I. La hipnosis a la que aspiran ciertas imágenes se ponen a prueba ante la cámara. Una mirada, un instante fugaz, deciden, en términos de magnetismo, el destino de mil palabras. Los ojos de Milei se espejan en otros ojos que en el pasado reciente supieron hacer historia: los de Domingo Cavallo. No es solo el color cielo, la concentración de ave, o el frío monetario lo que los emparenta. Es también un sueño que esa mirada comunica. El sueño de la libertad. En ese espejo la mirada de Milei y la de Cavallo dicen más que mil palabras. El gesto sostiene el decir. En eso son distintos a tantos otros delirantes teóricos del mercado. Porque delirantes del mercado somos todos a fin y al cabo. Pero esos ojos focalizan, nos transmiten la convicción de un movimiento sin frenos, obstáculos ni regulación alguna. Es el sueño de la ligera circulación de los flujos, los movimientos intrépidos y los lenguajes desinhibidos, capaces de aniquilar en nombre de la libertad cualquier otro tono de la existencia que opaque el brillo de ese azul cielo. Son libertarios al modo en que lo es la circulación monetaria: libertad de sede bancaria y pulsión oscura, hecha de un desprecio infinito por toda vacilación, toda figura no monetarizada, toda vida liberada. El juego de los nombres se ha bancarizado. “Libertario” es ahora un nombre de usuario.
II. Un hombre cabal y norteño mira al cielo y apoya su mano en la Biblia, jura por Dios y por la patria, por el orden sacro que hace valer la ley sobre estas tierras. Con él, la promesa de organización desciende piramidal a través de la conciencia de cada progresista alarmadx, dispuestx a defender la gobernabilidad -amenazada por tanto pobre- a como de lugar. Porque la política de sistema es la más preciada de sus riqueza. Los poderosos vienen a defender con su fuerza la más progresista de las creencias: la propia seguridad. Rudeza, gobierno y piedad. La mirada del ministro mira a la tierra. La llaman “territorio”. Y los territorios son -larga tradición patrimonialista, que asume que la población es un dato natural del territorio- de los gobernadores. Reconocemos de inmediato esa mirada que va del cielo a la tierra. También ahí -en esa territorialidad- hay una historia reciente, una vocación que se repite: la del alma conservadora del peronismo, que con tanta convicción lideró Eduardo Duhalde a la salida del 2001: El partido del orden, lo reactivo mismo, los defensores de las jerarquías en nombre de los de abajo, paradojal fetiche del alma discutidora del progresismo.
Progresismos del orden y libertarios de la moneda articulan la pinza perfecta de la razón y pasión, en una misma reacción a todo lo que en este mundo vale la pena. El libre uso de los nombres tiende a liquidar la connotación revolucionaria de la igualdad y la libertad, de hecho se trata de impedir que la igualdad y la libertad puedan ser algo real en este mundo.