La voz propia. Sobre Engendros, de Pedro Yagüe // Eva Tabakián

Engendros no es un libro más, su título lo delata y localiza a su autor en un espacio que implica varias elecciones. Desde ya, claramente, la de los autores –escritores, pensadores– que incluye en la lectura, y la posición que sustenta esta decisión. Traza un camino que transita con la fuerza y la potencia que sus convicciones le posibilitan.  

Primera y central convicción: el combate, eje de su construcción y escritura, que está en el fundamento de su propia altura. Yagüe lo propone desde la Introducción: un hombre llega al pueblo en la búsqueda de aquel con quien medirse, sabiendo que lo hará solo con él –el guapo entre los guapos–. Es decir, un hombre que sabe lo que quiere y lo que busca. Enfrentamiento.

Engendros nos ofrece un cuchilleo de las palabras, un desafío en un “mundo en el que nadie mata y nadie muere”. Sin embargo, este intento de falta de respeto, de contraponer la palabra pensante a la palabra poema (tradición que va de Spinoza a Heidegger y Lacan), permite ingresar en un texto que dará cuenta del modo en que cada escritor se enfrenta con su propia escritura, por supuesto, y en el que Yagüe se inscribe en primer plano.

Modalidades del combate que se manifiestan en la violencia, en el duelo, en el enfrentamiento con la academia, y también con los talleres de escritura, en cuanto proponen y producen un imaginario que conduce a una complicidad con la política: solo simulacro y complicidad. Entonces se entiende que cultura, en su más amplio sentido, es uno de los modos de la falta de combate.

La intensidad de la lectura de Yagüe recupera esta ausencia con los textos que convoca inscribiéndolos en el espacio de la literatura como resistencia. En esto consiste la falta de respeto que se permite y que sostiene ante cada uno de los autores que componen este libro, todos ellos desafiantes de la palabra.

Comienza con Rafael Barrett, cuyos textos han caído en el olvido y del cual rescata el gesto ético en el sentido spinozista, del respeto por el afecto, en su intento de sentir al semejante como parte de lo mismo.

O Mansilla, en su relación con el otro por y dentro del combate. Esa relación que se extiende desde los sentidos primeros –tacto, oído, sabor, olor– hasta los repliegues del corazón ajeno.

David Viñas se incluye en esta serie con la aguda mirada de Yagüe, quien rescata la venganza y el odio como proyecto teórico y político, y su posición de combate desde la negación que lo lleva no solo a la construcción de su propia obra sino también a la de la revista Contorno que instaurará un nuevo modo de lectura crítica en la Argentina. Sus posiciones ideológicas y políticas culminaron en el exilio y el silencio que acompañó a su escritura, hasta su retorno al país y el encuentro con el reconocimiento que varias generaciones pudieron revelar y aprovechar en muchas producciones.

Entre tanto hay un Fogwill pasional, que da cuenta de la eficacia de la palabra sobre los cuerpos, cuya escritura tiene un vínculo fundamental con un tipo de escucha profundamente relacionada con el canto. “Vivía en la música y escribía bajo su efecto”.

En esta batalla/combate con la escritura aparecen las diferentes formas de prácticas. En Gombrowicz, el rescate de la inmadurez frente al orden y la cultura; en Lamborghini, la cuestión de lo poético en cualquier género (prosa, ensayo, poesía) y en Asís, un materialismo chamuyero que no requiere ninguna justificación porque se constituye en y desde una derrota que se hereda y que se opone al triunfalismo de la “cultura”.

En este devenir entre lectura, escritura y cuerpo, el libro culmina con la inclusión de León Rozitchner en quien se resume la propuesta del propio Yagüe –leer y escribir es pensar contra–, y este es el único modo de acceder a una voz propia que se constituye en la refutación, la batalla y el enfrentamiento. Esto solo es posible si el pensar es “el resultado de un cuerpo que le exige a la razón estar a la altura de su pasión”.   

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