Efectivamente, para IL la palabra catástrofe poseía el valor de una categoría-umbral. Expresión umbral porque con ella pasamos de un plano del pensamiento categorial a otro experiencial. Ella cierra el mundo categorial tras de sí. IL clasificaba las crisis según se configuraran como trauma, acontecimiento o catástrofe. El trauma es interferencia, intromisión de un factor disfuncional para la estructura que como tal puede resultar tratable/asimilable. El acontecimiento, en cambio, era el nombre que se le otorgaba a un término nuevo, hasta entonces desleído, que de manera imprevista se imponía a la situación reorganizando sus posibilidades, sustituyendo una estructura vieja por otra nueva. La catástrofe, en cambio, era una suerte de inundación que no admite ni la asimilación del elemento disfuncional (del trauma) ni la emergencia, bajo una lógica sustitutiva, de un nuevo esquema. Lewkowicz quería pensar el estallido como irrupción de un nuevo diagrama de fuerzas -al cual llamaba “era de la fluidez”-, que no dejaba de plantear interrogantes severos acerca de las operaciones de pensamiento necesarias para inventar estrategias o modos de habitar el nuevo espacio/tiempo. Su mirada era la de una historiografía urgida de la actualidad. A ese requerimiento correspondía su principal hallazgo, al que llamó “condiciones de mercado”. La catástrofe destituía toda posición estatal o jurídica capaz de donar priori consistencia a las diversas situaciones. 2001 es la destitución de las condiciones estatales, y el anuncio de que los poderes del capital desbordan toda regulación política. La ética implícita en “Pensar sin estado” no era, pues, politicista sino nietzscheana. Mas que una tesis sobre el Estado, se trataba de llevar a fondo un nuevo capítulo del desfundamento operado por la “muerte de Dios”. En otro texto publicado en simultáneo a Pensar sin Estado, “Condiciones postjurídicas de la ley” (Deseo y ley, Primer Coloquio Internacional; Biblos, Bs-As, 2003), IL definía la “condiciones estatales” -destituidas por la catástrofe- como aquellas en los cuales la potencia jurídica funcionaba por medio de la potencia soberana del Estado como articuladora de la ley simbólica que permite definir aquello que se define como “humanidad” tanto como el conjunto de las reglas sociales. Las condiciones así definidas eran el efecto de una potencia hegemónica (soberanía estatal). La catástrofe -concebida como crisis de esa potencia hegemónica-, no se restringía por tanto una mera crisis de la soberanía estatal, sino que arrasaba junto con ella la capacidad de normar lo social afectando la definición simbólica misma de humanidad. Catástrofe es, por tanto -para IL- el nombre-umbral por el cual ingresamos en un proceso histórico caracterizado por la “destitución de la soberanía del Estado en nombre de los poderes del capital neoliberal”, caracterizados por una “preponderancia absoluta del capital financiero”.
La nueva potencia produce nuevas condiciones para la vida social y para la comprensión de lo humano como tal (lo que permite inscribir a Lewkowicz entre los pensadores de una mutación antropológica). El propio capital muta en la destitución. Ahora es “financiero y virtual” más que “productivo y real”. El capital productivo que “se regulaba por la ley de la ganancia media” es sustituido por el capital financiero que “funciona sobre el imperativo de ganancia infinita”. Este imperativo de infinitud montado sobre unas bases materiales que le proporciona el andamiaje tecnológico de la comunicaciones y la información constituye la dinámica destituyente de la potencia soberana del Estado (en condiciones de mercado los propios estados deben hacer pie en sobre un “substrato fluido”). La destitución es el efecto de la catástrofe. En condiciones de mercado -de fluidez- los términos de la situación ya no poseen ligadura estructural. Toda consistencia deberá ser instaurada y sostenida por prepotencia de la subjetividad. En la reflexión de IL la catástrofe introduce “fluidez” allí donde antes preexistía el “sentido”. La fórmula de la desesperación en la catástrofe bien podría ser, entonces, de orden temporal: “sucesión sin sentido”. Sin tiempo progresivo que garantice la institución, la idea misma de organización roza de modo ineludible la desesperación: la operatoria de la institución debe ser garantizada cada vez.
La fórmula empleada por Lewkowicz tienen resonancias sugerentes: “para perseverar hay que alterarse” (¿no es exactamente la misma fórmula que surge de la lectura sesentiochezca que hace Gilles Deleuze del conatus spinoziano? ¿O no es este “esfuerzo por perseverar en su ser” aquello que ocurre a través de una serie de afecciones que alteran la potencia de existir bien aumentándola o disminuyéndola? Pero lo que en Deleuze se despliega creando sentido -la perspectiva de una multiplicidad constituyente-, en Lewkowicz, por el contrario, se da sobre fondo de la depredación y de un desesperante sin sentido al que hay que arrancar, en lucha agonal, una dosis de subjetividad. Deleuze y Lewkowicz observan dos dimensiones del mismo fenómeno de desborde de lo material por sobre lo jurídico). La catástrofe conduce directamente al Estado de Excepción Permanente.
Aquí IL se roza con autonomismo postobrerista italiano. En particular con Paolo Virno, quien estudia del papel de la nueva composición de la fuerza de trabajo en la constitución de ese desborde/catastrófico permanente. En las condiciones de “fluidez” la excepción “ya no es excepcional”. Si según Schmitt la soberanía consistía en declarar la excepción, IL se preguntaba “qué tipo de poder es el del capital financiero que la impone sin decidirla?” Dos líneas de respuesta vienen a la mente: soberano es en condiciones de mercado quien define los automatismos financieros-comunicacionales (como en Bifo), o es quien puede hacer la guerra (como en Lazaratto). En los primeros años de kirchnerismo el decisionismo político vino a ofrecer una respuesta política provisoria a la exigencia planteada en términos de institución política del autoridad del estado. ¿Cómo pensar con IL en los tiempos que se nos vinieron encima?
Siento que estamos ante una enorme y creciente “sucesión sin sentido”, impuesta por la “prepotencia de la subjetividad” del capitalismo cuya “fluidez” no es infinita, no puede existir un “Estado de Excepción Permanente” cuando se está llevando puesta a la Pacha = Nosotrxs.
Ambas “soberanías”, la de Bifo y la de Lazzarato, ¿no son dos tentáculos de un mismo pulpo voraz y suicida cuya pulsión es la Codicia desquiciada?
Quizás un comienzo podría ser conversar en común qué trincheras nuevas hay por delante como desafío para abrazarse e intentar emerger hacia algún tipo de democracia más directa, menos delegada, con mucho mayor control de las gestiones concretas estatales.
También siento que tal vez este texto tan bello de Diego, ha sido escrito luego de absorber la Plaza (…la Plaza!) transfigurada y distópica de este domingo bisagra.
Y esos dos cantos: “mo-to-sierra!” y “po-li-cía!” como un coral de ingenuidad trágica que interpela hasta los huesos.
Cuando ví y escuché esos dos cantos, inmediatamente sonó en mi cabeza la voz de Serrat: «Umbrío por la pena, casi bruno, porque la pena tizna cuando estalla» (Miguel Hernández).