Las noticias están en los diarios de todo el mundo. Gabriel Boric, 35 años, ex líder estudiantil chileno, recuperó la desventaja que lo separaba del candidato de la extrema derecha José Antonio Kast, adjudicándose una victoria neta con 12 puntos de ventaja. He tenido la fortuna de encontrarme en Chile en este período clave, y de participar acompañando las movilizaciones para el balotaje que ha llevado al candidato de Apruebo Dignidad al Palacio de La Moneda, donde 48 años atrás moría el Presidente Salvador Allende bajo las bombas del golpe militar apoyado por los Estados Unidos. Además de un breve análisis en caliente, me permitiré contar un punto de vista más personal.
El 21 de noviembre, para el primer turno de las presidenciales, la performance de Kast había tomado de sorpresa a casi todos, y más a la izquierda. La victoria en el balotaje del candidato del Frente Social Cristiano habría significado una rehabilitación de la dictadura de Pinochet, un retroceso de los derechos en todos los frentes, la neutralización del proceso constituyente en curso y el desperdicio de la oportunidad histórica abierta por la revuelta popular abierta en 2019, que tanto ha costado en términos de caídxs, mutiladxs y detenidxs.
Por esto, muchas organizaciones de movimiento, tomaron la decisión de no ahorrar sus propios esfuerzos en las campañas para el balotaje, por ejemplo, el movimiento por el derecho al habitar Ukamau, la Coordinadora Feminista 8M, el MODATIMA (Movimiento de defensa por el Acceso al Agua, la Tierra y la protección del Medio Ambiente), el MAT (Movimiento por el Agua y los Territorios), etc. Además, apoyaron a Boric exponentes destacadxs de los movimentos de los pueblos originarios, como la constituyente y Machi mapuche Francisca Linconao, y la mayoría de las siglas sindicales, entre ellas la Confederación de Trabajadores del Cobre, que se ha distinguido por la radicalidad de sus propias luchas en defensa del precariado en la minería del cobre. Como durante las movilizaciones por la Nueva Constitución, se dio entonces una confluencia de trayectorias en torno a los ámbitos del trabajo y de la precariedad, del feminismo y las disidencias sexuales, del ecologismo y la defensa de los territorios, del antirracismo y la decolonialidad.
El apoyo a Boric, en suma, llegó de una diversidad de perspectivas pero también desde diferentes grados de pertenencia o autonomía respecto a la coalición electoral Apruebo Dignidad, formada por el Frente Amplio y el Partido Comunista chileno. El Frente Amplio emergió de una trayectoria de institucionalización de diversas corrientes de aquel movimiento estudiantil que alcanzó su clímax en 2011. Vale pena notar que Convergencia Social, uno de los partidos componentes del FA y partido de Boric, nació de la fusión entre el Movimiento Autonomista (escisión de la Izquierda Autónoma, también ella confluida después en el FA), la Izquierda Libertaria y otros grupos. El reclamo a la “autonomía” tiene un significado distinto al ámbito italiano y europeo: se trata de tendencias radicales no leninistas, ideológicamente flexibles y abiertas a incorporar las instancias de diversos movimientos de base.
Al mismo tiempo, esta trayectoria de institucionalización –que precisamente ha llevado a un “autónomo” al vértice del Estado-, ha provocado que otros movimientos, viejos y nuevos, reemplacen en el espacio dejado en las calles desde el movimiento estudiantil de 10 años atrás, moviéndose en autonomía también respecto a los “autónomos” (N del T: en realidad, esta “autonomía” nunca tuvo mucho más significado teórico-práctico que marcar una independencia frente a la Concertación y el sistema político neoliberalizado de la “Transición”, lejos de las profundidades de la autonomía y preeminencia del trabajo vivo, con respecto a la operatoria del capital y su Estado, postuladas desde los trabajos autonomistas pioneros de Panzieri, Tronti y Negri).
La campaña para el balotaje, guiada también por la figura carismática de Izkia Siches, vio así la participación de decenas de organizaciones y miles de personas entre militantes de AD y activistas de los movimientos, con puertas a puertas en los rincones más remotos del país, actos y manifestaciones de masa, muralismo y mítines, performances artísticas y conciertos que implicaron a nuevas voces como la cantante feminista Mariel Mariel –emergida como un rostro del “estallido” de 2019- y clásicos como el grupo Illapu –simbolo de la época de la Unidad Popular de Allende y de la resistencia a la dictadura-. Ha sido innegable un compromiso emotivo real y difuso.
Por otro lado, hubo una fuerte dosis de realpolitik, por la cual Boric recalibró su mensaje para asegurar el apoyo del viejo centoizquierda y el voto moderado. Es de notar cómo la cuestión de las vacunas y del pase sanitario (que en Chile sin embargo no es obligatorio para trabajar), no fue un tema ni de movilizaciones ni de debate electoral (N del T: en Chile, como en otros países de América Latina, hay una importante tradición salubrista en torno a las vacunaciones; por otra parte, para el pueblo en rebelión y para los movimientos, también los del ámbitos de la salud popular, ha estado clara la necesidad de vacunarse y portar mascarilla para evitar la extendida muerte pandémica, usada por el piñerismo contra la rebelión, muy superior entre la clase obrera y el precariado como en todos lados).
Un punto saliente fue el deceso de Lucía Hiriart, viuda de Pinochet y símbolo de la dictadura a causa de su compromiso en los crímenes del marido. Una muerte acontecida entre escenas de júbilo justo el día de clausura de la campaña electoral, el 16 de diciembre. Yo estaba en Valparaíso, donde tuve ocasión de conmoverme escuchando a los Inti Illimani cantar “El pueblo unido jamás será vencido” cincuenta años después, junto a un público en el cual muchxs eran más jóvenes que uno. El día después, los muros de la ciudad estaban cubiertos de rayados “Se murió la vieja”, en cursiva o en stencil. Una forma quizás poco delicada de protestar contra la impunidad de lxs viejxs criminales.
En los dos días entre la clausura de la campaña y el voto hubo una calma preñada de tensión. Se temía sobre todo que la costosa campaña de la coalición de Kast – en la cual no faltaron las típicas tácticas de la extrema derecha contemporánea, como la inundación de las redes sociales con fake news, perfiles falsos y troleo robotizado- hubiese hecho brecha también entre quien no se reconoce ideológicamente de derecha. En cambio, se vio después que el norte minero, cuna del movimiento obrero chileno, tradicionalmente de izquierda pero que había votado al “apolítico” Franco Parisi en primera vuelta; rechazó netamente la posibilidad de un giro pinochetista. En la región de Antofagasta, donde Parisi había ganado en el primer turno el 21 de noviembre, Boric venció con el 60%.
En la mañana del domingo electoral, muchas personas –sobretodo en los barrios populares de Santiago, bastiones de Apruebo Dignidad y los movimientos-, tuvieron dificultades para votar a causa de un boicot al transporte público por parte de las empresas y la derecha. La discriminación de clase que esta falta de transporte público comportaba fue duramente criticada. Sin embargo, en poquísimo tiempo grupos de voluntarios se organizaron para transportar a los electores a los lugares de votación, y a media tarde la situación fue componiéndose. Yo tomé un auto prestado y fui con un amigo a recoger votantes en los barrios periféricos de Puente Alto. Pero será porque el auto parecía un carro fúnebre o por nuestros bellos rostros, casi nadie quiso valerse de nuestros servicios. Al final sólo llevamos a votar a una anciana, por lo demás le dimos un aventón a dos peruanos que no tenía derecho al voto, y acompañamos a dos señores a hacer una compra al supermercado.
Desde las proclamaciones de los primeros resultados, necesitamos poco más de media hora para comprender que Kast no tenía chance. Todavía habían nazi-bots que clamaban por un fraude electoral, o denostaban por “Chilezuela” en el ciberespacio. Sin embargo, de frente al resultado aplastante y su pronta convalidación por las autoridades electorales, el ciberespacio de la altright chilena se asemejó mucho –al menos por ahora, a la nada cósmica. Kast mismo admitió rápidamente la derrota.
Lo que vi después es difícil de describir, también porque sería impreciso sostener que permanecí sobrio durante los festejos. Ya desde las 19 la gente comenzó a moverse hacia la Alameda, la gran arteria de Santiago, teatro de las más importantes manifestaciones de la historia del país ya de antes de la Unidad Popular, todavía tapizada de murales del “estallido”. Quien andaba en auto sonaba el claxon, quien caminaba ondeaba las banderas, en el Metro se cantaba a Los Prisioneros y los techos de las paradas de bus estaban colmados de manifestantes. Entre fuegos artificiales e intervenciones de artistas del calibre de Ana Tijoux, los símbolos exhibidos en la Alameda y Plaza Dignidad reflejaban ya sea la interseccionalidad de los movimientos contemporáneos como la profundidad histórica de las luchas sociales chilenas.
Las banderas mapuche y aimara se acompañaban de las antifa o las de la hoz y el martillo, las fotos de Allende con los colores del orgullo gay, los pañuelos feministas con la camiseta de los Iron Maiden, que en Chile están por todos lados, no sabría decir por qué. Una categoría aparte compete a la contracultura del estallido mismo, toda una iconografía que se ha consolidado con la revuelta del 2019: la bandera chilena en negro (en luto por lxs caídxs y las víctimas de trauma ocular), el perro de la rebelión Negro Matapacos, las fotos de lxs secundarixs saltando los torniquetes del metro, los rostros de Gustavo Gatica y Fabiola Campillay, que perdieron la vista a causa de la represión.
Estaba ahí cuando el discurso de Boric, pero no escuché nada. Era demasiada gente quienes estábamos muy lejos. Pero puedo testimoniar que el slogan más cantado no era “Se siente, se siente, Boric Presidente!”, sino “Liberar, liberar a los presos por luchar!”. Mientras lo escuchaba, el Presidente electo subrayaba la propia adhesión a una idea plurinacional del país que incluya a los pueblos originarios y sus lenguas, la ética feminista de los cuidados, a la herencia del “estallido”, al proceso constituyente, a la lucha contra las desigualdades y la crisis climática, añadiendo que las “zonas de sacrificio” ambiental deben terminar y que el controvertido proyecto Dominga será bloqueado. Por la otra parte, declaró querer ser “el presidente de todos las chilenas y chilenos” y de priorizar un enfoque gradual y por “acuerdos amplios” de las transformaciones. Tarde en la noche vi sobre el muro de una calle lateral, a cuyo olor a establo confieso haber contribuido, la pintada “Allende vive” firmada con una A circulada. En aquel punto, me convencí de poder ir a dormir confuso pero contento.
En cuanto a los años por venir, no alimento grandes ilusiones. De cualquier manera, la impresión que me hice es que tampoco los movimientos organizados esperan que la salvación venga del vértice del estado. El péndulo mesiánico entre espera de un deus ex machina gubernamental y desilusión al estilo “son todos traidores” se está agotando, o quizás es simplemente cuanto espera uno. Después de 20 años de gobiernos de izquierda (más y menos radicales) en América Latina, nos hemos hecho una idea de aquello que no puede hacer un estado capitalista –capitalista porque es siempre y de cualquier manera dependiente de la acumulación del valor para la propia existencia-, guiado por coaliciones “progresistas” con el apoyo crítico de los movimientos de base. Puede reforzar el welfare, redistribuir la riqueza de un modo un poco más igualitario, reforzar los derechos sindicales, legalizar el aborto y abolir otras discriminaciones de género a nivel legal, bloquear las grandes obras más devastadoras, etc. Todas cosas por las que vale la pena luchar. No puede por el contrario constituir una alterativa sistémica al capitalismo, al patriarcado, a la colonialidad y al extractivismo.
Vale la pena salir del estéril impasse entre puritanismo abstencionista y fidelismo electoralista. Entre ambas posiciones, en mi modesto parecer, se esconden además de un dogmatismo, quizás tranquilizador, las posibilidades de un análisis contextualizado del rol de los movimientos autónomos y de los partidos electorales en una determinada coyuntura espacio temporal. En el caso del gobierno de Boric, que entrará en funciones en marzo, están los obstáculos añadidos de un parlamento sin mayoría y de un bloque de poder socioeconómico de derecha, cementado desde la dictadura, que no tendrá muchos escrúpulos en desestabilizar un gobierno que vaya en serio en cuanto a los cambios estructurales prometidos por Apruebo Dignidad. En esto, tendrá un rol crucial la correlación de fuerzas que sepan construir las luchas de los movimientos de base, tanto en el plano de los territorios como de los puestos de trabajo.
*Lorenzo Feltrin es activista, filósofo, PhD in Politics and International Studies e investigador en líneas como trabajo, movimientos sociales y ecología política en la Universidad de Birmingham.
21 / 12 / 2021
Traducción: Diego Ortolani