo en que expone la capacidad impositiva, incluso institucionalmente respaldada, de lo que teóricamente debería implicar sobre todo “seducción” por parte de las ventajas que ofrece el privado. Pero es engañosa, precisamente, porque cabría entender la relación entre obligación y seducción como una de continuidad armónica antes que de oposición. Sadismo de la seducción para el sometimiento. Sadismo que descansa y produce instituciones. Sadismo instituyente.
El deseo por entrar a las universidades en Chile, está íntimamente ligado a que fue construido como la única posibilidad de “no ser pobre”. Y esto es, simplemente, eso: el “no ser pobre”, gozar del mérito social que significa “hacer como que no lo somos” y disfrutar perversamente de él sobre quiénes demuestran “no tener el ánimo de superación” para dejar de serlo. Deuda contraída de antemano por los meritantes que se agolpan como “acreedores de su propia deuda” frente a un autoestimulante marco institucional neoliberal “que no asegura nada a nadie”, como dijera literalmente el propio Pinochet. Engaño acumulaticio, en la medida en que la obligación institucional ya existe y que adquiere una y otra vez la forma de la deuda que, bajo una economía estrictamente libidinal del emprendimiento y el mérito, permite un goce de autoadministración por medio de algo así como un masoquismo meritante.
De acuerdo con esta infraestructura libidinal del saqueo, las demandas a las instituciones estatales se lanzan al vacío, porque el Estado, al menos este Estado, dista mucho de ser el lugar de la inclusión infinita, estando estructuralmente dispuesto y depuesto a la vez, como parte de una situación estratégica mucho mayor. Acá, la famosa crisis o achicamiento del Estado, nunca fue otra cosa que el nombre de su increíble capacidad para autodestruirse o, mejor dicho, para dejar anclada, instalada, insertada en su mismo seno, su punto de fuga: la acumulación privada.
II
Santiago Maldonado desaparece en medio de protestas contra la arbitrariedad judicial en el caso del lonko Facundo Jones Huala. Facundo había sido detenido en mayo del 2016, en medio del uso que el grupo empresarial italianio “Benetton” hace de las fuerzas del Estado argentino, para apropiarse “legítimamente” de una exuberante cantidad de tierras en la Patagonia. De hecho, Benetton posee casi un millón de hectáreas, convirtiéndose en “dueño” mayoritario de una gran porción del territorio argentino. Las comunidades mapuche en resistencia, por supuesto, no tienen ninguna razón para reconocer tal inverosímil apropiación y, por tanto, no se dejan expulsar. Aun así, el año pasado la justicia había dado por cerrada la causa contra el lonko, puesto que los testimonios habían sido obtenidos bajo torturas. Y ahora, nuevamente, en 2017, Chile solicita la extradición, por actividades terroristas, y es detenido. Y Santiago Maldonado desaparece.
La institucionalidad que despliega la obligación, es articulada por élites locales, atravesadas por fuerzas que pretenden la acumulación global e ilimitada. Lo que significa que el extractivismo, la expulsión, destrucción y saqueo de las tierras locales, está íntimamente ligada al completo desinterés que tienen los inversionistas, respecto de los lugares físicos donde aterrizan sus flujos de capital, en apariencia, espectrales. Lo único que requieren es asegurar sus inversiones. Y para ello buscan, por cierto, hacer del estado otra de sus armas. Y la primera arma del estado neoliberalizado es la seducción como fuerza obligatoria del mercado a través de la cual se estetiza y decora la devastación de territorios y comunidades por medio de una compulsión perversa que prioriza la satisfacción individual del consumo antes que una pregunta ética por la dignidad de las comunidades. Compulsión publicitaria a una forma de vida, al movimiento frenético, a las autopistas y los edificios altos, a los celulares y televisores plasma, al emprendimiento individual y la autonomía de la autoexplotación. En fin, compulsión hacia todo aquello que se suele mostrar cuando se quiere hablar del progreso o de la virtud del modelo chileno, recurrente y siniestro ejemplo de desarrollo comercial y mercantil al sur del sur global. Obligación de dejarse seducir que se ancla en la desposesión y que, por tanto, si se le resiste, reaparece como estrategia de criminalización. De ahí que, la condición de cualquier inclusión prometida, sea la exclusión de cualquier aspiración distinta a la posibilidad de ser explotado y la neutralización de cualquier capacidad afectiva, vinculante, empática y responsable, por lo tanto, la desafección entre las y los sujetos con otras formas de vida.
III
Si el Estado fuera la idea de Estado, entonces, claramente la soberanía se encontraría amenazada, en tanto, se perdería la posibilidad de incidir democráticamente sobre aquello que acontece en el territorio que habitamos. En cambio, si entendemos el Estado como una resultante, un producto final, entonces, esta forma-estado y no otra cosa, es lo que tenemos debido a la situación singular de las fuerzas políticas. Y las fuerzas políticas, no son, ni han sido nunca sinónimo de “partidos”.
De ahí que, no cabría entender el neoliberalismo, sino como esa particular mutación de la soberanía que se articula en base a una arquitectura global de saqueo que ensambla estratégicamente un sadismo instituyente e invierte en infra-economía libidinal de la inmovilización, la desafección y un masoquismo meritante. En ese sentido, un Estado no se opone a la expansión del mercado, sino todo lo contrario, es impulsado a transformarse en brazo a(r)mado de la inversión global, la cual se nos ha señalado una y otra vez es, de hecho, la fuerza motriz del propio estado, toda vez que su éxito se mide en cifras macroeconómicas. La desmercantilización no está ya íntimamente vinculada a las instituciones del estado y, es más, buscará ser mostrada, como lo ha sido en Chile sistemáticamente desde la década de los 80, antes como un defecto técnico, que como una apuesta política válida. El proceso de acumulación global, el neoliberalismo o el neoextractivismo si queremos, tiene en esta articulación sadico instituyente y masoquista meritante uno de sus elementos centrales y TERRORISMO es el nombre de su nueva campaña conjunta.
IV
Al día siguiente del golpe de estado en Chile, la dictadura envía a los militares a pintar de blanco los muros de la ciudad, anteriormente cubiertos con murales que indicaban el momento histórico que se sentía atravesar y, por ende, al mismo tiempo, contribuía a construirlo. Ese gesto tan temprano, expone una preocupación mayor por los destinos de los espacios compartidos de la ciudad. Espacios que, en efecto, son aquello que hacen una ciudad y es en la ciudad, donde es posible involucrase con los asuntos comunes. Por ello, la difusión del miedo es fundamental para despejarlos. Convertirlos en inhabitables, hacer emerger peligros por todas partes. Y, por tanto, que el orden aparezca como lo más deseable. Muros blancos, orden y progreso. Deseo de seguridad, por tanto, de policía; tolerancia a las inspecciones, a los controles; entrega de información, construcción de las conductas sospechosas: ¿por qué no tienes Facebook?
Y el deseo de seguridad es solidario con la inercia del pacifismo. No se trata aquí tanto de una incitación a la violencia, como de una reflexión sobre los métodos. ¿Exigirle qué a quién? ¿Qué me cabe esperar de aquel que va dirigida mi queja? La demanda a instituciones cuya inscripción dentro de las fuerzas políticas no se conoce del todo o, incluso peor, se conoce, pero se hace como si realmente no fuera tan así, nos hace jugar dentro de unas reglas que, finalmente, refuerzan más aquello que ha hecho brotar la necesidad de su transformación. Brutal es el ejemplo de las leyes de la educación en Chile que, fruto de extensas y enormes movilizaciones tanto en 2006, como 2011, no terminan sino por hacer más intrincado el problema, manteniéndolo y gestionándolo en su ruina administrativa y económica. Y hay aquí un problema fundamental, como apuntara Pedro Yagüe en Lobo Suelto: el vínculo entre violencia y política.
La inercia de la marcha democrática, lleva a buscar excluir toda forma de violencia, como manera de protegerse de la brutalidad policial, pero también como forma de seducir a los medios de comunicación, apresurándose a aclarar siempre el carácter completamente pacífico que tiene la manifestación. Y el problema no es que sea pacífico, sino que los grandes medios no articulan, ni informan, ni transmiten nada hacia ni desde la opinión pública, sino que la construyen. La arman, la producen, es decir, juzgan los movimientos que transmiten por las pantallas y, con ello, los neutralizan cuando éstos pretenden recibir la supuesta aprobación de un supuesto telespectador, olvidando cualquier mediación. Por ello no sería extraño que las policías fueran ellas mismas las que ocasionan los disturbios. En efecto, con las marchas estudiantiles el horario de los enfrentamientos coincide incluso con la transmisión del noticiario del almuerzo. Sin embargo, esto no implica que toda la violencia sea un montaje, así como no implica que haya que excluir toda violencia por ir contra un “orden democrático”. Con base en estos procesos de reconfiguración de la noción de soberanía, en donde el Estado deviene brazo armado de otras fuerzas que, sin embargo, utilizan sus antiguas atribuciones, el “monopolio legítimo de la fuerza” para ser concretos; no es posible entender el orden democrático, esta paz social y ciudadana[1], sino como una intensidad de la guerra y, entonces, se hace necesario desbloquear el pensamiento sobre el vínculo violencia y política, sobre todo para dejar de ver política allí donde hay violencia y, en consecuencia, ser capaces de examinar las políticas de la violencia, para pasar de la inmovilización sacrificial a una ofensiva sensible.
V
GRITA TU NOMBRE. La avanzada neoliberal latinoamericana bajo la forma de una campaña del desierto corporativa orientada a una pacificación devastatoria no puede concretar su estabilidad basada en extracción, acumulación e inversión si no es por medio de la guerra, de la producción sistemática de terror y miedo, de amenaza y crueldad. Durante los últimos años Brasil, Argentina y Chile no han dudado en hacer usufructo de las técnicas de muerte y desaparición que dejaron impresas las dictaduras para justificar «la seguridad» de inversiones que trama la mediática idea de «paz social». La «paz social» del consenso neoliberal lleva el nombre de Santiago Maldonado, lleva el nombre de José Huenante[2], lleva el nombre de Macarena Valdés[3] y gritar sus nombres significa poner en evidencia los procedimientos de muerte que los Estados Democráticos neoliberales, como operarios de choque del mercado financiero, ejecutan sobre quienes se inquietan con vivir de otra forma, con vivir a cuidado del sadismo instituyente y las economías libidinales de un masoquismo meritante. “Grita tu nombre” decían las compañeras y los compañeros a quienes eran tomados por la fuerza y detenidos en la última manifestación por Santiago Maldonado, una única forma de diálogo en un estado de violencia y hostilidad represiva sin parangón, con excepción de las peores escenas de las dictaduras, convirtiéndose en un llamado a cuidarnos, a reconocernos y extender sensibilidades afectivas en medio de esta campaña conjunta, de esta operación Cóndor del último tiempo. “Grita tu nombre”, como una exigencia histórica que nos sacude y obliga a compartir los malestares que nos son comunes, es también el cuerpo de una ofensiva sensible capaz de desprogramar la economía libidinal de la rendición y habilitar nuevos códigos y prácticas de acción y autodefensa posibles entre nos, porque la guerra en curso al estar organizada bajo una gramática de «la nueva paz social» y de la inmovilización sacrificial nos quiere desaparecer. Quiere desaparecer los ánimos y los deseos de vida que se ponen en juego en cada revuelta, en cada amistad. Quiere desaparecer la capacidad colectiva de nombrar nuestro tiempo presente, de nombrarnos juntas. Quiere desaparecer la capacidad colectiva de cambiar las reglas del juego.
[1] Fundación del Agustín Edwards, dueño del periódico golpista El Mercurio, fundada una vez formalmente terminada la dictadura, para liderar el proceso de desplazamiento del discurso de la seguridad nacional al de la seguridad ciudadana.
[2] http://www.elciudadano.cl/justicia/puerto-montt-familiares-recuerdan-a-jose-huenante-a-12-anos-de-su-desaparicion/09/03/
[3] http://www.eldesconcierto.cl/2016/10/20/el-feminicidio-empresarial-de-la-activista-macarena-valdes-munoz-en-liquine/