«La seguridad es vidriera política»: entrevista a Esteban Rodríguez Alzueta

por Daniel Enzetti


Es sociólogo y especialista en temas criminológicos. Dirige la Maestría en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Nacional de Quilmes, forma parte del Colectivo de Investigación y Acción Jurídica (CIAJ) y participa de la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional. En su reciente libro Temor y control. La gestión de la inseguridad como forma de gobierno (Futuro Anterior ediciones), Esteban Rodríguez Alzueta analiza una especie de mal endémico. Más allá de los funcionarios de turno, la inseguridad «se propone gobernar controlando la pobreza y manipulando el miedo de los ciudadanos», explica.
–Usted habla de punitivismo de arriba y punitivismo de abajo. ¿A qué se refiere?
–Uno se pregunta siempre por qué gobiernos que encararon reformas sociales importantes no han podido poner en crisis ciertas prácticas institucionales de seguridad que vienen de los años ’90. En otras palabras: por qué los gobernantes pasan, y la policía permanece.
–¿Y cuál es la respuesta?
–La explicación no está en la pasión autoritaria de determinado funcionario, sino en que las articulaciones que distintas agencias desarrollaron en esa época todavía continúan intactas. Hablo del dispositivo de temor y control.
–Donde aparece la marginación social…
–Claro, una marginación perseguida como problema económico, por transformarse en robo, y como problema político, por ser identificada como un verdadero «peligro para la sociedad toda». Volviendo a los punitivismos de tu pregunta, prefiero decir que no hay «olfato policial», sino «olfato social». No existen detenciones sistemáticas por averiguación de identidad sin llamadas al 911. Son procesos de estigmatización nutridos por un imaginario del miedo policialista de la seguridad.
–Imaginario que el poder policial usa como excusa para intervenir, seguramente.
–Por supuesto. Analizar esto profundamente agranda los problemas para cualquier Estado, porque poner en crisis la violencia policial supone al mismo tiempo poner en crisis ese imaginario social.
–¿A quién beneficia un permanente estado de miedo?
–El miedo es una categoría ambigua, tramposa. No todos tenemos miedos igual, y el miedo sobreviene por cuestiones muy disímiles. A veces, manifestar miedo es pasar boleta al gobierno de turno. Venimos de una gran crisis de representación, con una oposición a la que no se le cae una idea, incapaz para representar a los sectores que no están de acuerdo con el oficialismo. Frente a esa falta de propuestas, esos sectores buscan nuevos canales para manifestar su disidencia. Y ahí aparece el tema de la seguridad, que se ha convertido en la vidriera de la política…
–Lo que en su libro usted llama «demagogia punitiva»…
–Sí, porque muchas veces, el dirigente queda preso de la encuesta y del mal humor diario que va digitando el periodismo. Esos dirigentes saben que tienen un problema con la policía, pero no saben cómo resolverlo. Podés ofrecer los mejores estándares en materia de seguridad, pero si matan a una embarazada en la puerta de un banco, el capital político ganado lo licuaste en una mañana.
–¿Por qué se pudo con los militares y no con la policía?
–Estamos ante una institución corporativa, que desarrolló sus propios intereses y prácticas, que maneja territorios como nadie, ni siquiera un partido político. Siempre les digo a mis alumnos: imaginen un partido con 60 mil militantes permanentes, rentados, comunicados, movilizados y armados. Bueno, eso es la Bonaerense. Frente a semejante poder, los dirigentes, en lugar de reformar, negocian.
–No basta con la llamada «purga policial».
–Es que la purga policial no cambia nada. La solución no es sacar a las manzanas podridas, sino cambiar el canasto que las contiene. Algo interesante y grave que produjeron los ’90 es que separaron el «delito» del «miedo al delito». Y te lo grafico: si hacemos cálculos, hoy los índices del delito se mantienen más o menos estables. Pero, sin embargo, la «sensación de inseguridad» aumenta. Y eso cambia hábitos: la gente se atrinchera, compra perros malos, pone rejas, contrata guardias. Y lo que es peor: apunta con prejuicio a los que no tienen el mismo «estilo de vida». Todo fogoneado por los medios. Eso habilita pasiones punitivas que reclaman salidas represivas que necesitarían otras respuestas, mucho más inclusivas.

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