Es cierto, festejemos, los argentinos hemos contestado con el voto a la consigna macrista positivista del “sí se puede”. No, no todo se puede. Entonces enunciémoslo en modo femenino y popular, bien afirmativamente: “el poder o la verdadera potencia es no-toda”. Hay que poder no hacer ciertas cosas, cuidarnos entre todos: sepámoslo y actuemos en consecuencia.
Ahora empieza el verdadero trabajo, al menos para quienes deseamos seguir viviendo acá, en un país claramente dividido. La trasformación real va a ser ardua y lenta, va a requerir de mucha paciencia, invención y rigurosidad; nada de chicanas o resentimientos; nada de distraerse con el izquierdismo especulativo: nuestros interlocutores principales, hacia donde tienen que ir todas las energías, las prácticas (discursivas y no discursivas), son esos conciudadanos que aun en las peores condiciones de existencia siguen capturados por una ideología que los desquicia (y un poco a todos). Entender la sociedad desde los afectos y elevarnos hasta la inteligencia de la singularidad, caso por caso, tal como lo postulaba Spinoza, va a ser clave. Además, es necesario entender que la verdadera potencia, energía o fuerza, emerge del uso de la razón y el contento por nosotros mismos que se desprende de conocer según las causas próximas –las causas que nos aproximan.
Siguiendo las reflexiones de mis amigos Jorge Alemán y Guillermo Ricca en torno al peso de lo cultural sobre lo económico, creo que hay que identificar el “mito fundacional” o el “fantasma ideológico” que está operando, transversalmente a la sociedad, sus instancias y prácticas. Para mí es, como ya lo he dicho por ahí, el mito del “trabajador esforzado” que siente que su esfuerzo es meramente individual y se da en un espacio social vacío, plano y sin torsiones; por lo cual el empeoramiento de las condiciones de vida casi no lo afecta, ya que su vida está puesta al servicio del sacrificio constante. De ahí que ese empeoramiento, al desconocer la causa próxima, lo proyecta siempre hacia afuera: otros son los culpables, choros, planeros, etc. Hay que mostrar por todos los medios posibles, empezando por nosotros mismos, que otra forma de vida es posible: reconectada con los afectos alegres, con el cuidado de sí y de los otros, el amor y la potencia del pensamiento. Las inercias mortíferas las transmitimos inconscientemente, allende voluntarismos y explicaciones; si no cambiamos nuestra forma de vida concreta, como también señala Diego Sztulwark, ninguna transformación social será posible.
Pues, como ya he dicho también varias veces: el fantasma del goce del Otro es alimentado por –y se incrementa de manera directamente proporcional a– la disminución y falta de confianza en la propia potencia de obrar. Para derribar esos fantasmas que inocula una y otra vez la derecha mediática tenemos que mostrar una y otra vez que el deseo es una potencia de actuar y pensar que se afirma en sí mismo y se compone con otros; nunca en detrimento de los demás. Lacan con Spinoza. El deseo une, el deseo dignifica, el deseo de vivir es deseo de vivir bien junto a otros, no en la exclusión, el empobrecimiento o la impotencia de los demás. Esa es la máxima felicidad.