El aire que respiramos, la tierra que no tenemos, los abrazos, el viaje, la fiesta. Lo inimaginable, lo imposible, la guerra, estos 20 años que nos golpean de repente. Todas las formas de desobediencia que fuimos aprendiendo en la previa, en la cancha, en la huida, en las letras. Algunas palabras, cierta manera de caminar, la manija de ir hasta allá, un nervio muy especial cargado de información del futuro. Autopista Center, Racing, microestadio de Lanús, un superpancho en la Avenida San Martín, el mundo entero. Remisería, pabellón, Villa Maria, escabio, camping, armarse hasta los dientes y el Chateau Carrera como último llanto. Correr con miedo, correr contentos, sentir el gusto a sangre en la boca, seguir corriendo. Plantarse, no poder esquivar el enfrentamiento, hacerlo de manera gozosa. Recordar a los nuestros, combatir una época, segundear. No andar tan solos, buscar aire, una astilla, una amistad, buscar algo donde no queda nada. Sentir en todo el cuerpo el deseo de no ser gobernados, pero no necesariamente de hacer la revolución. Vagar, desertar, no mirar atrás. No sentirnos solos, vacías, ninguneados. Lo irónico, lo irreverente, igualitarista y libertario que se nos despertó cada vez y para siempre. Las letras en la piel, los recuerdos, los nombres de nuestras hijas, de los que ya no están, de los que la quedaron. Lo que pudo ser y realmente existió. La última ofensiva sensible, un recuerdo, lo genuino, nuestros gestos plebeyos, el miedo que nos tenían, la lucha. Una especial comprensión del momento, un código, algo acá en el pecho, el mundo que se nos abrió a partir de esas buenas canciones. 20 años, toda nuestra vida entera.