Latinlover: el General encara a la gringa Eleanor en Panamá

por Teodoro Boot


Eleanor Freeman era una muchacha norteamericana que Perón conoció en el Hotel Washington. Alta, delgada pero de buenas formas, culta, morena y bonita, de apenas 27 años de edad, atrajo inmediatamente la atención del General, un poco aburrido de su obligada convivencia con Gilaberte, Landajo, Martincho, el cada vez más irritable Frascali y los soldados que el gobierno panameño había dispuesto para custodiarlo. Si bien el oficial a cargo, un joven mayor Torrijos, halagaba su vanidad con una admiración sin límites y contribuía a levantar su alicaída autoestima al escuchar con gran atención sus disertaciones sobre el arte de la conducción, los secretos del box, las turbulencias climáticas provocadas por el espejo de agua del canal, y el pacto entre los dos imperialismos para repartirse el mundo, Perón tenía que admitir que la compañía de la joven norteamericana podía llegar a ser una interesante variación.
Licenciada en Administración y secretaria en las oficinas de una empresa de Chicago, Eleanor Freeman pasaba sus vacaciones en Panamá alojada en el Hotel Washington de la ciudad de Colón. Fue precisamente en la barra del bar del hotel, mientras se disponía a tomar un cocktail antes de cenar, que Eleanor llevó un cigarrillo a sus labios y revisó en su cartera en busca de su encendedor.
Sentado en una de las mesas, donde rigurosamente cada tarde tomaba su medida de whisky para activar la circulación, el General observó la elegante mano de Eleanor llevar el cigarrillo a sus labios, pintados de rabioso carmín. Sintió una leve inquietud, como un cosquilleo, que se hizo más intenso apenas sus ojos volvieron a los dedos de Eleanor, desde donde, morosamente, comenzaron a recorrer el brazo hasta llegar a un hombro desnudo, tostado por el sol, que reflejaba con excitantes destellos la luz de las lámparas del bar.
Sobre la barra, a un lado de la cartera en la que Eleanor hurgaba en busca del encendedor, un manchón rojizo atrajo la atención del General: la marquilla de los Lucky Strike.
–¡Mi golpe de suerte! –murmuró Perón.
Gilaberte no tuvo tiempo ni de sorprenderse: el General ya estaba de pie junto a Eleanor. De entre el índice y el pulgar de su mano derecha, como si fuese un mago, surgía una llamita amarillenta que fue acercando hasta el extremo del cigarrillo que Eleanor sostenía en sus apetitosos labios.
El rostro del General era iluminado por su sonrisa. Su mano izquierda sostenía una caja de fósforos Ranchera, que había traído de Buenos Aires por cábala, presentimiento de su futura nostalgia o pura casualidad. Agitó la caja produciendo un ruido que a Eleanor, embriagada de sabor latino, se le antojó el son de una maraca, amplió aún más su sonrisa, alzó ambas cejas, y dejó caer la caja de fósforos sobre la barra.
–Estos nunca fallan.
Eleanor observó la pequeña caja azul cruzada diagonalmente por una franja blanca, volvió sus celestes ojos al hombre moreno, corpulento y atlético, de reluciente pelo negro peinado a la gomina que sonreía a su lado mostrando una dentadura inmaculadamente blanca y pensó en Carlos Gardel.
***
Fragmento de Sin árbol, sombra ni abrigo, de Teodoro Boot (Punto de Encuentro). Segundo volumen de la trilogía de la resistencia peronista. En las mejores librerías

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