Hace un tiempo con unos amigos nos preguntábamos si había que tomarse en serio las declaraciones de Alejandro Rozitchner. Relajado y provocativo, el coach ontológico de Macri se enfrentó en las últimas semanas a periodistas con ese estilo “rockero” que poco se condice con la sobria imagen que uno espera de un filósofo. ¿Qué se esconde detrás de la pose canchera del marihuanero nietzscheano que hoy le escribe los discursos a Macri? Sus declaraciones generan en el amplio espectro intelectual una mezcla de indignación y desprecio. Una muestra de ello es la nota de Ricardo Forster –publicada hace unos días en Veintitrés– en la que el ex secretario del pensamiento intenta poner a Rozitchner en su lugar. La nota deja, sin embargo, un gustito amargo en los ojos. No porque no haya que poner al filósofo del entusiasmo en su lugar, sino justamente por el lugar en el que Forster lo pone.