Desde Horror Vacui, leí cada libro de Santiago López Petit como un acontecimiento único. Cualquiera que conozca o haya leído a López Petit podrá reconocer esa particular experiencia. Sus libros constituyen la zaga de lo que llama el querer vivir. Página tras página, se trata de mostrar que ese querer vivir se opone moralmente a la vida. Lo que parece un juego de palabras es un proceso de rigurosa diferenciación conceptual. Sus libros, sus clases –quizá también su modo de existencia– es la de un filósofo inmerso en procesos vertiginosos de politización. La Vida es aquello que se nos amenaza y aplasta cada vez que nos proponemos vivir una vida. Por el contrario, se trata de hacer del querer vivir un desafío contra esa Vida. La Vida es el orden que hace de nuestro vivir un término de su reproducción. La Vida se ha vuelto algoritmo. Tal el punto de partida de su último libro: Tiempos de espera. Marx, Artaud y la fuerza del dolor (Verso, 2025).
Creo entender de lo que habla Santiago. Leo: “el nosotros es en todo tiempo y lugar una victoria política”. Lo que leo es que el advenimiento del nosotros “es” una victoria (y no que el nosotros vencerá). Y esto es así porque la política (el hacer política) se opone a la politización (que no se deja separar ni representar). En otras palabras: la política instala un discontinuo que impide toda politización. De ahí que el nosotros victorioso se opone a la victoria del nosotros. El nosotros que toma el poder barre con el poder victorioso de un nosotros que es fuerza irreductible del querer vivir. No se trata de la Vida, sino de otra cosa. Esa otra cosa tiene entre sus nombres próximos la fuerza del dolor. Todo lenguaje que no arraigue en esa fuerza –todo discurso que no surge de una desesperación autentica– queda el lado del poder: del lado del desencuentro entre Marx y Artaud.
Hijos de la noche fue publicado en Ed Bellaterra en Barcelona en 2014. Un año después lo editó Tinta Limón en Buenos Aires. A pesar del plural, ese libro describía en lo esencial un trayecto singular. La noche como única alternativa a una vigilia en la cual la única novedad epocal era “la nihilización de la vida”. “mi vida, es mi capital”. Vivir como un encierro del querer vivir “en una vida privada”. Frente a ello, Artaud representaba la resistencia mediante el propio cuerpo tal como es, sin pretender alguna de conocerlo más allá de su voluntad de resistencia cotidiana. Se trataba de leer a Marx desde Artaud. Es decir: tomar como punto de partida el agobio existencial. Sólo el sufrimiento persiste ahí donde lo político neutraliza la vida pública. El malestar que produce la vida como único heredero del potencial radical-crítico del proletariado. Se trataba de hacer del dolor la base de operaciones para atacar la realidad. Marx con Artaud quería decir: más rabia y más estrategia. Artaud contra el aristocratismo de Niestzsche. Artaud, hijo prototípico de la noche. Artaud, “conatus materialista”, arraigo en el sufrimiento somático. Artaud, para romper mejor los marcos tradicionales de lo filosófico, y de lo político, respecto a las lecturas de la enfermedad. El libro terminaba afirmando: “pronto llegará la noche. No hay marcha atrás. Volveré a leer a Marx. La guerra continúa”.
Una década después, Marx y Artaud son recorridos, expuestos en sus proyectos, límites y fracasos. Dos vidas políticas con pocos puntos en común. No hay “y” que los unifique. Dos que nunca resultaron vencidos. López Petit opera respetando la distancia inabordable entre el autor de El capital y de El teatro y su doble. Los hace enfrentarse, hasta hacer emerger una zona de vacío -al que llama “entre”-, que permite retomar la fuerza de rechazo, de desafío, de nada y de dolor sin la cual las fuerzas productivas quedan objetivadas como capital y el impoder queda esterilizado como mera impotencia. Es preciso retomar el malestar social en lo más singular de cada quien, reanimar un teatro de la verdad capaz de recrear la sensación del peligro envuelto en la “mediación fascista”. Es preciso hacer de la revolución un impensado. Hacerle un cuerpo sin órganos al intelecto general. Fascista es la traducción de diferencia como jerarquía: es neutralización política. El neofascismo actual habita –al menos por ahora– la democracia. Frente a él resistir es crear espacios de subsistencia. Tiempos de espera fue escrito durante la cuarentena y es uno de los textos más conmocionantes de la pandemia. Leo: “nada es político, todo es politizable”; «espera es desesperación», es decir, “extraña alegría de luchar”. Me digo que la fórmula de la desesperación es kafkiana: buscar una salida donde no la hay. Creo entender a Santiago López Petit cuando escribe: “Supervivencia a la espera de la revolución”
Prólogo a Breve historia de lo imperceptible // Sebastián Scolnik
El pensamiento político surge en condiciones inesperadas. No trabaja sobre un terreno