Malestares con la democracia // Mariana Gainza

I-

            Se habla en estos días de un ignoto pueblo norteamericano llamado Grafton, en el estado de New Hampshire. Se habla de Grafton por haber sido la sede de un experimento social peculiar: el de llevar a la práctica las ideas libertarias que postulan la necesidad de abandonar toda intervención estatal para dar lugar a una sociedad autorregulada y próspera, tan libre de impuestos como de penurias. Según cuenta un libro recientemente publicado del periodista norteamericano Matthew Hongoltz-Hetling, la puesta en práctica del proyecto Ciudad Libre en el pequeños pueblo lindero con la frontera de Canadá desencadenó una serie de desastres, que ilustrarían (por la vía penosa de la realización) el absurdo de las ideas del libertarianismo de EEUU que se exporta al mundo. La historia, de un poco más de una década de duración, comienza en 2004 y se extiende hasta 2016. En 2004, unas doscientas personas se mudan a Grafton para fundar una nueva comunidad, sostenida sobre el único principio de la absoluta libertad individual. Los nuevos moradores –en su mayoría hombres blancos, solteros y partidarios de la libre portación de armas– se habían conocido por internet, y habían elegido este pequeño pueblo de 1000 habitantes, porque allí había un candidato libertario a la gobernación, que prometía honrar una arraigada tradición local de rechazo las obligaciones fiscales. Y efectivamente, gracias a su peso numérico y a la decisión de lograr la supresión de las regulaciones estatales, lograron la reducción drástica de las cargas impositivas y del presupuesto público. Con la población armada, sin policía y sin recursos para garantizar servicios elementales –como la recolección de residuos–, el relato (con moraleja) cuenta que en Grafton no proliferó la riqueza sino la violencia, el delito y el caos. A tal extremo, que se alteró el equilibrio con la naturaleza que hasta entonces había caracterizado a la región: la población empezó a ser atacada por los osos de los bosques linderos, que abandonaron su típica reticencia a mezclarse en los asuntos humanos, y avanzaron sobre la comunidad libertaria. De ahí, el título del libro: A Libertarian Walks into a Bear [Un libertario se topa con un oso]. 

            Este relato circuló bastante por los medios periodísticos en las últimas semanas, como una advertencia sobre el rumbo político que estaba tomando Argentina. El nuevo presidente, Javier Milei, festejó finalmente su triunfo electoral con un grito de gloria: “Soy el primer presidente liberal libertario de la historia de la humanidad”.

            La utopía de una comunidad anarco-capitalista rigiéndose por los únicos valores de la libertad individual y el derecho irrestricto a la propiedad, puede ser confrontada con otra utopía: la utopía de una república democrática que el maestro de Spinoza, Van den Enden, presentó en 1662 ante las autoridades coloniales holandesas = el proyecto de una ciudad igualitaria a ser fundada en la “Nueva Holanda”, o sea, en los dominios de los Países Bajos en Norteamérica.

            Van den Enden concretamente intercedía ante los regentes como promotor del proyecto de Peter Plockhoy: menonita igualitarista y defensor de la libertad religiosa, que se había entusiasmado con las experiencias de radicalidad popular surgidas en medio de la Guerra Civil inglesa (1642-1651), y había escrito un tratado –Propuesta de una vía para la felicidad de los pobres[1]– proyectando la “formación de un nuevo tipo de sociedad cooperativa en las afueras de Londres” que luego debería inspirar otras comunidades, en Bristol y en Irlanda, “donde podemos obtener –decía– una gran cantidad de tierra por poco dinero”. Cuando la restauración monárquica inglesa frustró sus expectativas, Plockhoy recurrió a Van den Enden en busca de apoyo para trasladar su plan a América del norte. Así es como Van den Enden escribe su “Breve informe sobre la Nueva Holanda” (Short Account, 1662), dando cuenta de la “situación de los nuevos Países Bajos, sus virtudes, ventajas naturales e interés para la colonización”, manifestando su compromiso activo con la utopía igualitaria de Plockhoy, para la cual redacta una constitución política. Cuenta Johnatan Israel que la administración holandesa aprobó el asentamiento, y que en 1663 un grupo de 41 seguidores de Plockhoy viajó al nuevo mundo, instalándose en la tierra prometida de Delaware. No hubo tiempo, sin embargo, para concretar el ensayo: las invasiones inglesas del año 1664 instauraron un nuevo dominio colonial. Y según parece, “el profeta del trabajo cooperativo” (como lo nombra Israel) nunca volvió a Europa: ciego y miserable, pasó sus últimos días con los menonitas de Filadelfia.

            Dos utopías coronadas por un fracaso, entonces, la de Grafton y la de Delaware. Ambas susceptibles de ser nombradas como utopías “libertarias”, si asumimos que ese término fue históricamente reivindicado desde posiciones antitéticas (las que a grandes rasgos solemos identificar como izquierda y derecha). En ambos casos, lo realmente sucedido resulta más bien turbio para nosotros. No sólo por la distancia temporal y geográfica. También por el modo en que los relatos, los documentos, los registros, están atravesados por los deseos y las pasiones, la propaganda y las apuestas financieras.   

            Si buscamos en internet datos sobre Grafton, encontramos la página que promociona el “Proyecto de una provincia libre” (Free State Project), llamando a un gran encuentro libertario para marzo de 2024. “La libertad vive en New Hampshire” –dice la convocatoria– “¿Estás cansado de los gobiernos, que no hacen más que crecer? ¿Sentís que a tu alrededor sos el único que aspira a vivir libremente? ¡No estás solo! Sumate a las millares de personas que, como vos, aman la libertad”.

            En la pestaña de informaciones, leemos: 

 

El Proyecto Estado Libre es el movimiento de los amantes de la libertad que se mudan a New Hampshire. Miles de individuos ya han hecho el movimiento. Se trata de una migración masiva, de más de 20.000 personas, que decidieron concentrar los esfuerzos en un pequeño estado, con una cultura pro-libertad preexistente, para maximizar el impacto que pueden tener como activistas, empresarios, constructores de comunidades y líderes de pensamiento.

Los Free Staters somos gente productiva y amable, de todas las clases sociales, edades, credos y colores, con la misión de demostrar que más libertad conduce a más prosperidad para todos. En New Hampshire estamos cosechando los beneficios del movimiento [tanto en nuestras libertades como en nuestra calidad de vida] pero nuestro objetivo final es servir de ejemplo al resto del mundo.

 

            Por supuesto, no encontramos ninguna mención a la experiencia fracasada de Grafton, ni alusiones al affaire de los osos. Pero más allá de las dudas sobre la “realidad efectiva de la cosa”, podríamos decir que el utopismo libertariano vive en ese activismo montado sobre las nuevas tecnologías, que promociona el individualismo extremo, el anti-estatalismo radical y la libre empresa como forma de vida. Y que se irradia a través de las redes sociales que distribuyen las frases de la evangelización anarco-capitalista por los rincones más remotos del mundo.

            Volviendo a nuestro contrapunto con el muy diferente utopismo libertario del spinozista Van de Enden, ¿Quedarán rastros del igualitarismo de Plockhoy en las tierras norteamericanas de Delaware? Pues bien: Delaware es actualmente un gran paraíso = un “paraíso fiscal”. Es decir, un centro financiero y bancario que generalizó las excensiones impositivas y donde circulan todo tipo de flujos de capitales no regulados.  Así como el lema oficial de New Hampshire es “vida libre o muerte”, Delaware tiene un apodo [o “apelido”]: The Land of Free-Tax Shopping (“La tierra de las compras libres de impuestos”). Son más de 900.00 empresas radicadas allí –entre ellas, las mayores del mundo– de manera que en el pequeño estado residen casi tantas empresas como habitantes.

[Allí está, por ejemplo, la sede matriz del grupo de inversión Black Rock, el mayor administrador de fondos del capitalismo occidental. Surgió en 1988, en plena expansión global del neoliberalismo, y hoy los fondos que maneja son superiores al PBI de prácticamente todos los países del mundo, con la sola excepción de EEUU y China. El crecimiento salvaje de este tipo de empresas se dio sobre todo a partir de la crisis financiera de 2008, cuando ganaron libertades de acción sin precedentes[2] . Operan de modo general a favor de la concentración y el monopolio, y en ese caso, vale como ilustración elocuente la actuación de Black Rock en la fusión de Bayer con Monsanto, las gigantescas empresas agroquímicas que se fusionaron en 2018, concretándose una de las transacciones más grandes de la historia. Sabemos muy bien cuál son los efectos de estas megafusiones para pequeños agricultores y campesinos y para la seguridad alimentaria de la humanidad…

            Para decirlo de modo drástico y sintético: se fusionaron una empresa productora de glifosato y con múltiples de denuncias por cáncer en poblaciones afectadas por el uso del herbicida «Roundup” con otra empresa que carga con sus propias oscuridades por su complicidad con el nazismo (como parte del grupo IG Farben) gracias a la mediación financiera de la entidad líquida que simboliza eminentemente al nuevo capitalismo, que suprime las regulaciones anti-monopólicas a la vez que debilita sistemáticamente las capacidades soberanas de los estados para gobernar en función del bienestar de sus poblaciones]. La incompatibilidad entre capitalismo y democracia muestra hoy con la mayor exuberancia todas sus consecuencias: llegamos a los mismos resultados destructivos, por la vía de los osos de Gafton, por la vía de Monsanto, o por la vía del famoso murciélago en la sopa en la ciudad de Wuhan.

            En estas condiciones, pensar la democracia hoy es algo tan necesario como difícil. Precisamente, porque la democracia es algo de cuya existencia podemos decir que “es tan difícil como rara”. En medio de una acumulación de crisis de todo tipo [políticas, económicas, sanitarias, ecológicas, culturales, bélicas], lo que parece sucumbir una vez más es la utopía de una república democrática, alimentada por un verdadero amor por la igualdad [capaz de llevar adelante una crítica efectiva de lo eso que hoy se vende por todos lados como “amor por la libertad” y se realiza como “destrucción de la humanidad”] . Más que superabundancia de democracia, hay escasez de ella. Escasez de democracia y exceso de neoliberalismo.

            Diría que es ese exceso neoliberal (que generaliza la desigualdad al ritmo en que precariza y desmantela las instituciones de la solidaridad social) el que suscita distintos tipos de ahesión rígida a lo que podemos llamar el nuevo espíritu del capitalismo. Lo que consideré aquí como un utopismo de la libertad anarco-capitalista sería una entre las formas de la “fantasía ideológica” que hacen al espíritu del capitalismo neoliberal, y que encuentran eco social en la medida en que se extiende el malestar con una democracia que no enfrenta ni resuelve los graves problemas que genera un modo de acumulación predatorio. Lo “espiritual” del capitalismo neoliberal, entonces, no sólo alude al triunfo de la religión universal de la mercancía, sino también a los variados tipos de espiritualidad, más o menos flexibles, más o menos rígidas, que surgen o resurgen en las sociedades contemporáneas.

            Hablar de espíritu nos hace inmediatamente pensar en Weber y en su estudio sobre las afinidades entre ciertas formas de religiosidad y las prácticas económicas que están en el origen a la modernidad capitalista. O en otras investigaciones inspiradas en él, como la de Boltanski y Chiapello, que definen al nuevo espíritu del capitalismo como el conjunto de creencias que están en la base de un repertorio de modos de acción y de disposiciones que constituyen formas de vida afines a lo neoliberal. Se actualiza, así, algo de la famosa tesis de Weber, según la cual la relación moral con el trabajo del protestantismo ascético favorece la racionalización económica y la reinversión de la ganancia en el circuito productivo, de modo tal que hay que considerar esa ética protestante como una tendencia espiritual convergente con el desarrollo del capitalismo.

            Si hoy pensamos en las afinidades electivas entre el neoliberalismo y ciertos espíritus religiosos, la conexión más obvia que surge es con la teología de la prosperidad, que atraviesa a varias iglesias evangélicas –pero está presente sobre todo en las doctrinas y en las prácticas de distintas iglesias carismáticas y pentecostales. Esta teología, que se desarrolla en el contexto de la expansión económica de la post-Segunda Guerra en Estados Unidos y se expande hacia Latinoamérica a partir de los años 70, es una interpretación de la fe cristiana que sostiene que la pobreza, las enfermedades, los infortunios provienen de una mala relación con Dios. Para iniciar una vida próspera, entonces, hay que entrar en una verdadera comunión con Él, que se logra gracias a la mediación del pastor –acompañada con rituales de exorcismo de los demonios de la pobreza y la entrega de donaciones (que serán retribuidas con riqueza, salud y felicidad).

            Estas formas de la creencia no son las únicas que se empalman con las tendencias individualizantes y consumistas de la época… El ethos neoliberal, de hecho, hace proliferar una variedad de discursos que llaman a orientarse por los propios “deseos y sentimientos”. Los individuos son interpelados como sujetos de una autoconciencia afectiva capaz de discriminar lo que se ama y lo que se odia, lo que gusta y lo que disgusta… y ese es el sustrato de la afirmación de una libertad, que se entiende como el derecho de decidir sobre los propios consumos: de productos o servicios, de imágenes o teorías, de informaciones o de creencias. Porque en el mercado de las espiritualidades también se puede elegir. En la era del algoritmo y la segmentación de los públicos, a unos de se les ofrece religión, a otros autoayuda, a otros coaching ontológico, a otros yoga o ayurbeda, a otros astrología o veganismo, a otros terraplanismo, a otros utopismo anarco-capitalista… En fin. en nuestro próximo coloquio supongo que les contaré sobre la experiencia de habitar un país gobernado por el primer presidente liberal-libertario de la historia de la humanidad.

             

           

 

 

 

 

 

[1] A Way Propounded to Make the Poor in these and other Nations Happy, 1659 [además de un panfleto por la paz dirigido a Cromwell]

[2] el gobierno de Estados Unidos empezó a regular más a la banca tradicional pero le dio más libertad de acción a estas instituciones de riesgo.

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