por Bruno Nápoli
Hoy, la batalla financiera es por la soberanía de nuestros cuerpos. Nuestros cuerpos son el coto de caza de la economía formal e informal, pues son las únicas formas de política vital capaz de producir dinero, recursos, ganancias, bienes, renta…todo a partir del cuerpo que trabaja. Pero cada relación financiera, una relación social al fin de cuentas, supone una disputa por ver quien se apropia de lo que el cuerpo produce. Y la violencia marca los tiempos, no de la producción, sino de la apropiación del cuerpo productor.
“…estaba secuestrado en la comisaría de Lomas del Mirador…”, con estas palabras de Horacio Verbistky en la conferencia de prensa donde se anuncia el encuentro del Luciano Arruga, muerto, hacen falta miles de palabras. ¿Cómo se termina secuestrado por el Estado? ¿Cómo se desaparece en el Estado? ¿Cómo se aparece muerto, luego de 6 años, con legajo del Estado? La desaparición se nos aparece aquí, en este caso, como una disciplina alternativa de la economía informal, que usa la vía política de Estado sobre los cuerpos en disputa. Y esa vía política es una disputa ideológica que se discute todos los días a partir de discursos de “inseguridad” que habilitan, de manera material, la desaparición. Por caso, el lugar donde desaparece Luciano es un destacamento pedido por los vecinos ante un caso de “inseguridad” de famosos (el florista de Susana Giménez). Los cuerpos, todos nuestros cuerpos, ansiados por la definición política, por la ambición política por la ingesta de cuerpos en la cadena de producción racional-económica formal e informal de la economía (cualquiera sea) son la política monetaria de la fuerza. Son NUESTROS CUERPOS, LOS QUE PRODUCEN, LOS QUE ESTÁN EN DISPUTA. Solo una fuerza increíble como la que produce con su habilidad el cuerpo, trabajando, en cualquier contexto, formal o informal, puede estar en disputa en la economía. ¿Y que es eso que llamamos “economía” en la actualidad financiera? (y no en teoría). Pues es la lógica de lo que pretendemos dominar para ganar dinero, fácil o difícil, con el esfuerzo supremo del cuerpo (que trabaja). Pero que tiene que ver esto con la relación del dinero informal (el del delito, por ejemplo, o el producido por la venta de lo robado). Pues aquí podemos decir que la economía es la lógica de la ganancia con el esfuerzo de los que también trabajan, pero someten al cuerpo más débil al dominio del mas fuerte. La policía trabaja, y somete a los jóvenes “en situación de vulnerabilidad” (vaya si tiene palabras el capitalismo actual para definir sus propias víctimas) a trabajar en extrema situación para recaudar dinero informal desde el dinero formal (los sueldos que paga el Estado). Horacio Verbitsky fue claro, “…sabemos todos que hay discriminación y violencia institucional contra los varones jóvenes de barrios pobres del Gran Buenos Aires (…) es una práctica generalizada en la provincia de Buenos Aires que los policías obliguen a adolescentes pobres a robar bajo su protección. Chicos varones pobres de barrios populares (eran obligados) con amenazas de muerte”.
La desaparición de Luciano Arruga nos devuelve de manera violenta dos datos: la economía actual es una relación social violenta; la desaparición es una forma de disciplinamiento de los cuerpos ante los que no se someten a esa relación violenta. Un Estado, como el nuestro, que practicó la desaparición como formato de disciplinamiento para los cuerpos políticos vitales que se oponían a sus ideas políticas, repite sus prácticas de demanda de orden. Esto es, supone que sus estructuras (funcionarios estatales) pueden ponerse fácilmente a disposición de la desaparición actual, en función ya no de la disidencia política, sino de la disidencia económica, que en sus dos formas es ideológica. Hoy, la decisión de la desaparición de los ciudadanos en redes de trata o trabajo esclavo, tiene un fin meramente económico: centenares de cuerpos secuestrados y esclavizados en campos agrícolas que cuando mueren van a parar como NN a las necrópolis de cualquier ciudad. Otra parte de los cuerpos, destinados a la prostitución, también sometidos a una lógica económica perversa, que tienen el mismo final cuando se subvierten (cuerpos subversivos al orden) En cada una de las redes, funcionarios del Estado (médicos, policías, fiscales o jueces) determinan un camino de impunidad donde, con sus practicas cotidianas, esconden esas desapariciones, pues el solvento económico es enorme. La falta de un registro nacional de NN, desde donde buscar la dolorosa búsqueda de las desapariciones, es una continuidad clara de prácticas burocráticas de la frase “los desaparecidos no están ni vivos ni muertos, están desaparecidos”. Es una decisión política, y entonces también ideológica (no de izquierda o derecha, sino de racionalidad estatal) no generar la búsqueda de cualquier cuerpo “desaparecido”, pues forma parte de la racionalidad económica, subsumida a aquella. El caso de Luciano, doloroso, muestra la capacidad del Estado por desantender una demanda específica: la búsqueda con vida de los que fueron apropiados con vida, desaparecidos bajo la racionalidad económica de la economía informal, sostenida (y ocultada) por una cadena de funcionarios estatales que con sus sueldos (y sobresueldos) extienden la demanda económica. Resta pensar como desanudar esta razón económica que perfora lo estatal, a partir de un relato que nos permite desarmar la violencia de una relación económica cada vez más perversa.