Los que luchan no siempre son esos que flasheamos. Ni heroicos, ni memoria, ni esthetic, ni plaza de Mayo. Muchas veces son otra cosa. Puntazo, tucumano, emboscada, licitación. Las historias son de los que luchan, aunque no nos guste esa Historia. La lucha se aceita a fuerza de traición, dobleces, cálculo runfla, porcentajes. El que lucha no duda, avanza; no le tiene miedo al resultado, juega; no le importa el qué dirán, muta. No se enoja, sigue. Transa la mentira de la dignidad cuando es necesario. Se mueve en el desapego. Kioskea pero no vigilantea. Envidia secretamente al que hereda, pero no se le nota, ni una mueca, ni un tic. Nada. Sabe que heredar es otra cosa, que no hay mérito. Sabe que el que hereda no lucha. Puro chamuyo de otra época. Puro aplausos por las dudas. El que hereda mantiene lo que tiene, conserva y expande el conservadurismo a lo que lo rodea. Es generoso apenas con lo que le sobra, a veces con la de otro. A veces ni eso. Tiene otro tipo de voz, Da órdenes, habla de local solo a quienes lo obedecen, le susurra a la mamá, presta atención a las mentiras de los muy cercanos. El que lucha aprende a estar solo y a ser acompañado por cualquiera. No anda catando tanto el recorrido ajeno. Hay quienes heredan todo, nada queda fuera de la línea sucesoria. Lo que sirve, lo que no, las giladas, apenas pocas deudas, los terrenos, las fanes, los gatos, los termos, unos gestos. El que lucha tiene otro músculo, sabe jugar de visitante porque casi nunca es local. Siempre en lugares que le son inhóspitos. Derechos humanos que son de otras, plazas que no llena, pasados diezmados que ni le importan pero nombra. Se ríe de la euforia militante. El que lucha entiende pero no entiende. Sabe que las palabras nada dicen, le resbalan. No para, se equivoca, sigue. No da tregua, no la tiene. No obtiene nada por derecho, sino por pura insistencia luchona.
Posfacio con deudas // Ricardo Zelarayán (1973)
No sé cómo empezar esto pero empiezo nomás. Hoy estaba almorzando en