por Marcelo Laponia y Diego Valeriano
“Sólo la victima descubre descarnadamente la ficción de la vida en sociedad, la victima ya sin nada que perder comienza un camino de restituciones y justicia, la victima deja de ser cómplice, a la víctima le cambia el escenario de su vida. Reconfigurando su futuro y sus temores”
I.
Desde el origen de los tiempos el diluvio depura, la catástrofe elimina a los injustos. El arca que preserva la vida ya no es la de Noé con sus animalitos, sino una fuerza movilizadora en torno a la víctima, que ha dejado de ser una figura pasiva para volverse el motivo más potente de movilización.
II.
La catástrofe es general porque además de la ruina de las vidas privadas lo que se destruye es el mecanismo mismo de hacer sociedad, de hacer ciudad. La catástrofe pone en descubierto que nadie está a salvo: ¡welcome to hell!
III.
Juan Cabandié –que no es precisamente una luminaria— fue quien vio más claro el asunto cuando dijo: “sin militancia, no hay estado”. Porque si un saldo, además de los muertos y los destrozos, dejó esta catástrofe es que las redes de solidaridad hicieron las veces de la “militancia”, y la militancia se convirtió en el dispositivo de emergencia para que el estado se haga –bien o mal– presente.
IV.
Entre los bienes destrozados conviene contabilizar también la idea misma de que el estado popular (en vías de desarrollo a tazas chinas) garantiza la seguridad de la población a través de la creación de infraestructura pública y de un cuidado pastoral sobre las vidas. Never in the puta life.
V.
Porque, al fin y al cabo, qué es la política sino el arte de someter a discusión aquello que no se discute. Así entendida (y tal como anotó esa tal Rosa Lugano), la política ya no existe entre nosotros. Hemos vivido en el pasado momentos intensos de política en los que los militantes inventaban organizaciones revolucionarias para tomar el poder del estado y acabar con las miserias estructurales, económicas y morales. Desde que esos militantes fueron derrotados política y militarmente quedó fuera de la discusión la propiedad de los medios de producción y apropiación de las riquezas. Incluso, bien obvio, el problema de la desigualdad. Siempre y cuando sostengas los niveles de consumo.
VI.
Desde entonces (salvo la irrupción de movimientos sociales de nuevo tipo en torno a la crisis del 2001) lo que hay espolíticos sin política. Los políticos hacen muchas cosas: por ejemplo, participan del espacio mediático y representativo. También asumen responsabilidades de gestión en ésta o aquella repartición pública. De allí que tengan discursos, equipos, imagen. Sin embargo, ninguno de esos atributos le es esencial. Un político puede cambiar de partido, de discurso, de equipos y de repartición pública. Lo único que es real, en serio, para el político es su carrera (el self made man). Nada que reprochar en esto. Al contrario, este hecho elemental lo aproxima a personas que en las más diversas situaciones tienen también como real más verdadero su propia carrera (sea ésta en una empresa, en la universidad, en los medios, en el deporte, etc. etc.). Sin embargo, la carrera de un político es particularmente difícil: debe poner en juego surostro y exigir al máximo cuerpo, en especial para ascender; debe poder entrar y salir de todo tipo de discusiones. Pero, ante todo, debe “medir”: su dependencia de la imagen, de la encuesta, del mercado es implacable.
VII.
El odio a los “políticos” es demasiado fácil y está exageradamente difundido. Lo que se odia en el político son dos cosas. Una más evidente: se le acusa de que vela por el bien común con un ojo puesto en sus cálculos personales. Otra es más solapada: se le recrimina el no disponer de una voluntad suficiente para transformar la sociedad en un sentido de mayor justicia. La hipocresía que se agita en este tipo de odio es también doble: no solo porque se reniega del hecho de que todos nosotros somos parte de ese mercado post-político que se ilusiona y decepciona con los políticos, linchándolos cuando la desilusión es grande; sino además porque se espera del político una fuerza de cambio que sólo tendría si hubiese una fuerza popular colectiva en la que ya no creemos.
VIII.
El político debe saber de -y posicionarse ante- todos los temas: energía, matrimonio igualitario, ley de medios, despenalización del faso, reformas fiscales, vericuetos de la justicia y política internacional. Solo un tema le es ajeno: elrégimen de propiedad de la tierra, el control de los resortes de producción de riqueza, la invención de los modos dereapropiación de la riqueza. En esto el político se debe a su pueblo: si el pueblo no lucha, el político no se ilusiona con causas poco realistas que exigen demasiado esfuerzo.
IX.
En épocas en que no hay política la reflexión colectiva se aplana y el único vector consistente es el consumo. El consumo popular libera, moviliza, incentiva, asusta, forja aprendizajes. Aunque, sin duda, también condiciona (a nivel económico menos que a nivel del imaginario). La ausencia de política conduce, en este contexto, al encuentro catastrófico: consumo sin infraestructura del común.
X.
Bajo esas condiciones, sólo catástrofe hacer pensar: Once, Cromagnon, La Plata, pero también la inseguridad o la trata.En la catástrofe emerge la potencia de las víctimas.
XI.
No hay militantes revolucionarios. Hay políticos, a veces en alta, otras en baja. No hay más organizaciones sociales, sino kiosquitos en los territorios y redes de protagonismo basadas en una nueva ciudadanía popular profundamente vinculada a esta potencia de las víctimas.
XII.
Esa potencia hace las veces de diluvio purificador. Solo van a sobrevivir quienes en esas aguas se bañen. En ese poder redentor que hoy encandila se arropan las nuevas militancias,proyectando la imagen “bergogliana” de unos políticosnuevos que ya no tendrían por meta central sus propias carreras. ¿Será?
XIII.
En las calles anegadas hemos visto solidaridad, coraje y vidas runflas.