La sensibilidad como campo de batalla* // Lila M. Feldman

*PRESENTACIÓN DE “LA OFENSIVA SENSIBLE”

Ricardo Piglia decía que los grandes textos son los que hacen cambiar el modo de leer. Este es uno de ellos. También decía, en una cita, que la experiencia solo es experiencia si se la sostiene. Es una lámpara que alumbra a aquel que la sostiene.

La ofensiva sensible crea un modo de leer y sostiene una experiencia.
¿Cuándo se comenzó a escribir este libro? Hace unos meses nomás, tomando forma y vida de libro, sin embargo, como su epígrafe lo indica, es también un libro autobiográfico, en ese sentido empezó muchísimo  antes.
¿Cuándo comenzó a escribir Diego? ¿Cuándo comenzó su ofensiva sensible?
Un punto de inflexión al que el libro alude en diversos momentos es el 2001. En otros, la última dictadura cívico-militar. Por momentos pareciera que con esta nueva oleada que empuja desde la Derecha conservadora a los nuevos fascismos. Brasil, Chile y Bolivia son también, seguramente, un nuevo puntapié que reclama trabajo de pensamiento y ofensiva sensible. Porque está en disputa el sentido de este tiempo histórico.

El germen de este libro son las notas de Diego en Lobo Suelto, que es además una usina de pensamiento. El generoso blog cuya propuesta se puede sintetizar diciendo que allí se escribe para pensar. Pero también los grupos de estudio que coordina Diego. También lo es su encuentro fundamental y fundacional con León Rozitchner, y luego con Horacio Verbitsky, en lo que fue «Vida de perro». Bueno, son algunas de las marcas que habitan este libro. Hay otras más. Así que este libro hace mucho se viene escribiendo. Hay en él calle, militancia, colectivos, grupos, blog, radio y biblioteca. Este libro se ha escrito con numeroses otres y en diversos espacios.


La crisis y el síntoma no son algunos de sus temas centrales -simplemente- sino puntos de vista. Un modo de situarse y situarnos para pensar. Un modo de leer, de deformar ciertas herencias para encontrar un camino y un pensamiento propio.


Ofensiva sensible no es solamente un título, sino, sobretodo, una política. Una política de sensibilización y resensibilización. Ofensiva capaz, para mí, de intervenir la filosofía, la teoría política, el psicoanálisis y la cultura. Lo sensibilizante no le quita ni un ápice la dimensión de ofensiva. Porque no es ingenua desde ya, ni complaciente, o condescendiente. Es en un campo de batallas y conflictos, es en guerra. Contra los dispositivos de obediencia que lo neoliberal ordena, con su aspiración de gobierno absoluto de la existencia.

Desde esa aparente paradoja (ofensiva sensible) sitúa un punto de partida: la crisis, el síntoma con su vulnerabilidad y fragilidad pero también con su dimensión creativa, de resistencia y revuelta. La crisis y el síntoma reclaman y construyen en la pluma de Diego, un particular saber leer, lejos, bien lejos, de la nostalgia y de la utopía, porque ambos están hechos de fatalismo y derrota. Si este libro combate, para mí lo hace, la vieja proclama negacionista y cínica del fin de la historia, ese saber leer es vital ofensiva sensible y potencia que nos descaptura de idealizaciones, resignaciones y lamentos, de la encerrona pesimismo-optimismo para radicar en la historicidad la potencia de una esperanzada y empecinada vitalidad, de un obstinado desencanto (siguiendo la pista de Naruto y rompiendo y deshaciendo encantamientos ilusos) y también de ironía (el humor que le hace un camino a la inteligencia, el pensamiento recobra el aliento viajando hacia “otra parte”). Este libro sostiene que no hay inteligencia sin sensibilidad. Toda verdadera inteligencia es sensible, y lo sensible –en sí mismo- es campo de batalla.

El libro es un elogio de la lucha y el conflicto, de los antagonismos fértiles, de la crisis y el síntoma, de lo anómalo e indócil, de lo insumiso y descolonizante, de la experiencia plebeya como posibilidad de relanzar una ofensiva sensible que pueda ser vivida y leída en diferentes registros: cuerpo, pensamiento, y tierra. El libro genera una doble lectura, tanto en lo singular como en lo colectivo, en cuanto a micropolíticas y macropolitica, y se vale de un riguroso y creativo recorrido teórico (distinciones entre poder y potencia, fortuna y virtud, modos y formas de vida, flexibilidad y plasticidad, afectividad y emocionalidad, etc.) pero no al servicio de producir teorías sino de crear formas de vida y en todos esos territorios, un reverso de lo político, un afuera al mando neoliberal, pero también un afuera, un más allá de la voluntad de inclusión ligada a las políticas populistas.

Es para mí un elogio de la forma de vida como articulación entre sujeto y multitud, lo singular y lo colectivo, un manifiesto político y punta de lanza de esa ofensiva sensible que rompe con moralismos, crea estrategias y recupera historicidad.

La ofensiva sensible surge de la crisis, no le rehuye, la considera como aquella conmoción que obliga a pensarlo todo de nuevo, y como sitio de enorme valor cognitivo, de invención de estrategias y redefinición de un presente, si se despliegan categorías propias y críticas. Crisis como afirmación de una potencia de existir, materialidad viva y apertura a protagonismos, luchas y liderazgos colectivos, a la potencia plebeya, no meramente estrategias momentáneas de resistencia.

Aquí síntoma es un concepto fuerte: el libro propone una operación que lo transforma en categoría política, sustrayéndolo del campo de la patología. Síntoma como opuesto a obediencia (la obediencia servil y enmascarada al capital), síntoma como creación de un afuera a lo neoliberal. Afín al psicoanálisis porque el síntoma es mensaje a leer, expresión y lugar del conflicto, lejos de la adaptación y la moralización normalizante.  Más allá del psicoanálisis, profundizando mucho más en la idea de “fracaso” de la represión, y en su potencia y carácter de creación, que en su condición de retorno de lo reprimido. Más cerca del concepto de acontecimiento (según Badiou aquello que permite que un inexistente se ponga de pié), y de su rasgo libertario, que de retorno o repetición.

Un elemento crucial del libro todo es la diferencia que establece entre lo que Diego llama “modos de vida” y “formas de vida”. No es un juego de palabras, es la afirmación de un procedimiento, que luego arribará a un punto mayor de despliegue: lo plebeyo como reverso de lo político. Diego recorre de un modo singularísimo el camino que reúne lo singular y lo colectivo. Me recordó una frase de Paul Auster: “se me ocurrió que no podía separar lo interior de lo exterior sin causar grandes daños a la verdad”. Entonces decía, Diego nos lleva de las pequeñas y cotidianas existencias singulares a los grandes y enormes movimientos colectivos. Las formas de vida parten de un no saber vivir, del malestar, del fracaso del gobierno de las emociones que lo neoliberal propone en su condena a hacer de la subjetividad una gestión individual del éxito y la emocionalidad que evoluciona a la sumisión y a la indiferencia. Las formas de vida son ruptura a la axiomática del capital y sus “vidas de derecha”, a los modos de vida que se sostienen en el consumo. Las formas de vida se enfrentan a la patologización, la criminalización y punición neoliberal que odia a todo lo anómalo, a toda diferencia, a todo lo sintomático, y sus sublevaciones, a todo lo que en palabras del autor, no cuaja, no se ajusta a las promesas de los dispositivos de la felicidad. Formas de vida son incesante aprender, son mapear desde el malestar, parten de una fragilidad, de una especie de impotencia que antecede a cualquier potencia. Singularización que barre con la estandarización, con los modos en los que el capitalismo hace vivir. Forma de vida como forma de construir vida en común, y un proyecto histórico, o  una nueva síntesis dirá Diego al final del libro, ligada a ello.

También en la última parte del libro, Diego toma de la filósofa francesa Catherine Malabou, aquella diferencia entre flexibilidad y plasticidad que antes mencioné. Flexibilidad es la Plasticidad sin su genio. La Plasticidad es aquella capacidad de destruir, crear, modificar, y no simplemente reaccionar, obedecer o adaptarse, y Diego lo toma para pensar, para seguir pensando, en ese reverso de lo político que posibilita inventar salidas para situaciones que parecen no tenerla. Ni aún el cerebro es inmodificable. Todo el recorrido que Diego realiza entre cerebro y tierra, es decir entre movimientos colonizadores y movimientos libertarios o igualitarios, que tanto lo convocó a querer llegar más lejos en su pensamiento, es imperdible.

En lo personal, me parece valiosísima su forma de decir que el cuerpo también es político, que ninguna herencia es fija no inmodificable, ni siquiera la genética, y que la política recorre los cuerpos, cada cuerpo, y el cuerpo colectivo, histórico social.

¿Por qué hablaba antes de procedimiento? Porque hablar de formas de vida, ponerlas como eje de una ofensiva sensible es lo que le permite a Diego, leyendo a Meschonnic, sostener un reverso de lo político que consiste en la experiencia de la historicidad: lenguaje que crea forma de vida y forma de vida que crea lenguaje. O dicho de otro modo, lo que el cuerpo puede en el lenguaje.  Ese es un verdadero procedimiento de lectura, escritura y experiencia, una operación política y poética: hacer del lenguaje y lo sensible campo de batalla, apropiación “piojosa” de lo que la lengua lega e impone para recrearla e inventarla, para recuperar, fabricar y desplegar potencia. Vaciar el lenguaje mismo, todo lo posible, sintomática y vitalmente, de neoliberalismo. Conquistar el concepto. Hacerlo propio.

Por todo esto, este libro trabaja con el tiempo, con los tiempos, pero su tiempo, su tiempo –como dice una canción- es hoy. Y el futuro tiene más posibilidades, parafraseando a Musil, tantísimas más, en lo inestable, que en lo estable. En lo inestable de la fuerza y el gesto plebeyo, y su incesante e incalculable invención.

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