El desencanto que hoy siente Ailén no necesariamente afecta su necesidad de salir, de gozar, de pasar a buscar a las pibas, de caminar hasta la parada del bondi para viajar juntas y morirse de risa hasta Primera Junta, de guardar el rencor y transformarlo en un motivo más para irse de este lugar de mierda. Tiene mil historias y todas con ellas, todas de aguante y segundeo. Clínicas clandestinas, agites en cualquier lado, farmacias de turno en Libertad, el 15 de Mari, una vez que se perdieron yendo a Flores, horas eternas en guardias de hospitales, la primera vez que pegaron un veinti, comer chocolates mirando series, llorar como solo lloran las amigas, mil selfies en el Sarmiento y esa vez en ese patrullero que solo recuerdan para no olvidar.
Ya no hay expectativas, ni cuentitos, ni chamuyos posibles. Hay sí, entre las pibas, cuidados, atención y momentos. Momentos en los que es imperioso bancar a Melli porque nadie la banca con Josué y hacer de tías es un gesto político, momentos de ir a encarar a los pibitos que para ser machos se hacen los atrevidos cuando ellas andan solas, momentos de acompañar las veces que sea necesario al juzgado, momentos de hablar, hablar y hablar hasta que no quede escabio. Ya no hay explicaciones, ni consejeros, ni buenas intenciones, ni un ortiba en patrullero que se hace el comprensivo y les habla que tienen que taparse más para no tener problemas. Ya no hay posibilidad de que cada agresión no sea respondida. Ya no hay contingencia en la que no se planten, ya no aceptan que se les prohíba nada, ya no arrancan si ellas no quieren. Ya no hay obediencia.
Tienen el grupo de wasap como gesto de alianza, se ríen y se cuidan, se preguntan cómo llegaron, se organizan para salir o para no volver solas. También afirman su alianza todos los miércoles a la noche, se juntan en lo de Priscila, escabian, fuman, se ríen, deliran sobre el mundo entero y hablan mucho de ellas. A veces el dolor se hace lugar y Ailén se acuerda de lo que le paso cuando empezaba el año. “Salir es estar en guerra”, dice, y se hace un breve silencio. “Quedarse también”, grita Milli, casi atragantada, desde el fondo de la piecita, tirada en la cama y sin sacar la vista del Instagram. Entre ellas discuten si es mejor el gas pimienta o la picana, y Mara insiste en que no hay como llevar una faca en la mochila. Igual saben que el aguante y el segundeo son las mejores armas de las pibas. También está el escrache a los giles y volver cuando ya salió el sol, o al menos eso dicen como excusa en casa.
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