La situación fascista en Chile. Teología política y afectividad // Rodrigo Karmy Bolton

1.-El piñerismo produjo una situación fascista. Fue Piñera violó los derechos humanos como nunca antes en la historia de la transición dando un respaldo incondicional a la policía; Piñera propició una política de migración (de haitianos y venezolanos) nefasta que, contraviniendo a los propios dictámenes de la Corte Suprema, enviaba a los deportados bajo un traje que parecían ir a Guantánamo; Piñera declaró el estado de excepción constitucional para el 18 de Octubre e identificó a los pueblos en revuelta como un “enemigo poderoso” contra el que había que aplicar la fuerza policial y militar (por vez primera en la agotada transición los milicos salían a las calles); a su vez, Piñera se ha mantenido en la más profunda impunidad respecto de la corrupción de sus negocios y Piñera quien ha intensificado vía “Comando Jungla”, la posterior militarización de Wallmapu. Fue Piñera quien tomó la decisión de privilegiar a la economía sobre la vida durante los peores momentos de la pandemia exponiendo al neoliberalismo como una “religión de la muerte”, fue él quien se tomó una fotografía solo en Plaza Dignidad provocando a la simbología de la revuelta al modo de una visita turística y ha sido él, por vía de su gobierno, quien ha boicoteado sistemática y permanentemente la instauración y funcionamiento de la Convención Constitucional. Compromiso con la “democracia” no se ve por ningún lado, salvo si por “democracia” se entiende nada más que el devenir del “capital”. 

Dos momentos de inflexión resultan clave: en primer lugar los acontecimientos de Iquique en los que la población migrante terminó sufriendo un ataque brutal de parte de la misma “ciudadanía”; en segundo lugar, la estrategia mediática del 18 de Octubre de 2021 que invisibilizó al clivaje octubrista “pueblo-oligarquía” para visibilizar al nuevo clivaje “violencia versus orden”. Iquique habrá sido el laboratorio de una nueva estrategia propiamente fascista implementada por el piñerismo: hacer que sea la misma “ciudadanía” que clamó contra los poderosos para el 2019, llame a los poderosos para que le defienda del crimen organizado y termine abrazando a la policía. 

En vez de llenar de policías la ciudad, mejor dejarla vacía y ofrecer una impunidad tácita al crimen organizado para que aterrorice a la población. Así, será la misma ciudadanía la que desee la policía. Justamente, esta es la clave: “desear a la policía” es la territorialización afectiva lograda por la nueva estrategia de seguridad y que comienza a identificar al “migrante”, al “delincuente”, al “otro” pobre y popular como el problema de todas las cosas. 

Así las cosas, fue el piñerismo digitado desde el gobierno, los medios de comunicación y sus columnistas dominicales, los que, agenciamiento tras agenciamiento, fueron construyendo una situación donde el único horizonte devino la “seguridad” y el único problema, la “violencia”. Fue el piñerismo el que posibilitó la actual “situación fascista” gracias a la territorialización afectiva por cuyo proceso las masas podrían comenzar a desear a la policía. Esa policía, la misma que quedó impune en sus casos de corrupción y que, hasta ahora, sigue impune en sus casos de violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos contra los mismos pueblos que, supuestamente, vendrían a “desearla” nuevamente. Se arrojó contra su pueblo y ahora puede ser que ese mismo pueblo objeto de su violencia, termine aclamándola. 

¿Se fascistizó el pueblo, terminaron así los años de revuelta? Más bien, digamos que no se trata de un proceso ni definitivo ni irreversible, sino de una tensión inmanente entre los deseos de la revuelta y los de la policía, entre el erotismo y el terror, la esperanza y la pulsión de orden. Estos constituyen los dos puntos de circulación del deseo, los dos lugares de articulación subjetiva, si se quiere, al que los pueblos se han aferrado incansables, tal como ha ocurrido desde el primer día de la revuelta octubrista en que la prensa, sus intelectuales y los múltiples dispositivos de control quedaron estupefactos ante el incendio popular y no cesaron en su discurso de “condena a la violencia”, hasta el punto de que, tal como mencionamos, el propio Presidente la declaró su “enemigo poderoso” militarizando a la totalidad del país. 

 

2.- El kastismo devino la conciencia política del piñerismo. La buena conciencia que piensa que piñerismo y kastismo se contraponen irremediablemente, en que uno sería la posibilidad de una “derecha democrática” y la otra un atávico fantasma del pinochetismo, quizás, deba ser problematizada en virtud de la historia política de los últimos 4 años de gobierno de Piñera. Como hemos visto, el piñerismo ha construido en los hechos una situación fascista que Kast ha explicitado en el discurso. Ha sido el piñerismo el que ha generado las condiciones para la fantasmal aparición de Kast o, si se quiere el kastismo deviene la verdad del piñerismo, resto inconfesado pero esencial de su maquinaria política, porque dispositivo clave de la derecha política; brazo hegemónico de la oligarquía militar-financiera que se tomó el poder en 1973.  

En esta escena, el piñerismo quiso ganarlo todo. Incluso la derecha, imponiéndole un candidato de los grupos económicos que tenía de vocación de poder, pero carecía de toda inteligencia política. El síntoma de Sichel fue que su campaña consiste en hablar de sí mismo. Como si esa derecha piñerista no tuviera otra cosa que ofrecer más que un “yo” que no necesita discurso para ganar. Pero la revuelta octubrista mantiene su reverberación, entre cuyos efectos, está la disyunción que se ha producido entre democracia y capital, política y dinero. Los candidatos con mayor aporte en dinero parecen estar condenado a perder elecciones, según enseña la elección de constituyente realizada el 15 de Mayo de 2021. Ella es la marca de dicha disyunción que parece irremontable y que permea incluso a la derecha: Sichel es el candidato del empresariado, pero no de los partidos. Kast aprovechó ese vacío y lo capitalizó políticamente: penetró en los partidos desde afuera, pero siendo un antiguo conocido que posibilitó el desmembramiento de la candidatura piñerista. 

Provenir desde el “afuera” que en el fondo no era más que un “dentro”, dibuja un movimiento muy interesante: Kast funciona exactamente al modo en que Freud identificó al síntoma: un retorno de lo reprimido. Lo más familiar que, sin embargo, intentó ser reprimido, vuelve una vez las imaginarias y absurdas defensas del “yo” se agotan y debilitan (Sichel). 

¿Qué es lo que retorna? Siempre y nada más que el fantasma. ¿Cuál? El núcleo traumático de la violencia institucionalizada de 1973 que Kast defiende y promete restituir. Frente al piñerismo que traza sus condiciones a partir de una traición originaria al pacto oligárquico de 1973 cuando Piñera declara votar “No” en el plebiscito de 1988 y admirar a Patricio Aylwin, sometiendo así a dicho proyecto a la sombra conservadora de la Democracia Cristiana, el kastismo reivindica la autenticidad del “Si” para subrayar a la “verdadera derecha” emancipada de los últimos lastres democráticos. 1973 está vigente, sin la dependencia a la Democracia Cristiana. “Atrévete” –slogan de campaña- significa romper las ataduras del complejo democrático importado por el piñerismo haciendo que éste se transfigure en verdadero kastismo. Porque el piñerismo y el kastismo no son dos “naturalezas” distintas en la derecha, sino dos “grados” de un mismo continuum. Una misma máquina que, sin embargo, desde octubre de 2019 experimentó un leve –pero contundente- tropiezo en su andar. 

La maquinaria oligárquica que se expresa en la derecha política hoy intenta –conjuntamente con las facciones del neoliberalismo progresista muy acabadas- restituir su paso y recuperar la fuerza del paraíso perdido. El fantasma de 1973 vuelve, retorna monstruosamente para conjurar los demonios del octubrismo. Pero su eficacia “liberal” fracasó, su fachada demócrata-cristiana también, sus contundencias fácticas que le hicieron ejercer una mayoría que no fue nunca, cedieron conjuntamente. Así, solo queda su núcleo fantasmático al desnudo: 1973 como la verdad de la derecha, pero, sobre todo, del Partido Neoliberal que, compuesto por la derecha y la concertación, gobernó cupularmente durante la transición. 

 

3.- El ascenso de Kast expresa la activación del fantasma de Jaime Guzmán. Tal activación, se contempla al interior de una “guerra de posiciones” que, quizás, imbrica tres momentos –y uno cuarto- que no necesariamente funcionan de manera lineal: en primer lugar, desahuciar la candidatura de Sichel, conjurar el retorno del piñerismo y tomarse a la derecha como sector político para consolidar desde ahí una minoritaria pero férrea oposición al eventual gobierno de la izquierda. 

En segundo lugar, pasar a segunda vuelta electoral, cuestión que sería mucho más problemático, porque implicaría un fortalecimiento político importante y, una suerte de consolidación de su “toma” que le permitiría proyectar una oposición golpista durante los 4 años de gobierno de izquierda para, en las elecciones venideras, aplicar el guión brasileño: acusar de corrupción a Apruebo-Dignidad y a su gobierno para horadarlo al punto de condicionar el triunfo inexpugnable del kastismo (no solamente de Kast) en las siguientes elecciones. Cuatro años de construcción de la situación fascista que podrán desembocar en cuatro años de gobierno fascista. 

En tercer lugar, el problema más agudo, aunque mucho más improbable, lo tendríamos si Kast llegara a pasar a segunda vuelta y triunfara en el ballotage de diciembre sobre la izquierda, situación que, de llegar a tener lugar, implicaría un fortalecimiento militar y policial sin precedentes, persecuciones a supuesta “disidencia”, política, sexual, indígena, intervención en las universidades públicas, potenciación de agrupaciones paramilitares, y grupos fascistas por todo el país, así como ya no el boicot, sino el cierre definitivo de la Convención Constitucional. Pienso que la estrategia kastista –si lo hay- sabe que la segunda opción es la que resulta más plausible: pasar a segunda vuelta, tomarse el sector y proyectar una oposición absolutamente destructiva durante los 4 años de posible gobierno de izquierdas.  

En cuarto lugar, el mejor de las opciones es que Kast sea un fenómeno contingente y después de las elecciones se diluya. Pero lo veo difícil, no solo por el contexto internacional donde, seguro que Vox (España) o los tentáculos de Steve Bannon han podido asesorar al fascista criollo vía sus redes sociales y pastiche ideológico, sino porque este fascista expresa el núcleo de lo que ha sido la derecha chilena desde 1973 (“1973” como cifra histórica de restitución de la derecha oligárquica hacendal).  

Ahora bien, ¿cuál es la ventaja del kastismo frente al piñerismo que, finalmente el segundo terminó siendo reemplazado por el primero? Que el kastismo –como herencia de la UDI popular- tiene una mínima raigambre en ciertos sectores populares que adhieren al sionismo evangélico. Son sectores politizados, radicalmente militantes, tal como se ha demostrado en la elección de Bolsonaro (Brasil) y en la de Trump (EEUU). 

En Chile, el sionismo evangélico aún no ha articulado una conciencia propiamente política, a pesar de sus intentos parlamentarios, aún muy débiles. Pero por esa misma razón, la candidatura de Kast puede catalizar dicha articulación, incluso, más allá del propio Kast. Este último podría ser tan solo un soporte de un despliegue más fuerte del sionismo evangélico con vocación hegemónica. 

La convergencia del kastismo con cierto evangelismo reside en la “defensa de los valores cristianos” frente a la laxitud, corrupción y liberalismo del piñerismo. En suma, se juega la diferencia entre la gran burguesía piñerista y la pequeña burguesía kastista, donde esta última ha devenido la vanguardia de la primera, la “primera fila” en la defensa de sus intereses amenazados por el octubrismo y su institución privilegiada: la Convención Constitucional. La penetración evangélica en las filas de Kast resulta el plus decisivo frente al piñerismo y su “liberalismo”. Este último es demasiado laxo para defender la intangibilidad de los valores en juego.  

La querella de la “cultura de derechas” frente al liberalismo es una vieja apuesta. La encontramos en uno de los textos más decisivos del pensamiento reaccionario español. El Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo de Juan Donoso Cortés quien fue rescatado en el siglo XX por el jurista Carl Schmitt (a veces, se nos olvida que Schmitt remite a la tradición católica hispana, antes que al nacionalsocialismo) que, a su vez, fue leído por Jaime Guzmán para investir a la otrora Junta Militar del estatuto de “poder constituyente”, según ha sido documentado por el trabajo de Renato Cristi y, desde ahí, promulgar la nueva Constitución de 1980 actualmente destituida por la revuelta. 

En dicho ensayo, Donoso subraya la necesidad de volcarse sobre una dictadura católica para contrarrestar las fuerzas centrífugas abiertas por el liberalismo. Donde hay liberalismo siempre se abre la puerta por donde pueda ingresar el socialismo. La querella de Jaime Guzmán contra la Reforma Agraria impulsada por la Democracia Cristiana durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, se sostiene exactamente en el planteamiento que otrora había hecho Donoso: la liberalización abre las puertas al socialismo que, como el propio Donoso sostendrá, designa una verdadera “teología satánica” que, según él, se expresa en una escena memorable en la que, frente a Jesús y Barrabás, el pueblo judío termina eligiendo a Barrabás, el ladrón. Por eso, dice Donoso, nunca el pueblo (judío, en el fondo) puede elegir, porque siempre elige el mal. 

El discurso teológico político del pensamiento reaccionario español característico de Donoso, se cristaliza hoy en Kast, quien, desde la nueva fase neoliberal, ha reactivado el fantasma guzmaniano en la derecha. A pesar que fue el piñerismo el que produjo la situación fascista, ha sido Kast quien la ha explicitado volviéndola consciencia política. Con ello, Kast ha dejado expuesto al piñerismo como una mala fuerza de contención, un gobierno débil que transó con la izquierda y que terminará por traspasarle la banda presidencial a Gabriel Boric (candidato de la izquierda), en vez que a sus correligionarios. Piñera habría terminado sus días como quien cedió a cambiar la Constitución Política y, por tanto, quien habría traicionado el legado mismo de 1973, aprovechándose de él. Por eso, si Piñera deviene el fantasma “liberal” que poco y nada puede contrarrestar el avance de la izquierda, Kast, en cambio, ofrece la restitución oligárquica de Chile en la que se juega la verdadera contención contra el socialismo. A esta restitución, Kast le llama “paz”. La activación del fantasma guzmaniano –aquél que ancla su discurso en el pensamiento reaccionario de Donoso y Schmitt- ha movilizado a la derecha política a votar Kast y ha desnudado que lo que está en juego en el Chile contemporáneo es la irrupción de la lucha de clases y su compleja política de afectos.

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