La vida en 140 caracteres

Qué bien jugó hoy Argentina. Pudieron ser cinco goles. Felicidades camarada Maradona.”

Tweet enviado por Hugo Chávez luego del triunfo ante Nigeria
Es uno de los tantos momentos grises, turbios de la historia argentina. Uno de esos momentos obviados –por su dramatismo- por los manuales de historia y soslayados –por su carácter íntimo, personal- por los historiadores de la Academia. Lisandro De la Torre ostentaba una rala y prolija barba; barba que no hacía sino ocultar los tres magnos cortes que el sable de su otrora compañero Don Hipólito Yrigoyen (neófito en estas artes, en contraste con la diestra y juvenil mano de Lisandro) le habían producido en ocasión de un Duelo a muerte. Eran los primero años del siglo XX y uno de los últimos retos a duelo de los que se tenga memoria: hasta el siglo anterior y desde el medioevo, había sido ésta una práctica habitual para resolver situaciones en las que el honor de alguno de los contrincantes había sido mancillado. Sin embargo, en tiempos como los actuales, tiempos en los que la historia y el honor vuelven a ocupar su lugar (junto con el trabajo, la familia, la escuela y otros retornos anómalos), la práctica del Duelo parece recuperar el espacio perdido.
Dicen los que azarosamente se anoticiaron, que fue un cruce muy duro, extrañamente duro. Que en democracia, se creía, estas cosas ya no pasaban. Que, quizá, era parte de la crispación creciente. O de la mala onda que muchas veces tiñe la esfera pública. Lo cierto es que hace unos días y en esta metrópolis –apadrinado, uno, por un ex presidente de la República; el otro, por el actual Jefe de gobierno de la Ciudad Buenos Aires- tuvo lugar, entre un caballero de aristocrático apellido y otro de clara extracción plebeya, el singular y violento Duelo que abajo reproducimos:

Aníbal Fernández: En las estructuras organizadas de poder, la decisión criminal se adopta en la cúspide.

Esteban Bullrich: Estimado Aníbal, ¿lo dice por Néstor K y Ricardo Jaime o por Oyarbide y Ud.?
AF: Cuando se expida la Cámara de Apelaciones, espero que no desaparezcas.
EB: Confío en la Justicia, que por suerte es más grande q algún juez. Pero, Ud., ¿ya sabe algo de la Cámara q esta tan seguro?
AF: No, pero si ladra, tiene patas de perro, cola de perro, cara de perro… es un perro.
EB: Gracias por la clase de Zoología. Pero, ¿Ud. sabe quién es el dueño del perro?
AF: Don Franco. ¿Porque vive de Franco, no?
EB: Don Aníbal póngale tiza al taco. El dueño del perro es Néstor.
Tremendo. Iracundo. Una escena digna de un film de Tarantino. Y si no hubo heridos, y si la cosa no pasó a mayores (y si la sangre no llegó al río, hubiera dicho mi abuela la del campo) fue porque, armado uno (el Jefe de Ministros de la Nación) con su Mouse,  y, el otro (el Ministro de Educación porteño), con su iPhone, el Duelo se llevó a cabo en Twitter.

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Sí, la política es anterior al cristianismo. La política emerge a la par de lo que comúnmente suele entenderse por civilización. Una herencia de la sabiduría helena, de su Democracia ateniense. El agora, los sofistas y filósofos, la palabra pública: la política como «teoría de la ciudad” (polis) y de los vínculos que en ella se producen. La política, la ciudad y la palabra pública, entonces, como elementos inherentes de cualquier democracia, incluso de estas democracias de pecho frío.

La política (antes y después de los sablazos) se articula en torno a la palabra, a la palabra pública, a la palabra persuasiva, a la palabra que (con)vence con argumentos. Pero, ¿qué pasa con la palabra y su capacidad persuasiva cuando es arrastrada por la velocidad y sitiada por 140 caracteres? (Este breve párrafo, que aún no dice nada, ¡ya tiene 367 caracteres!)? ¿Qué pasa, en este marco, con la política?

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El vínculo entre escritura y brevedad es extenso y prolífico. Muchas veces la economía de recursos se volvió un modo posible y deseado de la palabra: un arte, una virtud que pocos podían ostentar. Ahí está esa milenaria forma poética japonesa de sólo tres versos (de 5, 7 y 5 sílabas respectivamente) a la que llaman Haikú para certificarlo. La escasez de elementos utilizados es proporcional a la atención que generan sus versos perdidos en el blanco (en este caso, en el negro) de la hoja:

La rama seca
Un cuervo
Otoño-anochecer.
A contrapelo de la inquietud que estas obras parecen producir en un público poco curtido en la arcana profundidad de la sabiduría nipona, Octavio Paz –que hacía ya cerca de tres lustros dedicaba sus horas de ocio a descifrarla— propone que la lectura de Haikú en general –y de éste de Basho en particular— es un verdadero calmante, pero de una “calma alerta y aligeradora” que en nada se parece al letargo de la droga ni a la modorra de la digestión.
No obstante, la brevedad en la literatura no es atribuible sólo a la poesía. Borges y Bioy Casares, por ejemplo, dedicaron largas horas de sus largas charlas a rastrear y compilar –bajo el título Cuentos breves y extraordinarios- narraciones de tan sólo una carilla, de dos o tres párrafos, de pocas palabras. Cómo olvidar aquel relato cuya lectura no ocupa más que el aire que cabe en nuestros pulmones:
Chuang Tzu soñó que era una mariposa, y no sabía, al despertar, si era un hombre que había soñado ser una mariposa o si era una mariposa que ahora soñaba ser un hombre
Pero si incluso estos cuentos absurdamente cortos pueden parecer extensos, hay un género literario aún más exiguo, más menudo, más parco; una forma literario-filosófica transitada por los grandes nombres del pensamiento y de las letras –de Oscar Wilde a Nietzsche y de Lichtenberg a José Narosky–: es el aforismo, donde la brevedad es ley. Presentemos algunos, de claro cuño nacional:
“Las leyes condenan al que roba un pan y absuelven a quién roba una ilusión”

o

“Cuando el amor es rey, no necesita palacio”

¡Cuánta sabiduría, cuánta experiencia esconden estas sentencias! Su concisa conclusividad (“no necesita palacio”) no puede sino dejarnos conmovidos, afectados; tan conmovidos y afectados como cuando líneas arriba leímos (no sin cierta alarma por la fogosidad de la denuncia): El dueño del perro es Néstor.

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Pero volvamos, luego de este recorrido que echa por tierra cualquier intento de presentar como extremadamente novedoso el vínculo entre brevedad y escritura propuesta por la red de microblogging de los 140 caracteres, a la relación entre Twitter y la palabra pública. Volvamos para reafirmar cómo, de un tiempo a esta parte, twittear se ha vuelto una praxis inevitable del ser social, una habilidad indispensable si de deportistas, actores, músicos, modelos, políticos, fabricantes de chocolate o de cualquier otro integrante del star sistem se trata.   

Los deportistas, por ejemplo, la utilizan (alguno muy sabiamente) como modo de evitar la mediación de la prensa: Ginóbili –para graficar con un caso por todos conocido- utiliza esta red social tanto para calificar los triunfos o derrotas de su equipo de básquet (“Jugaron mucho mejor que nosotros. Gran trabajo y buena suerte”, escribió el mes pasado cuando los Spurs quedaron afuera de los Play off) como para notificar cuestiones personales: contó por ese medio que contraía matrimonio, que su prometida había quedado encinta, que iba a tener mellizos, que estos nacieron sanitos y con los diez dedos, etc., etc. Del Potro, por nombrar un segundo y un último caso deportivo en miles, va ofreciendo por medio de tweets pistas de su celada vida personal: “La cirugía fue corta y todo salió muy bien”, se supo hace unos días.
En el plano de la política, de derecha a izquierda, el uso de este sistema de comunicación es cada vez más extendido. El colorado del tatuaje excéntrico lo tiene como uno de sus principales recursos: ya sea para confirmar su alejamiento de Marcri, (“Macri nos manda emisarios a decirnos que nos tenemos que juntar y después nos trata con menosprecio”) o para piropear a Reutemann (“Es una persona con experiencia y sabe medir sus tiempos”); ya sea para mandarle un feliz cumpleaños a Gabriela Michetti o para saludar al pueblo argentino en su Bicentenario (“Con el dulce sabor del Bicentenario, donde el pueblo dio una lección única de fortaleza y unidad, arranquemos ya a construir el país del ‘Tri”’).
También el macrismo lo usa con sobrada asiduidad: “¡¡Buen día!! Quiero desearles a todos los argentinos trabajo, paz y amor para los próximos 100 años” fuel el modo pro que encontró Macri para recibir, vía Twitter, el Bicentenario. Por su parte, el ya citado ministro de apellido aristocrático lo utiliza, entre otros menesteres, para comunicar despidos y ajustes: “La decisión que tomé fue reducir los contratos de nuestra propia gestión, la estructura política, no estamos reduciendo planta docente”. Y la siempre agradable diputada Gabriela Michetti hace digno uso de esta herramienta para hacer comprometedoras denuncias ante embates que ponen en jaque la República: “Mi casilla d mails” (sic) fue infiltrada. “¡Qué lindo es vivir así, con tanta seguridad y tanta paz!”.
 
También el afamado Cleto, el del voto no-positivo, lo utiliza con frecuencia, en este caso, para chicanear a su vencedor en las internas del radicalismo bonaerense: “Para ser campeón del Mundial hay que ganar todos los partidos. Ojalá haya muchos candidatos radicales para disputar en el 2011”.
En el oficialismo preferimos no abundar (sí, por miedo), pero el ya citado Jefe de Ministros encabeza el ranking de twitteros oficiales.

Empero, nadie ha llegado tan lejos en la exploración y reivindicación de esta novedosa práctica como líder de la Revolución Bolivariana: persuadido de que las redes sociales “son un arma que tiene que ser usada por la revolución«, su cuenta en Twitter (chavezcandanga) cuenta a la fecha con más de 300.000 seguidores. Incluso como parte de una política de consolidación de alianzas continentales, insto a Evo Morales («Evo, ¿tú no estás en Twitter? Invitamos a Evo al Twitter», dijo) y a Fidel Castro («Agarra tu Twitter ahí, Fidel”) a que se sumen a esta ola que, es evidente, no para de crecer.

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Dicen los que saben que el amanuense o copista medieval –pluma, raspador y tinta en mano- era un trabajador incansable: su jornada podía extenderse hasta 16 horas diarias, en las que copiaba entre uno y tres folios de un libro que podía llevarle meses, años. La temporalidad del medioevo y el silencio monasteril lo posibilitaban. A ellos les debemos las grandes obras de la antigüedad clásica, los textos fundantes de nuestra civilización, de nuestras Ciencias, Artes y Letras.

Dicen los que saben que un adolescente de hoy en día envía –a desmesurada velocidad- alrededor de 750 palabras diarias a sus contactos, entre mails, mensajes de texto, tweets, mensajes por Facebook o MySpace, comentarios en blogs y fotologs, etc., etc. etc. La temporalidad de nuestro presente así lo exige. Todas sus palabras se desvanecen en el éter segundos después de haber sido leídas.

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Escritura breve y veloz como condición de época. Las palabras y sus soportes se transforman. La lengua se reduce y agiliza. Todo se vuelve más liviano. Lo más profundo es la piel, dicen. Pero ¿cuán vastas son estas transformaciones? ¿En qué medida estas dinámicas alternar modos de pensamiento y procesos cognitivos? ¿Nos hallamos ante un fenómeno más o menos pasajero, más o menos de moda, que tarde o temprano algún dispositivo pedagógico logrará neutralizar o, en cambio, asistimos a la constitución de un nuevo modo de vincular lo vivo, lo público y el lenguaje? ¿Qué modos adopta la palabra pública en estas condiciones? ¿Qué instituciones son las apropiadas para estos modos?

Horacio Tintorelli (Pensador – APM – CA)

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