Escabio, risas, lágrimas, piedrazos a la gorra, descontrol, motos y segundeo. Todo lo que no somos, todo lo que pudimos ser a veces y esta sensación rara acá en la panza. El amor insurrecto, la vagancia que siempre lo supo suyo y unos guachines que lo aman sin tiempo. Vagar sin rumbo porque no podes creer que exista tanta tristeza, arrancar para la estación porque la soledad duele, escribirle al transa, faltar al trabajo, mirarnos cómplices con los que están en una, en esta que estamos casi todos. Charlar en el furgón, llegar a Once cantando, celebrar eso que no se explica, llorar como festejo, reír de manera exagerada, tomar un poco para poder aguantar este día, escabiar bastante para esta fiesta, saber lo que viene. Otro mural entre tantos murales de pibes asesinados, la desobediencia como una textura de la piel, el cuerpo tenso, la mirada torva, el gusto a sangre en la boca. Aprender a caminar imitando sus pasos, su desdén, su prepotencia, su arrogancia. Lágrima tatuada, escracho en el hombro, bautismo, casaca, fiesta, santuario, grito de guerra. El odio a la gorra, la desconfianza a todo, el dolor en el cuerpo que se va yendo de a poco, los gritos que llegan desde más allá y se nos meten adentro. Las doñas con sus penas, los gedes que nunca fallan, las pibas que entienden todo. Las canciones, los que se plantan a la infantería, los que nunca corren. Botellazo para que estallen los escudos, esquivar las balas, patear el patrullero, saltar las vallas, correr atrás del auto, colar con la moto en la burbuja. Llorar, cantar, reír, ranchar hasta que no quede otra que volver, ser fiesta. No hacer caso como la única forma de decirle hasta siempre.