Muchacha // Rodolfo E. Fogwill

Nadie le conoce el color del pelo ni el iris de los ojos, ni la forma de cejas ni sus párpados. Yendo de arriba abajo se sabe que tenía ojos de papel, pero no se sabe nada de la nariz ni de la boca, que emitía una voz de gorrión. Bajando más, tenía pechos de miel -seguramente dos- y bajo ellos, le latía un corazón de tiza. Al final del cuerpo tenía pequeños pies, pero se ignora todo sobre las piernas y sobre lo que pudo haber habido sobre, bajo, dentro o entre las piernas. Con esta información, ni el más lúcido analista de los servicios de informaciones sería capaz de orientar a los choferes de sus Falcon para rastrearla; mejor para ella. De lo que hacía, o solía hacer, se conoce tan poco como de su enigmático cuerpito. Como él pedía que no corriese (no corrás más, no corrás más … -pedía-), podemos inferir que los pequeños pies trotarían en un lugar cerrado y que era de noche, cerrada. (Quedate … hasta el alba … quedate … hasta el alba … -rogaba él-).

Corriendo sobre esos pies pequeños, se puede calcular que los pechitos de miel -sin corpiño-, andarían bamboleándose mientras los ojos de papel seguirían entornados y fijos en ese punto inexistente hacia el que convergen todos los que se apuran. Algo debe haber dicho, ella. De lo contrario, no se le habría notado la vocecita de gorrión. Aunque tal vez cantase. Si cantaba: ¿Qué cantaría la muchacha de la canción? Cualquier canción, probablemente. Poco probable sería que ella cantase la canción de la muchacha ojos de papel.

¿Se puede concebir una canción en la que el personaje de la canción cante la canción? Ayer hallé uno. Hoy voy a señalarlo: «La Violetera». El personaje de este cuplé, o choti, es una galleguita que a lo largo de treinta compases va cantando la canción de la violetera. Debe haber más ejemplos, pero «Muchacha… » no es un ejemplo de esto y nadie sabe qué cantaría ella. Como era de noche, hay distintos indicios que sugieren qué estuvo haciendo hasta que el flaco comenzó a cantarle, a imaginarla, buscando que se quede. Nadie sabe por qué quiere que se quede, pero se sabe que amenaza con construirle un castillo en su vientre. No es mala idea: los castillos son lindos y son caros. En ellos viven príncipes y princesas de cuento y pueden guardarse murciélagos, vampiros y otras aves, y hasta pueden oírse por los corredores viejos fantasmas arrastrando bochincheras cadenas de pegar punk. ¿Parece un sueño? Justamente, ese es el tema: él quiere que se quede para hacerla soñar un sueño despacito que se extienda hasta el amanecer. Hasta que el sol los encandile, dice, y la haga reír hasta llorar, hasta llorar. ¿Llorar de risa? No está especificado; no se puede saber. Pero se sabe en cambio que ella sigue corriendo desde hace quince años alrededor del mismo centro agujereado a una velocidad de poco más de treinta y tres vueltas por minuto. Su canción es uno de los temas más logrados de la «música joven». A propósito de este adjetivo, si en lugar de la canción y de la metáfora del castillo, el poeta le hubiera hecho un bebé a la misma muchacha, el joven, o la joven, a esta altura ya estaría en edad de ir a conciertos de Música Joven, y ya habría aprendido a oír y tararear la canción «Muchacha … «, casi como un himno, o un tema piloto.

Como «La Cumparsita» para el tango, la «López Pereira» para la zamba, y «Around the Clock» para el rock, «Muchacha … «, más que «La Balsa», es el tema piloto de la música joven, y prefigura todo el cambio de significado que ella trajo: no sólo anuncia un cambio en la manera de vocalizar y emitir las palabras, y desestima modalidades anteriores de rasguear las cuerdas metálicas y de marcar los tiempos; también trae un nuevo personaje, que viene a reemplazar a la nena (baby) del rock traducido, y a sepultar definitivamente a la mina del tango y a la Mujer del tango y de la canción melódica. Hecha de restos imaginarios y colegiales (papel, madera, tiza), sólo hecha para correr, que se resisten al deseo del varón (que se quede, que se deje dormir, etcétera) como ninguna mina ni mujer de bolero o de tango habría sido capaz de hacerlo.

Las minas siempre se piantan con otro, aunque uno esté encanado por su culpa. Las mujeres son estrellas distantes, inalcanzables, o fatales especialistas en besos sabios de fuego y veneno. Pero la mina y la mujer tiene algo en común: son seres domésticos, y cuando piantan del nido, es porque encontraron un calorcito del hogar más confortable, con más venta. El concepto de Muchacha trae otra cosa: aparece cuando la mina sale de la canción y gana la calle y las chicas -las minas de la facultad, las flacas del club, esas- empiezan a autodenominarse «mina». Para este tiempo, no se podía cantar: minita ojos de papel, ni nena ojos de papel. Esto sonaría tan inadecuado como si el tango propusiera: Doncella que me amuraste… o tíneiyer de mi barrio… ¿De dónde venía la muchacha? Ahora que vive en la canción, se puede recordar que antes estuvo como personaje: «muchacha» era la compañera de aventuras del héroe de las películas de cine y la televisión (el «muchacho»). Y estuvo como categoría en la música tropical, por causa del español anómalo que hablan en Puerto Rico y otras colonias de América. Casi no hay «muchachas» en la realidad. Hay pibas, chicas, flacas y minas, que si están «dadas vuelta» por él, el flaco bien puede considerarlas «namis». Con los años, las minas y las flacas acaban convirtiéndose en mujeres, y ya nadie quiere salir con ellas, porque a diferencia de las flacas y de las minas, a las mujeres hay que llevarlas a comer a restauranes caros y hay que devolverlas pronto a sus casas porque siempre tienen maridos o chicos esperándolas, o tienen «otros compromisos», o necesitan volver temprano, porque han tomado una «muchacha» nueva que todavía no está familiarizada con la casa.»

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