La subversión del orden. Cinco preguntas sobre los derechos humanos como política // Diego Sztulwark

El repudio de un hijo es inédito porque ir más allá de un padre es un acto de otro orden; si no hubiese aparecido el 2×1, yo tampoco habría hablado.

Mariana Dopazo

Y yo decía: ¿Por qué no tengo yo un papá muerto? ¡Y listo! (…) Pero logré ir dejando eso de lado. Tomar decisiones y elegir estar de un lado que a mí me hacía mejor, me hacía más libre, un lugar que me daba menos vergüenza.

Florencia Lance

¿Por qué es tan subversivo el movimiento de derechos humanos en la Argentina?

La importancia del movimiento de derechos humanos en la Argentina no deja de sorprender. Una de sus enseñanzas más profundas y perdurables es la capacidad de reescribir las alianzas y las filiaciones que tejen lo social. Las Madres de Plaza de Mayo han operado una radical liberación del rol parental respecto de toda sumisión a las figuras de mando en el campo social (¿cómo no ver en esta insumisión una expresión de la lucha de clases en la Argentina posterior a 1977?). Si el encuentro subversivo entre figuras familiares y roles sociales es la línea de brujería de cada 24M, la gigantesca movilización contra el 2 x 1 de 2017 dio lugar a una última y poderosa insubordinación: habilitó la emergencia de una nueva figura subjetiva, la de “ex hijx”. Cada 24M se suman nuevas voces a la Plaza, y este año es imposible no conmoverse con el coraje de testimonios como el de Mariana Dopazo –ex hija de Etchecolaz– cuando pregunta «¿Cómo hacés para tramitar que tu progenitor fue un represor y un asesino del Estado y un apropiador y un torturador y un vejador? Puertas para adentro es una cosa, pero no, esto es por lo que hizo afuera».

¿Por qué crece la importancia de los 24 de Marzo?

El historiador Bruno Napoli lo atribuye a la especificidad del crimen de la desaparición forzada que no deja de consumarse en el tiempo, de modo que la demanda de “aparición con vida” no cesará hasta que no haya una explicación convincente de lo que pasó con cada cuerpo y se juzguen a fondo las responsabilidades del Estado y de sus cómplices. Pero hay algo más, un plus ligado al carácter de invención política que cada 24 de Marzo recuerda y actualiza: en medio del terrorismo de Estado, las Madres de Plaza de Mayo y quienes las acompañaron crearon una manera de enfrentar el poder ya no apelando a la lógica de las armas ni al choque entre aparatos –terreno en el que la victoria de las FF.AA. sobre las organizaciones revolucionarias había sido inapelable– sino a partir de su capacidad para conmover en el plano de lo sensible.

¿Por qué afirmar que los derechos humanos en la Argentina son una política?

La dictadura efectuó una operación quirúrgica sobre el cuerpo social que abarcó dos mundos simultáneos: el del exterminio, o sea el de la lucha contra el “enemigo subversivo” que dio cohesión subjetiva a los cuadros de la represión; y el de la reconversión neoliberal de las estructuras económicas, o sea la consagración del régimen de la propiedad privada concentrada. Solo la política de derechos humanos fue capaz de erigirse como antagonista del terrorismo de Estado, tanto durante la dictadura como en democracia. Se trata de una política que creció a pesar del Estado y de los partidos políticos, los cuales la apoyaron solo en ocasiones, y no dejó de derramar sobre el entero campo social. Su fuerza fue y es ética y consiste en combinar dos ejes: uno temporal que comprende las luchas del pasado y del presente, junto a otro espacial entendido como un campo de traducción común para las diferentes luchas de la actualidad. Sus logros se miden por su capacidad de inspirar un germen insurreccional popular: el 19D y el 20D de 2001, pero también el 8M. Desde los pañuelos blancos hasta los pañuelos verdes, las mujeres prepararon su paro desde hace 40 años.

¿Por qué esa política sobrevive al kirchnerismo?

Luego del período de claudicación sistemática de la democracia (1983-2001), el kirchnerismo hizo política con los derechos humanos. Si bien muchos sostienen que cooptó a los organismos, es más justo aceptar que fueron estos últimos los que consiguieron lo que se proponían: que algún gobierno les hiciera caso. Lo cierto es que los avances institucionales de aquellos años –avances que hoy defendemos- coincidieron con una impotencia creciente a la hora de afrontar en los territorios una crueldad social –patriarcal, clasista y racista– regida por las formas de la valorización financiera. La ofensiva sensible, en la que los derechos humanos hicieron escuela, sobrevive para defender una memoria y para reinventarse retomando su autonomía, como lo muestran hoy sus prolongaciones en el movimiento de mujeres y minorías sexuales en rebeldía. La política de derechos humanos se planta para enfrentar la crueldad neoliberal de este tiempo y, en esa medida, hereda un legado plebeyo. Así lo recuerda Florencia Lance: “El Negro Molina una vez nos contó que durante los años de la resistencia viajaba en un colectivo. Y de un lado estaba la policía reprimiendo y del otro parte del pueblo resistiendo. —Hay momentos de la vida en que uno tiene que elegir de qué lado se pone. Nos dijo. Y esa imagen para mí es así: uno siempre, siempre, siempre, puede elegir de qué lado se pone».

¿Por qué el macrismo, que suele presentarse como una nueva derecha democrática, pretende impunidad para los viejos cuadros de la dictadura?

Repasemos los hechos del último año: luego de la marcha del 24M de 2017, el gobierno trató de terroristas a los organismos por recordar a las organizaciones revolucionarias de los años setenta; el intento de excarcelar a genocidas a partir de la sanción del 2×1 –operación montada por los tres poderes del Estado y la cúpula de la iglesia católica, y abortada por una gigantesca movilización popular–; el surgimiento de las voces de los hijos de genocidas (¡ex hijos!) dispuestas a narrar sus verdades sobre la conexión entre terrorismo de Estado y horror doméstico; los asesinatos en el Sur mapuche de Santiago Maldonado –causa aún no esclarecida– y de Rafael Nahuel –a balazos por la espalda–; el anuncio de la nueva doctrina de seguridad que avala a priori el accionar de las fuerzas represivas, las que tienen siempre la razón al actuar en defensa de la propiedad privada (los asesinatos policiales posteriores respondieron a esta concepción); la propuesta desde el gobierno de la política de la prisión domiciliaria para los viejos cuadros de la represión, como se dispuso para el caso Etchecolaz, resolución posteriormente revocada. Hay varias hipótesis verosímiles –el gobierno debe pagar ante su electorado; la nueva doctrina de seguridad, dispuesta a enfrentar el conflicto social creciente, requiere un homenaje a los represores de ayer para sus continuadores–, pero creo que la más relevante es la siguiente: la necesidad de quebrar la historicidad –la fuerza y el porvenir– de esta política fundada en la sensibilización del campo social que es la expresión más nítida de la lucha de clases en la Argentina.

FOTO PRINCIPAL: Emergentes

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