Como cada noche, luego del último rezo nocturno, Rosalía, la hermana superiora se clava un alplax para poder dormir. Pero esta vez pasó algo fuera de lo común. Un mensajero divino con una importante donación la sacaría del séptimo sueño cerca de las 3 de la madrugada. El mensajero le explicaría exaltado que debía enterrar esa misma noche las 160 bolsas que traía en su auto. La anciana de 94 años, lo seguía en camisón de un lado a otro sin terminar de entender lo que pasaba.
Alertado por los ruidos y movimientos, Jesús, un repartidor de pollos amigo de la gorra, llamó al 911. La superiora, que en el apuro no llegó a ponerse los lentes y todo lo veía un tanto borroso, no salía de su asombro al ver la cantidad de bolsas desparramadas por el patio del convento como caídas del cielo. Mientras, el trasnochado donante, fusil en mano corría de un lado a otro, buscando una pala para cavar un pozo. Dos patrulleros se hicieron presentes. El hombre de las bolsas, corrió para treparse por el muro lateral del convento y en medio de la oscuridad, se llevó puesta una planta de camelias. Cayó al piso y todo embarrado comenzó a gatear buscando su fusil de asalto. ¡Me quieren robar y este dinero es para la obra divina! gritaba, estaba fuera de sí, como poseso. La monjita divagaba, aún no distinguía entre sueño y realidad.
La fiscal a cargo de esta insólita investigación se hizo presente esa madrugada, acompañada por un séquito de jóvenes judiciales y de uniformados, dispuestos a tomarle declaración a la hermana superiora, la principal testigo. Se ubicaron todos en la sacristía- un poco amontonados- pero el único lugar calefaccionado del convento. Por detrás de las ventanas se podían ver los rostros curiosos de las demás monjitas, que entre la risa y el espanto, no podían despegar la ñata del vidrio para no quedarse afuera de los acontecimientos. Algunas se persignaban, otras apretaban con fuerza sus rosarios y en la solemnidad de la declaración, mientras la fiscal leía los artículos del código que penan el falso testimonio, un coro de padres nuestros y ave marías resonaban como mantras en la sacristía. Rosalía tartamudeaba, intentaba armar un relato coherente. Se concentraba. Se acordaba de la pastilla que ahora no recuerda si la tomó, del timbre sonando sin parar, de las bolsas o los pollos que caían, del ruido de las sirenas y el hombre que la zamarreaba sin parar y le decía que no había hecho nada malo. La fiscal trataba de reconstruir la escena pero el coro incesante de rezos fue un viaje directo a su adolescencia cuando participaba del Movimiento Eucarístico Juvenil en el Colegio Nuestro Sagrado Corazón del Niño Jesús. En esos tiempos se debatía entre seguir la vida religiosa o la vía judicial. Invadida de recuerdos, se abrazó fuertemente a Rosalía que a esta altura había perdido el rumbo absoluto de lo que estaba viviendo y le dijo, “hermana, las dos hemos sido llamadas a cumplir una misión en esta vida”. Los judiciales tomaban nota y los uniformados se disponían a contar la guita.
Por la mañana, ya más despierta, y mientras la policía contaba la guita, la superiora habló por la radio y dio su versión publica de los hechos. «Me van a robar. Porque yo robé dinero para venir a ayudar acá» le habría dicho el hombre de las bolsas. La monjita habló de él como un “hombre muy bueno, que una vez por año se acercaba a colaborar al convento pero nunca con plata”.
Al mediodía, mientras la policía seguía contando la guita, se conoció un comunicado oficial del arzobispado en el que, lavada de manos de por medio, se aclaraba -por suerte y para alivio de muchos y muchas creyentes – que las monjas misioneras, Orantes y Penitentes de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, pertenecen a una Asociación Privada de fieles, cuyo gobierno sería autónomo.
A la tardecita, mientras la policía seguía contando la guita, la hermanita superiora, cansada del ajetreo policial en el convento, se sentó como cada tarde a tomar su té con leche con una bola de fraile, prendió la televisión para distraerse, y no tuvo mejor idea que poner TN. Ahí contaban sobre el ex arzobispo fallecido (que Dios lo tenga en la gloria) guía espiritual de Dí Vivo, quien se había retirado en 2007 y desde entonces residía en el monasterio de las Monjas Orantes y Penitentes de Nuestra Señora del Rosario de Fátima. Rosalía, recordó momentos felices, como aquellos días de campo compartidos con Dí Vivo, el día que subió por primera vez al Fatimóvil que él les había regalado- una lujosa camioneta que transporta la imagen de la virgen de Fátima cuando hay festividades religiosas- o aquellos días de incesantes lluvias que hacían imposible movilizarse por las calles de tierra y las hermanitas tuvieron que salir en el Fatimóvil para ir al Coto de General Rodríguez.
Los policías no terminaban de contar la guita cuando Rosalía se disponía para la misa vespertina y se imaginaba todo lo que podrían haber hecho con tanta plata. Por ejemplo: ponerle aire acondicionado al Fatimovil, cambiarle las cuerdas a las guitarras criollas, afinar el órgano de la parroquia, comprar velos nuevos para las hermanitas y así tirar los remendados una y otra vez. También podrían, pensaba la monjita, ponerse netflix.
Pero dejemos de lado las pistas religiosas, y mientras la policía termina de contar la guita, pasemos a la real politik. Fueron muchos los que hicieron alegorías sobre sacar las manzanas podridas, mientras ellos mismos salían del cajón «Cada uno va a tener que rendir cuentas de sus actos y el que tenga el culo sucio va a tener que dar un paso al costado» dijo envalentonado, Enrique «el antiguo». Otra voz que se escuchó ese martes de súper acción fue la de Octavius, que cansado de ser víctima de bullying por su romance con Cinderella, salió rápidamente a tomar partido en el asunto. Lo hizo con una necesaria autocrítica, muy dolorosa de escuchar para los compañeros y compañeras peronkistas: “me da vergüenza haber cantado la marcha peronkista con él”, expresó.
Y mientras la policía seguía contando la guita, la hermanita superiora subió el volumen de la televisión para escuchar con claridad la picante y reveladora declaración de este joven y visionario político: «¿Saben por qué perdimos las elecciones? Por los hombres de las bolsas”. La monjita se levantó, caminó unos pasos, balbuceó entre dientes y se sentó junto a la policía a terminar de contar la guita.