La verdadera grieta es ontológica // Roque farrán

Hay dos citas spinozianas que he leído recientemente y me han permitido entender mucho, tanto de la coyuntura como de la eternidad; me han iluminado, podría decir, en sentido moderno. Es que política, ontología y ética se anudan inextricablemente en el pensamiento materialista de Spinoza. La primera cita es del tratado Teológico-político y la encontré gracias al libro de Diego Tatián, Spinoza disidente (Tinta limón, 2019); nos permite entender de manera simple y clara en qué consiste la verdadera felicidad y la sabiduría:

“La verdadera felicidad y beatitud de cada individuo consiste exclusivamente en la fruición del bien y no en la gloria de ser uno solo, con exclusión de los demás, el que goza del mismo. Pues quien se considera más feliz y más afortunado que ellos, desconoce la verdadera felicidad y beatitud; ya que la alegría que con ello experimenta, si no es puramente infantil, no se deriva más que de la envidia o del mal corazón. Por ejemplo, la verdadera beatitud o felicidad del hombre consiste únicamente en la sabiduría y en el conocimiento de la verdad y no, en absoluto, en ser más sabio que los demás o en que estos carezcan del verdadero conocimiento; puesto que esto no aumenta en nada su sabiduría, es decir, su felicidad. De ahí que quien disfruta de eso, disfruta del mal del otro y, por consiguiente, no ha conocido la verdadera sabiduría ni la tranquilidad de la vida verdadera.”

Si bien esto permite entender la necedad de quienes no pueden gozar de nada (bienes, momentos o ideas) si no es por la privación o exclusión de otros, nos deja con la idea de una partición tajante entre quienes pueden hacerlo y quienes no, sin más explicación. Ello porque Spinoza sigue otros derroteros argumentales en el TTP, y reconstruir la explicación de los afectos y pasiones exige un arduo recorrido por la Ética. La segunda cita nos permite entender en acto esta dinámica pasional.

Deleuze, En medio de Spinoza (Cactus, 2003), nos dice que hay un engendramiento de las pasiones muy simple: cuando aumenta mi capacidad de obrar, pensar o actuar, siento alegría; cuando disminuye mi potencia, en cambio, siento tristeza. Claro que ello tiene que ver, además, con las relaciones y composiciones acordes a mi esencia singular. No obstante, hay una complicación suplementaria que nos permite entender los afectos paradójicos, invocados a veces para entender la esclavitud, la servidumbre voluntaria, o por qué “la gente vota en contra de sus propios intereses”, como se dice habitualmente; no es el “goce lacaniano”, en este caso, sino la más banal “alegría del odio”.

“¿Qué son las alegrías del odio? Como diría Spinoza, si usted imagina desgraciado al ser que odia, su corazón experimenta una extraña alegría. Spinoza construye un maravilloso engendramiento de las pasiones. Las alegrías del odio son alegrías extrañamente compensatorias, es decir indirectas. Lo primero en el odio, cuando usted tiene sentimientos de odio, es siempre buscar la tristeza de base, es decir el hecho de que su potencia de actuar ha sido disminuida, impedida. Si usted tiene un corazón diabólico, usted tendrá a bien creer que ese corazón se ensancha en las alegrías del odio. Pero esas alegrías del odio, por inmensas que sean, no suprimirán nunca la sucia tristeza de la que usted es parte. Sus alegrías son alegrías de compensación. El hombre del odio, el hombre del resentimiento es aquel, para Spinoza, del que todas las alegrías están envenenadas por las tristezas iniciales. Finalmente, sólo puede sacar alegría de la tristeza, tristeza que experimenta en virtud de la existencia del otro, tristeza que imagina infligir al otro para su placer. Son alegrías calamitosas.”

En fin, esto permite entender algo crucial respecto a nuestra coyuntura política y sus impasses, algo que invoca la sabiduría de una forma ética de vida y un modo de pensar ontológico al mismo tiempo. Lo voy a decir de manera más simple aún. No hay “vida de derecha” o “vida de izquierda”, consideradas in toto. Hay que pensar más bien en modos de vida singulares y composibles, o no, transversales a todo. Tampoco se trata de «hacerle el juego a la derecha», como se dice vulgarmente. Lo que hay en concreto son dos modos de vida irreductibles: 1) el de quienes no pueden gozar de sí mismos y privilegian por eso la alegría del odio, la envidia y las habladurías centradas en los otros, sea cual sea su clase social, profesión, ideología, raza o género; y 2) el de quienes encuentran un goce singular en su modo de ser que buscan ampliar, componer y conectar con otros, sin importarles sus procedencias o signos exteriores de reconocimiento, porque saben que la alegría y la verdadera felicidad se incrementan con el bienestar del conjunto genérico. Entonces, la verdadera grieta es ontológica.

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