“No se puede soñar impunemente”, cierra Carolina este libro, esta experiencia de lectura mejor dicho. Experiencia política, poética, revelación hecha de algunos puntos de referencia y mucho de impudicia. No se puede soñar impunemente, pero sí impúdicamente.
Soñamos con todo el cuerpo, me gusta decir, pero Carolina más que decirlo lo hace. Es evidente que este libro es su propia experiencia soñante, y una experiencia soñante para todxs nosotrxs, afortunadxs lectores. Este libro solo puede ser leído con el cuerpo todo. Por eso es experiencia, experiencia encarnada. Frente a una larga tradición que encomendó los sueños al alma, Carolina los devuelve a la carne. Aun cuando hable de inconsciente, de representaciones y de afectos. La impudicia como propuesta o camino de pensamiento.
Es un ensayo filosófico, una topología y epistemología erótica, onirizante y subyugante, potencia y poética revolucionaria que sabe que los más fecundos despertares provienen de los sueños, que insiste en extraer de la oscuridad de este tiempo (pandemia, virus, peste) y aun de los pozos anímicos (como el trauma, el duelo y la melancolía) estrategias de libidinización de la revuelta. No hay, es impensable la revuelta sin cuerpo. Sumergidos como estamos en este tiempo de encuentros físicos vulnerados, Carolina decide hacer del lenguaje espacio de lo común, zona de resistencia, catectización del cuerpo en un registro minucioso y deseante, contracarga de la derrota y la apatía, antídoto a la desesperanza. Hacer del lenguaje un acontecimiento carnal.
Lo carnal en clave sensorial. El gusto, el tacto, el olfato, la vista, el oído. Carolina los va convocando, pasa de uno a otro alternada, sucesiva, a veces simultáneamente. En cuanto a lo visible, la autora nos lleva por la figura del eclipse, la cegurera, lo que no podemos ver, lo que vemos de otro modo … leerla me hizo volver a Walter Benjamin y esa idea suya de “vidente”: aquel que en relación a un fragmento del pasado no historizado, es capaz de movilizar estrategias nuevas. Ampliación del mundo de lo visible. Reinvención de lo visible por fuera de la idea de tiempo lineal. Y me llevó también a Anne Doufourmantelle, quien dice lo siguiente: “…la profecía intima es perceptible para la voz interior, para el poeta, el delirante, la mano del pintor que traza un poco antes de verla una línea divisoria visible/invisible, ella es lo que marca la aparición. Ahora bien, toda aparición, sin importar cuán espectral, es un don que uno puede rechazar o al que puede uno consentir. Sin importar cuán turbadoras sean sus consecuencias, aquel que viene al encuentro de su propio ser es secretamente un vidente”.
Este libro, entonces, es el paseo de aquella que consintió a ese encuentro, y que en el relato del suyo propio nos invita y nos convoca a ir hacia adentro, en esa línea divisoria visible/invisible, a traspasar esa orilla o ese umbral entre sueño/vigilia, real/irreal, al corazón onírico de una esperanza radical. Somos sujetos soñantes, ese es nuestro ser irreductible, empedernido, indomesticable, inalienable. Si Charlotte Berardt llevó a cabo una investigación acerca de los sueños en los tiempos oscuros del Tercer Reich, si los sueños entonces fueron el testimonio vivo y perdurante, más cabal, más impresionante, de esos tiempos, Carolina nos guía a su vez a nosotrxs por una investigación y un viaje (Ricardo Piglia decía que toda narración es el relato de uno o de otro. Algunas narraciones son ambas cosas a la vez) hacia los sueños en tiempos pandémicos y neoliberales. Nos hace saber que es en estos tiempos, en estos y no en otros, que Sueño y Revolución son y seguirán siendo la brújula.
Lo carnal en clave sensorial, decía, y ahora añado: en cuanto a lo táctil, el libro todo es táctil. Operatoria de contrainvestidura a la prohibición y terror al contacto que impone el virus, la distancia social, el confinamiento.
Ahora bien, si hablamos de sensorialidad, tendremos que incluir a las palabras (porque la autora lo hace) como un nuevo registro erótico y sensorial, el lenguaje como un órgano (¿adentro? ¿afuera?) que recibe y produce excitaciones y que es capaz de transformar vivencias y experiencias dolorosas en capital vitalizante. ¿En qué zona del cuerpo situaremos a las palabras, esas palabras que Carolina trabaja, como si fueran arcilla por momentos, demorando, activando, y onirizando el sentido tan fuertemente conmovido? ¿A qué zona del cuerpo, a qué zona psíquica pertenece el lenguaje?
Impúdicamente, decía que así trabaja Carolina en este libro: su adjetivación también es pasional, su escritura es fogosidad. Su estética creadora de narrativas e imágenes nuevas, poderosas, de esas que no se te despegan de los ojos, la piel, y la lengua.
Con Carolina nos conocimos, océano de por medio, a partir de los sueños. Con recorridos distintos las dos arribamos a la convicción de su potencia revolucionaria y su tenacidad de resistencia, a lo largo de la historia. Nos aproxima el conocimiento de los sueños como conocimiento político. El sueño como revolución, el sueño como revelación. El sueño como conocimiento y acontecimiento. Reducto de lo más intimo y desde allí nos des-enclaustra. Libertad primera y última, la de soñar.
Y el sueño como lectura y escritura. En ese sentido, la referencia y recuperación del trabajo de Charlotte Berardt, es una vía de entrada a ese tema apasionante que es la capacidad del sueño de leer y escribir en distintos registros. Esa producción de saber que lo onírico, con su condición clandestina, permite o realiza es inviolable e invaluable. Resistencia y sitio de memoria, que conserva, amplia y propulsa. Testimonio y bastión de la vida psíquica y de la vida colectiva, en tiempos en que la existencia se halla amenazada. Esa lectura y escritura que el sueño permite y nos regala, a contramano y a salvo de todo poder e instancia de dominación (aun cuando el terror inscribe allí su marca), lo vuelve inextinguible y revela su infinita potencia, en la certeza de que vida y sueño son inseparables.
“Sueño y Revolución” es una forma de despliegue de una pregunta: ¿qué es capaz de hacer el sueño con la melancolía, con la angustia, con el trauma, con el duelo, con la parálisis, con la desesperación, con el virus? Carolina toma de María Galindo la idea de “revertir” el dolor. En otros momentos toma de Butler la idea de “rasgar”, de Derridá el concepto de “paranálisis” (que conjuga el nudo y la puesta en marcha), o incluso podemos decir “investir” el dolor, como un viaje en la herida. Fabián Casas (poeta argentino) diría transformar el dolor en aventura.
El apartado “Tanatocresis” nos aproxima a figuraciones posibles de una construcción hospitalaria que también es respuesta a esa pregunta: ¿qué es capaz de hacer el sueño con el deshecho y lo mortífero?
Gracias por la impudicia, Carolina, gracias por hacer del sueño, una vez más, territorio de lo más íntimo y de lo común. Gracias por la brújula.