La Dictadura chilena (1973-1990) nos legó parecidos memorables, pero casi innombrables, cuando se renueva la cruzada pirómana de la limpieza ecológica cada verano en el Sur de Chile. Qué coincidencia más inaudita podemos establecer entre el registro visual que tuvo lugar en la punta del cerro Chacarillas (Santiago, julio de 1977) -la producción de simbolicidad restauradora de sus esvásticas- con sus antorchas hitlerianas. Chacarillas, cuna del neoliberalismo, abre una brecha entre la visualidad retenida (espectral) y el discurso funerario y hegemónico de Augusto Pinochet. Y al paso ¿Quién fue el mentor del video para trasladar la lengua del Dictador a imágenes grises donde todo duelo fracasa? Esas “llamas de la libertad”, cuyas imágenes escritas, anunciaban el “boom modernizador” (milagro chileno) y los sucesos naturales e inducidos para calcinar los bosques del sur y atestiguar la desolación del mundo natural. La presentación mística de los 77 jóvenes imbatibles –esencialmente Chicagos Boys- inmunes a las ideologías socialistas, encarnaban la simbolicidad de la “salvación patriótica”. De suyo, los cuatro puntos cardinales del país, provenientes de Arica, Punta Arenas, Isla de Pascua y Los Andes, nos hablan de una trama homogénea. La coreografía pinochetista -más allá del discurso redactado por Jaime Guzmán- daba muestras de la “unidad nacional”, perpetuando la “reconstrucción” mediante los hitos de una nueva cruzada oligárquica. En la escena refundacional el mal antropológico migró como sujeto y predicado.
El fuego evangelizador -en tanto limpieza de infecciones ideológicas- aludirá de aquí en más, a la libertad en nombre de la nación y a la necesidad de ubicar su beatitud trascendental, más allá de las “transgresiones” a los DDHH. Todo en la medida en que el fuego mitológico (horror y terror en la hegemonía visual) es un elemento restaurador de las estéticas integristas. Ello permitía ostentar la firma de su semejanza con los dioses. Aquí la antorcha reafirma la determinación superior del hombre frente a la naturaleza. En suma, bajo tal economía de los signos y el tráfico de imágenes, sucedió el festín de antorchas encendidas en la cima de un cerro. Todo con el afán de abrazar el mundo sagrado y exorcizar los pecados allendistas. Un ritual restaurador de 77 inmolados -los escogidos- comprendía pulverizar las diferencias (“lo político”). Tal religiosidad, fue la forma de avanzar en la producción del “milagro chileno” bajo el viraje institucional de la Dictadura y desregular el orden social (AFP, des-sindicalización, pauperización de los derechos). Una teología llevada a la potencia donde la divinidad fue el “Don de fe” de la Nación. De este modo, la Dictadura se sirvió de un fuego tanático-esperanzador, donde el extractivismo -las llamas del capital- no admite regulaciones ecológicas. La tropelía de la desregulación neoliberal fue invocada en nombre del “patriotismo globalizante” que rompe la territorialidad de las élites y mantiene el control rural desde las empresas forestales. Antes, el decreto dictatorial (701, 1974) instauraba el monocultivo que terminaría beneficiando al grupo Matte y los Angelini como los amos de la industria papelera (CMPC).
En los últimos días hemos asistido a la mediatización del “horror» como símbolo purificante. Se trata de una novela política con un coro de sarcasmos, ironías, omisiones y obsecuencias que ponen al desnudo cómo se quema la “tipología cultural” de un «Reyno incinerado» que habita en la ley de la «reconstrucción nacional». Un accidente geográfico, la ayuda a los caídos, la Teletón y la Unidad Nacional ante los damnificados fue el dictum anunciado en la liturgia cristiana del cerro Chacarillas. Y así, el fuego inclemente irrumpe como una inquisición que pone llamas a nuestra presuntuosa “modernización galáctica”.
Mientras Fabiola Campillai (sin olfato, ni gusto luego de la revuelta del 19) llamó a quemarlo todo, Andrónico Luksic -cristológico- dice salvar la “nación financiera” (abstracto-especulativa) en un acto patriótico que busca restituir la pax que las llamas han interrumpido. Hemos devenido en el “partido del fuego”. Para Luksic solo hay patria dónde hay fuego usurpador-restaurador administrado por oligarquías que cultivan «políticas de ruralidad». Con todo, los grupos económicos persisten en un país hacendal sin proyecto, ni trascendencia, excluido de todo horizonte de derechos. Hoy irrumpe esa intrincada mezcla de filantropía y especulación financiera con las tierras siniestradas por el fuego. La llegada de un avión galáctico -milagroso y fallido- ha sido representado por nuestra industria mediática como la promesa tecnológica capaz de revertir hasta los estados del viento y liberar de afecciones al mundo popular. El avión A330 español sería el capitalismo industrial; el Ten Tanker es la inmobiliaria de los cielos. El “Chile de orfandades” aplaudió la épica del capital: conmovedor, impúdico, tristemente lamentable. El avión revela vulnerabilidad, hacinamiento, márgenes, esoterismo y un «capitalismo de las emociones». Por su parte, los matinales emprenden una comunicación indolente que oscila entre la histeria, el sadismo y la acumulación, con el pretexto de la benevolencia. Es verdad, el laissez faire del fuego purgador es el símil de una economía desregulada. La ausencia de toda prevención estatal contra todo ecosistema. En suma, la filantropía nos devuelve a ese “Chile de palo y bizcochuelo”, dulcificado por el relato de la modernización (realismo, disciplina y consumo) en puntos de crecimiento.
En alguna medida, más allá de la voraz adversidad climática, de las altas temperaturas y las terribles pérdidas humanas y materiales (viviendas, muert@s y albergad@s), la chilenidad de emprendedores que manejan recursos estacionarios –otra forma de vulnerabilidad e indigencia simbólica- y focos de empleabilidad, que lleva mucho tiempo quemándose. Estamos insertos en una “democracia pirómana” que, de un lado, hace de la melancolía la ausencia de futuro y elimina la nostalgia prudencial por el pasado (el lugar de la borradura neoliberal sucedió en Chacarillas) y, de otro, una invitación al emprendimiento universal bajo la anarquía de la acumulación.
El punto es que se está quemando el 60% de la población chilena con infra-sueldos ($420 mil mensuales devaluados por la política programática del Banco Central en tasa de interés). Un endeudamiento existencial en la boutique de servicios bajo la infinita guerrilla de precios. Dicho al revés; cuando el 0,5% de la población retiene el 40% del producto nacional, convengamos que “algo” se está quemando desde el ritual impuesto en Chacarillas.
Y hasta el momento ¿hay algún miembro de la clase política afectado por las llamas? Y si extremamos las cosas, este fuego asesino viene a justificar la recomposición de la ex Concertación y la saga que comprende el conformismo Frenteamplista. En medio de este “reality” (toque de queda) la derecha acusa un déficit de gestión y una ausencia de liderazgo –el tiro de gracia al buenismo del presidente Boric-Font y una generación de argumentos estadísticos. La conclusión sería la desgarbada cultura de la transformación y sus formas de capitulación auscultados en un nuevo realismo. A la sazón, políticos y especuladores coludidos con las pesqueras, las forestales apelando al control intestinal del Chile de bosques. La especulación de las tierras depreciadas, y Arauco-Malleco ensombrecido. Por fin, una cultura de emprendedores, tipo “Parisi” en Alianza con el PDG, donde nadie entiende nada y comienza un espiral de imputaciones. A ello se suma una «cadena solidaria» de llanto, y colectas de la racionalidad cínica gestionada por el sistema de medios. A decir verdad, hemos oídos todo tipo de teorías surrealistas sobre los orígenes del fuego. Desde acciones de inteligencia hasta los intereses que se pierden producto de la decisión de latifundistas enfurecidos con el gobierno hasta grupos originarios autonomistas. De paso, el honor de un empresario de Yumbel, que no aceptó sacar agua de sus piscinas para rellenar los estanques que permitían controlar las llamas. Tales actitudes, del Chile del Rechazo, ante un atónito piloto español que aún no puede entender el teatro portaliano.
Y nuestros “bomberos empobrecidos” –aquellos valientes soldados- son lanzados al horno de fuego todos los días. En medio de estas lenguas de fuego resulta agraviante insistir en la tesis del “milagro chileno”. No podemos seguir ocultando nuestra inerradicable condición pordiosera. Mueren bomberos, brigadistas, policías, pero en ningún caso empresarios, especuladores, políticos y guionistas del control visual. Se está quemando una “democracia indeseable”, que ni la elite tolera, porque en su fuero íntimo entiende que habitamos en un descampado que el mercado es incapaz de digitar. Muy pronto, y a no dudar, va a aparecer la comisión de los expertos (el «cántico de la angelología») ofertando un plan de promesas reestructuradoras y sugiriendo la transferencia a privados –dado los riesgos de los terrenos siniestrados. ¡Quién sabe! ¿La responsabilidad recae en las napas secas de nuestro neoliberalismo criollo? Y es curioso, el fuego será la nueva forma en que el capitalismo financiero pondrá en práctica otras formas de lucro y acumulación de activos; se abre un nuevo nicho de ganancias y clúster de mercado. De otro modo, el fuego es el último recurso del neoliberalismo para detener nuestra desesperación, y una venerable bancarización de la vida cotidiana. Luego de ello, militarización del territorio siniestrado, toques de queda y cuerpos contables bajo el control elitario.
Y a no dudar; cuando se vaya el inclemente viento brotará un ejército de expertos que “condenaran” a la tierra y abogaran por los beneficios de otra oleada privatizadora. Esa será la hora de la técnica donde los consejeros de la especulación financiera -semiólogos de la economía neoliberal- se quejaran por no haber sido escuchados a tiempo sobre materias de cambio climático. En medio del llanto desolador, vendrán las “colectas y la cadena solidaria”. El fascismo es el fuego cultural y empírico fundado en Chacarillas, pero en ningún caso su extinción.
a Nelly Richard