Marceloté // Diego Sztulwark

La Sociales de Marceloté 2230 que recuerdo no llegó a ser del todo de la UBA. Fue más bien un intervalo en el tiempo, un edificio al borde de la institución. Allí practicamos un tipo entrañable del rigor con los conocimientos muy distinto al del discurso universitario. Como me lo explicó una brillante amiga de aquellos años, la rigurosidad aprendida iba del libro a la clase pública (para volver al libro de un modo apasionado), del estudio a las militancias (para plantearle al estudio unas preguntas urgentes y a la vez clásicas), del aula al café (por los pasillos imaginarios de una conversación infinita), del pizarrón a la calle (haciendo de ese viaje una experiencia universitaria de la ciudad y y una vivencia política de la universidad). Los más grandes y admirados docentes -Rubén Dri, León Rozitchner, Alcira Argumedo, Horacio González- no eran los hijos de la beca y el doctorado (aunque fueran doctores), sino de fuertes experiencias vitales e históricas volcadas sobre una relación muy propia con el lenguaje de la filosofía. Marcelo Matellanes, Silvia Siblat, Atilio Borón, Eduardo Gruner, Horacio Tarcus, Christian Ferrer, Alejandro Horowicz, Diego Baccarelli o Eduardo Rinesi no formaban profesionales (aún si también lo hicieran), sino que realizaban el milagro de sostener al borde del abismo una biblioteca extraoridnaria, en la que Platon, Maquiavelo, Hobbes, Spinoza, Hegel, Marx, Weber, Gramsci y Althusser eran evocados en un cuerpo a cuerpo Perón, Guevara y Hebe de Bonafini, mientras que lxs amigxs y comperñerxs -al menos los que mejor recuerdo- no éramos exactamente «buenos alumnxs», sino hacedores de desvíos complementarios: Cátedras alternativas, asambleas, marchas y revistas que no tenían contacto alguno con el aparato administrativo de la UBA. Me refiero a las que me más me marcaron: El ojo mocho, La escena contemporánea, o De mano en mano. Aunque recuerdo lecturas intensas de muchas otras, como Doxa, Aínda, Cauzas y Azares o El cielo por asalto. Elijo cuatro nombres, Alcira, Ruben, Horacio y León para recordar de qué puede estar hecho el paso por una institución, una facultad, una universidad. Es con esos nombres y desde esas marcas que puedo entender la sigla UBA

 

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