Cuando sonó el timbre por tercera vez, decidí poner pausa y gritar quién era. Doña Olga soltó su nombre con voz tímida, como sabiendo que molestaba. Hacía tres días que me estaba buscando, dijo, y entendí de inmediato que lo que buscaba era la única computadora del PH. Antes de que pudiese articular una excusa medianamente creíble, ya me contaba: “Estoy tan entusiasmada, me aceptaron en Mary Kay Cosméticos para enseñar el cuidado de la piel y técnicas de maquillaje…”, dijo de memoria. Mi sonrisa era falsa, pero no importaba. Ensayé una felicitación, que sonó tan poco creíble como la sonrisa. Y mientas agitaba un papel con la diestra, agregó: “Si no es molestia –es un minutito nomás— quisiera que me ayudes a pasar a la computadora esta lista de nombre para vender Mary Kay. Se la tengo que enviar a mi Iniciadora por la computadora, o por Internet, bueno, no sé, al correo ¿viste? Tiene que ser hoy mismo”.
Podríamos detenernos en la metáfora del camino (“cada etapa del camino”) o de la “Carrera hacia el éxito”; o en el desplazamiento de lo que es un trabajo (quizá precarizado, part time, en negro, a comisión… pero trabajo al fin) hacia la esfera del negocio; o en ese modo tan televisivo de decir lo que el otro quiere cuando no es probable que lo quiera hasta el instante anterior a que es dicho (“Querrás comenzar ya a confeccionar una lista con los nombres de todas las mujeres que conozcas”, “Te entusiasma empezar a contarle a la gente acerca de tu nuevo negocio”, “Querrás expresarte profesionalmente”). Pero no, utilicemos estas últimas palabras para detenernos sobre el lenguaje, sobre la atención que esta primera carta pone sobre el lenguaje: “Cuando hables acerca de tu nuevo negocio, en lugar de decir, “Te enteraste? Estoy vendiendo Mery Kay?, debes decir: “Estoy tan entusiasmada, me aceptaron en Mary Kay Cosméticos para enseñar el cuidado de la piel y técnicas de maquillaje”. No crees que la palabra enseñar suena mucho más profesional que «vender?”