Veronica Gago
Si alguna vez muchas fantaseamos con qué sería hacer una regresión al útero materno, sólo Albertina Carri se animó a imaginarlo hasta el final y hacerlo materia. Y aun más: situarlo a pasos del Río de la Plata, con esas oleadas espesas y marrones, que lamen con suavidad los bordes del Parque de la Memoria. El sol de la mañana hace cálida la entrada hasta esa sala oscura, que es por la que todo comienza (más allá del orden formal) en la exposición.
La inmersión es directa: un espacio negro en el que se proyecta un nombre-un mundo. Ana María, el nombre de la madre de Albertina, proyectado y partido por una esfera que dibuja la imagen de un planeta. “Punto impropio” se titula el lugar. Visto de cerca, la textura de ese planeta parece acuosa, lunar. Luego nos enteramos que se trata, bajo la lente microscópica, de los trazos de tinta de la letra materna, estallados por la cercanía. De tan cerca, ilegibles pero rugosos, diluidos pero palpables. Un micro-cosmos de letra y agua-tinta: la huella material de la fuerza de su mano que apretó el trazo, que puntuó aquí y allá, arrastrando la birome, acariciando el papel sin querer. Son las texturas de las cartas enviadas desde el cautiverio a sus hijas y ahora devenidas sonido y furia.
Porque una voz le da movimiento a ese mundo. No es la voz de la madre, sino de la niña-madre. Ana María Caruso recobra así su sonido en la voz de su hija menor, ella le insufla vida a una letra que deja de ser letra muerta y, para eso, la hace pasar por su propia respiración, la que necesariamente antecede al estallido sonoro. Aterciopelada sin dejar de emitir aspereza, es la voz de la niña-madre que lee las cartas y repite, línea a línea, lo que la madre le dice a las hijas. Esta madre –la que ahora escuchamos- es la que, en tanto tal, puede tomar distancia de la madre y de la niña y ser las dos y también salir disparada de la habitación.
En un momento, se siente un breve temblor de la voz (entrenada, dirigida por Analía Couceyro, la actriz que hacía de Albertina en su película Los Rubios), justo cuando el ritmo de la lectura nos envuelve de pronto en una rutina. Que se cincela a fuerza de repetir detalles, enfatizar recomendaciones, preguntar sobre rituales (cumpleaños, salidas, tías, escuela). Estamos ahí, sumergidas en ese mundo narrado por una mujer que estando detenida-desaparecida se demora en organizar lecturas para sus muchachas. Qué leer, dónde comprar los textos, qué edición, con qué librero hablar. Todo puntillosamente anotado, como si en la promesa del placer del texto la madre se aferrara a darles una cita que nadie les puede robar.
Lo que sí está perdido, escondido, robado es una filmación que Ana María Caruso menciona: cuenta que los filmaron, a ella y a su marido Roberto Carri y a otros compañeros, y dice que esa película debe estar pasándose en algún cuartel o destacamento.
En el otro cuarto, transcurre la “Operación Fracaso”: cinco pantallas transmiten material de archivo (found footage) que Albertina junto a Fernando Martín Peña encontraron mientras ella tenía el plan de filmar sobre Isidro Velázquez, el bandido rural del Chaco a quien su padre, el sociólogo Carri, le dedicó en 1968 un brillante ensayo de investigación, haciendo de su nombre el sinónimo de las “formas pre-revolucionarias de la violencia”. El espacio se titula “Investigación sobre el cuatrerismo”, en el cual mientras transcurren las imágenes como en parpadeos de tiempo-recuerdo la voz en off de Albertina relata y duplica otra operación fracaso. Ya no la de la policía que quiso y no pudo atrapar a Velázquez y su pareja Gauna, sino la de ella misma intentando filmar la historia junto a su pareja Dillon. Pero el fracaso deviene, como a veces pasa, casi más interesante que la historia misma y las búsquedas en el Instituto de Cine cubano (reducto del archivo fílmico de material revolucionario “más importante del mundo”), el encuentro con otros hijos y el amamantamiento de la cineasta, se transforman en ocasión, una más, de interrogación sobre los flujos corpóreos de la memoria política, escondida a veces en latas con nombres falsos, en guiones que no funcionan, en paisajes demasiado áridos (como sigue siendo el Chaco), en la pregunta filial dislocada una y otra vez. Finalmente, el deseo mismo de acabar con todo, de quemar expedientes y al fin convertirlos en receta romántica. Velázquez, el rebelde al que el pueblo aseguraba que nunca le entraban balas, ni siquiera muerto, se vuelve legado de resistencia del padre joven a la hija también fugitiva.
La reflexión sobre el método se hace abstracta y poética en Allegro y A piacere, dos instalaciones sonoras de 9 y 7 proyectores: unos que funcionan en concierto, otros que se activan por sensores de movimiento. Atrás, las letras de molde gigante que dicen PRESENTE. Tiempo, consigna, repetición y diferencia, que cuando la leemos oímos sin poder disociar del eco de haberla escuchado tantas veces como grito colectivo y se completa, como en un mantra pero en silencio, con otras dos partículas que la sostienen: ahora y siempre.
Y al final, una pureza putrefacta: Cine puro es también una videoinstalación con diez mil metros de material fílmico de descarte comidos por un parásito que agarra a las cintas tras el paso del tiempo. La materialidad llevada a su sentido más concreto como descomposición y abrazada de modo inseparable al ensoñamiento. Un materialismo radical respecto del cual la memoria animada por el cuerpo deviene archivo revolucionario incompleto, calor materno y “cuerpo vibrátil”, como llama Suely Rolnik a la pérdida de borde del cuerpo individual. Y esa labilidad se hace de nuevo agua, porque “ella es tan obstinada que modificará la tierra por la que pasa, aunque sea tan solo por el paso del tiempo mismo”. “Operación Fracaso y el Sonido Recobrado”, como textos e instalación, marcan una nueva línea de fuga de la memoria como puro archivo-pasado. Y también del par padre-madre que por la proyección de la hija también se logran finalmente fugar cuando ella escribe: “Los restos de mis padres aun no han aparecido, tampoco ha sucedido el juicio por su secuestro y posterior desaparición forzada, todavía no se ha demostrado el homicidio. Yo ya soy mayor que ellos en el momento de su muerte; las cosas que he escuchado sobre ellos, las que he leído, ahora significan otra cosa, son las palabras de unos jóvenes eternos, son los pensamientos de dos brillantes jóvenes que me acompañarán de por vida, como hacemos los padres y las madres con nuestros amados hijos”.
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El próximo jueves 19 de noviembre a las 19 horas en la Sala PAyS del Parque de la Memoria (Avenida Costanera Norte Rafael Obligado 6745. Adyacente a Ciudad Universitaria), se hará a modo de cierre un recorrido guiado por la exposición con Albertina y Jorge la Ferla.