Se ha hablado mucho de una ontología de la falta o la negatividad (cuyo eje sería Hegel-Lacan) que se opondría vis à vis a una ontología del deseo o la positividad (cuyo eje sería Spinoza-Deleuze). No creo que semejante división opositora se sostenga desde una práctica materialista de la filosofía. En definitiva, pienso que lo común que nos constituye se basa tanto en “lo que hay” como en “lo que no hay”, y la clave de la diferencia reside en cómo se produce singularmente lo uno a través de lo otro.
En un escrito reciente, por ejemplo, Diego Tatián delimita una pregunta clave: “La pregunta spinozista fundamental, sea para el proceso de conocimiento, para la transmisión de ideas y de la ciencia o para la política no es: ¿qué falta? –pues lo que falta es infinito- sino ¿qué hay? Siempre hay algo desde lo que reiniciar el pensamiento (del que podemos hallarnos circunstancialmente separados o alienados -aunque nunca completamente- debido a una trama de relaciones externas que nos sujetan en la impotencia); siempre hay algo, un grado –por exiguo que pudiera ser- de común potencia creativa y transformadora desde la cual emprender la producción de democracia y formaciones de comunidad.”
Acuerdo desde ya en que siempre se parte de “lo que hay”, en efecto, pero si no se encuentra eso que hay alojado en la falta del Otro (las “relaciones externas que nos sujetan”), ¿cómo podríamos poner en juego nuevas relaciones o composiciones? Situar la falta en el Otro, o la ausencia de relación-proporción sexual, como decía Lacan, resulta clave para los movimientos de subjetivación. Por esa razón, el pensamiento materialista que deseo sostener, parte más bien de un principio a-principial ineluctable que traduce el “no hay” de manera concreta, en cada caso singular, y nos habilita hacer con “lo que hay”: no hay relación-proporción entre las cosas, no la hay entre los sexos, ni entre las palabras, ni entre los saberes, ni entre los discursos, ni entre los otros, ni entre sí; como no la hay tampoco entre las cosas, las palabras, los discursos, los otros y el sí mismo tomados en conjunto. La razón no es un principio-patrón a priori, ni un término privilegiado que ordena el conjunto señalado, sino una invención de lo que se reúne y trenza en el acto, rigurosamente (sin exclusión alguna). Quien pueda sostener su indagación deseante ante cada ausencia de relación-proporción, por ende, deberá inventarse los medios y recursos singulares para hacerlo junto a otres: un artificio que haga las veces de mediador o representante evanescente de eso que no hay. Otro modo de nombrar lo real en juego.
Se apreciará así por qué en el ámbito del pensamiento material no hay expertos o especialistas, disciplinas o profesiones calificadas, tampoco géneros, sino autorizaciones y habilitaciones a decir en nombre propio, con los recursos y materiales del caso: algunos serán de índole más artística o psicoanalítica, otros más lógicos o científicos, otros más políticos o metafísicos, etc. Retomar ciertas tradiciones, preguntas y problemas, queda sujeto así al encuentro contingente en múltiples niveles y prácticas (como la “corriente subterránea del materialismo”, indicada por Althusser).
La mayor potencia, capacidad de afectar y ser afectado, se evalúa en función del afrontamiento gozoso de la no relación-proporción en cada vez más ámbitos, campos y batallas, con “lo que hay”. Porque el pensamiento materialista es afectivo y gozoso por definición de “lo que no hay”, en esencia, circunscripta la angustia que eso suscita en el juego libre habilitado por la invención y el atravesamiento de lo imposible a partir de lo que hay en concreto. Quizás solo una filia o amor muy especial, que sepa anudar lo irreductible de las diferencias que nos constituyen, pueda soportar lo real.
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Por otro lado, hay quienes enfatizan más asiduamente “lo que no hay”, lacanianamente hablando. Jorge Alemán, por ejemplo, escribe: “los nombres del Común surgen del “no hay’: no hay Relación sexual, no hay Metalenguaje, no hay Otro del Otro. Estos tres ‘no hay’ que hacen obstáculo a que el Común sea idéntico a un todo son el ‘imposible’ constitutivo que, a diferencia de la ‘potencia’, engendran un común siempre sinthomático y abierto a las contingencias que intentan realizar alguna respuesta a la ‘brecha ontológica’”. Son las “malas noticias” que, según Jorge Alemán, la política y la filosofía deberían tomar del psicoanálisis para circunscribir lo Común:
1) No hay relación sexual (real)
2) No hay metalenguaje (simbólico)
3) No hay Otro del Otro (imaginario)
Agregaría de mi parte un suplemento sinthomático que las anuda:
4) no hay Uno que se exceptúe al Común.
Luego, se podría afirmar junto a Lacan, excediéndolo quizás en algún punto junto a Badiou y otros filósofos:
1) Hay relaciones múltiples (composiciones y composibilidades contingentes)
2) Hay lenguas-sujeto en cada procedimiento genérico de verdad (generadas en torno a significantes suplementarios, vacíos, flotantes o supernumerarios, etc.)
3) Hay semblantes (objetos y representaciones parciales, entre simbólico e imaginario)
4) Hay no-todo (partes anómalas, inclasificables, heterogéneas, etc.).
En fin, una vez más, lo “real sin ley” no solo constriñe por el lado negativo de lo que “no hay”, sino que abre a la serie infinita de nuevos posibles a partir de “lo que hay”. No es un problema de cantidad o de número, sino de modo de organización. Quizás sea una nueva forma de concebir la inscripción a la ley junto a lo real, o quizás sea ya lo bastante vieja y solo hoy -en un instante fugaz- tenemos la ocasión de captarlo (esa es la historicidad del asunto). Así lo Común, ley inexorable, apertura inextricable de lo simbólico, es que “no hay relación sexual-social-epistémica” y cada quien se las arregla como puede con el malestar sobrante que ello genera, incluso -como en este caso- escribiendo sobre lo Común. El movimiento feminista tampoco está exento de ello.