Metatrabajo

por Gonzalo Pardo


«Oficina rectangular blanquísima, con ventanal a todo lo ancho del salón, enmarcando un cielo infinito caldeado en azul. Frente a las mesas escritorios, dispuestos en hilera como reclutas, trabajan, inclinados sobre las máquinas de escribir, los empleados. (…) Son las dos de la tarde, y una extrema luminosidad pesa sobre estos desdichados simultáneamente encorvados y recortados en el espacio por la desolada simetría de este salón de un décimo piso«.

Roberto Arlt, La isla desierta
Una madre boliviana, con su bebé recién nacido, llega a realizar un trámite a una oficina pública. En los hospitales del sur de la ciudad de Buenos Aires nacen muchos niños de padres bolivianos y paraguayos.
“¿Para qué les vas a preguntar dónde viven si no entienden nada?”, dice un empleado, pero también lo dicen muchos otros, varias veces a lo largo del día.
Padres con las uñas largas y sucias. Bebés con la ropa manchada. 
“-¿Cómo vas a tratar mal a un bebé?
-Cuando crezcan,  esos bebés van a ser los que te roben”
Empleados metatrabajando
Definamos metatrabajar como hablar del trabajo en hora de trabajo. Es entretenido si estás atendiendo un kiosco o un locutorio. 
La oficina pública como hospital de día. Te dan una silla, una birome, tal vez una computadora. 
En la escena uno, diez empleados metatrabajan seis horas diarias y les sobra tiempo. En la escena dos, tres empleados tratan de llevar adelante el día con doscientas personas en espera.
¿Hay plusvalía en el empleo público? ¿A quién perjudicás actualizando tu estado de Facebook, mientras diez bebés de menos de dos meses esperan que los atiendan?
Borges cuenta en su autobiografía que se escapaba al sótano de la biblioteca pública en la que trabajaba, y se escondía a escribir.  Varios de los cuentos de El jardín de los senderos que se bifurcan salieron de ese sótano. Borges ñoqui
Un trabajador le paga el trámite a un chico que vive en la calle. Otro trabajador se lleva en una mochila los formularios para hacer un trámite en un geriátrico. Está prohibido sacar materiales fuera de la oficina.
Trabajadores que ganan menos que el sueldo mínimo, atrapados entre la lealtad a quien les consiguió un empleo y la desidia para pelear por sus derechos.
Un funcionario no le deja sacar agua caliente a un tipo que vive en la plaza. La temperatura del día es de un grado bajo cero.
Un actor famoso pasa por sobre treinta personas en espera, y es atendido en un salón privado. Otro actor, mucho más famoso que el anterior, espera sentado con su bebé recién nacido. Se calcula una hora de espera.
Vuelve, quince días después, la madre boliviana que había realizado el trámite con su bebé. Viene sola. Retira su trámite y le dice al empleado que la atiende: “mi chiquito está enfermo. Recé mucho para que los papeles estuvieran todos bien. Muchas gracias por ayudarme”. Se escucha una palabra extraña. “¿Será quichua o aymará?”, se pregunta el empleado. Contiene la risa. Sabe que usará esa voz extraña para futuras burlas. “Gracias”, le dice, “pero apúrese que tengo mucha gente en espera”. La oficina está casi desierta. La madre le hace una reverencia. Está acostumbrada a los destratos. Se va feliz con su acta, sin saber, porque el empleado se lo ha ocultado, que el error en el documento le complicará su vida y la de su bebé por muchos años.

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