Un grito en medio de la noche, un grito de piba. El miedo.
Una piba, tu hija, una amiga que se subió al auto equivocado. La soledad de una mamá. La tristeza que es para siempre. La gorra que nunca cree, la ausencia de todo a esta hora, ellos que nunca entienden. La desesperación que estruja la boca del estómago hasta hacerse grito.
La incertidumbre, la certeza, la mirada perdida, el temblor, aferrarse al teléfono. Preguntar y que nadie diga nada, porque nadie sabe nada. Imaginar la soledad de ella, ella sola pobrecita atada, con la boca tapada, con el terror del silencio. Tirada en un colchón, en un baldío, en el piso de un auto, en el rancho del transa, en el garaje de una fiesta de chetos, en una habitación inmunda en Chacarita, escuchando las risas de esos tipos que están por venir.
Morir por piba, por los negocios del padrastro, por botín de guerra. Morir por venganzas inimaginables, por caminar sola por la calle, por guacha que postea lo que quiere, por salir de la escuela, por tanta crueldad, por vendedores de falopa que de cagones que son ni ponen el pecho. Por ir a bailar, por discutir con el novio y volverse sola, por doblar una antes. Por subir al patrullero.
Morir sin poder decir nada, morir toda adentro, quedar con la mirada hueca. Dejarnos solas. Morir porque no la pudieron ir a buscar a la parada, por esquivar la obra que está en la otra cuadra, casi morir por ir a comprar una birra después de trabajar todo el día. Morir para siempre.
Foto: Colectivo Manifiesto