En vez de hacer cosas con palabras, Reunión hace mundos con afectos. Otro desplazamiento. Habitualmente hay un problema con el signo, y es que hay un discontinuo entre palabra y sentido. La maquinaria Reunión restituye el continuo que hay entre palabra y afecto, porque las personas que hablan lo hacen desde una dimensión afectiva. Esa es la prueba concreta y palpable de que para las personas las palabras son afectos. No son significados, no son significantes, no son signos las palabras. Las palabras son afectos. Fuerzas que afectan. Mucho antes que ser un signo, cada palabra tiene su resonancia de experiencias, su vida sensible. Cuando los escritores te hablan reconocen esas palabras-afecto que los atraviesan y los constituyen. Y cuando reciben sus libros se encuentran de frente con ellas. Y cuando se leen en voz alta comparten esas palabras-afecto silenciosas, las ponen en relación. Ese cuerpo tragando y volviendo a traer esas palabras que tienen una inscripción en los tejidos de su cuerpo y en la historización afectiva de su cuerpo… Y así se restituye también el continuo entre palabra y cuerpo. No agrego el cuerpo solo porque me interesa, sino porque el cuerpo es el soporte material para la lengua y para el pensamiento. No hay nada que le pase al cuerpo que no le pase a la lengua. Y no hay nada que le pase a la lengua que no le pase a tu cuerpo. Insisto, esto no es hacer cosas con palabras, es hacer lenguaje con afectos. Podríamos generar una teoría que refute el Cómo hacer cosas con palabras, de Austin. La visión de Austin es una versión mecanicista. Como la visión de Judith Butler, que lo toma para desarrollar su teoría del género, también mecanicista, donde dice que el género es una construcción. Y en realidad el género es una transacción afectiva, un modo de experimentar el cuerpo y su dimensión afectiva y sensual con otros cuerpos.
Una frase muy linda de una novela de Marguerite Duras dice: “El Vicecónsul es un hombre que se volvió loco porque no se dio cuenta que podía escribir”. Reunión va a contagiar esa hipótesis de que para no volverte loco podés escribir. En ese punto pienso la relación entre este trabajo y el de un director escénico. Para mi lo escénico no se ciñe a lo teatral sino a la invención de comunidades, y las comunidades para mí son formas de vida que se intersectan en una temporalidad, en una manera de conocer las cosas, en una manera de vivir. Entonces hay todo un trabajo de lo escénico que es una categoría metafísica, no es una categoría teatral. Es producción de existencia. No es representar lo social, es crear lo social. Un director escénico, como yo lo considero, es alguien que interpela a otro a que se arroje a un acto, que promueve una acción en el otro. Y este es un método para eso, para impulsar a que una persona se autoconfigure. Y en ese ánimo veo una pasión antropológica, y esa pasión antropológica ejercita una actitud antinarcisista. No hablo del antropólogo tradicional que va a constituir un objeto de estudio sino el antropólogo que va en busca de otra persona para reconfigurarse a sí mismo. Vos fabricás escritores y en ese proceso te fabricás vos como escritor y como persona. Desdibujás tu imagen de vos mismo mientras el otro se cuenta. Esta postura se ve en el momento en el que nació Reunión, cuando la madre de Edson, el pibe que iba a tus clases en la villa, te dice que le enseñes a escribir, y resulta que él escribe perfecto. Y ahí entienden que no hay nada más que aprender que el acto de componer juntos. Todo eso es activado por esta maquinaria de escritura y de afectos que crea escritores. Y el escritor que crea esta maquinaria es una multiplicidad. No es el escritor como una identidad sino como una multiplicidad que está todo el tiempo en mutaciones sensibles.
Hasta ahora está muy en primer plano el procedimiento y la performance. De que vos viajes, camines por ahí, invites a la gente a hablar y escribir, que después se imprima el libro, se haga la lectura, que después hagas una instalación con artistas… Pero me parece que necesitaríamos hacer una investigación más delirante solo de los poemas. Hay todo un territorio de asombros en la poética de los propios poemas que todavía no descubrimos. Pareciera que en cada poema de estos escritores hay un clímax. Podríamos marcarlo directamente. En cada uno de los poemas hay un momento en que los escritores quiebran, un momento en donde estos personajes se sienten de alguna manera trastocados por el encuentro. En todos los poemas se ve ese quiebre. En los juicios se llama el momento del ocaso, cuando el acusado se entrega y confiesa. Está asociado a una especie de atardecer. Y es el ocaso del Yo. El movimiento antinarcisista que produce esta maquinaria es encontrar el acontecimiento antinarcisista en el que escribe. Ese es el momento en el que la vida de estas personas se intensifica y queda escrita, el momento en el que el poema se inscribe como terreno concreto de la vida. Cada poema implica un trastorno, una transformación. Si el poema no cambia tu forma de vida, no es un poema. Si no hay viaje, no hay poema; si no hay salida de sí, no hay poema; si no hay desplazamiento de la propia geografía, no hay poema; si no hay encuentro no hay poema. El poema acá es un ejercicio espiritual que te cambia la vida. El poema como forma de vida.
Estas formas de crear comunidades tienen que ver con cierto hastío y cierto odio a la época. Tienen que ver con un gran rechazo a la época y con poder ser honesto con los síntomas y los resentimientos que la época intrusa en uno. Para poder crear tiene que haber un momento en el que estás harta, un momento de rechazo a la disposición del orden de las cosas. Y ahí aparece el trabajo de desarmar esas estructuras de obediencia para crear otras puestas en escena. Yo no sé nada de lo que tengo que crear, si no sé qué es lo que me despotencia, qué es lo que limita mi capacidad de acción. En este momento es muy clara la hostilidad que hay. Y la hostilidad es tan evidente que también nos provee de una lucidez para crear alianzas, afinidades, amistades.
(Fragmentos de Silvio Lang en el libro Reunión 2, de Dani Zelko, mayo 2018, Buenos Aires)