Por Pablo Chacón
A menos de media hora de pasar la medianoche, Mar del Plata es una ciudad sin transporte público, sin policía, sin un solo corredor de fondo en la explanada, sin un solo negocio abierto: cerca de un millón de habitantes encerrados en sus cubiles, unos pocos que miran sin recelo el cuarto de luna despejado pero que se miran con recelo entre sí
Mar del Plata, la Ciudad Feliz, es el pálido reflejo de la ciudad que supo ser antes de la privatización de los servicios públicos durante los 90, cuando un intendente que tenía el visto bueno de la señora Alsogaray, destruyó la última rambla y transformó el sur del balneario en coto de caza para especuladores y prostitutas de alta gama. Eso es el pasado. Esta noche no se escucha un ruido, ni un taconeo, ni un botellazo, no se escucha nada, se escucha, a lo lejos, el rumor de la policía acuartelada que discute cómo se repartirán las prebendas ahora que han conseguido un aumento por la fuerza, después de permitir que saquearan tres negocios en la peatonal San Martín. A cuadra y media del Instituto Unzué, un caminante apura sus pasos hacia la explanada que da a la playa, donde los balnearios están tendidos, la arena suave y las luces apagadas todo a lo largo, si exceptuamos algunas que iluminan el Museo de Arte Contemporáneo, ese elefante blanco que se supone debería estar inaugurado antes de las inminentes navidades. Extraño caminar a oscuras, en silencio, sin miedo, arrebujado (hace frío) por un balneario que siempre promete más de lo que da: guapos de cartón piedra, mujeres accesibles, vanguardias módicas, festivales internacionales. Ese mundo parece haber desaparecido detrás de cuatro paredes y la distancia nada irónica entre lo que se es y lo que se pretendió ser. El mar hace su trabajo de topo, viene, viene, viene y va, esta noche sin los farolitos de los pescadores solitarios sobre los muelles, las estaciones de servicio cerradas, los supermercados cerrados, la avenida Constitución, un haz luminoso, despoblado, como si una peste silenciosa hubiera convertido a Mar del Plata en un experimento postapocalíptico. Las cosas son más sencillas pero quien la quitará a cualquiera que se ponga a pensar la extrañeza que se siente por andar a solas esta noche, una extrañeza similar a la que quizá sintió Scott Fitzgerald cuando volvió a Nueva York después de años en Francia y escribió de un tirón My Lost City. Entonces, si no hay por qué brindar, brindemos, aunque más no sea por expulsar los restos de la melancolía o la nostalgia que de nada sirven para quienes imposibilitados de aceptar la idea de declive también, esta noche al menos, están imposibilitados de aceptar la idea de progreso. Y que sean bienvenidos.
Saqueos organizados en Mar del Plata.