¿Y si se estuviera, si estuviéramos inventando, rediseñando, al mismo tiempo que defendiendo qué es estar con otrxs, cómo estar con otros? O, incluso, ¿de qué modos el otrx sigue presente en y con unx? Más aún: ¿ y si el aislamiento estuviera dando lugar a modos nuevos de creación de intimidad, o de afirmación de intimidad? ¿De qué intimidad estamos hablando? Potente y desafiante paradoja: la del surgimiento o profundización de la intimidad en el corazón del aislamiento y la suspensión de los encuentros habituales con los otrxs, a partir de la pandemia.
Intimidad como territorio existencial. Experiencia de estar con otrx, conservarlx, “hacerlx durar”, expandirlx. Quiero pensar en lo que esta nueva experiencia no sólo interrumpe, coarta, sino crea, o recrea. Y en las políticas de resistencia a las que da tiempo y espacio.
Intimidad como modo de sellar un pacto: seguimos siendo los mismos, al tiempo que ya somos otros. ¿Cómo seguir siendo los que éramos, cómo no olvidar quiénes éramos, mientras vamos siendo otros?
El psicoanálisis continúa siendo, entregado a su tiempo, a cada época –eso espero, y eso verifico y redescrubro- un lugar privilegiado de acceso a la intimidad.
La amistad, es otro.
Estamos viviendo, descarnadamente y sin preparación, una experiencia desmanteladora y forzosamente revolucionaria. Aislados, experimentando el encierro, confinados en “la propia casa”, buscamos hacer pie en otros territorios existenciales, y así ampliar los confines. Me refiero a los territorios que nos permiten anclar y explorar nuestras existencias, hacer pié. Por supuesto que no hablo, en este caso, de espacios físicos ni geográficos. Florecen en estos días los modos de testimoniar que no estamos solos. Sucede que para eso, o mientras lo testimoniamos, inventamos nuevos modos de no estar aislados, ni encerrados.
Quiero decir, que la genuina intimidad no es la del espejo “interior” ni la del bloqueo o anestesia “new age”, ni la de “quererse a unx mismx”. Nada de eso. En todo caso, hablo de la intimidad que nace o se reafirma en el lazo que nos arrebata de una caída o de un silencio, del sin-sentido o del vacío, de la desaparición de lo que hasta ahora formaba parte de vivir siendo humanxs.
Intimidad no es conocernos (como si ello fuera posible!) ni estar en silencio, mucho menos estar aislados. Es –para mí y tantxs otrxs- descubrirnos al mismo tiempo distantes y cercanos. Compartir la experiencia de des-conocernos. Agarrarnos fuerte, sostenernos, mientras tanto mundo se desmorona y mientras no sabemos cómo sigue la Historia, y en ella cada una de nuestras pequeñas y grandes, pero sobretodo únicas, biografías.
El método psicoanalítico cobró forma y sentido porque hay alguien que habla, alguien que escucha, y alguien que “se” escucha. En ese espacio informe y transformador, que no requiere necesariamente de un diván, ni siquiera (herejía!) de un consultorio, ni necesariamente o imprescindiblemente de un horario o frecuencia fijamente delimitada. Hay alguien que habla y alguien que escucha.
El psicoanálisis fundó un modo de leer y de escribir, un modo de hablar, hasta un modo particular de soñar, dije hace un tiempo en otra escritura. Hay sucesos revolucionarios que nos vuelven a llevar a ese lugar, el de tener que inventar y reafirmar al mismo tiempo, que nuestra humanidad se asienta en leer y escribir, en hablar, en soñar, no como hechos biológicos ni alfabetizantes s no como hechos subjetivantes. A partir de esta pandemia, leer y escribir, habitar los espacios y tiempos en los que la palabra crea intimidad, se ha vuelto aún más imperioso. Las redes sociales, los dispositivos y aplicaciones que nos posibilitan encontrarnos, de a dos, de a muchos incluso, y el viejo dispositivo del grito o del susurro, del baile y de la música, de balcón a balcón, de terraza a vereda, el pasillo, la lectura en voz alta… son diversos y variados los modos de seguir siendo los que necesitamos de otro que atestigue que existimos, que seguimos existiendo, que algo de lo que vivimos tiene o tendrá sentido alguna vez, o no, pero que en esa apuesta defendemos, resistimos, porque si no, en serio, perderemos la vida, o –peor aún- ya la habremos perdido.
Una paciente me convoca en el final de una noche a decidir el modo de transitar su cuarentena. Otra paciente se recluye en su auto para poder sostener una conversación analítica, pero sobretodo íntima. Un paciente –un paciente que cuando comenzó su análisis comparó el trabajo analítico con la escritura, porque uno no puede anticipar lo que dirá-creará allí, pero confía y descubre que allí se escuchará- me pide que nos comuniquemos por mail, es decir, me propone recuperar un diálogo sostenido en el género epistolar. Así inauguramos una conversación escrita, y diferida. Una paciente niña me cuenta, en sesión por videollamada, que decidió empezar a escribir un diario íntimo. Otro paciente, a propósito de lo vivido estos días, se pregunta qué es, cuál es, la “vida real”. Varios pacientes primero rechazan el encuentro “online”, pero luego me escriben pidiendo –a veces con desesperación- que de algún modo, los escuche. Necesitan hablar.
Con una amiga inventamos un modo, una práctica, de intimidad. Nos dejamos audios en los que nos leemos, en voz alta, alguna prosa o poema. Antes eran botellas arrojadas al mar…
Con otra amiga, mucho más nueva, escribimos un diario íntimo a dos manos. Veremos qué resulta, pero la escritura y el pensamiento de esta experiencia nos convoca. Volver a la “correspondencia”.
Inventemos, apostemos, defendamos, abracemos (a contrapelo del abrazo impedido, por ahora) las prácticas y políticas de intimidad. Hacer en la distancia un espacio común. No es simplemente recuperarlo, también es re-inventarlo. Reinventar lo común. Y aún en la distancia, hacerlo real.
Pierre Hadot -suele citar Diego Sztulwark- se refería a los “ejercicios espirituales”, no como “sistemas” filosóficos sino como modos de averiguar (en esta noche, en este mundo, como dijo una poeta) qué es vivir. Cómo seguir viviendo. Cómo “singularizarnos” en tiempos en los que un virus -amenaza tan cierta y concreta, como también fantasmática- nos arrasa.
Tal vez la intimidad sea eso. No tanto la vida “interior”, solitaria, sino ese momento minúsculo y poderoso en el que inventamos junto a otrx, un modo de leer y de escribir, de hablar, soñar, ser escuchados, escucharnos en otrx. O tener, seguir teniendo, con quienes hacerlo.
Querida Lila: fina escritura la tuya. Seguramente enviada a otros. Esto habla de estar con otros, porque necesitamos de “otros para que atestigüen.” El hecho de que lo hagamos a través de este aparato como único recurso, es, no nuestro fracaso sino la cara brutal del capitalismo. El psicoanálisis nos podrá acompañar a un segmento de la población que accedemos a el. El resto, la mayoría no lo hace, como muchas otras cosas. Si esta pandemia les ofrece un reencuentro con otros a algunos, no lo hará con las mayorías. A mi me ayuda tu escritura a comprender que te necesito, pero a la vez qué hay quienes nunca tendrán una psicoanalista como vos. Si el capitalismo mira para atrás se verá cómo en espejo con la pandemia. Si a la intimidad, si al psicoanálisis, si a un cambio civilizatorio que construya un humanismo otro que estará por venir de las manos, en especial, de jóvenes como vos. Gracias por tu escritura y espero otras
Estoy muy conmovida por este texto, me generó varios nudos en la garganta. Pienso que la investigación desde la política del afecto se resume a esto, entender nuestra parte humana de afectar y ser afectados, escuchar y escucharnos.
Gracias, disfruté mucho la lectura.