(el Padre Benítez, Agamben y el arribo al so-sciolismo en la novela de Horacio González)
por Juan Pablo Maccia
Un Papa peronista no es cosa para subestimar. Una vez ungido Santo Padre, la irradiación de Bergoglio-Francisco determina lo político mismo, que ya no se nos da si devenimos capaces de introducir pizcas de teología nacional en el decurso de la historia global. ¿Cómo iba a escapársele este cambio de elemento en el estado de cosas al más notable escritor del ensayismo nacional? Esta vez no hablamos de Forster –aunque aquí lo nombraremos, sin dudas– sino de la novela de Horacio González, Besar a la muerta.
Agamben y el Padre Benítez (alta teología)
La gran filosofía vive atenta a este tipo de acontecimientos. En El misterio del mal, Benedicto XVI y el de los tiempo, Giorgio Agamben argumenta en favor de la sabiduría teológica contenida en la renuncia de Ratzinger a su papado.
En palabras de Agamben, se trata de un “gesto” sin dudas “importante” que advierte a las instituciones de occidente, y a la iglesia misma, sobre la ruptura de la “máquina política” cuyos ejes, “legalidad” y “legitimidad”, se han descentrado entre sí al extremo.
La trascendencia de la renuncia conlleva un alto valor espiritual e histórico. El acto en sí mismo pone a la Iglesia a pensar. Y a decidir. De esa deliberación surge la elección de Bergoglio. Experimentado hommo políticus, formado en la teología local, mezcla de orden jesuítica y de guardianes del hierro.
Es en relación con esta última referencia político-metalúrgica que la sofisticada erudición veneciana comienza a ceder. Son estas contundencias de la liturgia rioplatense las que ganan lugar en el asadito de los fondos de una iglesia de floresta. En patios como estos se formó la teología peronista. Se escucha ahora al Padre Poggi tomar la palabra: “el peronismo, Santiesteban, es todo liturgia. Ha educado un Papa en el esoterismo de la conciencia conspirativa, y ahora este lo educa a aquel, educando en liturgias espesas dentro de la fugacidad reinante de las imágenes comunicacionales”.
Sin mancharse la ropa con la grasa de los chinchulines Agamben sigue atento las elucubraciones sobre la muerte de Eva. Se lo nota curioso por el cruce de lo eterno y lo contingente, que a su juicio se da en el cristianismo bajo la forma de un Krisis (del “juicio”). Se lo puede ver asentir silencioso, maravillado con un relato sobre el Padre Benitez, confesor de Eva, que aupó a Perón y lo “condujo” –no es moco de pavo– a besar a la muerta; momento cumbre, parpadeo divino en que lo Fugaz rosa lo Eterno (y el Estado se yergue certificando con sus labios el umbral último entre vida y mas allá).
Escenas como éstas, reflexiona Giorgio, se preparan bien al sur, en parajes en los cuales las personas se ven arrastradas como en ningún otro sitio a emprender el duro atravesamiento de las fronteras de la deslegitimación y relegitimación; sórdidos confines en los que se entreteje el secreto delirante de lo político, sobre fondo de lo teológico escondido.
El so-sciolismo llegó hace rato, todo un palo, ya lo ves…
Post (post) modernos hemos de ser si sólo advertimos esta presencia de lo teológico reinante cuando nos lo topamos en el espacio consagrado de lo político. Su concreción actual –gran derrota táctica de la presidenta Cristina– es el so-sciolismo triunfante. No la eventual presidencia de Scioli, sino el efectivo medioambiente y modo de ser actual de lo político. El so-sciolismo satisface, así, los requerimientos de cierto socialismo utópico: triunfar primero como ecología, declinar de las pasiones, apaciguamiento de las intensidades.
El so-sciolismo llegó cuando vos no lo esperabas… el so-sciolismo, ya llegó… Se trata de la continuidad –leve y matizada– de la razón efusiva del kirchnerismo por medios sosegados, “gestionarios”: consumo, seguridad y sentido común.
Aunque sin alusiones redentoras, haríamos mal en creer que el so-sciolismo desestima las cuestiones del espíritu. Muy por el contrario, figuras como la del Padre Benitez, que reiteraba en velorios de militantes guerrilleros: “muertos por la nación que no supo comprenderlos”, se insinúan en el “gesto” papal.
En el so-sciolismo las tensiones del pago chico subsisten, sin dudas, pero no se proyectan. Luego de elogiar a Francisco y batir armas en favor de bancar a Milani, el actual Secretario de Coordinación Estratégica del Pensamiento Nacional, Ricardo Forster –a la sazón miembro de Carta Abierta y declarado especialista en filosofías hebreas– declaró que la candidatura de Scioli atenta contra la continuidad del proyecto kirchnerista.
La rebelión destemplada resulto sabiamente contenida por la oportuna aparición de la Musa Las-más-bellas-piernas-que-vi (“Daniel va a saber conducirlos a todos”), y elevó la vista hacia el día después de las Paso.
Técnicas autodenigratorias
Pero volvamos a las escrituras. Toda meditación supone en alguna medida el recurso a la autodenigración. Teología y escritura ficcional se encuentran en esta praxis. Técnicas “celibatarias” de conducción del deseo (vía represión/sublimación) pueden dar lugar a obras des-erotizadas, obras sublimes, y a un “eros congnoscente”.
La novela en cuestión misma emplea procedimientos de este tipo: “¿Y ahora? sus amigos eran viejos militantes fracasados, escritores simpáticos pero mediocres (como él) y curas de ignoradas parroquias de Capital”. Y al propio Perón se lo supone sujeto-objeto de tales mecanismos auto-degradantes: el conductor no se funde con el acontecimiento (de allí la necesidad del Padre Benitez, conduciendo al conductor…). El arte de la conducción requiere de la fría distancia.
Meditaciones Rupestre
Guiado por su Pastor, el peronismo ha acelerado su espiritualización. Sensible al trance, el profesor de sociología Juan Carlos Rupestre, especialista en Max Weber y hombre sensible a las lenguas que recorren la ciudad, ensaya una alianza –ni tan esperada ni tan predecible– con el anticlerical periodista Horacio Verbitsky: todos los personajes demuestran haber leído sus tomos de historia crítica de la iglesia.
“Ustedes saben mi interés por Montoneros, era la inmediatez aceptable, las armas como figura de la retórica” –dice el padre Poggi, avanzada la madrugada–, y pregunta a Santiesteban y Rupestre, que lo escuchaban: “pero no se me ocultaba que eran el complemento del desatino de ese otro grupo…como se llamaba, Satiesteban, usted lo recuerda…”; “Guardia de Hierro” responde el interpelado; “Exacto, Guardia de Hierro. Que en ese grupo estaba el misticismo de la verdadera derecha alegorizante, el paganismo mistico conspirativo, las lecturas más alucinadas o catárticas, los dictámenes heroicos convertidos en salmos iniciáticos, en cultos de sectas seductoramente esotéricas”.
¿Alli militaba Bergoglio?, pregunta de pronto entusiasta Agamben?. “Guardia de Hierro tenía los capellanes preparados, eran ellos mismos, ese estoicismo de bancarse o bancársela…”, respondió el padre Poggi, antes de concluir “el pensamiento de Guardia de Hierro, que no comparto, es pensamiento de empresarios, no de resistentes”.
Y parece que González (Rupestre) le interesa recalcar esta última reflexión. En una reciente entrevista de Pagina 12: «Bergoglio nunca me gustó, pero es un Papa que entendió el papel de los medios de comunicación. La globalización entendida como circulación de valores financieros y comunicacionales tiene una teología oculta. El Papa entendió que su palabra era parte de la circulación de esos valores metafóricos, comunicacionales, financieros, simbólicos. O sea que es el Papa de cierta edad comunicacional del capitalismo informático y es necesario reflexionar sobre eso».
Y es que la Meditación Rupestre no es teológica, sino borgeana (¡danger!). Sus máximas son del tipo: a. el “orden alfabético” no debe entrar en la universidad; b. “el interés no comienza por lo mío, sino por lo que se opone a mí”, es decir, lo interesante comienza siempre por el otro y su diferencia; c. vivimos heideggerianamente en un “mundo en estado de coartada”; d. la máxima –proveniente, esta sí, de la teología local del Padre Benitez–: ¿“hay que comprender?” (que contrasta, no se sabe cómo, con aquella otra, la del tanto “primero hay que saber vivir”)!
De esa comprensión trata la meditación Rupestre. Esa exigencia de comprensión, ¿implica “salvar o condenar a la nación”?