La verdad desnuda

Alejandro Horowicz

El huracán amarillo, con epicentro en la capital, se extendió por todo el país. La batalla que el fragmento dinámico de la militancia librara contra Cambiemos no alcanzó. La manifiesta debilidad de la conducción bonaerense del Frente para la Victoria resultó decisiva. Si se añade el boicot de la liga de intendentes, a la mala voluntad de las autoridades nacionales, el resultado sorprende menos. Una elección aburrida cobró repentino interés, al punto que el 78 por ciento del padrón concurrió a las urnas. Esta vez encuestas y encuestadores se arrimaron razoblemente al resultado oficial. La fuerza que no pudo retener ninguno de los grandes centros urbanos, que fue derrotada en la estratégica provincia de Buenos Aires, terminó sufriendo una paliza nacional.

Es la tercera vez, desde 1983, que un candidato presidencial justicialista resulta derrotado en elecciones sin fraude ni proscripción. Raúl Alfonsín inauguró el ciclo conquistando la estratégica provincia de Buenos Aires, junto a la Capital federal. Fernando de la Rúa, encabezando una coalisión que tenía una pata peronista, repitió identica hazaña electoral en 1999. Y la dupla Mauricio Macri-Gabriela Michetti está batiendo a Daniel Scioli y Carlos Zannini. Ambos venían de ganar las PASO, y obtener una tenue diferencia a su favor, algo menos de 3 puntos porcentuales, en la primera vuelta. El balotaje estiró la distancia a más de 8 puntos; con más del 30% de los votos escrutados Macri obtuvo el 54,16% contra el 45, 84 de Scioli. Con ese caudal contabilizado la tendencia se vuelve irreversible.

No cabe duda que el ciclo iniciado hace 12 años concluyó. No sólo porque Cristina Fernández le colocará la banda presidencial a Macri, sino porque el mapa político cambió drasticamente. Los defensores de la «previsibilidad» y la «república», que desean evitar los incordios de los enfrentamientos políticos, arrasaron. El modelo inaugurado en el puerto terminó plebiscitado a nivel nacional. La victoria se libró primero como batalla cultural. Y los ciudadanos fueron reemplazados por los vecinos, el pueblo por la gente. En una reunión de consorcio se discute sobre la humedad en la medianera, la temperatura del agua caliente o las tareas del encargado. Los vecinos tienen una agenda homologable. Las decisiones de alta política, que Macri eludió todo el tiempo, no integran el menú. Algo queda claro: a la compacta mayoría no le interesan, por eso el presidente electo puede variar definiciones sin mayores conflictos. Puede estar a favor o en contra de YPF, a favor o en contra de una linea aerea de bandera, del matrimonio igualitario o de cualquier otra cosa. Da exactamente igual.

En un mundo que gira hacia las posturas más conservadoras la victoria amarilla tiene sentido. Los instrumentos “tradicionales” para enfrentar la crisis volveran a gozar del consabido prestigio. Los gurúes del desastre ahora profetizarán lo mejor. El Fondo Monetario Internacional, el endeudamiento externo, y la reducción del gasto público, recuperaran la perdida credibilidad. Los futuros lastimados todavía disfrutan de las mieles de la victoria. En tres semanas el nuevo presidente asumirá, y entonces de la cascada de globos amarillos descenderan políticas concretas, y veremos entonces como sigue la fiesta.

Una mirada menos capturada por la coyuntura

En Psicología de masas del fascismo, Wilhem Reich sostiene que el marxismo explica razonablemente los motivos de una guerra inter imperialista, lo que no explica adecuadamente son los motivos por los que los trabajadores se hacen matar alegremente en semejante guerra. ¿Por que la asumen como propia? La idea de fuerzas sociales desnudas chocando por intereses materiales obvios construye un reduccionismo político inaceptable. Un modelo explicativo donde el comportamiento de hombres y mujeres, ni siquiera en situación de crisis política terminal, coincide con un cierto «deber ser» y supone una explicación endeble; una explicación semejante termina siendo una mala explicación, aportando una inadecuada lectura conceptual.

Los enfrentamientos políticos son transcripciones de conflictos sociales, diferencias que se saldan en el territorio del discurso; por tanto, la idea de traducir lisa y llanamente los intereses en pugna a votos, por ejemplo, no estaría funcionando. En ese territorio «que se dice», como se dice, y a quien se interpela tiene inusitada relevancia. En una sociedad determinada, capitalista por cierto, el interés de las clases dominantes pesa; desde una lógica mecánica todos los partidos que no cuestionan ese orden social resultan «iguales». Todos aceptan esa dominación social. No cabe duda que eso es cierto; pero si todo lo que puedo decir sobre un orden político es que representa los intereses del bloque de clases domiantes, y las dominadas no tienen un partido propio, y por tanto son «engañadas», mi lectura terminará siendo siempre la misma. Los partidos del orden enfrentan a los partidos que lo ponen en tela de juicio, y dirimen entre continuidad y ruptura histórica. En tal caso la propaganda socialista, de una vez y para siempre, sería de una letanía insufrible. Una pregunta desagradable no puede evitarse: ¿Alguna vez en la historia nacional se produjo un enfrentamiento de ese rango? ¿Como contar entonces esa historia en términos de lucha de clases? ¿O las clases no luchan en la Argentina? Ese es el primer debate.

Cuando el choque se da en la lucha de calles, como el Cordobazo de mayo del 69, las delimitaciones sociales asumen formas mas nítidas. Un paro general activo, impulsado por las dos centrales de trabajadores existentes, choca con la policía y la desborda. Tal cosa sucede porque la movilización conquista inesperados aliados no obreros. En primer lugar, los estudiantes universitarios se suman a la movilización, cosa que no sucedía desde las luchas por la Reforma Universitaria en 1918. Y en segundo término, cuando los manifestantes huyen por las calles del barrio Las Rosas, sus habitantes les abren las puertas de sus casas para impedir que la policia los detenga. Esa inesperada ayuda, los habitantes de Las Rosas integran las clases dominantes, no solo salvó muchos manifestantes; ademas, hizo saber a la policia que la «gente decente» al igual que la otra los enfrentaba al unisono. Recién entonces la policia «siente» que no le alcanza, son demasiados y los defienden hombres y mujeres con los que ellos habitualmente no tienen conflicto alguno. Por tanto, retroceden.

Ni siquiera en este caso la movilización obrera vence por puramente obrera; lo hace en tanto es capaz de arrastrar otros segmentos que tambien intervienen en el conflicto desde intereses diferenciales. Claro admiten nuestros izquierdistas, pero la clase que orienta con su lucha a las demás son los trabajadores. Y por tanto, ese bloque puede y debe ser respaldado. Ahora bien, que pasa cuando esa experiencia es retomada por fuerzas políticas no socialistas. ¿Deja de valer? ¿La importancia del Cordobazo? Poner en crisis el orden político inagurado por la Revolución Libertadora. Un orden que proscribía a las mayorías obreras y a su jefe político. ¿Puede una corriente de izquierda desentenderse de la batalla democrática, al punto de no incluir los derechos de los proscriptos como parte de los propios? ¿Acaso el programa socialista es otra cosa que la defensa consecuente de los derechos democráticos? Ese es el segundo debate.
Otro escenario, problemas de conceptualización

No entender que la victoria de Mauricio Macri en el bosque de los signos legitima la política de ajuste instantáneo, cuando el PRO hace saber con todas las letras que ajustará, supone no diferenciar entre actos de fuerza y consenso político. Nuestros críticos sostienen: vaya la novedad, acaso Danniel Scioli no ajustará. Dice otra cosa. Solo miente, o en todo caso hará un ajuste más gradual, pero de todos modos lo hará porque el capitalismo no puede hacer otra cosa. Conviene repasar esta cadena de inexactas afirmaciones.

Los que votaron a Scioli no legitiman el ajuste. Hacerlo supone chocar con la mayoría, con la propia base social, legitimando de movida la resistencia. Una cosa es una mayoría que acepta ajustar, otra la que lo rechaza. El ajuste que propicia Macri supone una devaluación de hasta el 60%, con un impacto sobre los precios del 100 por ciento. Reducir el salario a la mitad en horas. Una catástrofe electoralmente legitimada. En este punto estamos. 

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